La edición como trabajo sísmico
Termina agosto, el mes lector por excelencia, y por acá también celebramos los 13 años de Eterna Cadencia Editora. Conversamos con su responsable desde el inicio, Leonora Djament. “Yo estaba trabajando en Norma desde hacía casi 9 años y Norma estaba haciendo un viraje como editorial que a mí no me interesaba. Y Pablo Braun acababa de abrir hacía poco la librería y quería seguir incursionando en el mundo del libro pero desde otra zona. Nuestros caminos se cruzaron un poco azarosamente en un curso de edición que yo daba en Casa de Letras en el año 2007 y ahí mismo empezamos a conversar sobre la posibilidad de armar el proyecto editorial de Eterna Cadencia”, cuenta ahora, más de 200 libros después, entre los que se cuentan tomos en ficción y ensayo, traducciones de autores como Georges Perec, Joseph Conrad o Lydia Davis, novelas premiadas como las de Gabriela Cabezón Cámara y Hernán Ronsino.
–¿Cómo surgió el proyecto?
–Supongo que el proyecto surgió de inquietudes y búsquedas de ambos. Nos reunimos a lo largo de un mes y muy rápida y felizmente nos dimos cuenta que nos interesaba más o menos el mismo proyecto editorial. Nos pusimos de acuerdo y al mes renuncié a Norma (¡embarazada de mi segunda hija!). Una locura que salió muy bien gracias al gran equipo editorial (Ana Mazzoni y Claudia Arce en los comienzos, Claudia Ramón, Virginia Ruano y Tamara Grosso después), todos los que hacen la librería Eterna Cadencia y tantos colaboradores queridos (traductores, correctores, diseñadores, amigos, libreros, periodistas, lectores) que nos ayudaron, nos acompañaron, nos apoyaron en este proyecto editorial.
–¿Y cómo había surgido en vos la vocación editora? ¿Cuál fue el primer libro que editaste en tu vida?
–No sé si tuve o reconocí en mí algo así como una vocación editora. Yo empecé en el mundo editorial haciendo prensa en Alfaguara a comienzos de 1996, cuando estaba terminando la carrera de Letras. De ahí se fue dando la posibilidad de editar y hacerme cargo de algunas colecciones. Pero fue sobre todo cuando no me dejaron hacer un libro que quería (que habíamos imaginado con Daniel Link tantos años atrás), fue ahí, ante la negativa a una propuesta, que entendí la fascinación, el desafío, la complejidad que significa editar con convicción, pensar la edición como un aporte a las discusiones del presente, como una afirmación de ideas. Y entendí también que los proyectos son viables (o por lo menos tienen más chance de ser viables) si los editores manejamos no solo las letras sino también los números (eso, tres décadas atrás, no siempre sucedía).
–¿Qué significaba editar para vos al comienzo y en qué se convirtió en todos estos años?
Recién decía la edición como una afirmación de ideas. Sin embargo, con los años siento que pasé de pensar la edición como ideas, palabras, textos que uno quiere poner a circular, a pensar la edición como una exploración o investigación (como nombraba Giulio Einaudi a la edición): publicar para interrogar un estado de discusiones pero también editar para aprender, para pensar, para reformular: editar como trabajo sísmico.
–¿Qué búsqueda dirías tiene la línea de ensayo? ¿Cómo se piensa con respecto a la realidad o a la coyuntura esta línea de libros?
–En un punto las líneas de ensayos y de narrativa buscan lo mismo pero de diferente manera o a partir de especificidades diferentes (que se van desdibujando felizmente con el tiempo). La línea de ensayos intenta aportar a las discusiones del presente poniendo en circulación textos que nos ayuden a pensar. En este sentido no importa si son libros inéditos o textos que ya fueron publicados décadas atrás y estuvieron agotados, porque muchas veces un libro puede decir cosas nuevas en un nuevo contexto (como el Quijote de Pierre Menard). Los libros de Theodor Adorno publicados a fines de los 60 iban a contramano de los movimientos y teorías de izquierda vanguardistas. Leídos en el siglo XXI nos recuerdan que sin una dosis de dialéctica todo pensamiento se vuelve totalitario, parcial o falso.
–¿Qué búsqueda hace la de narrativa?
–La narrativa (si todavía podemos sostener estas divisiones) que publicamos propone imaginarios poderosos, me parece, y también, al mismo tiempo, desde la escritura desestabilizan o hacen crujir el lenguaje, el sentido común. Pienso por ejemplo en dos libros que publicamos hace poco, tan lejanos en el tiempo y a la vez con tantas continuidades, si uno quiere, como La telepatía nacional de Roque Larraquy y Corazón de las tinieblas de Conrad, traducido por Jorge Fondebrider. Pienso en Ana Ojeda y en Tamara Kamenszain, por poner otros ejemplos.
–Has editado autores como Onetti, Piglia, Rulfo, Glantz, Keegan... ¿Qué sentís al ver el catálogo desplegado?
–¡Estamos felices del trabajo de estos años! A esos nombres que mencionás, le sumaría los nombres de Hernan Ronsino, Gaby Cabezón Camara, Julián López, Miguel Vitagliano, Matías Capelli, que son los primeros argentinos que publicamos, en algunos casos con primeros libros. Cada unx de lxs autorxs y cada uno de los libros que publicamos hasta hoy nos da mucha emoción y orgullo en términos de contribución del catálogo a nuestro presente, nuestro contexto. Lo que se despliega en el catálogo son, como nos gusta decir, múltiples constelaciones que unen a los libros y que buscan armar distintas zonas, problemáticas, tonos o tensiones. Literalmente dibujamos esas constelaciones sobre un cielo nocturno cuando cumplimos 10 años y quedaron retratadas en un afiche que nos sigue estimulando.
–¿Qué viene a futuro en Eterna Cadencia Editora?
–¡Tantas cosas! La nueva y potente nouvelle de la escritora irlandesa Claire Keegan, un seminario inédito en castellano de Derrida que se llama La vida, la muerte, el ensayo, La escritura aumentada de Eric Schierloh (que viene a discutir muchas ideas perimidas o poco productivas de la edición), el nuevo libro de la escritora jamaiquina Claudia Rankine que va a dar mucho que hablar y muchos proyectos nuevos y nuevas zonas de exploración para el año que viene.
Se podía haber preguntado por qué no edita poesía...
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