Tras el aislamiento, llegó la
reactivaión,
pero las ventas no crecen
La cuarentena del 2020 arrancó con un panorama ominoso para la industria editorial: las imprentas bajaron sus persianas, las librerías tuvieron que generar alternativas de distribución y venta online, las editoriales debieron suspender su plan de publicaciones, y trabajadores del sector perdieron sus trabajos o parte de sus ingresos.
El universo de los libros tiene sus complejidades, diversidades y distintas magnitudes ya que convive en paralelo con un mundo concreto y real que es el mercado, en definitiva una cadena comercial de escritores, editoriales, imprentas, distribuidoras, librerías y lectores, actores que con la crisis en el 2020 por un lado han sufrido un gran daño y por otro un reposicionamiento.
“Después de haber vivido el cierre total durante la cuarentena, las imprentas del país están pasando por un buen momento”, destaca el presidente de la Federación Argentina de la Industria Gráfica y Afines (FAIGA), Juan Carlos Sacco. Y en este contexto, la decisión del gobierno nacional de colocar nuevamente restricciones a la importación de libros fue una solución al problema que venían viviendo.
En esta dirección, han logrado firmar un acuerdo con la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP) en el cual se garantiza que el 90% de los libros se imprimirán en Argentina. Y además desde el Ministerio de Educación se empezó a destinar dinero para impresión de libros, lo que volvió a reactivar la actividad gráfica.
La falta de circulación de peatones en las calles, y en particular en los centros turísticos, generó una crisis en los comercios. Como muestra solo basta leer el reciente cierre de la tradicional Librería de las Luces que desde 1960 estaba en la Avenida de Mayo del microcentro porteño. Las librerías viven la misma situación que la de cualquier comercio que venía de cuatro años de crisis y estaba esperanzado con la reactivación, aunque las más afectadas son las de zonas céntricas o de gran circulación.
Por otro lado, las editoriales pensaban que entre febrero y marzo tenían una posibilidad de reactivación, que se iba a poder vender bien en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires que se realiza en La Rural y además tenían programadas actividades en las provincias. Hasta que llegó la pandemia.
Carlos Benítez, dueño de la librería y editorial Punto de Encuentro, se convirtió en unos de los voceros de los libreros y relata a Télam la situación que debieron atravesar este año y en el punto crítico en el que se encuentran las librerías del microcentro de la ciudad de Buenos Aires: “Hasta que no se vuelva a la normalidad no a va a funcionar, es un páramo, no hay gente circulando y por lo tanto nosotros no tenemos potenciales compradores y la verdad es que venimos muy golpeados”.
Los libreros resaltan que el gobierno nacional tomó la decisión de suspender el programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción (ATP). Si bien algunos de los locales no les cobraron alquiler, y en diciembre están pagando solo el 30%, aseguran que no alcanza porque están facturando entre el 10 y el 20% de la facturación del 2019. En marzo tendrían que empezar a pagar los alquileres normales y no ven mejoras para esa época, menos si se suspende la Feria del Libro 2021 como se rumorea.
También corre peligro de cierre la librería de Ávila, la más antigua de Buenos Aires. Miguel Ávila, el dueño del negocio ubicado en Alsina al 500 y presidente de la Cámara de Libreros y Editores Independientes (Caledin) describe el mismo panorama que sus colegas: sin turismo y sin empleados públicos ese lugar emblemático e histórico del libro no funciona.
También suma la pérdida del ATP: “Ahora el gobierno está dando préstamo con una tasa de interés para poder pagar los sueldos, yo he intentado mantener a todo el personal, todo en blanco son seis personas y se me hace muy difícil, sumado el alquiler, los gastos fijos. La AFIP tampoco te perdona, te tratan como si estuviéramos en una época en un país normal”, se lamenta el dueño de la famosa librería.
Ávila aprendió su oficio con los grandes libreros, en las grandes librerías de la época, cuando era el punto de reunión entre lectores, escritores y libreros “desde siempre el argentino, así como con el tango, la carne o el fútbol tiene una relación muy estrecha con el libro”, sostiene Ávila, quien no entiende porque “esto no se toma como una temática nacional”.
Las grandes editoriales debieron reducir su producción durante el año y en la apertura con el distanciamiento social pudieron volver a lanzar sus best sellers. Durante la pandemia el libro digital tomó un importante protagonismo. Así lo explicaba a Télam Juan Boido, el director editorial de Penguin Random House, quien señalaba que venían muy golpeados y que la pandemia fue otro duro golpe: “En la Argentina, la inmensa mayoría de los libros se venden en las librerías y dependen de ellas, durante la pandemia se vio un aumento en la venta de los formatos digitales, los cuales no son formatos instalados masivamente en el país, con lo cual es imposible que compense pronto la caída de los libros físicos”, explicó.
La contracara de la singular situación de este año la vivieron algunas editoriales independientes, las cuales se sintieron fortalecidas por la ausencia de los “grandes tanques” de novedades, y supieron buscar a tiempo alternativas de distribución y ventas on line durante la pandemia.
Víctor Malumián, de editorial Godot, explica que la cuarentena forzó a las editoriales a un proceso de digitalización, tanto a nivel catálogos como de comunicación en redes sociales, incluso a adaptarse a cuestiones más prácticas, como los sistemas de pagos. El editor resalta que “tanto las editoriales como las librerías, que generaron una comunidad online, las que alimentaron una conversación entre partes, son las que estuvieron mejor paradas para sobrellevar la pandemia”.
Una situación similar vivió el sello Chai. Su editor, Santiago La Rosa, sostiene que el año para su negocio fue positivo: “En un balance fue un buen año con muchísimos sobresaltos y me parece que la clave para atravesarlo estuvo en poder adaptarse a los distintos escenarios que se fueron planteando”.
Para Chai, al igual que para otras tantas editoriales independientes, fue un periodo que les permitió acercarse más estrechamente a los lectores. En este sentido, La Rosa manifiesta que durante los momentos más complejos de los primeros meses de la crisis y de la pandemia, las editoriales más grandes no sacaron novedades, no estuvieron en las librerías y “quedó un lugar vacante que nos permitió mucha más visibilidad y, sobre todo, tener un diálogo directo con los lectores, con los cuales nos escribimos por redes y tenemos una conversación bastante fluida”, dice.
Sin embargo, las editoriales independientes también tuvieron desafíos tanto a nivel de cobro de las ventas, como con los distintos aumentos del papel que alteraron mucho los cálculos y las formas de adaptarse.
El editor Pablo Campos, de Ediciones Lamás Médula, cuenta que las editoriales chicas y pequeñas tuvieron “más cintura y reacción a la pandemia, principalmente porque venimos de hace cuatro años en crisis y contamos con estructuras más pequeñas y flexibles” y además, como explica, con el cierre de las librerías al comienzo de la pandemia generaron un nexo directo con los lectores.
Sin embargo, una vez que la actividad librera retornó, las editoriales independientes tendieron alianzas con librerías bajo la consigna de que la salida es colectiva. En palabras de Cecilia Fanti, de Céspedes Libros en Colegiales: “Mi impresión de este año es que las editoriales independientes supieron comunicarse muy bien con las librerías. De las grandes, algunas lo hicieron muy bien y otras hicieron menos de lo que podrían haber hecho. Si la industria del libro cae en picada, quizás las librerías de barrio no somos el mejor ejemplo para dar cuenta de eso”
En días de balances, un tuit de la editorial Blatt & Ríos ilustra esa sinergia y los cambios que trajo el regreso a los comercios de cercanía: “Este fue el año de las librerías chicas. En la emergencia, resulta que eran un excelente canal de ventas y con gran capacidad de adaptación. También lo fue de las editoriales chicas: resulta que hacíamos muy buenos libros, muy bien editados”.
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