En sintonía con lo publicado los días 1 y 9 de junio pasados en sendas entradas de este mismo blog, el 12 de junio, en el diario digital InfoBAE, Claudia Peiró, Licenciada en Historia, que desde 1990 se dedica al periodismo –es redactora y editora en Infobae, fue productora de radio y televisión para Radio América, ATC, América TV y C5N, entre otros medios, y ganadora del Premio Santa Clara de Asís 2014 por su cobertura del pontificado del cura Jorge Bergoglio, además de ser miembro del Foro Patriótico–, opinó sobre el lenguaje inclusivo. Lo hizo apelando a distintas “autoridades”, como el plagiario Arturo Pérez Reverte, el escritor neo-liberal Mario Vargas Llosa, el mamarracho de Santiago Muñoz Machado presidente de la Real Academia Española –una de las instituciones privadas más desprestigiadas de la Península– y varias instituciones argentinas –entre otras la Academia Argentina de Letras, la Academia Argentina de Educación– que, como decía Jorge Luis Borges, “de tanto en tanto informan al diccionario de la RAE como se nombran los yuyos de Catamarca”.
Más allá de lo que cada uno piense sobre la aparición del lenguaje inclusivo, su viabilidad, la forma en que incide sobre la lengua y las posibilidades que tiene de imponerse, apelar de manera acrítica a lo que otros dicen, sin siquiera evaluar por qué lo dicen y qué intereses tienen en decir lo que dicen es una simplificación. Seguramente, esta señora no ha puesto el grito en el cielo cuando los periodistas que trabajan en los medios donde ella circula dicen “punto álgido” (que, en rigor es el punto más frío de algo) cuando se quiere mencionar exactamente lo contrario: el punto más caliente de una situación. Tampoco debe haberle prestado atención al disparate que implica decir “enervar” (por ponerse nervioso), que en realidad significa “eliminar el nervio”, lo que termina con el nerviosismo. Para no hablar de fealdades como “maximizar”, “priorizar”, “asumir” (por “suponer”), etc. Esos errores, como muchos otros, que diariamente pueden encontrarse en las páginas de InfoBAE, Clarín, La Nación y otros medios, se han impuesto en la lengua, justamente porque ésta es dinámica y, como señalaba Ferdinand de Saussure, una de las instituciones más democráticas ya que en ella intervienen todos los hablantes: tanto los que hablan “bien”, como los que hablan “mal”, incluidos los gobernantes, los políticos y, claro, los y las periodistas.
Y hablando de Roma, en su nota, Peiró escribe: "La igualdad legal entre géneros es total en la Argentina, excepto por el hecho de que las mujeres se jubilan antes". Al afirmar esto, tal vez no haya notado que a igual trabajo las mujeres suelen tener retribuciones más bajas que los hombres, para no hablar de la distribución de los puestos gerenciales tanto en las industrias, las empresas o las áreas de investigación, donde las pirámides cimentadas por mujeres suelen terminar generalmente en un jefe varón
Lenguaje seudo inclusivo: los académicos salen al cruce del absurdo lingüístico e ideológico
Lo más insólito de esta tendencia es que sus cultores presentan
manuales sobre un lenguaje cuyas reglas –si las tiene– ni ellos mismos conocen,
considerando la frecuencia con la cual caen en el grotesco: “bonaerenses y
bonaerensas”, “el equipo y la equipa”;
la “albañila”... Eso en el plano local, pero también tuvimos que escuchar un
“millones y millonas”, del inefable Niolás Maduro; el “miembros y miembras” del
presidente del gobierno español Pedro Sánchez; o, peor aun si cabe, el
“portavoces y portavozas”, de su ministra de Igualdad, Irene Montero...
Ya lo dijo el escritor Arturo
Pérez Reverte: el lenguaje exclusivo es “una estupidez”, y el Nobel de
Literatura Mario Vargas Llosa lo calificó directamente de
“aberración”.
En sentido contrario, instituciones que deberían
cultivar la excelencia, ser custodias y transmisoras de cultura, como algunas
facultades de la UBA, promueven estos barbarismos que degradan el idioma,
en nombre de este capricho snob.
Para enderezar las cosas, y en
la línea de pronunciamientos previos y reiterados de instituciones como la Real
Academia Española y la Academia Argentina de Letras, la Academia Nacional de
Educación también se pronunció con un contundente rechazo a la pretensión
igualitaria de este lenguaje: “Los estilos inclusivos no contribuyen
a señalar la igualdad de los sexos sino que, por el contrario, sugieren la
existencia de una rivalidad y no de un encuentro fundamental y profundo
entre ambos”.
Además de señalar que este
lenguaje “complejiza la lengua tanto como su enseñanza”, la Academia
apunta a la intencionalidad y a la ideología de quienes lo promueven.
Anteriormente, la Academia
Argentina de las Letras había calificado al lenguaje inclusivo como resultado
“de una posición sociopolítica que desea imponer un grupo minoritario”. Su
presidente, José Luis Moure, afirmó que “no surge como cambio ‘desde
abajo’”, sino “como una propuesta ‘desde arriba’”. “Un sector minoritario de clase media ilustrada pretende que esa reivindicación se imponga de forma manifiesta en el lenguaje”, señaló.
La Real Academia Española ya
había rechazado la alteración artificial de “la morfología de género en
español bajo la premisa subjetiva de que el uso del masculino genérico
invisibiliza a la mujer”, apuntando contra uno de los principales argumentos de
los inclusivistas, que suele ir acompañado por una lectura de la
historia en clave de guerra de sexos.
La Academia Argentina de
Letras recordó aquello que todos aprendimos en la escuela: que “el género
no marcado abarca explícitamente a los individuos de uno y de otro sexo sin
menoscabo de nadie”.
El comunicado de la Academia
Argentina de Educación menciona la posición adoptada por las autoridades en
Francia -tanto académicas como políticas- que prohibieron la escritura
inclusiva en la administración y, sobre todo, en la Escuela. “Es
perjudicial para la práctica y la inteligibilidad de la lengua francesa” a la
vez que su “complejidad e inestabilidad constituyen obstáculos tanto para la
adquisición del lenguaje como para la lectura”, explicaron.
De esta neolengua, la pose más del gusto de los
políticos –y las políticas, justamente– es la del desdoblamiento en
masculino y femenino de cada sustantivo o adjetivo que se pronuncia. La
Academia lo considera innecesario –¿hace falta decirlo?– y señala que “atenta
contra la economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas”.
Estrictamente hablando, su uso
no es incorrecto –salvo en las versiones de algunos desbocados como las citadas
al inicio de este artículo–. Sin embargo, la Academia recomienda evitar
estas repeticiones porque son “agotadoras y afectadas” y “lentifican la
sintaxis”.
Pero la moda inclusiva no respeta nada, ni siquiera los neutros. Así como no pueden explicar por qué hay que feminizar un sustantivo que ya es neutro en castellano –concejal, albañil, estudiante– o adjetivos que terminan en la neutra “e” -bonaerense-, tampoco se sostiene el argumento de que hay que desdoblar para visibilizar a la mujer. Eso implica suponer que por siglos las mujeres no estuvieron incluidas en ningún discurso ni se sintieron abarcadas por ejemplo, por el “¡Trabajadores del mundo uníos!”, por citar un clásico que alguna vez acariciaba los oídos de los que hoy han sustituido la lucha de clases por la lucha de sexos, nuevo motor de la historia.
Además de engorroso, el
desdoblamiento alarga innecesariamente discursos y textos. Imaginemos lo
que sería nuestra Constitución si siguiéramos el ejemplo de la bolivariana
Venezuela. Para muestra basta un artículo de la Carta Magna chavista que
los practicantes de este estilo deberían leer en voz alta para tomar conciencia
de la cacofonía: “Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin
otra nacionalidad, podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la
República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o
Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional,
magistrados o magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o
Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de
la República, Contralor o Contralora General de la República, Fiscal General de
la República, Defensor o Defensora del Pueblo, Ministros o Ministras de los
despachos relacionados con la seguridad de la Nación, finanzas, energía y
minas, educación; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de los
Estados y Municipios fronterizos y aquellos contemplados en la ley orgánica de
la Fuerza Armada Nacional.”
Leerlo da vértigo. Sobran 28
de las 120 palabras de este párrafo. Pero no se entiende por qué raro
capricho “fiscal” escapó a la inclusión bolivariana y no mereció ser desdoblado
en “la fiscala”...
Como bien dijo el director de
la RAE, Santiago Muñoz Machado, “el desdoblamiento altera la economía
del idioma y estropea una lengua hermosa”. Es feo, digámoslo claramente.
La armonía y la estética de un
lenguaje no son aspectos desdeñables. El llamativo desdoblamiento en “el equipo y la
equipa”, por parte ni más ni menos que de la vicegobernadora del Chaco, Analía
Rach Quiroga, resulta antes que nada disonante.
José Luis Moure recordaba que, en los cambios
lingüísticos y “en lo que atañe a la gramática propiamente dicha, suele
prevalecer casi siempre una simplificación del sistema”, lo que a
todas luces no es el caso del lenguaje inclusivo.
“No deben forzarse las
estructuras lingüísticas del español para que se conviertan en espejo de una
ideología, pues la Gramática española que estudiamos no coarta la libertad
de expresarnos o de interpretar lo que expresan los demás. Lo afirmamos con la
convicción de que una lengua que interrelaciona nunca excluye”, decía un
documento elaborado por otra autoridad de la Academia Argentina de Letras, Alicia
María Zorrilla.
La Academia Nacional de
Educación también afirmó que “los estilos inclusivos” alteran la lengua “hasta
formas que resultan incómodas para el sano sentido común de la
sociedad”.
Y ya que de sentido común se
trata, Zorrilla preguntaba: “¿Cómo pueden leerse palabras como niñ@s,
niñ*s o niñxs?”, dado que la arroba “no es una letra” ni la equis una vocal…
El fundamento de esta neolengua es que se le atribuye a la palabra el poder de superar los problemas. Al que cree que el lenguaje forma el pensamiento, y no al revés, le parece que basta con desdoblar para “construir” igualdad. ¡Cuánto más cómodo, fácil y seguro es combatir supuestas injusticias en el idioma antes que las verdaderas desigualdades en la realidad!
No falta el rasgo autoritario en estas vanguardias iluminadas que, paradójicamente, en nombre de la lucha contra estereotipos “impuestos”, quieren obligar a la gente a hablar “bien”, e imponer, a través del lenguaje inclusivo, una visión sesgada de la sociedad y sus problemas.
El argumento pro lenguaje
inclusivo sostiene que éste muestra las desigualdades y visibiliza lo que por
siglos estuvo oculto: la existencia de las mujeres. Toda una revelación.
En los años 80 y 90, cuando
nadie hablaba en inclusivo, se produjo la gran apertura a la participación
política de la mujer en el poder legislativo –Ley de Cupo 1991– y la
igualación civil, con la patria potestad compartida, entre otros. Cabe preguntarse cómo
un parlamento para el cual la mujer era invisible, votó la inclusión de un
tercio de mujeres en todas las listas. Es algo que no encaja en la lógica
de los promotores del lenguaje no sexista.
El masculino plural refleja el
dominio del macho en el orden social, afirman. Y si antes denunciaban la
explotación capitalista y hasta las guerras como expresión de la competencia
económica entre las potencias, hoy ya se olvidaron de los soldados
desconocidos, los obreros o los mineros. Varones bien visibles y
privilegiados. En la nueva versión de la evolución humana, la historia es
resultado de la explotación de las mujeres por los varones. Estos se
apropiaron siempre de todos los bienes y de todo el poder. Pero eso al fin
se va a acabar gracias a “todos, todas y todes”.
Me parece que este blog está eligiendo a los peores críticos del llamado "lenguaje inclusivo". Podrìa equilibrar un poco la balanza. Hay quienes pensamos que la campaña autoritaria para imponer una determinada modificación de las lenguas tiene una fundamentación torpe, casi grotesca. De paso, el académico aquí citado puede ser objeto de muchas críticas, pero no llamado mamarracho. Creo que el Club debe dejar de hacer alarde de estas bravuconadas.
ResponderEliminarTengo la impresión de que en el blog ha habido comentarios a favor y en contra del lenguaje inclusivo, y que, si se los recorrer sistemáticamente, habrá buenos y malos, tanto a favor como en contra, porque justamente la idea ha sido equilibrar ambas posiciones, poniéndolas de manifiesto por lo que tienen de sensatas como por lo que tienen de disparatadas. En ese sentido, no tengo la sensación de que se haya desviado ni en uno ni en otro sentido el fiel de la balanza.
ResponderEliminarRespecto de Santiago Muñoz Machado, de él nos hemos ocupado numerosas veces en su función de director de la RAE. En cada oportunidad ha puesto en evidencia su soberbia y falta de claridad, como cuando propone un diccionario jurídico panhispánico, considerando acríticamente que el Derecho no es el mismo a uno y otro lado del Atlántico, sin hablar de las diferencias existentes entre los países que hablan la lengua castellana. Este sólo elemento bastaría para considerarlo grotesco. Adelantándome a otras objeciones, aclaro que en el caso de Pérez Reverte, perdió un juicio por plagio en todas sus instancias y tuvo que indemnizar al plagiado (tema que, al igual que el plagio que su hija hizo de una traducción de Shakespeare, seguimos detenidamente en el blog. Finalmente, Vargas Llosa misma habló de su credo neo-liberal en numerosas ocasiones.
Mamarracho no es la palabra que se adecua a la descripción que hacés. No es grotesco tampoco lo que propone, aunque sí muy revelador de la política unitaria de la Academia: un solo castellano, un solo diccionario. En este caso, un solo diccionario específico del Derecho en castellano. De los demás no hablé. Me tiene sin cuidado el juicio a Pérez Reverte tanto como sus opiniones sobre el lenguaje inclusivo. Y aunque Vargas Llosa se haya autodefinido como neoliberal, esta es una palabra sin sustancia, proveniente de la jerga sociológica. El liberalismo es siempre el mismo desde 1792, en lo económico y en lo político. La partícula neo se usa ahora, queda bien en este y en otros muchos casos, lo comprendo
ResponderEliminar¿Cuál sería entonces la palabra, Jorge? Acepto ofertas.
EliminarY sí, ya sé que no hablaste de los demás. Pero fijate que dije "adelantándome a otras objeciones", y no "a otras objeciones que fueras a hacer". Dado que no estuviste de acuerdo en la forma en que nombre a Muñoz Machado, se me ocurrió que existía la posibilidad de que otros lectores, no vos, no estuvieran de acuerdo en la forma en que nombre a Pérez Reverte y a Vargas Llosa, justificando con los respectivos juicios sobre ellos por qué no los considero autoridades. Nada más que eso.
Un último añadido. Quise comprobar que la memoria no me estuviera jugando una mala pasada y recurrí a la columna de la derecha, donde están todos los nombres e ítems de los que se ocupó este blog desde que existe. Busqué específicamente “Lenguaje inclusivo” y encontré no menos de 30 artículos a favor y en contra, firmados por autores de todo pelaje que me permitieron comprobar hasta qué punto las entradas habían sido ecuménicas contemplando una y otra posición. Entre los firmantes hay gente a la que descalifiqué en la bajada de esta entrada (Muñóz Machado, Pérez Reverte y Mario Vargas Llosa). Pero también constan las opiniones de José Luis Moure, Sylvia Molloy, Beatriz Sarlo, Santiago Kalinowski, Adriana Valdez, Luis García Montero, Juan José Millás, Rafael Spregelburd, Martín Caparrós, María Sol Torres Minoldo, José María Gil, Diana Maffia, Karina Galperín, Carmen Calvo, Fernando Alfón, Alicia Zorrilla, Pedro Luis Barcia y vos mismo, entre otros. Entiendo que la mayoría de los nombrados han presentado argumentos sólidos en uno u otro sentido.
ResponderEliminarEntiendo de que sí. Sólo me pareció ver una ligera inclinación a presentar artículos con una tendencia en contra del lenguaje "inclusivo" de los más abominables. Claro que solo puede ser un pico en la "curva" de opiniones que cuya lista de autores incluís en tu último comentario. Pensé que era una forma de defender una posición por la contraria: mostrando quiénes y cómo argumentan en contra. En fin. Haya servido mi intervención para recordar que no todos los que están en contra del lenguaje "inclusivo" fundamentan su posición del modo en que lo hace este seor de la Academia. Es más: casi diría, ahora me doy cuenta, que Muñoz Machado bien puede representar a los que están a favor, porque su rechazo es soberbio e imbécil. De modo tal que forma la mejor caricatura de los "conservadores" -sin duda machistas y sexistas- de los que no creo formar parte, como otros que aquí defendimos que los cambios del idioma se deben dar por uso y economía, no por imposición fundada en una idea peregrina, fruto del mestizaje entre progresismo y sobre-interpretación. Ah, lo de neo: la palabra es liberalismo, si hablamos de política, y economía de mercado si hablamos de economía. El término neoliberalismo es de uso ambiguo. Y mancha la tradición liberal humanista que es una de las "tres fuentes del marxismo", según Engels. Soy liberal por tradición anarquista, y no me convence la economía de mercado, aquella mano invisible que argumentaba Adam Smith. Saludo cordial y que sigan los éxitos.
ResponderEliminarMe alegra que hayas advertido que lo que guió la inclusión de esos comentarios a favor y en contra, inteligentes y estúpidos, ha sido la ecuanimidad, más allá de que concuerde en que los cambios lingüísticos no se pueden hacer por decreto.
ResponderEliminarRespecto de tus resquemores respecto del empleo del término “neo-liberalismo”, puedo decir algo en mi defensa. Pienso en dos secuelas de la doctrina liberal, cuya adaptación a nuestra época tal vez nos autoricen al empleo del sufijo "neo": por un lado, la doctrina del economista David Riccardo (1772-1823), que señala que el trabajo es una mercancía sometida a la ley de la oferta y la demanda, lo cual permitió (y permite) todo género de abusos; por otro, la doctrina utilitaria de Jeremy Bentham (1748-1832) que sostiene que el bienestar mayor del mayor número podía obtenerse gracias a la libertad y al esfuerzo individuales, por lo que todo hombre, con tal de ser sano y honrado, podía hallarse en camino de la fortuna, descartando a los pobres y débiles que naturalmente deben sucumbir. Ambas ideas fueron expuestas con toda crudeza antes de la época victoriana, momento en que alcanzaron su mayor esplendor. Pero ya en ese período se fueron ajustando hasta alcanzar un mayor refinamiento retórico que, eufemismos mediante,han contribuido a hacer de la doctrina liberal algo odioso. Supongo que su adaptación a nuestro tiempo tal vez justifique atribuirles algún tipo de novedad, y de ahí el "neo" en cuestión No obstante, sé que de estos temas sabés más que yo, así que volveré a pensar en el asunto.
Sigo con mucho interés los debates sobre el llamado lenguaje inclusivo aquí y coincido en que este artículo es los peores (y hay varios malos). Con respecto a lo que dice Aulicino, me extraña que se diga que los cambios en el lenguaje se dan por el uso, como argumento para proscribir el uso de un cambio de en el lenguaje. En cuanto a la imposición, no la hay, a menos que se considere que el uso constituye una imposición. Vengo viendo textos con x y @ desde fines de los '90 o sea que es algo que tiene más de 20 años, sólo que cuando surge a la superficie del discurso público es cuando se expresa el rechazo, hecho probado en los estudios sobre cambios en el lenguaje. Y no, quienes lo usan desde el principio no son académicxs, ilustradxs, vanguardistas. Son minorías, sí, pero marginadas.
ResponderEliminarDisculpe que le recuerde, Diego Ruiz, que el lenguaje "inclusivo" se impone por ley o decreto, al menos en la Argentina, en los textos oficiales, los cuales son ministeriales, legislativos y ejecutivos. No es minoría marginal tampoco la cátedra universitaria que lo usa, hegemónicamente. Lo cual se suma a que el fundamento del inclusivo es descabellado: no hay el menor sexismo en el genérico masculino a menos que uno crea en los fantasmas. Por cierto creo. Pero no los veo en este caso. Cordialmente: Jorge Aulicino
ResponderEliminarNo quiero aburrir al administrador con un "...me dijo, le dije" siendo que, efectivamente ya bastante espacio le da al tema en el blog. El uso está, existe, hace años, mucho antes de llegar a las supuestas cátedras hegemónicas que lo imponen desde su púlpito. La dicha imposición gubernamental (tengo la guía oficial a la vista) son recomendaciones muy flexibles. Recomiendo esa guía, ya que estamos, como resumen de la realidad de esos fantasmas que dice no ver. Igual, no creo que haya que preocuparse por el futuro del inclusivo. Si logra difundirse, en el más extremo de los casos quienes se resisten morirán de muerte natural, quienes lo impulsan serán mayores y la futura juventud lo verá como una cosa de viejxs, como quien dice "macanudo". Le agradezco la atención y esta será mi última intervención en esta entrada.
ResponderEliminarNo creo que sean tan "flexibles" las recomendaciones cuando todo documento oficial viene salpicado de equis y terminaciones en e, muy francesas, por cierto. Sí, afortunadamente estaré muerto cuando al fin la mayoría autoritarias y bien pensante logre su objetivo. Espero que mi nieta no encuentre natural un cambio que no lo fue.
ResponderEliminarA mí en particular el lenguaje "inclusivo" me parece una verdadera PELOTUDEZ en mayúsculas... Yo pienso que los verdaderos lenguajes inclusivos que deberíamos aprender todos son el lenguaje de señas y por qué no también Braile...
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