Palabras cruzadas
Hace tiempo quería escribir algo sobre los crucigramas y su vil dependencia del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), apoyando las iras de Jorge Fondebrider contra este instrumento desactualizado que dos por tres es defendido por sus editores como mero registro, sin el ánimo de impartir reglas como antaño, cuando su lema, como el de la Academia, era “limpia, fija y da esplendor” (igual que el Puloil que usaban en mi casa). Hay algo peor, que menciono al paso: en un tiempo los crucigramas ponían a prueba –creo yo– los conocimientos del lector medio de un periódico. Las palabras en que se basaba el juego eran una suerte de charada para llegar a un resultado limpio y propio del idioma que tales lectores conocían, o debían conocer. Hoy, una de cada tres palabras es un dato que ni siquiera los lectores más avispados y cultos retienen en la mente. Lo cual obliga al uso de la Internet, para regocijo de todos cuantos lucran con ellas, especialmente Google. En el “Autodefinido” número 6.845 del diario Clarín, de Buenos Aires, se incluyen: “República insular de Micronesia en el Océano Pacífico”, “Antiguo país en la elevada llanura al Este del Mar Negro”, “Municipio de Puerto Rico en el Noroeste del país” e “Hija de Cadmo y Harmonía”. Existen, gracias a Dios, sitios que ofrecen las soluciones a casi todas las palabras a las que suelen recurrir los hacedores de crucigramas. Jorge Göttling, uno de los mejores y más clásicos periodistas que conocí en mi vida, erudito en el tango y en algunas cuestiones internacionales de las que debió ocuparse debido al asiento que le tocó en la redacción de Clarín, dedicaba poco menos de media hora a resolver el crucigrama del diario, antes de empezar el trabajo. Era un hombre culto, y además memorizaba las palabras comodín de los crucigramas, cuya trampa más común consiste en la ambigüedad. Esa ambigüedad ha devenido tramposa en los “Autodefinidos” porque las definiciones están escritas en mayúsculas y sin acentos, de modo tal que pueda leerse tanto “llevo” como “llevó”, de manera que la solución puede ser “conduzco” o “condujo”.
Pero volviendo al DRAE, en el “Autodefinido” 6.846 figuran al hilo dos verticales inescrutables: “Desperdicio que queda después de ahechado el trigo” y “Aseo, limpieza”. La primera parece uno de los rebuscamientos a los que nos tienen acostumbrados los crucigramas, pero es posible resolverla por lógica del lenguaje y teniendo en cuenta el número de casilleros ofrecidos para la definición. La anticuada palabra, basada en el DRAE, es “ahechadura”. La segunda me fue imposible resolverla con diez letras. ¿Cuál era esa palabra?: “curiosidad”. Yo creo no hay hispanohablante que usé “curiosidad” por aseo o limpieza, pero es sin embargo la segunda acepción en ese diccionario. He leído mucho, y en mi juventud muchas novelas traducidas en España. No recuerdo haber leído nunca la palabra “curiosidad” por aseo o limpieza. Este no es el único caso de una rareza admitida por el diccionario de la RAE. En el mismo crucigrama se incluye “Aceptar la herencia”, cuyo resultado es “adir”, y “Cabestro, ronzal” como sinónimos de “camal”.Con estos dos juegos de casi trampas las soluciones del Autodefinido solo se le pueden pedir a Mandrake.
Lo que nos interesa sin embargo es que el lector semiculto que crea que una palabra existe porque figura en el DRAE se equivoca, y solo aumentará su ignorancia y el crédito del rancio y mal planteado diccionario, cuya ideología imperial solo queda disimulada por declaraciones de modernización que parecen un púdico pareo tejido en China.
Por lo demás, el DRAE se ocupa de señalar el país de uso de muchas palabras. Por ejemplo, si uno busca “cuate” en la edición “virtual” encontrará la abreviatura Méx. antes de la definición: el cursor le revelará la palabra entera, que es “México”, pero que antes era “mexicanismo”, esto es, una impureza del idioma que no merecía ser fijada y no daba esplendor. Bueno sería que aclarara dónde se usa “curiosidad” como aseo. Y también –como lo hacen algunos diccionarios de otras lenguas– en qué año la encontraron registrada por primera vez. Allí es cuando el pareo cae y deja al desnudo unas carnes flácidas.
sin ánimo de polemizar sino de aportar algún dato nuevo o curioso al respecto de lo que señala aulicino, diré dos cosas: una, que tengo o poseo un ejemplar de la undécima edición (1869) del DLE (entonces no era real todavía) en la que figura, como segunda acepción de curiosidad la ya consabida definición de limpieza, aseo, etc.; la otra, que es habitual oír en boca de inmigrantes andaluces o extremeños en cataluña (ergo, supongo que en sus tierras de origen también) el uso del adjetivo curioso para calificar aquello que les resulta ordenado, pulido, arregladito pero no del todo ortodoxo. a este uso particular siempre le supuse una conexión directa con la curiosidad que suscita lo nuevo o inesperado pero ahora veo que la segunda acepción también fibrila en su corazoncito. como tantas otras veces, la lengua del vulgo acaba resultando un pelín más culta que la de los doctos.
ResponderEliminarEs así. En muchas variantes del castellano sobreviven usos arcaicos. En el Altiplano, por ejemplo. Hasta 1922, año en que publicó "Trilce", parece que era común por allá decir "tahona". En tanto acá -me refiero a Buenos Aires- esa era sin duda una palabra extraña, no registrada por la literatura ni el tango. Me preocupa que el DRAE no señale los usos arcaicos, o mejor dicho en desuso en gran parte del mundo hispanohablante, o no indique en algunos casos la zona geográfica en que se usa en España, incluso si se usa aún en toda España pero en América no, mientras que si incluye la palabra "cuate" no deja de señalar que se usa en México. Esto sigue significando: hay un castellano universal, maestro: el de España, que no necesita aclaraciones sobre usos regionales. Y hay otro, el de los países latinoamericanos, básicamente, que debe ser acotado para que un crédulo lector crea, suponga y certifique que solo se habla en zonas marginales, exóticas, como si aún existiera el imperio en el que "jamás se pone el sol".
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