martes, 8 de noviembre de 2022

Dale que va, total nadie revisa nada

Daniel Varacalli Costas envío la siguiente columna a propósito de una traducción de un libro D. H. Lawrence, uno de cuyos relatos fue traducido por Leonor Acevedo de Borges, a quien también se atribuye el resto, cuando, en realidad, …


De nuevo la pícara Pajarita

Hace unos días me topé en una librería de Avenida Corrientes con un libro de la vieja colección “La pajarita de papel” de Editorial Losada, antecesora de su colección Clásica y Contemporánea. Lo compré por su autor –David Herbert Lawrence–, a quien estoy traduciendo; por su traductora –la madre de Borges– y por pertenecer a una colección cuyo primer número es la traducción de “La metamorfosis” de Kafka, falsamente atribuida –y otra vez debo mencionarlo– a Borges.

Para este mismo blog escribí hace unos años una entrada sobre ese tema que reflejaba mi perplejidad por el empecimiento con que no sólo el sello editorial, sino también muchos especialistas, desvirtuaban una sencilla verdad histórica: que esa traducción había sido tomada de la Revista de Occidente. Con no menos perplejidad leí este año cómo otro especialista borgesco (permítaseme el neologismo) –Daniel Balderston- despachaba este tema con ligereza y refutándolo dogmáticamente, de espaldas a una verdad histórica que hoy día se puede verificar fácilmente por Internet.

Pero lo curioso es que este procedimiento de tomar traducciones de la revista fundada por Ortega y Gasset y atribuirla a traductores locales vuelve a reproducirse de manera casi idéntica en el volumen con el que tuve la suerte de cruzarme.

Se trata de cuatro relatos de D. H. Lawrence, comenzando por el que da título al volumen –La mujer que se fue a caballo– seguidos de “Isla, isla mía”,El oficial prusiano” y “Dos abejarucos” (así vertidos al español, ya volveré sobre esto). La primera edición de esta selección data de 1939, la segunda (la que yo poseo), de 1946. Vale la pena recordar que en 1938 murió el padre de Borges y que este hecho determinó –costumbre de la época- que su hijo tuviera que conseguir un trabajo estable y que la madre decidiera volcarse al noble oficio de traductora. Por su parte, la colección “La pajarita de papel” estaba dirigida por Guillermo de Torre, quien –como sabemos- era un ensayista y traductor español que estaba casado con la hermana de Borges, de modo que todo el asunto quedaba en familia.

Me interesa señalar en primer lugar los tremendos errores y erratas que contiene el libro, a tal punto que nos lleva a abandonar la idea de que “cualquiera tiempo pasado fue mejor” (lo que, desde esta época, es mucho decir). Voy a mencionar los más evidentes.

Ya en la retiración de la portada, el título original del relato que abre el libro está consignado en inglés como “A Woman who Rode Away”, en lugar de “The Woman who Rode Away”. Debajo, el crédito de la traductora aparece adjudicado a “Leonor de Acevedo”, cuando Acevedo era el apellido de soltera de doña Leonor (el error parece colgarse de la rancia costumbre de anteponer “de” a los apellidos, tan utilizada en las escuelas para señalar la pertenencia a una familia).

La introducción de Guillermo de Torre es un dechado de deslices; reproduzco los más notorios: David-Herbert Lawrence (con guión), “pilgrimase” (por pilgrimage), Woman in Love (por Women in Love), y un aserto de sorprendente etnicismo imaginario: “los mediterráneos, los pueblos no reprimidos”, verdadera confirmación de la muerte de Freud, sucedida el mismo año en que este prólogo vio la luz.

Ni siquiera el pie de imprenta del libro se salva de los tropiezos: “La pajarita de papel, Volumen 5 (…) acabóse de imprimir la segunda edición del presente libro en la imprenta López…”. Dos sujetos para una misma oración: un anacoluto de proporciones.

Superado el prólogo (y no es poca cosa, lo aseguro), uno se adentra en los relatos. El que da título a la selección se lee con fluidez, sin mayores ripios, aunque con algunos sobresaltos: por ejemplo, “troteando” por trotando (p. 40), vaticinando con el error prácticamente la única desinencia productiva que hoy queda en los verbos en español. Una frase de la protagonista del relato anticipa magistralmente el tema de “El muerto” de Borges, casi al milímetro: “Ya estoy muerta. Qué diferencia puede haber en la transición de esta muerte en que estoy y la muerte que pronto llegará.” (p. 82).

A partir del cuento que sigue, el panorama cambia totalmente. Primero por la traducción del título: “Isla, isla mía” no es otra cosa que la versión elusiva de England, my England, que tolera sin problema una traducción literal. Ya a partir de aquí parece sospechoso que doña Leonor hubiera evitado nombrar a la que era casi su madre patria. Pero apenas uno se embarca en la lectura, comienzan a menudear frases y palabras que nadie en su sano juicio utilizaría en la Argentina: “perpetuo torcedor” (p. 92), “peracabada” (p. 96), “tenería”, “notadlo” (p. 97), “en su redor” (p. 101), “patronear” (p. 102), “haciendo que hacía” (p. 106), “estar como una plomada” (p. 120), “ponerse en lo peor” (p.- 122), “surtir hacia el cielo” (p. 141), parecióle (p. 142), y así siguiendo. Esto sin contar la utilización de palabras que no existen en el diccionario (destaco “inconfortable” por incómodo, p. 93). Luego de “El oficial prusiano”, que se mantiene en el mismo clima, otro título nos sorprende por lo hermético: “Dos abejarucos”, cuyo original es “Two blue birds” y cuya traducción literal es más simple, más bella y más comprensible. Así lo entendió en 1936 la revista Presente de Santiago de Chile (9-10-1936, p. 9-26) anticipándose a la rapiña local en tres años, al publicar la misma traducción con el título “Dos pájaros azules”. Lo mismo que hace hoy la página plumasuma.com al publicar en Internet la misma traducción, pero con ese título.

Una somera investigación internáutica explica el cambio de variedad lingüística que advertimos sin demasiado esfuerzo en los relatos que siguen al primero: las traducciones no son de Leonor Acevedo, sino que están tomadas de la Revista de Occidente, que a su vez solicitó los derechos a la revista The Dial, donde se publicaron los originales. Van los datos: Isla, isla mía –con ese título- se publicó en Revista de Occidente, XLIX, 147, 1935, pp. 278-329; El oficial prusiano en Revista de Occidente, XLI, 123, 1933, pp. 275-308, y Dos abejarucos en Revista de Occidente, XVIII, No. 52. Octubre 1927, p- 80-102. Las traducciones no están firmadas. El contexto en que fueron gestionadas se explica en el trabajo de Margarita Garbisu “La relación de Ortega y Revista de Occidente con The Dial (1924-1927)”, publicado en el Número 31. Noviembre de 2015 de la Revista de estudios orteguianos.

El procedimiento de Losada con las traducciones de estos relatos de D.H. Lawrence fue casi análogo al adoptado con “La metamorfosis” y los relatos “Un artista del hambre” y “Un artista del trapecio”, con una leve diferencia: todo indica que la versión de “La mujer que se fue a caballo” es de la madre de Borges, mientras que las siguientes, tomadas del ignoto traductor de la Revista de Occidente, quedan implícitamente adjudicadas a ella, en tanto nada se aclara en el crédito general de la traducción. Por el contrario, en el caso de los relatos de Kafka que abren la misma colección, ninguno de los tres fue traducido por Borges, sino que todos ellos están tomados de la revista que fundó Ortega y Gasset. No parece raro que Guillermo de Torre haya metido baza en todo este entuerto, dado que dirigía la colección.

La editorial nunca escarmentó: en el caso de Leonor Acevedo redobló la apuesta y en ediciones posteriores perfeccionó el crédito, atribuyéndoselo a “Leonor de Acevedo de Borges” (sic), como una demostración de que no tenía nada de qué arrepentirse.

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