Las dotes de Jorge Aulicino como poeta se condicen con su capacidad de reflexión sobre el lenguaje, algo que, en numerosas ocasiones ha puesto en evidencia con su labor como traductor y ensayista. Aquí, una muestra de ello publicada previamente en su Facebook y amablemente cedida para este blog.
Manuscrito hallado al pie de la bañera (¿o bañadera?)
Siguiendo el decálogo del buen cuentista, de Horacio Quiroga, un periodista, un escritor, un ciudadano que se expresara por escrito escribiría hace diez o veinte años: "Necesito un bote para cruzar el río", o bien, en una variante un poco más cachuza: "Para cruzar el río, necesito un bote". Hoy, quizá un 60 o 70 por ciento de los periodistas, escritores (¡escritores!) y ciudadanos que se expresan por escrito escribirían: "Para poder cruzar el río necesito un bote".
Hay una obsesión con el verbo "poder", del que deviene el sustantivo del mismo nombre. Aparece con increíble frecuencia donde no hace falta. Casi siempre junto a otro, formando doble infinitivo. Decíamos ayer, ante una serie de comentarios en esta red social, que no se trata de corrección o incorrección, puesto que el infrascrito no cree en esos términos, y mucho menos si los promueve la Real Academia Española. El lenguaje se modifica y crea no solo palabras sino reglas nuevas. Si esas reglas guardan entre sí una lógica estructural, avanzan. Porque los códigos demandan lógica gramatical, prosodia y necesidad, de otro modo no se generalizan. Y el hablante percibe cuando no la hay. Sin embargo, lo que tratamos es un problema de estilo, por lo tanto, ideológico, cuando no mental. Pues se generaliza sin que los hablantes mediten sobre su lógica, prosodia o necesidad.
Pero una razón ha de haber. Al principio, el infrascrito pensó que se trataba o bien de inconsciente vacilación ante el poder, o bien de inconsciente veneración por él. O ambas cosas. Ahora piensa que no tiene importancia si es una referencia temerosa o ambiciosa. Importa que el poder se mete por el medio, se pone en juego en cada frase que más o menos se refiera a una acción sustantivada: "Necesito un cepillo para poder cepillar la ropa". El argumento que se esgrimió ante estas observaciones mías es que cuando el hablante antepone el infinitivo "poder" expresa correctamente un campo de probabilidades: si tiene un cepillo, puede cepillar; si no lo tiene, no. En lo cual lo único que se advierte es una puerilidad. Si el hablante dice derechamente que para tal fin necesita de tal cosa, las probabilidades de hacer lo que se propone se cifran en ese único verbo: "necesitar", que no requiere de acompañante, pues significa, sólo y por sí mismo, sine qua non.
El duro problema a enfrentar es que estas y otras malsonancias –cuestión de estilo, insistimos, y no de una normativa– son el verdadero resultado de un "clima de época" en el que la cuestión del poder es carne y moneda cotidiana. En forma paralela a la difusión del verbo "poder", que lleva al sustantivo homónimo, se generalizó el uso de palabras como "sarasa", "discurso", etc. Todas ellas parecen referir a una suerte de cáscara de las cosas, tras la cual se esconde el deseo, que es instinto: de control, de poder. Tal instinto, como todos ellos –algunos abordados por el psicoanálisis– son vitales y por lo tanto están legitimados. Mantener el control de nuestras vidas e incluso aspirar a manejar ciertos aspectos de las ajenas; tener deseos sexuales, hambre y sed; tendencia a responder o a replegarnos si nos atacan, son acciones pre-escritas en nuestros "cerebro animal", que vendría siendo el más profundo e irreductible. Una delgada capa de neuronas nos protege de los excesos de estos impulsos primitivos. Esa capa se llama conciencia, intelecto, razón, y se supone que nos ha hecho seres civilizados que optan por delegar el poder de represión a una institución, el Estado, para no comerse unos a otros. Hay especies que llevan inscrito no atacar a sus congéneres, salvo que les disputen territorio, la zona que consideran propia, que vendría siendo su morada y coto. Aún así, los grandes felinos, por ejemplo, si luchan por ese poder lo hacen procurando desalentar y poner en fuga al enemigo, como si hubiesen leído al venerable prusiano Carl von Clausewitz, quien predicó que el objetivo de la guerra no es el exterminio, sino la inmovilización militar del adversario. ¿Hubiese dicho Von Clausewitz que "para poder vencer hay que quitar al enemigo la voluntad de lucha"? No lo creo. Hubiera o hubiese usado un solo verbo.
La diferencia entre nosotros y los felinos y cánidos es que estos no necesitan escribir un libro para manejar su instinto.
El lenguaje no es un magma, sino un sistema plástico que se modifica por razones de economía y también de significación. Es un problema si ciertos módulos verbales atraviesan la capa de neuronas pensantes y fijan una norma que ni siquiera intuitivamente sabemos a qué razón responde.
muy de acuerdo en todo salvo en el uso del subjuntivo en lugar del condicional. todo y así que la academia esa de la que hablan siempre y otros centros de fiscalización gramática aceptan el uso ya generalizado de una forma por otra, algo me dice que perdemos calidad cada vez que juntamos dos cláusulas subjuntivas en una misma frase. dicho sin el menor ánimo de ofensa sino con el mayor cariño y respeto.
ResponderEliminarAcúsase recibo. Gracias. Hay -no por defenderme- cosas peores como la mezcla de los tiempos verbales entre subjuntivo y condicional cuando el contexto indica que todo sucedió en tiempo pasado. Se dice "me dijo que me siente" en lugar de "me dijo que me sentara". Aquí, a orillas del Plata, es tan común hacerlo que nadie se da cuenta (mezclar los tiempos, quiero decir, se de sentarse no hablar, que vivimos con el Jesús en la boca). ¡Y pensar, como dice el bolero, que en mi vida fuiste flama! O que combatimos tanto el gerundio cuanto la oligarquía agro-ganadera, para no lograr nada!
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