viernes, 6 de mayo de 2022

Los escasos márgenes que arroja la industria

Andrés Ehrenhaus, del otro lado del Atlántico, reflexiona sobre el discurso de Guillermo Saccomano en la Feria del Libro y sus consecuencias.

Entonces Saccomano dijo mierdra

De acuerdo, Saccomano dijo mierdra./ En casa del burgués no se menciona/ la guita, no se dice cuanto cuestan / las viandas que te tiran a la boca. / Te invitan a la cena, no vengás / a armar quilombo al pedo, no podés / hablarles de su retención anal / y revolear el timbo a lo Krushev./ Hacé como los otros, que pusieron / el énfasis en la literatura / y en la emoción que esconde un libro adentro/ y no en las plusvalías de la industria./ Mas no, fue y dijo mierdra Saccomano;/ habrá que ver si incide en el mercado.

Cada vez que alguien va y sacude el árbol, de sus ramas caen toda clase de cosas inusitadas durante un tiempo quizás demasiado breve pero fructífero y aprovechable. Lo que Saccomano sacudió no fue, obviamente, la conciencia burguesa sino el manual de usos y buenas costumbres del dinero blanqueado en cultura. Y lo que cayó fue la hojarasca que lo proteje o disimula: que nadie diga que lo que hace la industria (lucrarse del trabajo autoral) no es en beneficio de todos. Obvio que el negocio editorial es un negocio a medias; vender armas o fármacos caducados arroja márgenes mucho más amplios. Pero vender libros no deja de ser un negocio. Lo que tenemos que empezar a preguntarnos los autores es si lo nuestro también lo es, o puede serlo. Hasta ahora, la respuesta viene siendo que no. Es decir, es un negocio pero ajeno, por magro que sea. Y para nosotros, es un más que magro medio de subsistencia.Si en el epectro autoral incluimos a los traductores, lo magro ya se torna en miseria. Eppur se traduce.

Es inadmisible, es decir, para escribirlo con todas la letras, una reverenda tomada de pelo, que nos corran siempre con los escasos márgenes que esa industria arroja. Ya no más. Me importan un pepino sus márgenes: me preocupan los míos. Ningún traductor puede vivir dignamente de su trabajo autoral. Pocos escritores pueden hacerlo. No obstante, la mayoría de editores tienen sueldos aceptables. Hay algo ahí que no cierra. O nosotros no sabemos administrar nuestro patrimonio o ellos le mienten al fisco. La pregunta clave es: ¿podemos vender más caro nuestro trabajo autoral? Sí, dije culo, o sea, dije vender. ¿Podemos equilibrar a la alta eso que para nosotros es su valor de uso y para ellos su valor de cambio? ¿No radicaría ahí la verdadera revolución autoral? Basta de hablar de derechos de autor cuando esos derechos arrojan miserias. Con la moral no se come. Menos que con el prestigio, para parafrasear a Saccomano.

Todo el mundo sabe que para que un negocio rinda hay que reducir costos e incrementar beneficios. Si un libro no puede venderse a precios desorbitados y el papel está carísimo, ¿qué eslabón de la cadena de variables es el más lábil y, por tanto, el más apretable? La respuesta está soplando en el viento.

Que los burgueses se epaten causa gracia y una íntima pero efímera schadenfreude, que poco sirve para vivir mejor. La cuestión no pasa, entonces, por epatarlos sino por sentarse a discutir seriamente las condiciones de una nueva realidad de explotación y lucro de nuestras craciones autorales. Hay que darle vuelta a la cuestión del prestigio y la ganancia moral: que eso se lo lleven ellos y a cambio nos den guita, más guita. No queremos aplauso, queremos más guita.

Igual que ellos.

2 comentarios:

  1. Excelente descargo, Jorge. Lamentablemente, incluso muchas personas que forman futuros traductores inculcan la idea de que no se puede vivir de este hermoso arte. Es hora de cambiar de actitud y no seguir alimentando la resignación idiota. ¡Saludos!

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