viernes, 26 de febrero de 2021
Fernando Sorrentino se corta el pelo y dice
jueves, 25 de febrero de 2021
La "gauchada" que le hizo Ricardo Baeza a Jorge Zalamea, un equívoco nunca reparado
Las traducciones falsamente atribuidas a un traductor que no las llevó a cabo son una práctica presente a lo largo de la historia de la traducción. El siguiente artículo, publicado sin firma, el 16 de agosto de 2019, en el blog Negritas y Cursivas, tiene como protagonistas al Ricardo Baeza, intelectual
español, nacido en Cuba y refugiado en la Argentina durante los primeros años
de la dictadura franquista, y al escritor y traductor colombiano Jorge Zalamea. Ricardo Baeza
Un
episodio ¿turbio? en la trayectoria del editor y traductor Ricardo Baeza
Ya mientras cursaba el bachillerato (1909-1910) empezó Baeza a traducir para la revista fundada por Javier Gómez de la Serna Prometeo, de cuya dirección literaria se ocupaba su hijo Ramón Gómez de la Serna, a la sazón compañero de estudios de Baeza. Se han contabilizado treinta y seis traducciones suyas en esta revista entre 1909 y 1911, pero además ya ese mismo 1909 aparecía su primera traducción en forma de libro, en la madrileña Imprenta El Trabajo: la tragedia La ciudad muerta, de Gabrielle D’Annunzio (uno de sus autores dilectos y de los que más traducciones firmaría en años sucesivos). En los catorce años siguientes, hasta 1923, aparecerían unos ochenta libros traducidos por Baeza, quien sin embargo encontraba también tiempo para fundar en 1916 una editorial (Minerva) en asociación con los hermanos Calleja, colaborar con las revistas La Correspondencia de España (1918) y España (1919-1922), montar la compañía teatral Atenea (que debutó en el Teatro Princesa el 29 de septiembre de 1919) o cubrir la corresponsalía del periódico El Sol en Londres.
En el periódico El Sol se publicaron algunos textos de Baeza tan importantes e influyentes en su tiempo como «En torno al problema del teatro» (entre octubre de 1926 y enero de 1927) o más adelante, a finales de 1928, una interesante serie sobre la labor e importancia del traductor: «El espíritu de internacionalidad y las traducciones» (2 de octubre), «Traduttore: traditore» (9 de octubre), «El traductor como artista», (13 de octubre), «Literalidad y literariedad» (26 de octubre) y «La pérfida errata y el traductor sin imaginación» (15 de noviembre de 1928). Por el camino, había vuelto a asumir la dirección artística de una nueva compañía teatral, la de Irene López Heredia y Ernesto Vilches, que se estrenó el 7 de abril de 1928 en el Poliorama de Barcelona con una obra traducida por el propio Baeza, Un marido ideal, de Oscar Wilde, y todo ello sin dejar de mandar colaboraciones a la bonaerense El Hogar y a las españolas La Gaceta Literaria, Índice o Revista de Occidente ni, por supuesto, dejar de ver como aparecían editadas nuevas traducciones suyas.
Jorge Zalamea |
Fuentes:
-Ricardo Creus «Ricardo Baeza y la difusión de la cultura europea en España (1909.1936)», Artes del Ensayo. Revista Internacional sobre el ensayismo Hispánico, núm. 2 (2018), pp. 47-62.
-Francisco Díez de Revenga, «Rafael Alberti y Gerardo Diego, traductores de un mismo volumen de dramaturgos áureos», Monteagudo, núm. 19 (2014), pp. 17-192.
-Jorge Fondebrider, «Un traductor español que vivió en Argentina», Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, 17 de noviembre de 2009.
-Iker González-Allende, «Semblanza de Ricardo Baeza Durán (1890- 1956)». En Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes – Portal Editores y Editoriales Iberoamericanos (siglos XIX-XXI) – EDI-RED, 2016.
-Olga Glondys, «Ricardo Baeza», en Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García, eds., Diccionario biobobliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, Sevilla, Renacimiento-Gexel (Biblioteca del Exilio), 2016, vol. I, pp. 260-265.
-Germán Loedel Rois, Los traductores del exilio español en Argentina, tesis doctoral, Universitat Pompeu Fabra, 2012.
-Andrés López Bermúdez, Jorge Zalamea. Enlace de dos mundos. Quehacer literario y cosmopolitismo (1905-1969), Bogotá, Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad de Rosario (Colección Textos de Ciencias Humanas), 2014.
Consuelo Triviño Anzola, «Federico García Lorca y Jorge Zalamea, un viajero colombiano en España», Actas del Encuentro Internacional Lorca: Viajero por América, Centro Virtual Cervantes.
miércoles, 24 de febrero de 2021
Nuevamente, por qué el DRAE es una basura
Durante 25 semanas de 2019 (ver bajo la rúbrica "Por qué no hay que usar el Diccionario de la Real Academia Española", en la columna de la derecha), este blog se dedicó a explicar en detalle las serias deficiencas del DRAE. Lo hizo sirviéndose de todo tipo de ejemplos (46, para ser exactos). Pero, en esa oportunidad, no se trató la definición de "retraducción".
El DRAE define así: "Traducir de nuevo, o volver a traducir al idioma primitivo, una obra sirviéndose de una traducción".
De tal definición resulta difícil entender si se habla de traducir nuevamente algo ya traducido, o si se trata de traducir algo ya traducido a la lengua de partida, como si ésta fuera una nueva lengua de llegada, o si, lisa y llanamente, se habla de "traducir" algo sirviéndose de una traducción previa. Si la definición fuera a ser cada una de esas cosas, debería al menos tener distintas acepciones. Pero no, los académicos, acaso apurados por ir a zamparse la correspondiente butifarra, decidieron poner todo en una única frase y abur.
El Merrian Webster, en cambio, define: "Traducir (una traducción) a otro idioma" y ofrece como segunda acepción "Darle forma nueva a una traducción".
Por su parte, el Collins dice: "Traducir algo que ya había sido traducido", y el Oxford, todavía más suscinto, "Volver a traducir".
En francés, se puede recurrir a las varias acepciones que presenta el diccionario del Centre National des Ressources Textuelles et Lexicales y descubrir allí que "retraducir" es a) traducir de nuevo, b) traducir a otro idioma lo que ya es traducción, c) reformular de otro modo una traducción dada.
Para el diccionario Larousse, "retraducir" es "Traducir de nuevo o partiendo de una traducción dada".
Los ejemplos podrían sucederse en otras varias lenguas, pero creemos que lo hasta acá expresado alcanza para explicar, una vez más, porque el DRAE es una basura, fruto de la mente retorcida de unos pobres mentecatos. Dicho con todo respeto, claro.
martes, 23 de febrero de 2021
Norah Lange traducida al inglés
"Una serie de viñetas luminosas describen la infancia de la redescubierta escritora modernista argentina. Los fragmentos independientes e interconectados comienzan con la partida de su familia a Mendoza, en 1910, y terminan con su rgereso a Buenos Aires y la muerte de su padre en 1915.
“Las notas de Lange cuentan historias íntimas y a medio entender del aparentemente pacífico mundo de la niñez, un reino habitado por una narradora excéntrica que busca pistas sobre la feminidad y su propia identidad. Observa: su hermana mayor pubescente, bañándose desnuda a la luz de la luna; la muerte de un caballo; y ella misma, una niña cambiante y prematura. Cómo lloraba, cuando la levantaban sobre una mesa y se vestía de niño, y cómo se reía, trepaba al techo de la cocina con ropa de hombre y tiraba ladrillos para anunciar su actuación.
“Lange
convierte su entorno doméstico en un laboratorio donde la extrañeza y el
erotismo se combinan en delicados y atrevidos destellos de brillantez
literaria.”
Tal es la presentación de la traducción al inglés de Cuadernos de infancia, de la escritora Norah Lange (1905-1972), volumen que acaba de ser traducido como Notes from Childhood, por la traductora Charlotte Whittle (responsable también de la traducción de Personas en un cuarto / People in the room), para la editorial británica And Other Stories.
lunes, 22 de febrero de 2021
Borges opina sobre las incapacidades fonéticas de los miembros de la Real Academia Española
En 2016, la Academia Argentina de Letras preparó una antología, titulada Borges esencial, que publicó la Real Academia Española, conmemorando los treinta años del fallecimiento del autor de El Aleph. Sin duda, se trató de un esfuerzo encomiable, que de ninguna manera remedia lo que Borges pensaba sobre la RAE.
Así, quien quiera enterarse, puede recurrir al prólogo de Elogio de la sombra, uno de los libros de poemas del autor, donde, luego de escribir "psalmos", aclara en una nota: "Deliberadamente escribo psalmos. Los individuos de la Real Academia Española quieren imponer a este continente sus incapacidades fonéticas; nos aconsejan el empleo de formas rústicas, neuma, sicología, síquico. Últimamente se les ha ocurrido escribir vikingo por viking. Sospecho que muy pronto oiremos habla de la obra de Kiplingo". Estas líneas, incluidas en un prólogo que se repetirá una y otra vez con cada nueva edición de Elogio de la sombra, son inapelables.
No es la única mención. En diversas entrevistas se refirió a la RAE y a sus miembros. Por ejemplo, en una de 1974, donde se lee: "Quienes elaboran el diccionario de la Real Academia Española son un grupo de desacreditados empeñados en que cada nueva edición sea más grande que la edición anterior". Luego, en 1985, dijo: "En la última edición de su abultado diccionario, la Real Academia Española hospeda demagógicamente las voces gongo, vikingo, salmo, sicoanálisis, sicología, sicológico, sicólogo, siquiatra y síquico". Más tarde, el mismo año, añadió: "El diccionario de la Real Academia Española es un espectáculo necrológico deliberado".
Todos estos datos son muy difíciles de refutar, incluso al cabo de los años, cuando la demagogia y estupidez manifiesta de los miembros de la Real Academia Española se ha intensificado, a pesar de que los mismos periodistas españoles han demostrado que la academia en cuestión no es más que un negocio y un instrumento de dominación (ver especialmente la entrada del 7 de febrero de 2020, en este mismo blog).
Más allá de las buenas intenciones, triste destino el de Borges: ser homenajeado por la institución que denostó y por la que no sintió ningún respeto.
Jorge Fondebrider
viernes, 19 de febrero de 2021
Fernando Sorrentino y un ejercicio de memoria
El pasado 17 de enero, el escritor Fernando Sorrentino publicó la siguiente columna en el diario La Prensa, de Buenos Aires. En ella da cuenta de un léxico todavía vigente en muchos aficionados al fútbol que los locutores de radio y televisión no han logrado enterrar.
jueves, 18 de febrero de 2021
Sobre la traducción de la literatura de los aztecas
El 27 de agosto de 2020, el escritor mexicano Hugo G. Freire publicó una columna en el diario Milenio, de su país, donde se refiere a la labor del sacerdote Ángel María Garibay (1892-1967), gran traductor de literatura azteca. Se reproduce a continuación.
miércoles, 17 de febrero de 2021
Luis Chitarroni reflexiona sobre la traducción
El pasado 14 de febrero, el diario Perfil, de Buenos Aires, publicó el siguiente texto de Luis Chitarroni (foto), que repasa el mundo de la traducción y una serie de hechos de toda laya vinculados a ésta. En la bajada de la nota se lee: “El universo de la traducción en Argentina tiene nombres célebres (¿qué universo no los tiene?) y, tal vez por eso, intentos de pasar desapercibido, rehuyéndole a la notoriedad para evitar la ignominia o la cárcel, depende del grado de difamación. También misterios (otra vez: ¿qué universo no los tiene?), y un buen número de historias desopilantes.
Las traducciones apócrifas
"Ningún problema tan consustancial con las letras y con su modesto misterio como el que propone la traducción”. En el pórtico de su inmenso Después de Babel, George Steiner, que no lo hablaba ni lo escribía, se atrevió a ubicar en castellano esta modesta proposición de “Las versiones homéricas”, ensayo de Borges incluido en Discusión (1957).
La Agentina es una república traducida, tanto si se tiene en cuenta esa constitución que, maliciosamente afirmaban, se tradujo de la de algún estado norteamericano, como el Dogma socialista, del que Groussac sostuvo que “si se le quitara todo lo que pertenece a Leroux, Manzini y Lamennais, solo quedarían las alusiones personales y los solecismos”. Y como si aún causara gracia ese epitafio de la revista Martín Fierro: “En esa casa pardusca, vive el traductor de Dante… Corre, antes de que te traduzca”. Averiguar quién lo hizo (¿Ricardo Molinari?) parece más importante que si el traductor sabía o no la lengua del Dante. El hecho de que un presidente argentino haya asumido el papel de traductor contiene una ambivalencia… ¡qué maravilla y qué facilidad! ¡Qué prosapia de ilustres tiene la patria y qué fácil y ligero es traducir que hasta un estadista lo hace!
La tarea de los traductores en ocasiones contadas exige la comparecencia de hombre de acción. Richard Burton, el explorador, antropólogo precoz y espía, tradujo, entre otras cosas, La mil y una noches, y Lawrence de Arabia, arqueólogo y también espía (cuando se trata de ingleses, el espionaje no siempre debe incluirse por añadidura), La Odisea. En cuanto a sus elecciones, dependen a menudo del arbitrio y cierto grado de voluptuosidad o masoquismo de esos mismos hombres. Burton, de acuerdo con su reputación de antropólogo y sexólogo temprano, no solo tradujo Las mil y una noches sino también el Kama Sutra y El jardín del Edén, libros de un arcaico, aunque inspirado, erotismo postural. Aunque ambos trabajaron sobre –o contra– muchas versiones precedentes, las raras virtudes que comparten resultan innegables.
Como podemos apreciar, la acumulación de conclusiones falsas parece conducirnos rectamente a la verdad.
Borges subraya que la traducción de Burton de Las mil y una noches es una venganza de Galland y de Lane, los esforzados y remilgados predecesores. Pero acaso también la coartada sea apócrifa. Ayuda a ocultar a un precursor velado: John Payne, otro inglés que publicó su traducción apenas un año antes que Burton.
Payne es el lado oscuro de la historia. De una nerviosa honestidad inexpugnable, se encargó de felicitar al capitán por sus excesos empíricos, aunque un tanto exhibicionistas, en las notas al pie, de esos relatos que él –el sigiloso John Payne– se limitó a traducir sin otro auxilio que el conocimiento del árabe.
En la Argentina, dos escritores, que son –o fueron– traductores de actividad perpetua y dan muestras de diferencias dominantes y de casi invisibles parecidos son Marcelo Cohen (Purdy, Ballard, Larkin, Roussel) y César Aira (Austen, Tate, Cheever, Spiegelmann, ¡Carrie Fisher!). Se ocuparon de paso de una larga lista de “encargos” que merecen una bibliografía aparte. Si bien el primero da muestras de simpatía con el material de trabajo, el último en rara ocasión lo hizo: Hebdómeros de Giorgio de Chirico y El señor de la luz, de Maurice Rénard, cuya traducción nos regaló en 2011, son excepciones. Rara vez prologan.
Elogio sombrío de lecturas comparadas.
Lo apócrifo tiene un hálito más reservado. El papá de Borges tradujo las
Rubayattas de Omar Khayam, que aún multiplican las ediciones piratas. De la
traducción de Fitzgerald al inglés, tan insosteniblemente elogiada. ¿Tradujo
Borges de veras todos esos títulos que llevan su firma? A menudo, él mismo ha
contado que no. Quienes se ocupaban, no siempre, del trabajo “duro” de
traducir, eran Leonor Acevedo, su mamá, salvaje unitaria, o María Kodama, su
mujer, discípula disciplinada. A lo sumo, él practicaría una corrección de
altura, diagonal, y el añadido de la firma, tal vez para otorgarle al salario
un valor adicional. ¿Las “marcas” de estilo borgeano en el Orlando de Virginia
Woolf son toques personales o rasgos de familia?
El gran rasgo adicional es que a menudo, si se tratara de un escritor menos o igualmente famoso, la firma garantice la calidad del texto vertido. Julio Cortázar tradujo a Marguerite Yourcenar, a Walter de la Mare y a André Gide y, en compañía de su mujer, Aurora Bernárdez, a Edgar Allan Poe (aunque a ella no se la nombre). Es una tarea que cayó en el olvido, aunque muchas ediciones “salvajes” las hayan saqueado. Eran tiempos en que la tarea no estaba tan mal paga como hoy. Con la plata que ganaron, Aurora y Julio se compraron, según cuenta ella, el primer departamento en París.
La traducción de Poe es también el tema atenagórico/panóptico de Zettel’s Traum, la novela enorme de Arno Schmidt, en la que muchos de los dilemas de la traducción se discuten, entre ellos el de que sean los libros de lenguaje más convencional los que más rápido se traducen. Y el raro carácter distintivo en la transmisión de autoridades de la lengua que los traductores tienen. Arno, sin nombres falsos, tradujo a sus “dilectos”, como Fenimore Cooper (el odio de Mark Twain) y Bulwer-Lytton. Y hasta al hermano menor de uno de sus dilectos, el diario completo de Stanislaus, hermano de James Joyce, libro que alguna vez tuvo como título uno extraído del Antiguo Testamento, El guardián de mi hermano.
También se corre el riesgo de aceptar el encargo por una sola vez. Tal cosa ocurrió con Cabrera Infante, que no firmó con su seudónimo cinematográfico, G. Cain, su traducción amañada de Dubliners. Una nueva se anuncia, de Edgardo Scott, en Godot. Onetti, empantanado en sus traducciones anónimas hasta el punto de hacer casi solo la revista Marcha, tradujo con su nombre The Very Earth (La verdadera tierra), de Sherwood Anderson, y acaso no satisfecho, o absorbido por sus tareas de novelista, no volvió al oficio, aunque muchos sostuvieran que su estilo verdadero era una traducción de Faulkner a un rioplatense educado por ríos y deltas distintos. ¿El Borges de Las palmeras salvajes?
Poetas de renombre y traductores sin lengua.
Mario Lancelotti , traductor de la mejor poesía alemana, entre otros, de los Himnos tardíos de Hölderlin, me contó una vez que, con unos amigos, habían “armado” un círculo de traductores, de acuerdo con el cual el que estaba más “necesitado” económicamente era aquel de quien ponían el nombre y quien cobraba la tarea. Es curioso que una de las primeras traducciones de Walter Benjamin, de Editorial Alfa, de Montevideo, haya aparecido también en su reedición de Edhasa, Barcelona, titulada Angelus Novus, traducida por H.A. Murena, de quien, a pesar de sus colaboraciones con Vogelmann, no se sabía que supiera alemán.
La idea de que no es posible traducir sin saber los idiomas de los que se traduce fue puesta en tela de juicio varias veces en el siglo XX por Pound, por Auden, por Lowell. Vladimir Nabokov, que tenía un desprecio innegable por esas proezas penosas, había inventado para estos dos últimos un apellido compartido: Lowden.
A veces, el prestigio del traductor oblitera. En una literatura poblada por traducciones tempranas, como la inglesa, los mandatos solían cumplir un raro designio. El encargo que Lawrence de Arabia hace a Robert Graves de que tradujera El asno de oro, de Apuleyo, por ejemplo. Era uno de los libros que habían acompañado, ocultos en alforja o aldaba, la rebelión del desierto.
Apuleyo se tradujo del latín, pero el inglés que resulta, de acuerdo con la descripción del propio Graves, es un inglés de purple patches, ornamental y kitsch, cuyos estallidos desconciertan o encandilan la prudente luz de la buena prosa.
Tal cosa no ocurre, según se cuenta, en la literatura checa. Franz Kafka tenía una instrucción clásica no muy sólida a causa de cierto descuido de los profesores de alemán en Praga. Y acaso esa resistida inasistencia favoreciera el método de invención kafkiano, auxiliado por la inconstancia perfeccionista (en gran medida, la mayoría de sus narraciones quedaron inconclusas hasta la fecha de su muerte), y el invento limitado por una especie de concisión jurídica. La muerte es infalible con los puntos finales.
Mapas
dibujados por espías.
Durante años, Góngora le reprochó a Quevedo su traducción de Anacreón.
Era intercambio consecuente, porque Quevedo llamaba al idioma del cordobés “la
culta latiniparla”. En una partida de cartas que no abolirá el ajedrez, Pierre
Ménard traduce esa condena conceptista La
boussole des precieux.
Una buhardilla oscura y escarpada en la calle de las librerías de viejo del viejo Londres, Charing Cross, le bastó a Arthur Machen, de prestigio aun no consolidado ni evasivo, para traducir al inglés las memorias de Casanova. El prestigio que Machen ha adquirido como narrador es el nombre de una clave o consigna entre connoisseurs. Pero tardío, posterior.
Las malas condiciones de un buen estilo están todas presentes en la traducción de Machen de Casanova, no su conocimiento de la lengua de la que vierte. Creo que Proust decía que los mejores poemas están escritos en una lengua extranjera. Es cierto, por lo menos en dos sentidos: procura una versión opaca y homogénea, generosamente insustituible, y propone los requisitos que Fray Luis de León supo exigir. Machen había aprendido su francés de un oblicuo y raramente profético Ménard, sostiene en Things Near and Far (Cosas de cerca y de lejos).
En muchas ediciones posteriores a la original de Casanova, en seis tomos, el nombre del hombre que hizo el trabajo por un salario miserable ha sido borrado. Machen dice que no hay manera de entender la época de Casanova, que era la de la Enciclopedia, volteriana y deísta, por lo menos en lo intelectual, si no se leen las memorias de Casanova, libro o libros que, cuando quiso adaptar al cine, aburrieron a Fellini hasta el hastío.
Sin embargo, el manuscrito que dos hermanos “editores” londinenses le alcanzaron a Arthur Machen en esa buhardilla de Charing Cross había tenido ya una larga trayectoria. El propio caballero de Seingalt, Jacques o Giacomo Casanova, en una época plagada de monstruos de su tipo (Cagliostro, St. Germain), lo había soltado muy a su pesar. El manuscrito, que conservó Brockhaus en Alemania, tuvo el lujo, como el Cervantes con el de Avellaneda, de competir con un contemporáneo apócrifo.
Otro pícaro de características semejantes competía en el modo de “pintar la época” de manera inolvidable. Con vehemencias, pleitesías y mentiras parecidas a las de Giacomo. Después, algunos de los episodios, como la huida del presidio inquisitorio de Los Plomos, fueron distribuidos, por algunos, a Stendhal, enigmático y magistral “plagiario”, de modernidad inalcanzable. Bien podría haber sido también uno de los escribas “negros” de Alexandre Dumas pére.
Tantas plumas al acecho.
Madame d’Urfé, Madame de Chatelet, Madame du Deffand… Sin intento de parodia, ¿qué siglo no es un siglo de manos? Los mejores momentos de las memorias, aparte de la suave torpeza generacional con la que Giacomo Casanova supone extraer el mal gusto, estremecen en los bordes, no en la plenitud de la página, como ocurre con Pepys, que tiene una pasión amatoria y un poliglotismo apócrifo parecidos. Son esos momentos en que confunde la verdad con su experiencia y da por cierto aquello que huye en rebaño y abandona el vacío pleno de lo empírico imperial, sustituido hoy por una verdad de apuro, que los historiadores y sociólogos han repuesto, piezas de un jigsaw puzzle.
Formas y
firmas.
Todo se decía, todo se escribía, se decía más de una vez en ese siglo
redundante, tan redundante como este, con sus redes sociales. Solo hay que
agregarle ciertos perifollos, embelecos, arabescos y cascabeleos de la época.
Modelos y modales. Que no se crea que eso es estilo.
En algún lugar, Pevsner establece que el estilo proviene de una imprevisión repentina y que el resto es el curso de un ostinato, el rigor del continuo sobre las líneas férreas del tiempo disfrazado, no ya de experimento sino de flecha. Transcribir esa improvisación le sienta a la traducción de Machen. Parece tener que ver con su rutina de buhardilla, con sus visiones de una ciudad de Londres que acepta la extinción fulgurante de la Londres cavernosa del siglo XIX y emprende a paso lento el continuo de una falsa invasión al pasado.
La templanza y la opacidad amigadas con cierto aire de engaño, o por lo menos de ambigüedad, convienen a las traducciones canónicas. Eso suele ocurrir, y favorecer la difusión, sin otro mérito de grandeza para el traductor. Y suelen adoptarse y perder el nombre del traductor. En cierta ocasión, Bianco, editor de la revista Sur, casi secretario de Victoria Ocampo, después de comprobar que una gran cantidad de traducciones anónimas que se publicaban en la revista pertenecían a Borges y a Bioy, comenzó a mirarlos con recelo y a tratar muchas de las señoras trilingües de la alta sociedad con la misma tolerancia, dando por sentado que “ellos” las habían hecho. Peor le fue a Javier Marías, que supuso la intervención de Bioy y Borges en la fragua secreta del estilo de Thomas Browne solo porque en las ediciones de Religio Medici que él consultó faltaban unos fragmentos de la vieja edición de Faber and Gwyer, la de la biblioteca de Bioy.
De legiones y de nombres.
Recuerdo haber conocido a José Bianco poco después de que ganara un juicio por la publicación de unas historias de Henry James que tradujo como nadie, en gran medida porque acaso el escritor y el traductor tuvieran con la ambigüedad una relación estrecha parecida, y contuvieran el aliento ante sombras disfrazadas. Estaba, raro en su carácter, exultante.
En una época, contábamos las traducciones de Aníbal Leal y creíamos en
la versión de una comitiva de imprudentes galeotes trabajando a sus órdenes, o
algo parecido a esa sentencia de Scott Fitzgerald sobre Waldo Frank: “Creí que
era el nombre adoptado por una cohorte para asistir a todos los coloquios y
congresos de literatura del mundo”.
A veces, las editoriales (ahora sobre todo los autores/traductores)
hacen acopio de traducciones anteriores, ya vueltas casi anónimas, o inventan
un nombre que se ocupa de las que nadie quiere comprobar siquiera si son
correctas, o lo arman con los elementos más a mano, John Smith, como hacían los
productores de Hollywood, por un film que no admitiera el nombre de un director
con reputación y prestigio, alguien que anduviera por ahí.
A veces se imponen otros motivos. Cuando la traducción de Lolita
apareció la primera vez en Sur, Enrique Pezzoni, a causa de una prohibición
municipal de la circulación del libro, era profesor en más de una escuela, y
tuvo que optar por el apellido Tejedor.
Otro de los editores/traductores con mejor olfato, Paco Porrúa,
acaudalaba hasta una última corrección, postergada siempre, títulos, por
ejemplo, de Bradbury, que bien sabía volver a bautizar en castellano, y que
cuando se publicaban llevaban el nombre de traductor de Francisco Abelenda. A
veces delegaba esa tarea en Marcial Souto.
Traductor “resistente” era José Luis Echeverry, a quien debemos los
tomos de Freud que hicieron tantos recorridos por las mesas de los bares de
Corrientes en los años de la dictadura. Se había impuesto que esa era la
traducción “correcta”, no la de López Ballesteros, que había congratulado en su
tiempo el propio Sigmund. La traducción directa del alemán de Echeverry venía
avalada por la Standard Edition en inglés, que habían trabajado Alix y John
Strachey, la cuñada y el hermano de Lytton.
Después, la de López Ballesteros recuperó la consideración de los
lectores, y el revisionismo volvió a instruir desde los tomos pardos de
Aguilar, elegantes y encuadernados. Las “épocas” y las modas duran menos que
las vidas, pero alcanzan a relevarse con mayor velocidad.
Nombre falso. Durante años, Guillermo Piro y yo estuvimos perplejos por
la traducción de Los siete pilares de la sabiduría, de T.E. Lawrence. En la
edición de Sur decía: “Traducción: R.A.” Fantaseamos que se trataba de Ramón
Alcalde, que tan buenas traducciones había hecho para la literatura argentina
en las ediciones de Carlos Lohlé, como La locura de un genleman y Las memorias
de un enfermo nervioso, de Schreber. Pero las que traducía, o las que había condescendido
a firmar, llevaban su nombre.
Hace poco emergió una nueva traducción de Los siete pilares, con el aval
territorial de un nombre muy admirado, Alfonso Reyes. Eso da R.A. al revés,
reduccionismo con ínfulas cabalísticas.
¿Habrá tenido tiempo el polígrafo mexicano, a quien buenos poetas
traductores (Juan Almela/Gerardo Deniz) encuentran culpable en algunas de sus
múltiples “traiciones” de tantos descuidos y desdenes por la verdad, y hasta de
“préstamos” transcritos sin mención del damnificado, de traducir la obra de
Lawrence entera y sin deterioro. ¿Será de veras él el exhumado? Piro dio una
vez con la solución verdadera del enigma cuando encontró la edición en francés
de la traducción de Sur muy anotada y subrayada por la propia Victoria, admiradora
confesa maltratada por Christopher Isherwood en The Condor and the Cows. La
traducción había sido tan mala que el acrónimo se impuso. Como ocurre con toda
revelación, esta se escapó rápidamente de su dueño.
Cuando tradujo La Odisea al inglés, Thomas Edward Lawrence solo se
atrevió a hacerlo como T.E. Shaw. Todo nombre falso es el inicio de una
genealogía de apócrifos . Hay quienes sostuvieron entonces que el padre
verdadero del heroico espía en disfraz agareno era George Bernard Shaw, algunos
de cuyos recursos irónicos el heroico espía en disfraz de agareno habría
remedado. No el de ser longevo.
martes, 16 de febrero de 2021
Un discurso formal de la presidente de International Publishers Association
El 2 de febrero pasado, la editora Bodour Al Qasimi (foto), presidente de International Publishers Association, publicó en Medium el siguiente resumen de lo ocurrido en el mundo editorial en 2020 y las expectativas que hay para 2021. Este texto fue traducido especialmente para este blog por Julia Benseñor.
lunes, 15 de febrero de 2021
Constancia de los varios libros de Fiodor Dostoievski traducidos en la Argentina
“Desde el año 2004, y gracias a la apuesta de Ediciones Colihue, los traductores están trasladando a Dostoievski en Argentina directamente del ruso.” Eso dice la nota de Carlos Daniel Aletto publicada por la agencia TELAM el pasado 8 de febrero.
A 140 años de su
muerte Dostoievski explicado por los traductores de su obra
Hace 140 años, a las ocho y media de la noche del 9 de febrero moría a los 59 años a causa de una hemorragia pulmonar asociada a un enfisema y un ataque epiléptico, Fiodor Dostoievski, el autor de obras cruciales como Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov, que según traductores y críticos argentinos fueron “víctimas” de traducciones distorsionadas o incompletas que obturaron el contacto con el humor y la potencia de la narrativa dostoievskiana.
“Dostoievski fue el último gran genio en términos de grandeza literaria y filosófica. Después cuesta encontrar escritores de ese calado. Está a la altura de Dante, Shakespeare, Goethe”, señala a Télam el eslavista Alejandro González, presidente de la Sociedad Argentina Dostoievski.
Para este año de doble conmemoración “redonda” –el
bicentenario de su nacimiento y los 140 años de su muerte– habrá muchas
actividades alrededor de la figura del escritor, quien nació en Moscú el 11 de
noviembre de 1821. ”Todas las mesas redondas, conferencias, encuentros y exposiciones
serán virtuales, ya que el país organizador, Rusia, es uno de los más golpeados
por la pandemia”, señala el investigador, quien está a la expectativa de que la
situación sanitaria mejore para organizar en Argentina los homenajes locales al
autor de Humillados y ofendidos.
González realizó estudios de posgrado en la
Facultad de Filología de la Universidad de Petrozavodsk, Rusia. Vivió en San
Petersburgo entre 2006 y 2014, tradujo una treintena de títulos y ganó el
prestigioso Premio Lee Rusia / Read Russia por la traducción de El doble de Dostoievski para la
editorial Eterna Cadencia.
Respecto a la influencia del escritor en la
literatura argentina, el traductor, marca dos referencias claras: la de Roberto
Arlt en la primera mitad del siglo XX y la de Ernesto Sábato en la segunda
mitad.
Por su parte el crítico José Amícola, quien se
doctoró en 1982 en Alemania con una tesis sobre Roberto Arlt y publicó en 1995
el libro Dostoievski, polifonía y
disonancia, coincide en señalar a los mismos escritores. Y aclara: “Hay
tres puntos en Dostoievski. La polifonía por una parte y, relacionado con este
aspecto formal, la cuestión de la escucha de los discursos sociales y un
tercero, el más fabulosamente difundido en todo el mundo: la versión del alma
torturada del individuo”, resume.
Arlt que asumió todos los lineamientos de Dostoievski: la polifonía que es esa capacidad de hacer escuchar las diferentes voces y percibir diferentes escuchas, por ejemplo, los anarquistas, la derecha y los fascistas. En el alma torturada uno puede pensar en Remo Erdosain, el protagonista de Los siete locos”, destaca.
Sábato, especialmente con su primera novela El túnel y luego, también con Sobre héroes y tumbas, especifica
Amícola, “tiene una línea con el escritor ruso. Luego aparece filtrado a través
de otros escritores que recibieron la primera influencia del autor de Los hermanos Karamázov. El crítico
argentino señala a Samuel Beckett, “que en los autores y las autoras jóvenes
aparece siempre, en su complejidad, el personaje muy intrincado, el que se da
mucha manija”.
Eugenio López Arriazu es traductor de ruso,
inglés, francés, latín, búlgaro y serbio, y además director de la cátedra de
Literaturas eslavas en la UBA. Traductor de El
jugador, señala que “la obra de Dostoievski sigue conmoviendo a quienes lo
leen por sus temáticas” y asegura que “cada momento histórico relee su obra en
una clave particular”. “Por su novela Los
demonios, para citar una de sus grandes obras, ha sido leído como
antinihilista en el siglo XIX y como profeta de la revolución rusa en un
sentido negativo por el filósofo N. Berdiáev, pero en otro positivo por el
revolucionario A. Lunacharski”, detalla.
Por su parte, el traductor pampeano Omar Lobos,
quien ha realizado las primeras traducciones argentinas directamente del ruso
de Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov, destaca que “Dostoievski
es un autor siempre inquietante y actual para el público lector. A menudo se lo
descubre ya en la adolescencia y es una suerte de aguijón fatal. ¿Y por qué
subyuga?” se pregunta. Responde: “En principio, hay una maestría novelística
superlativa en él, para utilizar todos los recursos del suspenso (aun los más
baratos) y sostener la trama con intrigas permanentes, elementos que provienen
del folletín, de la dinámica comercial de la novela folletinesca”.
“Otro elemento es el trazado fuerte de sus
personajes, cualquiera sea el rango (principal, secundario, circunstancial),
que los vuelve particularísimos y 'extravagantes' a pesar de su sujeción a los
preceptos realistas, que aspiran a la configuración de 'tipos', es decir,
personajes que expresan una generalidad antes que una particularidad. Es el
caso de Raskólnikov, por ejemplo, un estudiante del común, que se decidió a
hacer lo que en su época podía decidirse a hacer 'cualquiera'“, remarca el
autor de “F. M. Dostoievski durante la Rusia soviética”, “La edición de
Dostoievski en Brasil”, y “La poderosa música (una traducción de Crimen y castigo)”.
“Sin embargo, es uno de esos personajes de la
literatura universal que trascienden el marco de la novela, y tiene fama y
entidad pareja con las de Don Quijote, Hamlet, Fausto. Y otros componentes sin
duda potentes en la narrativa dostoievskiana son el humor (a menudo en una
combinación grotesca) y la poesía”, resalta Lobos estos aspectos literarios.
En esa línea González agrega: “Recién en los
últimos veinte años en el mundo hispanohablante los traductores y críticos
estamos intentando recuperar al Dostoievski escritor con un fino sentido del
humor, mucha sensibilidad, con la recuperación del habla cotidiana de los
rusos, incluso de cierta jerga –destaca–. La crítica occidental fue responsable
de convertir a Dostoievski en un gran filósofo, un existencialista. El propio
Sábato lo lee así a través del existencialismo francés, y algunos hasta lo ven
como un psicólogo y pierden de vista al escritor que trabaja con el lenguaje,
retuerce el idioma ruso, como lo fuerza para llevarlo a donde él quiere”.
López Arriazu cuenta que su experiencia con la
traducción de El jugador le “implicó
captar, con el detenimiento que requiere una tarea que avanza palabra a
palabra, leyendo y releyendo, precisamente las sutilezas psicológicas de uno de
esos personajes incómodos y desacomodados”.
“Traducir a Dostoievski implica captar esta
psicología deteniendo el vértigo de un torrente de oralidad, para restituir
luego ese torrente”, concuerda con el resto de los traductores argentinos.
González resalta que todos los escritores argentinos
leyeron a Dostoievski en traducciones: “Borges lo leyó a través de Constance
Garnett, la primera traductora de literatura rusa en el mundo inglés. Sus
traducciones eran muy imperfectas, no estaban completas ni tenían un trabajo
filológico académico”, puntualiza. Garnett recibió varias críticas de rusos que
conocían el inglés, por ejemplo de Joseph Brodsky, de Vladimir Nabokov y
Serguéi Dovlátov”.
Borges leía en esas “traducciones viejas, del
inglés victoriano, que no reflejaban las cuestiones de estilo de Dostoievski
quien 'sonaba' como León Tolstói, Nikolái Gógol, Aleksandr Pushkin, Iván
Turgénev y Antón Chéjov. Garnett pasaba el rodillo de la lengua inglesa y se
perdían todas las particularidades específicas”, señala González y agrega otro
detalle: “Las traducciones al castellano eran de ediciones en inglés o en
francés: una doble mediación que jugó bastante en contra de conocer al
verdadero Dostoievski escritor”.
Desde el año 2004, y gracias a la apuesta de
Ediciones Colihue, los traductores están trasladando a Dostoievski en Argentina
directamente del ruso. Así se han publicado Crimen y castigo, Memorias del
subsuelo, Los hermanos Karamázov,
El jugador, y está en proceso para
ser editada este año tan especial otra de sus más célebres novelas: El idiota.