El pasado 14 de enero, Lautaro Ortiz publicó la siguiente contratapa en el diario Página |12, de Buenos Aires. En ella se habla de la amistad entre el escritor, periodista y traductor Rodolfo Walsh y Horacio Aníbal Maniglia, creador del equipo de traductores de la editorial Hachette, de Argentina.
Ese amigo de Walsh
Entre las muchas casas en las que durmió Rodolfo Walsh en tiempo de escritura de Operación Masacre, hay una de techos bajos, simple, con una gruesa puerta de madera en el centro y dos largas ventanas que la escoltan. Se construyó en el siglo XIX en la localidad de Pontevedra (Merlo) y a comienzos de los 80 desapareció del paisaje del Gran Buenos Aires. Hoy sólo existe en un dibujo.
Ese dibujo –a lápiz, con suaves sombras de grafito– existe entre los papeles del pintor Horacio Guillermo Maniglia, que con 85 años no deja de dibujar, porque de hacerlo dejaría de recordar. Todo dibujo es un intento por desenmascarar al olvido. Y entre los rostros que el pintor se niega a dejar de ver está el de su padre y el de Walsh, caras sonrientes cada vez que los amigos se encontraban.
La historia de esa amistad esta rubricada con fecha y lugar: 20 de octubre de 1953, Variaciones en Rojo, Biblioteca de Bolsillo Hachette, Serie Naranja número 192. En ése, su primer libro, Walsh dedicó cada uno de los tres relatos a una persona en especial: “Asesinato a distancia” fue para su madre, “Variaciones en Rojo” para su primera mujer, y “Las aventuras de las pruebas de imprenta” para Horacio Aníbal Maniglia. Esta es la historia bocetada de ese hombre que hasta hoy no se había dibujado.
Maniglia padre nació en Boedo en 1906 y murió en Flores en 1979 leyendo a Montaigne. El dato no es menor. Leía francés a la perfección, pero sobre todo, leía cualquier libro que se le cruzara por sus ojos claros. En los años 30 se casó y estudió derecho hasta que los imperativos del cotidiano vivir lo condujeron a la Librería Hachette que entonces funcionaba en el Palacio del Libro, calle Maipú 49. En 1936 ocupó el cargo de vendedor en el salón principal que tenía 10 metros de ancho y 35 metros de fondo, estanterías de 5 metros de alto y escaleras corredizas pocas veces vistas. Maniglia fue el mejor vendedor, le sacaba diferencia al resto porque él lo leía todo.
En tiempos de guerras mundiales, de escasez de papel, de carencia de divisas y otras dificultades para el mercado editorial, se le ofreció el puesto de jefe de ediciones; esto es, hacerse cargo de una tarea ciclópea: gestión y compra de papel, contratación de imprentas, verificación de calidad de las ediciones, trato con diseñadores, correctores, traductores, distribuidores, compra de derechos y, al mismo tiempo, se le encomendó delinear una nueva colección de carácter popular para enfrentar el mercado creciente. Maniglia aceptó el desafío.
“En Hachette hay una situación algo más curiosa: el señor Maniglia, que dirige las colección, ¡no lee inglés! Sin embargo, posee tres condiciones que le permiten moverse con facilidad: la primera debe clasificarse simplemente de “olfato”, la segunda es que tiene muchos amigos que leen inglés –yo entre ellos– y dos o tres empelados en la misma situación, cuyas opiniones recoge y compara, la tercera es que lee incesantemente traducciones en francés”. Eso le dijo Walsh a su otro amigo Donald A. Yates en una carta de septiembre de 1954, que puede leerse en el reciente libro de correspondencias que editó De La Flor.
Al olfato de Maniglia se le debe la creación, en abril de 1941, de la Biblioteca de Bolsillo en sus tres colores: Azul para los clásicos, Verde para las aventuras y Naranja para los policiales. El título inaugural fue, desde luego, de un francés: André Maurois, con Los silencios del Coronel Bramble, novelita que, casualidad o no, gira en torno a un intérprete entre británicos y franceses durante la Guerra del 14. Entre las medidas que tomó Maniglia –aconsejado siempre por amigos como Nalé Roxlo y Horario Estol– fue armar un equipo de traductores de inglés. ¿Eran los mejores? Sólo le importaba que fueran lectores apasionados. Sumó al inmigrante español Vicente Canoura (con quien haría dupla en tres traducciones); a Leonardo Wadel, que años después con Alberto Breccia darían vida eterna a Vito Nervio; a Mario Calés (Mario Kolesnicoff), al que hasta hoy se le agradece la traducción de los 14 tomos del Talmud; y al misterioso Alfredo De León, al cual Walsh dedica su cuento “Nota al pie” y al que tantas veces se lo creyó un personaje de ficción encarnando la triste vida de un traductor argentino. De León fue el mayor traductor de la colección, con 20 títulos entre los años 1941 y 1947, y el primero dentro de la Serie Naranja de prologar y defender la línea del policial como evasión frente a una realidad sin tregua. Maniglia tenía equipo. Así llevó adelante la Biblioteca de Bolsillo que llegó a vender 20 mil ejemplares por título y a tener un ritmo de impresión de dos libros mensuales.
En 1944, Maniglia redactó un aviso de trabajo para pedir traductores de inglés. Llegó Walsh. Tenía 17 años, estaba por hacer la colimba. La amistad nació. Walsh le habló de libros y nuevos autores. Hubo entusiasmo. Maniglia lo escuchó. Es notorio cómo a partir del ingreso de Walsh lo policial gana protagonismo en la colección y ya en 1947 sólo se editaban los libros naranjas. Las buenas ventas obligaron a Maniglia a emprender otra tarea riesgosa: acelerar el ritmo de traducción y para eso ideó un sistema de traducción simultánea. Al mismo tiempo que cada traductor trabajaba en un título asignado, podía incrementar su salario a través del cobro por línea de una novela que se traducía a varias manos. Una vez reunidas las partes, se le asignaba a quien estuviera libre el trabajo de darle carácter a la edición. Novelas de Ellery Queen, William Irish y Carter Dickson corrieron esa suerte. Ese sistema colectivo lo confirmó Delia Cortés en Rodolfo Walsh, aquel muchacho (Hespérides): “Mirabas de frente con tus ojos claros, mientras me contabas que como traductor de inglés te pagaban centavos la línea, que tenías dos hijas, y vivías con tu mujer (que enseñaba a ciegos) en la calle 54 de La Plata. Terminabas de escribir Variaciones en rojo. Eras antiperonista”. Todos en Hachette lo eran. Lo curioso es que la colección terminó el 9 de septiembre de 1955, una semana antes del golpe. Los mejores años editoriales habían sido bajo el gobierno de Perón. En total se editaron 201 títulos, 65 azules, 17 verdes y 119 naranjas. Dos méritos más para sumarle a Maniglia: la incorporación al cuerpo de traductores de varias mujeres y el apoyo para que Walsh dirigiera desde 1949, dentro de Hachette, la colección Evasión.
En el invierno del 57, los amigos vuelven a encontrase. Maniglia ya colaboraba con Gregorio Weinberg en El Pasado Argentino y Walsh, que estaba de salida de la editorial, ya ultimaba páginas para la primera edición de Operación Masacre. Al igual que aquel diciembre de 1956 cuando llegó a la editorial diciendo “Encontré al hombre que mordió al perro” y le pidió a Enriqueta Muñiz que empezara a buscarle un refugio, Walsh le preguntó también a su amigo por un lugar seguro. Maniglia mencionó aquella casa de techos bajos, simple, ubicada en el partido de Merlo. Walsh fue, ya conocía el terreno. La localidad de Pontevedra está 25 kilómetros del Instituto Padre Fahy donde estuvo como interno a comienzos de los 40. “No tenía muchas opciones”, dice Maniglia hijo, el pintor, el dueño del dibujo. Él acompañó a Walsh hasta la casa, le abrió las puertas y le avisó que no había luz eléctrica, sólo faroles de noche. Walsh entró con la portátil. Estuvo una semana, no aguantó el frío. Se fue luego al Tigre. “Cuando mi padre se jubiló en el 66 se llevó la máquina de escribir que usaba Walsh en Hachette. Ahora la tengo yo. ¿Y la casa? No, la casa fue ocupada y años después la demolieron. Solo me queda este recuerdo, es un dibujo, ¿qué te parece?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario