Jorge Aulicino recuerda en este artículo las ediciones de la editorial TOR y las de Claridad, casas creadas emigrantes españoles a la Argentina, como antecedentes de los libros que luego publicarían Eudeba y el Centro Editor de América Latina.
Industria y literatura
TOR fue creada por Juan Carlos
Torrendell, nacido en Palma de Mallorca en 1895. La creó en 1916, en Buenos Aires,
a los 21 años. La editorial de Torrendel convivió con el folletín, pero su
ambición era otra: dar estatus de libro a la literatura popular; crear
colecciones cuyas páginas no fueran aptas para envolver huevos. Meter el libro
en los hogares del proletariado y de la clase media baja. Torrendel (de allí
venía TOR y no del nombre del dios escandinavo, como alguna vez supuse) tuvo
con divisa “Contra viento y marea”. Era un proyecto comercial con fines
culturales precisos: debía satisfacer la sed de lectura de los sectores
populares sobre los que se cruzaban las ideas progresistas de los 80 y las de
los socialistas y anarquistas que profesaban veneración por la ilustración, a
la que pretendían robar de entre las manos de la alta burguesía. Ese proyecto
incluía, burlonamente quizá, la voluntad de romper precisamente el aura de la
literatura. De hecho Torrendel vendió libros por kilos en sus locales del
Centro de Buenos Aires.
La misma senda de TOR siguió la editorial Claridad, del catalán Antonio Zamora, fundada cinco años después, que publicó, además de libros, las revistas Claridad y Los Pensadores. A Claridad estuvieron unidos los escritores Elías Castelnuovo, Leónidas Barletta y Roberto Arlt, Manuel Gálvez. El libro de bolsillo aún no había nacido, pero ya clamaban por él el Buenos Aires de los tranway y del subterráneo. Se hizo cargo de ese reclamo Oliverio Girondo, quien publica Veinte poemas para ser leídos en el tranvía en 1922 casi simultáneamente con el nacimiento de Claridad. Girondo, sin ningún proyecto de formación cultural para las masas y como irónico tributo, más bien, a la nueva era, había puesto en la tapa de su libro: “Edición tranviaria a veinte centavos” y en los hechos había reemplazado el libro de cuarto de pliego por el de octavo; aquél era un libro de bolsillo.
En cierto sentido, el pocket,
que comienza a producirse en los años veinte y treinta en Europa y los Estados
Unidos, volvía el proceso a un paso intermedio entre el folletín y el libro
popular. No era la novela en capítulos pero tampoco parecía aspirar al atril y
la biblioteca. Efectivamente pensado para leer en los tranvías y los subtes, en
el tren o en el trole, provocaba a considerarlo descartable. Se arrugaba en los
bolsillos, se descuajeringaba, no estaba a la altura, ni siquiera mirado de
lejos -como los de TOR y Claridad- de un libro comme il faut. Parecía un
objeto transitorio.
Y sin embargo…
El formato terminó por hacerse
habitual. Deberíamos contar cuántos libros de bolsillo hay en nuestras
bibliotecas hoy. A treinta o más años de que los libros de TOR se acomodaran en
la biblioteca de mi padre, se sumaron los de
Y con todo esto quiero decir que más allá de las castizas traducciones de TOR y Claridad, que llevaron a veces a los escritores sociales de Boedo a escribir como madrileños, hubo un proyecto, como se decía hasta hace poco, de literatura para la masa. Sería más apropiado decir “para el consumo popular”. Pero de literatura hecha y derecha. La primera traducción que leí de “El cuervo”, de Poe, fue la del venezolano Pérez Bonalde -aún se escribía en rebuscado español por acá., en un librito de poemas que casi se deshacía en las manos y llevaba impreso en la contratapa el precio popular. Pérez Bonalde usó la palabra “avechucho” para que rimara con “mucho”, pero fuera de estas fealdades, obligadas por la rima, el sonsonete me resultaba grato. Y hoy pienso que la “música” de Pérez Bonalde era de la misma familia que la del original en inglés. No hace falta aclarar que a mi juicio la “reproductividad” (el difícil término supongo que es una traducción discutible de un concepto de Walter Benjamin), inherente a la industria, no tiene nada de malo si trabaja con la literatura como materia, y no al revés. Esto es que la literatura trabaje para la industria.
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