Las competencias existen desde siempre. Sean del tipo que sean, plantean que alguien gane y, al menos por un tiempo, a ese que gana se lo considere el mejor de algo.
A partir de los años noventa del siglo XX, cuando el neo-liberalismo económico se impuso definitivamente por encima de cualquier otra ideología, toda una generación creció pensando que no importaba el esfuerzo que se hiciera ya que, simplemente, había que ser el mejor, aquél que gana, sin que importase demasiado qué, porque lo verdaderamente crucial era lograr algún tipo de preeminencia por encima del resto, con el objeto de obtener algún tipo de beneficio.
Llegamos así al disparate que significa un "mundial de traducción". El título, aunque haya elidido la palabra "campeonato", revela el origen deportivo en que se inspira. Y, hay que decirlo, sorprende que se aplique a una tarea como la traducción, que no sólo requiere del conocimiento de idiomas (el de la lengua de partida y, sobre todo, el de la lengua de llegada), así como de saberes específicos en razón del tipo de dificultad que proponga cada texto y tiempo para pensar. Dicho de otro modo, la distancia que va entre traducir y participar de un "mundial de traducción" es todavía mayor que la que existe entre la danza clásica o contemporánea y la gimnasia jazz o la expresión corporal.
De acuerdo con los varios artículos que promocionan esta actividad, "Traducir es un acto de lectura íntimo, y es también un acto creativo; es una actividad que aúna la lectura y la escritura. Desde esa premisa, el poeta y editor Santiago Llach, artífice principal del Mundial de Escritura, decidió redireccionar su creación original con la idea de que todas las personas interesadas en la literatura,aún aquellas que no conocen un idioma extranjero, se arriesguen a traducir un texto y jueguen con él para producir una versión o un cover totalmente libre".
Llach, más adelante, plantea pomposamente que "Toda escritura es en realidad traducción: del mundo interior al de las palabras, de la experiencia a la página; toda escritura incluye la apropiación de lo que ya ha sido escrito. Traducir es entregarse al éxtasis de las influencias”.
Para contribuir a la promoción del evento, se le ha pedido a diversos traductores literarios que se refirieran a la traducción en sentido amplio, pero aparentemente, por algún tipo de error, esas opiniones fueron presentadas por la prensa como refrendando el sentido de la propuesta de Llach, lo cual no deja de resultar curioso por decir lo menos.
Dicho todo esto, habrá que suponer que luego de los beneficios que estas actividades brinden tanto a los organizadores como a los participantes, después del mundial de literatura y del de traducción vendrán otros. ¿Por qué no uno de edición, o uno de distribución de libros, o uno de librerías? Y dado el interés que pueda despertar la competencia y la creatividad puesta en juego, ¿por qué no imaginar un mundial de ortodoncistas, otro de colchoneros y uno de chapistas?
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