“Crónica de la visita a una de las ferias de libros más importantes de América Latina: la Feria del Libro de Bogotá, Colombia, que da pie para pensar en la función que tienen estos eventos en términos de las editoriales y las librerías, el fomento a la lectura y la difusión de los autores, sobre todo después de la pandemia.” Eso dice la bajada de la nota que el poeta, crítico y editor mexicano José María Espinasa publicó el pasado 29 de mayo en la La Jornada Semanal, de su país.
Temporada de ferias del libro: la FILBO de Bogotá
Un viaje familiar me dio la oportunidad de asistir a la FILBO (Feria del libro de Bogotá) en su regreso presencial. Por un lado, llama la atención lo que podemos llamar la primera temporada de ferias de libro, con Minería en Ciudad de México, Bogotá, La Habana y Buenos Aires –la segunda sería la que encabeza la de Guadalajara. La de Bogotá es más pequeña que las respectivas de Buenos Aires y Guadalajara, pero por eso es más manejable y menos abrumadora, y refleja una lenta pero visible reactivación de la industria editorial colombiana a la vez que se repiten ciertos hechos, diría que sintomáticos, de otras latitudes, como el surgimiento de editoriales independientes, la aparición de voces de escritoras notables y el interés por el futuro de la lectura en sus diferentes formatos.
¿Por qué hay una ilusión evidente en los sectores de la industria editorial en este regreso de la pandemia? El impulso a la lectura que las restricciones sanitarias provocó en el uso del tiempo libre hace suponer un repunte en los índices de lectura que se reflejarán en los ingresos de los editores y en la salud del sector. A la vez se pueden observar las mismas actitudes nocivas con relación a la bibliodiversidad y su fomento. Por ejemplo, en Bogotá –y me dijeron que en otras ciudades colombianas también– empieza a haber un buen número de librerías de viejo que diversifican la oferta, también una serie de librerías independientes que promueven el buen servicio en locales agradables. Un caso de esto último es la librería Casa Tomada y de lo primero Espantapárrafos, cuyo ingenioso nombre se debe a su animador, el poeta Juan Manuel Roca. También es perceptible que no circulan bien los sellos editoriales de otros países latinoamericanos ni de las propias editoriales independientes. Como se ve, la situación es muy parecida a lo que sucede en México.
En lo que se refiere a México, una de las librerías insignias de Bogotá sigue siendo la librería Gabriel García Márquez, del FCE, bien atendida y surtida, bajo la conducción de Gabriela Rocca Barenechea, hija de un editor independiente de larga tradición. Un magnífico edificio, del arquitecto Rogelio Salmona, enclavado en el corazón de La Candelaria, y a un costado de la zona de bibliotecas y museos, la vuelve un lugar de cita obligada. No muy lejos de allí está la histórica Librería Lerner, también con buen surtido y amplio espacio de exhibición. En cambio, la Librería Buholz es ya motivo de nostalgia. Dos autores siguen siendo presencia constante, casi obsesiva en el panorama literario: el autor de Cien años de soledad y Álvaro Mutis, ambos ejemplos de esa cercanía que hay entre la literatura mexicana y la colombiana. Y entre las generaciones siguientes, la presencia de Piedad Bonet, el ya mencionado Juan Manuel Roca, Laura Restrepo, Evelio Rosero, Juan Gabriel Vázquez, William Ospina y Darío Jaramillo ocupan un lugar a la vez protagónico y polémico. Y, como es natural, dominan los novelistas.
¿Presencia de autores mexicanos actuales? Poca. Algunos como Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva, María Baranda y Pedro Serrano, que han sido editados allá, son bastante conocidos. Del último, en la feria se presentó un libro antológico, prologado y seleccionado por Fabio Jurado, conocedor de la literatura mexicana y una especie de embajador sin cartera de nuestras letras. También hay que destacar que, como actividad de la FILBO, se llevó a cabo un coloquio sobre traducción, que homenajeó –su charla inauguró el evento– a Selma Ancira, la extraordinaria traductora mexicana del ruso y el griego. Como se puede apreciar hay elementos comunes con la situación de otros países latinoamericanos. Habría que preguntarse la razón del optimismo que permea el medio editorial y la impronta con que regresan las ferias de libro presenciales. Tanto la de Bogotá como las de La Habana y Buenos Aires parecen haber sido un éxito y eso se refleja hasta en las noticias que llegan a los celulares con abundante información literaria.
¿Novedades? Muchas y difíciles de reseñar en tan corto espacio. Señalo algunas que me parecen importantes: la abundancia de traducciones de la obra de Fernando Pessoa, la ya señalada abundancia de escritoras mujeres, la falta de antologías que den un panorama de la actualidad. Por ejemplo, en este rubro hay que hacer notar la extraordinaria labor de Luz Mery Giraldo en su Antología del cuento colombiano, que va en el tercer tomo (publicada por el FCE de allá, no tengo la impresión de haberla visto en las librerías mexicanas). Un autor durante años radicado en México, Felipe Agudelo Tenorio, donde publicó uno de sus primeros libros, Cosecha de verdugos, lleva ya dos entregas de una notable saga de tono negro, con la creación de un detective sui generis, Gotardo Reina. En el terreno de la poesía una útil antología de divulgación hecha por Ramón Cote Baraibar que llega hasta la generación de los nacidos en los sesenta. Y como colofón de esta crónica, la mención de un libro que me parece notable y merece una nota aparte: Baudelaire, el heroísmo de los vencidos, de Juan Zapata.
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