El 31 de mayo de este año, en El País, de Cali, salió la siguiente entrevista de L. C. Bermeo Gamboa con el traductor colombiano Juan Camilo Perdomo, a propósito de una reciente traducción de G. K. Chesterton. Los temas de la charla no se limitaron a ese libro. Abarcaron además una serie de otros asuntos como el reconocimiento y la remuneración de los traductores latinoamericanos, la situación de la traducción literaria en Colombia, etc.
El discreto encanto de traducir a Chesterton, diálogo con Juan Camilo Perdomo
La editorial Fallidos Editores, en su colección Babel Biblioteca Bilingüe, publicó en 2021, un pequeño libro con ‘Cinco ensayos’ de Gilbert Keith Chesterton dedicados a Byron, Pope, Stevenson, Rostand y Carlos II, que fueron traducidos por un colombiano: el filósofo Juan Camilo Perdomo. Esas 120 páginas de la mejor prosa inglesa vertida al español, podrían considerarse uno de los grandes acontecimientos literarios del año pasado, un hecho insólito —y con pocos antecedentes— en un país donde las traducciones y los traductores son relegados a un anonimato vergonzante. Pero este prodigio fue posible gracias al Premio Nacional de Traducción ‘José Manuel Arango’ que promueve desde el 2018 esta editorial independiente con una visión avanzada y gusto finísimo. Hasta la fecha, entre las traducciones publicadas por Fallidos Editores, se encuentran: Trabajar cansa de Cesare Pavese, Manfred de Lord Byron, Cuentos filosóficos y ocultistas de Fernando Pessoa, y Una temporada en el infierno de Arthur Rimbaud.
Juan Camilo Perdomo nació en Pereira hace 27 años, estudió filosofía en la Universidad Javeriana de Cali y, al margen de su labor académica, es un apasionado lector de escritores ingleses, principalmente del siglo XIX y principios del XX, entre cuyos genios destaca el autor de El hombre que fue jueves, Herejes, Ortodoxia, los cuentos del Padre Brown, entre muchos otros títulos.
En esta conversación, Juan Camilo cuenta cómo, por mediación de un genio latinoamericano, llegó a la obra de Chesterton y por qué, más que un traductor, se considera un lector generoso, de esos que desean compartir sus entusiasmos con los demás, así esto implique traer de otra lengua la voz de los escritores que admira.
—¿Cómo descubrió la obra de Chesterton?
—Gracias a Borges. Es conocida la anécdota de Borges con Chesterton al encontrarse en un pub inglés, o la comparación por su erudición, lo que siempre he admirado. Pero, sobre todo, me sorprendió la fascinación con la que Borges se refería a Chesterton en sus conferencias, es cierto que Borges admiraba a otros autores, pero dejaba entrever una gran reverencia por Chesterton. Algo que no sucedía con escritores, con Joyce, por ejemplo. Incluso, en el prólogo a Ficciones, Borges nombra a Chesterton como uno de los autores que continuamente relee. Decidí acercarme al autor que había embelesado a Borges, me invadía la curiosidad de por qué no se consideraba digno de dirigirle la palabra a Chesterton, de allí nació mi interés por él, me parecía que si había logrado cautivar tanto a alguien como Borges, era imprescindible leerlo. Curiosamente, por mi formación, inicié la lectura de Chesterton por sus ensayos, recuerdo que el primero que leí era uno sobre Santo Tomás y posteriormente uno sobre San Francisco de Asís. Luego, poco a poco, fui acercándome a otros de sus trabajos, encontrando, como en estos ensayos, ese sentido del humor, de ironía tan característicos que acompañan su sabiduría, ese tipo de burla tácita y soslayada que, en más de una ocasión sacan una sonrisa, te atrapan.
—¿Cómo nació su interés por la traducción literaria? ¿Cuál es su relación con la lengua inglesa?
—En un sentido muy estricto considero que no puedo decir que soy traductor, no propongo reflexiones o disquisiciones sobre los problemas metodológicos o las cuestiones semánticas del lenguaje que implican una traducción, es decir, mi labor no es la de un especialista. Obviamente debo realizarme algunas preguntas de método, por ejemplo, si conviene más a la obra una traducción literal o adecuación de ella, o enfrentarme a las múltiples dificultades gramáticas o lingüísticas. Mi interés por la traducción nació mientras cursaba la carrera de filosofía, en esa época encontré especial afecto por un autor inglés, Walter Pater, quizás poco conocido, pero de una sorprendente relevancia filosófica y cultural. Pater fue maestro de Wilde e influenció a Yeats, Proust y Joyce. La traducción al castellano más popular de Pater es su libro El Renacimiento, pero cuenta con una obra vasta y cautivadora que no ha sido traducida del todo, y me propuse traducir al castellano, por lo menos, un pequeño ensayo que me tenía cautivado, ‘Diaphaneite’. Este fue mi primer acercamiento a la traducción y encontré que era una labor que me complacía inmensamente. Quizás, en un sentido más amplio soy un traductor. Igualmente, la labor del filósofo ha estado ligada a la labor del traductor, en muchas ocasiones estas labores se han entremezclado, por ejemplo, sin los filósofos y traductores musulmanes no conoceríamos la obra de Aristóteles o Platón, o, sin los traductores católicos medievales, difícilmente tendríamos sus obras y reflexiones en castellano. Esto ha sucedido en muchas ocasiones, el filósofo, el académico o el intelectual, si se prefiere, tiende a traducir a su lengua las obras que lo han dejado perplejo. Un traductor es un lector apasionado. En literatura Pombo, Borges, Cortázar, Neruda o Paz, tienen incontables traducciones. Baudelaire y Mallarmé tradujeron a Poe, quien los había asombrado. En filosofía son valiosísimas las traducciones de García Morente, Eugenio Imás, José Gaos o, para no ir más lejos, en el país tenemos filósofos como Guillermo Hoyos con sus traducciones de Habermas, Cassirer. Además del inglés, he traducido del francés filosofía y ensayo, Massignon, Delbos, La Boétie. Pero sí es cierto que tengo una relación especial con la lengua inglesa. La literatura inglesa siempre ha estado presente, de niño me atraparon Treasure island de Stevenson o The time machine de Wells, de joven Wilde y por mi formación fue inevitable no acercarme a la filosofía inglesa o norteamericana. Pero fue justamente Borges quien me terminó de llevar, casi de la mano, hacia autores británicos, su pasión por la literatura inglesa o sus charlas sobre historia de la literatura, trajeron a mí los más diversos y admirables autores, De Quincey, Kipling, Conrad, Shaw, Beerbohm.
—¿Cuáles son las condiciones necesarias para ser un traductor literario?
—No sabría cómo responder esa pregunta, como dije antes más que un traductor, en el sentido estricto, me considero un lector que quiere compartir una pasión. A menudo, me parece vacía esa discusión bizantina entre cual traducción de una obra es mejor que la otra, qué editorial o versión es superior, qué traductor traduce mejor tal o cual palabra. He encontrado joyas en editoriales emergentes y gran belleza en traducciones antiguas, aunque inexactas. Un mismo traductor le puede dar múltiples sentidos a una misma palabra, o realizar dos traducciones distintas de la misma obra, ¿cuál es mejor? No lo sé. ¿Cuál es la condición para ser un buen traductor? Tampoco, y esa es la maravilla y el asombro al enfrentarse a cada traducción.
—¿Cuándo se sintió en capacidad de traducir a autores como Chesterton?
—Si consideramos que Chesterton es uno de esos grandes escritores universales, autor de culto, creo que nunca me sentiré en capacidad de traducir y hacerle justicia a su obra. Simplemente quise traducir una obra que me había cautivado, quise acercarla a un público mayor. Además de ser ensayos de altísima calidad literaria, deseo que el lector sienta el mismo asombro que sentí al traducirlo. Sabía que estos ensayos solo habían sido traducidos y publicados parcialmente en España, por eso creí que era una buena oportunidad para acercarla a lectores colombianos que no tienen fácil acceso a las publicaciones españolas.
—Estos ensayos hacen parte de más de una veintena de escritos sobre escritores, dramaturgos, artistas o personajes históricos que Chesterton publicó en periódicos titulándolos ‘Types’. Si pueden rastrear todos los ‘Types’ son más que recomendados para leerlos, pero escogí estos cinco porque fueron los primeros en ser compilados y publicados como libro. De ellos me llamó la atención su erudición, su sentido del humor y su estilo de escritura. Aunque curiosamente no son escogidos como ensayos de gran importancia. Auden los dejó de lado en su antología de Chesterton, y en la traducción al castellano de la obra completa ni si quiera aparecen mencionados. Ese detalle me pareció espectacular, tenían que ser traducidos y publicados.
—¿Qué otras obras de Chesterton aprecia? ¿Le gustaría traducir otras?
—Me he acercado a Heretics y Orthodoxy, también aprecio mucho The man who was Thursday, pero lo que más disfruto de Chesterton son sus ensayos. Actualmente estoy traduciendo unos apartes de un libro que le dedicó a su amigo Bernard Shaw junto a una obra de Shaw para presentarla en un mismo título. Estoy trabajando en ello, aunque no cuenta con editorial para publicarse.
—¿Qué aspectos del estilo y el pensamiento de Chesterton tuvo en cuenta para mantener en esta traducción?
—Intente mantenerme fiel al texto original, conservar sus mismas referencias, realizando una investigación previa que le permitiera tanto al lector como a mí, profundizar en la obra y el autor a través de los personajes, hechos o situaciones a los cuales Chesterton se refería. En cuanto al estilo, procuré cuidar su ironía, es algo que no se podía perder. Otro aspecto fue intentar mantener lo más semejante posible en castellano las obras en inglés que Chesterton citaba, por ejemplo, con los poemas de Byron, Dryden o Pope, quise, si bien no conservar su métrica, conservar su sonoridad. Con las citas de Stevenson procuré lo mismo, darles el sentido que tienen en inglés con un juego de palabras semejantes en castellano. Aunque, como escribí en la presentación del libro, siento que no fui para nada justo con sus letras. Sin embargo, creo que el tema del estilo es el principal reto para el traductor. ¿Cómo mantener en la lengua traducida el estilo del autor en su idioma original? La voz del autor debe ser mantenida en la traducción, si alguien por casualidad leyera una página debería reconocer de inmediato al autor, porque, parafraseando a Simmel, la traducción debería mantener esa forma de expresión tan auténtica y propia del autor, esa que permanece y acompaña cada una de sus obras. Pero el estilo tiene una arista: ¿qué pasa si el traductor tiene un estilo propio?
—¿Por qué Chesterton, a pesar de ser un autor marcadamente británico, ha sido tan influyente en Latinoamérica?
—Creo que, al igual que pasa con Borges, por su erudición. Sus conocimientos son tan amplios y relativos a tantos lugares o culturas que pasan a tener un carácter cosmopolita común a todos.
—¿Cómo analiza las diferentes facetas de Chesterton: el narrador, el ensayista, el poeta y el defensor del catolicismo? ¿Comparte sus posiciones religiosas?
—No soy ni pretendo ser un especialista en la obra de Chesterton, solo soy un lector que disfruta de sus escritos, de alguna faceta más que de otra, por supuesto. Personalmente prefiero el Chesterton ensayista, aunque también lo disfruto mucho como narrador, por ejemplo, con el Padre Brown. Como lector siento que no tengo el compromiso de compartir o no sus ideas religiosas, simplemente me maravillo al leer sus argumentos, sus posiciones o su apología del cristianismo tanto como lo hago con ‘Why i am not a christian’, de Russell.
—¿Por qué cree que se reconoce tan poco el trabajo de los traductores?
—Por lo general se demerita el trabajo del traductor, se le ve más como una herramienta o directamente se prescinde de él. Muchas veces las editoriales reeditan versiones de traductores de hace setenta años por la libertad en los derechos y por no financiar una traducción nueva. También es común que la traducción se considere un trabajo sencillo, no se reconoce el esfuerzo que hay detrás, ni todo el proceso que implica traducir una obra, una traducción es sumergirse en un autor, una obra, una lengua. Esto pasa con otras labores del sector editorial, claro está, no todas las editoriales lo hacen y puedo meter las manos al fuego por más de una, pero da la sensación de que se precariza la labor del traductor, del corrector de estilo, del editor, diagramador, ilustrador, etc., todos los engranajes del proceso editorial se ven afectados. La traducción es, quizás, la que se lleva la peor parte y, especialmente, quienes somos traductores independientes. Difícilmente una gran editorial apuesta por contratar un traductor o un grupo de traductores, y editoriales independientes e incluso académicas apuestan más por otro tipo de publicaciones que a la traducción. Por dar un ejemplo, las editoriales universitarias en el país difícilmente publican más de veinte o treinta traducciones por año, un número irrisorio comparado con los tres mil o cuatro mil ejemplares que publican anualmente. Claro, más allá de la crítica al mal pago (o en ocasiones nulo) a los traductores, también hay otra realidad en el país y es que muchas editoriales subsisten con lo mínimo, no hay apoyo ni fomento al sector desde los programas del gobierno y muchas editoriales no pueden permitirse dar un buen pago al traductor, muchas veces su pago son cien ejemplares del libro para que venda y se quede con las ganancias. También, las editoriales, especialmente independientes, no tienen financiación para pagar un proyecto de traducción, para tener un grupo de traductores, ni tampoco puede aumentar el precio de los libros, en un país como Colombia donde comprar un libro es casi un lujo, es caro, el lector de a pie no está dispuesto a pagar un poco más porque no es consciente de todo el trabajo que antecede la publicación de su ejemplar. En realidad, es algo dramático, el Ministerio de Cultura no apoya la traducción, son numerosos los proyectos que se quedan en espera de financiación estatal, a mí se me ha quedado más de uno en el tintero. La traducción es vista como algo poco importante, aun cuando hay libros en otros idiomas sobre Colombia que merecen ser traducidos y leídos. Para no ir más lejos, la reciente convocatoria del Ministerio de Cultura solo tenía uno o dos becas de traducción, sin ningún lineamiento específico sobre qué tipo de traducción le interesa a Colombia incentivar, fomentar o publicar. El poco reconocimiento a los traductores no solo pasa en Colombia, sucede en muchos países y es un problema con muchas aristas, pero a todo lo anterior sumémosle que Colombia no tiene una regulación laboral establecida sobre la labor del traductor, ni si quiera tácitamente, y no se percibe intención alguna de proteger a traductores y académicos.
—¿Cuáles son los principios estéticos y críticos bajo los cuales realiza sus traducciones?
—Lo principal es mantenerme fiel a la obra, si bien no traducir con exactitud literal cada palabra, intento que permanezca en el mismo cause del manantial. Intento también que sea agradable de leer, como algo que me gustaría leer a mí, ameno, diáfano, sin engaños, no pretendo confundir al lector con dobles sentidos o al sugerir alguna posible malinterpretación de un pasaje, por ejemplo, hay una frase de Chesterton que podría dejar un sinsabor o serviría para ser acusado de racista. Entonces, procuro brindar al lector una información completa sobre la obra, el autor o el tema que se esté abordando, siendo detallista en ello, si se observa en esta traducción de Chesterton escribí múltiples notas a pie explicando o añadiendo información que creo le sería útil al lector para entender o ampliar el texto; es algo que como lector me place encontrar.
—Retomando la pregunta que planteó hace un momento, ¿se podría considerar la traducción como un arte literario y creativo? ¿Es posible una traducción de autor?
—Paz consideraba que la traducción era un proceso creativo en sí mismo, esto es indiscutible, aunque no sé si pueda ser llamado un arte, no lo creo —en un sentido estricto—, pero ciertamente implica todo un proceso estético. Una traducción jamás puede ser la obra original, es un texto completamente diferente, aunque, paradójicamente, igual. ¿Es posible traducir una obra o un autor? Sí, de múltiples formas y cada una es una obra en sí misma. Aquí vuelve el problema del estilo. Podríamos decir que cada traducción es una obra aparte, producto de la creación del traductor como autor, o coautor, pero también podemos pensar en ella como una copia o, mejor aún, como la falsificación de un original y, como en éstas, el falsificador debe ser capaz tanto de hacer creíble el estilo del artista, es decir, que el espectador piense que el cuadro es auténtico, como de dejar rastros de su propio trabajo, al fin y al cabo, fue su creación. Cortázar fue un prolífico traductor, tal vez sus traducciones más conocidas sean las de Allan Poe (aunque también tradujo a Chesterton, Defoe, entre otros). Él tiene algo particular, no sé si es sugestión al saber que la obra pasó por sus manos, pero al leer, por ejemplo, ‘La caída de la casa Usher’ uno sabe que está leyendo a Poe y a Cortázar, a veces, en algunas traducciones, pareciera que Cortázar cuenta la historia de alguien más, como si él también fuera autor del libro, a fin de cuentas su traducción no deja de ser un producto estético, diferente y exacto al original, y tal como el autor plasma su estilo, el traductor lo hace también, el reto es cómo armonizar ambas voces y reconocer el mérito de cada uno.
—¿Qué opina de esa crisis de traducciones al español latinoamericano que nos obliga a leer obras en castellano?
—España tiene toda una tradición histórica que se remonta a siglos en traducción, la Escuela de Toledo fue quizás el mayor centro cultural y de traducción durante siglos y es una tradición que se ha mantenido vigente hasta el día de hoy. Académicamente la traducción ha sido muy apoyada desde las universidades españolas, como mencioné al principio son muy reconocidas las traducciones de García Morente, García Bacca, Imáz, Gaos, entre otros. La crisis de la traducción en Latinoamérica es variada, por ejemplo, países como México, Argentina o Brasil son reconocidos por su tradición en el sector, es innegable su papel como faro cultural e intelectual. Quizás, México deba su trayectoria a que tras la guerra civil muchos intelectuales españoles se exiliaron allí y continuaron su labor académica editorial, o al contribuir a fundar editoriales como el Fondo de Cultura Económica, difícilmente hay una editorial latinoamericana tan importante.En Colombia no hay, estrictamente, una tradición de traducción establecida. Es cierto que contamos con traductores históricos notables, Nariño, Pombo, Caro, pero no existe formalmente un sector especializado en la traducción, aunque si uno editorial. Además, la mayoría de las editoriales optan por publicar o encargar pocas traducciones, de autores comunes y populares, no hay especialización ni en temáticas, ni en autores, lo que lleva a importar libros de países que sí han fomentado esta labor, por ejemplo, si queremos leer algo de estética como Walter Pater o Matthew Arnold debemos, inevitablemente, acercarnos a España o Inglaterra.
—¿Por qué es necesario traducir también para lectores de latinoamericanos y no conformarse con las que llegan de España?
—Me incomoda un poco la palabra “conformarse”, leer obras traducidas en España es, por lo general, leer una traducción muy bien cuidada, aunque el uso de ciertas palabras ajenas al público general latinoamericano puede generar alguna incomodad, en general no es un problema y depende de gustos, personalmente no me molesta, sobre todo, teniendo en cuenta la calidad de la traducción. Sin embargo, creo fielmente en que fomentar estos procesos en el país es necesario y otorga ciertas ventajas. Aparte de las ventajas intelectuales o culturales que implican fortalecer el sector académico y editorial en el país, está la posibilidad de abaratar costos del libro, poder hacer una tirada mucho mayor o visibilizarlo, a través de ferias nacionales, para hacer que llegue a más lectores.
—¿Qué otros autores está interesado en traducir?
—Me encantaría traducir autores u obras de humor, ya comencé con una comedia de Shaw y quizás me atreva a traducir algo de Saki o darle un repaso a Wodehouse. Es difícil comprender un chiste o una broma en su idioma original y retratarlo en otro con su mismo sentido, me parece un reto gigante, pero disfruto tanto con su lectura que quiero aventurarme a traducirlas; aún no sé cómo resulte el experimento. Actualmente estoy traduciendo para una editorial española unos ensayos de Thomas de Quincey y planeo traducir algunos cuentos de Katherine Mansfield, su calidad es admirable y conecta con un interés personal por traducir autoras y filósofas, reivindicando su labor como intelectuales, tan a menudo olvidada y, para mi agrado, ya hay alguna editorial en el país con el mismo interés que, incluso, ya ha lanzado una colección. Igualmente espero, con tiempo, continuar con la traducción de autores ingleses, en proyectos están Wilde, Swift, Hawthorne, Coleridge y Kipling.
—¿Qué recomendaciones daría para reconocer y valorar una buena traducción?
—Creo que no podría dar ninguna, simplemente recomendar que si les interesa un autor o una obra intenten acercarse a él desde todas las traducciones posibles, maravillarse con cada una, con sus particularidades, e intentar, con todo el rompecabezas que ello implica, armar y acercarse al original.
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