Boludeces, boludos y boludas
Establecida académicamente, en la nota titulada “De la inconveniencia de presentarse en pelota y/o en pelotas”, la sinonimia argentina entre el término científico “testículos” y las voces vulgares “pelotas” y “bolas”, cabe añadir que, con justicia o sin ella, suele identificarse el tamaño superior a lo normal de tan útiles adminículos con cierto grado de estupidez en su infortunado portador.
Derivados de estas metonimias esféricas son los sustantivos y adjetivos desvalorizadores pelotudo y boludo, cuyas significaciones, según el contexto, abarcan toda la gama que recorren “bobo”, “tonto”, “estúpido”, “idiota”, etcétera, etcétera.
Desde luego, y con toda lógica, una pelotudez o una boludez son las típicas acciones imbéciles que comete un pelotudo o un boludo.
El vocablo boludo suele emplearse profusamente por los adolescentes argentinos sin la menor carga insultante, como un mero vocativo: “Conseguí un trabajo, boludo” puede significar: “Conseguí un trabajo, Juan”.
O como una suerte de interjección polisémica: “¡Conseguí un trabajo, boludo!” puede significar: “Conseguí un trabajo, ¡qué buena suerte!”.
A pesar de la imposibilidad anatómica de lucir tales atributos físicos de boludez y pelotudez, el uso se ha extendido, como metáfora de intelecto limitado, al habla de niñas, señoritas y señoras argentinas.
En el asiento del colectivo posterior al mío viajaban dos elegantes damas de alrededor de cuarenta años, provistas, claro está, de la encantadora dicción femenina. Parando la oreja, no me fue difícil saber que –¡oh perfidia mujeril! – se dedicaban a despellejar a una tercera dama, de nombre Marcela y a la sazón ausente. Por eso, la dama A, indignada, le confiaba a la dama B: “¡Marcela cree que yo soy boluda, pero en realidad la boluda y reboluda y requeteboluda es ella! ¡Y a mí no va a tomarme por boluda ni por pelotuda, porque yo puedo parecer boluda, pero no tengo nada ni de boluda ni de pelotuda!”.
Para dar conclusión a esta nota, admito que, aunque todas las informaciones aportadas son rigurosamente ciertas, no por eso estoy exento de haber escrito alguna boludez o alguna pelotudez.
Al fin y al cabo, como escribió nuestro amigo Terencio el año 165 a.C., Homo sum: humani nihil a me alienum puto. Que, en nuestra lengua española, significa: "Hombre soy: nada de lo humano me es ajeno”.
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