En los últimos días, hemos asistido al escándalo motivado por el veto llevado a cabo por la editorial holandesa Meulenhoff a la escritora y traductora Marieke Lucas Rijneveld, luego de las críticas de la activista cultural bátava Janice Deul, quien presionó en las redes sociales para impedir que una persona blanca tradujera a Amanda Gorman, una joven poeta afroamericana. Otro tanto pasó en España, con el poeta y traductor catalán Víctor Obiols, esta vez vetado por la editorial Viking Press, con el agravante de ser, no sólo blanco, sino también hombre.
Asimismo, tal como lo revela el escritor y crítico musical Diego Fischerman, los profesores de piano de la Special Music School del Kaufman Music Center de Nueva York firmaron una nota donde justificaban la prohibición de dos piezas compuestas por Claude Debussy a principios del siglo XX, inspiradas en bailes negros, porque “ya no son aceptables en nuestro paisaje cultural y artístico actual. Queremos hacer de nuestra escuela un lugar donde todos nuestros estudiantes se sientan contenidos y estas dos piezas tienen connotaciones racistas y obsoletas. Afortunadamente el repertorio de piano es vasto y no faltan alternativas”.
Lejos de las cuestiones raciales y de género, pero siguiendo una lógica igualmente intolerante, el pasado miércoles, la librería Kokoro, de Pringles 1152, C.A.B.A., luego de las declaraciones ante la justicia realizadas por Beatriz Sarlo, llamó públicamente por Twitter a quemar los libros de la autora. La paradoja quiere que fuera Cecilia DiGioia, la librera dueña del local, la que propusiera la quema. Aparentemente, alguien debe haberle advertido sobre el significado simbólico de ese llamamiento, porque el mensaje fue borrado, aunque no tan rápido que no pudiera ser publicado en varios medios, revelando asimismo los 57 “likes” que recibió la publicación. Más tarde, DiGioia dijo que se trataba nada más que de "una ironía", "una broma". Si así fue, su sentido del humor debería ser objeto de estudio por parte de un comité de científicos.
Todos estos datos ilustran del estado de situación al que nos está conduciendo un sector del pensamiento que malentiende la idea de progresismo y que, sin duda, le está causando un terrible mal a los ideales que dice defender. Apoyándonos en estos ejemplos, lo que se ve con toda nitidez es un marcado parecido con las prácticas autoritarias que el progresismo supone criticar. Por supuesto, no debe subestimarse la estupidez.
Jorge Fondebrider
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