Pero su escritura, distribuida en 24 volúmenes, rebasa la ficción. En Las fronteras culturales de WH Hudson (Banda Oriental, 2000), Felipe Arocena identificó cinco grandes zonas y problemas. Lo argentino (y la lengua española) y lo inglés (situación y lengua). Lo blanco y lo indio, ya que Hudson fue alistado en 1866 para vigilar la frontera sur, como el protagonista de Martín Fierro, de José Hernández. De esta experiencia surgió el cuento “Marta Riquelme”, integrado a su único volumen de piezas del género (El ombú, 1902), narración sobre una mujer robada por los indios que no podía sino fascinar a Borges, autor de “Historia del guerrero y la cautiva”. La frontera entre campo y ciudad. La oposición entre naturaleza y cultura y, por último, la observación naturalista y el espacio de lo imaginario. El siglo XXI multiplicó la bibliografía de y sobre Hudson. Las muchas traducciones de diferentes textos suyos, que en Montevideo impulsó Heber Raviolo, desafían la cruda verdad de una muerte ya centenaria.
Richard Lamb, protagonista de La
tierra purpúrea, es un viajero: pasa de Buenos Aires a Montevideo con la
pretensión de seguir una vida serena con su joven esposa. Sin trabajo, se ve
obligado a internarse en el territorio ignoto de la agitada República, en el que
vive varias aventuras: con un caudillo levantisco, al que se elogia, historias
de amor, encuentros con ingleses excéntricos, etcétera. Para Hudson hay una
compenetración fundamental (un habitus)
que trama lo visto, lo vivido y lo escrito. El capítulo XII incluye una larga
consideración sobre los viajeros que, de paso, inserta al narrador y al lector:
“Podría llenar docenas de páginas con descripciones de hermosos tramos de esa
región [...] pero debo declararme culpable de una
insuperable aversión por este tipo de escritura”. Y, luego: “no cualquier
vagamundo inglés [...] es capaz de familiarizarse con los hábitos caseros, y
con las maneras de pensar y de hablar de un pueblo distante”, porque lo visto
de paso debe “pertenecer al reino llamado corazón”.1
Esa “unconquerable aversion to this kind of writing”, en la
más reciente traducción de Miguel Temprano García aparece como “la invencible
aversión que me produce este tipo de literatura” (Barcelona, Acantilado, 2005);
por su parte, Hillman traduce “aversión invencible a esa clase de composición”
(Buenos Aires, Santiago Rueda, 1951). El sustantivo aversión –que
preparaba desde el remate del capítulo anterior– y el adjetivo “invencible”,
que lo acompaña, son demasiado duros hasta en un estilo que no teme la rudeza.
Sólo el extranjero que vea un espacio físico y humano diferente al que se formó
desde el “kingdom called the heart”, es decir el “reino llamado corazón”, podrá
apropiarse genuinamente de ese lugar. Con esa frase, Hudson parece invertir las
palabras de la escena II del Acto I de Hamlet,
de Shakespeare, en que el flamante rey Claudio finge lamentarse de la muerte de
su traicionado predecesor “con el pecho afligido, y todo nuestro reino /
contraído en un gesto de dolor”, según traducción (otra) de Idea Vilariño (“To
bear our hearts in grief and our whole kingdom/ To be contracted in one brow of
woe”).2
Hudson objeta a quienes difunden sus apuntes en revistas
oficiales luego de sus pasajes por América, mientras que él, conocedor de
primera mano de la vida en los territorios del sur, es desoído o
malinterpretado. En Far Away and Long Ago (Allá lejos y hace tiempo, 1918), la novela de
matriz autobiográfica (o autobiografía enmascarada) que escribió en la
ancianidad, cuestiona lo dicho por Darwin en Voyage
of a Naturalist (1839) sobre la pereza de los gauchos a partir del
ejemplo de un hombre miserable, a quien “le preguntó por qué no trabajaba [y]
le contestó ¡que era demasiado pobre para
trabajar! [Darwin] quedó asombrado y divertido al oír tal respuesta,
cuyo sentido no entendió. [...] El pobre hombre quería decir que sus caballos
le habían sido robados, lo que ocurre con frecuencia en esas regiones, o quizá,
que algún empleado del Gobierno se había apoderado de ellos (Cf. Las pampas salvajes, WH Hudson. Montevideo,
Banda Oriental, 2000, pp. 101-102).
Días de ocio en la Patagonia (Idle Days in Patagonia, London, 1893), diferido libro de viajes a partir de recuerdos y eventuales notas, un tanto novelesco y algo científico, dedica el capítulo duodécimo a impugnar otra perspectiva: “Estoy plenamente convencido de que Darwin no logró acertar [...] con la verdadera explicación de las sensaciones que experimentó en la Patagonia ni con el porqué de las poderosas impresiones que se grabaron en su mente” (Banda Oriental, 2006, pág. 158).
En La tierra purpúrea se embosca una sorpresa formal que afecta la estructura de la novela y que podría vincularse a esta resistencia a los viajeros. El nombre del protagonista-narrador y, en consecuencia, su resonancia irónica (Lamb significa cordero) aparece bastante tarde. Sólo en el capítulo V se lo identifica por primera vez, y eso por intermedio de uno de los ingleses de la Colonia que presenta al visitante a los demás miembros de su grupo. El nombre completo se consigna por primera vez en el capítulo XV. Puede ser que esa información se haya aplazado porque en 1904 corrigió intensamente la edición de 1885, en la que había una introducción de unas cinco páginas, que redujo a página y media, al tiempo que reaprovechó esos cortes enviándolos a un anexo sobre la historia uruguaya. En esta introducción de 1885 Hudson insistió durante varias páginas en que Richard Lamb era “el verdadero autor” de la historia que se iba a leer. De ese modo, algo convencional, quería dejar firme la ficción.
A diferencia de Montevideo
o una Nueva Troya (1850), de Alejandro Dumas, que opta por una larga
síntesis de la historia de la Banda Oriental, La
tierra purpúrea salpica algunos datos en la narración y aporta en el
final los más estrictos elementos histórico-políticos y geográficos, quizá por
presiones del editor o por querer presentar ese relato como testimonio
auténtico de una porción del mundo americano. Las historias nacionales contadas
con pareja maestría tendrán que esperar a que Eduardo Acevedo Díaz publique Ismael (1888) y otras narraciones
sucesivas. Es difícil que Hudson las haya conocido y que Acevedo Díaz supiera
de las del argentino que Inglaterra ganó. Más difícil es que Hudson ignorara El gaucho Martín Fierro, publicado dos años
antes de que migrara a Inglaterra. En cambio, menciona con entusiasmo Menosprecio de corte y alabanza de aldea (1539),
de Fray Antonio de Guevara, lo cual no sólo se explica porque este singular
tratado defiende las bondades de la rusticidad, sino que lo hace a partir de
citas latinas que, en su mayor parte, son apócrifas. Como si dijera: la
literatura existe más allá de la referencia y del poder de la autoridad. Hudson
sigue esa línea y, además, apuesta por la poesía que alimenta el espíritu
humano en comunicación con la naturaleza. En el capítulo III de La tierra purpúrea puede encontrarse esta
manifestación, que lo liga con el canto payadoresco y no con la herencia
aquilatada por Hernández: reclama un Teócrito que salve ese mundo natural de la
“indeciblemente trillada y artificial [...] poesía llamada pastoril”, que es
nada “cuando uno se sienta a cenar y se une al gracioso Cielo o al Pericón en
una de estas remotas y semibárbaras estancias sudamericanas”.3
Con dolido sarcasmo, Hudson comenta en el prólogo de 1904 que las primeras y avaras críticas aparecidas sobre The Purple Land leyeron la novela como imperfecto libro de viajes. En el Saturday Review un cronista anónimo comentó que “no es un genuino libro de viajes escrito por un verdadero viajero, sino una historia muy tonta acerca de un imaginario Mr. Lamb” (citado por Arocena, 2000, pág. 73). Aunque la literatura es un ancho abanico de posibilidades verbales que se confía al futuro, lo cierto es que sólo los lectores ingleses o los pocos que dominaban esa lengua podían acercarse a su narración. Sudamericano algo exótico para los ingleses, gringo para los argentinos, nadie o casi para los uruguayos durante muchísimos años, WH Hudson jamás regresó a esa América de donde nunca ha podido salir.
Notas:
1.La tierra purpúrea, WH Hudson, Montevideo, Banda Oriental, 1999: 104-105. La traducción
es de Idea Vilariño, originalmente preparada para la Biblioteca Ayacucho
(Caracas, 1980), y desde fines del siglo pasado reeditada con ajustes por la
citada editorial.
2.The Tragedy of Hamlet, Prince of Denmark,
en https://www.w3.org/People/maxf/XSLideMaker/hamlet.pdf; Hamlet. Príncipe de Dinamarca,
William Shakespeare. Montevideo, Banda Oriental, 1974. (Traducción, prólogo y notas
de Idea Vilariño), pág. 26.
3.Así en la pág. 73 de la versión de 1885: “Good heavens, thought I to
myself, what a glorious field is waiting here for some new Theocritus! How
unutterably worn out, stilted, and artificial, seems all the so-called pastoral
poetry ever written when one sits down to supper and joins in the graceful
Cielo or Pericon in one of these remote semi-barbarous South American
estancias!”.
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