El pasado 25 de febrero, Karina Micheletto publicó en el diario Página 12 la secuela del escándalo que tiene por protagonista a Roald Dahl. Según la bajada, “La polémica por la ‘adaptación contemporánea’ a la obra del célebremente incorrecto autor recibió una andanada de críticas alrededor del globo. En Gran Bretaña subsanaron el tema anunciando una doble edición. ‘Los lectores tendrán la libertad de elegir qué versión de las historias de Dahl prefieren’, explican”
“Un día todos moriremos de corrección política”, es la frase que aplica como broma. Si se tira de la piola del sarcasmo, lo que sigue es la respuesta inclusiva a modo de remate: “¡Se dice todeeees!”. Pero si hay “tercer acto”, también puede ser uno de la vida real: la reciente decisión de los editores británicos de Roald Dahl de “reescribir” algunos conceptos de su obra para que no suenen “ofensivos” a los sensibles oídos contemporáneos, por ejemplo. Ocurrió esto: alguien o alguienes consideraron que hoy es mejor que el rollizo Augustus Gloop de Charlie y la fábrica de chocolate deje de ser “gordo” para pasar a ser un niño “enorme”. Que siendo imposible que las malísimas protagonistas de Las brujas dejen de ser calvas debajo de sus pelucas, se puede subsanar la incorrección agregando una frase aclaratoria: ”Hay muchas otras razones por las que las mujeres pueden usar pelucas y ciertamente no hay nada de malo en eso”. Que lo tolerable es que la señora Twit de The Twits, ya no sea “espantosamente fea y odiosa”, sino, más genéricamente, “bestial”. ¡Justo ella, que en la traducción castellana pasa a ser la “Señora Cretino”, su esposo el “Señor Cretino”, el libro Los Cretinos! ¡Si hasta llega el tremendo olor que emana esa barba con restos de comida, de sólo evocar lo asquerosos que los pinta Roald Dahl desde el comienzo!
Lo anterior es real. ¿No tiene remate? Sí: Fue tal el revuelo que se armó, tantas las críticas recibidas alrededor del globo –incluida la aclaración de Alfaguara y Santillana, que tienen los derechos de la obra del autor británico en habla hispana, de que mantendrán sus ediciones en castellano “tal y como están”– que el sello británico Puffin Books –actualmente parte del conglomerado Penguin Random House– hizo otro anuncio el viernes. Tuvo que “corregir la corrección”. Entonces harán así: Crearán La colección clásica de Roald Dahl, con “los textos clásicos” del autor. Serán diecisiete títulos que se publicarán con el logotipo de Penguin. Y sacarán, además, la renovada “versión correcta”, bajo el sello Puffin.
¿Ha nacido una División Palermo de la literatura infantil?
Las razones
Página/12 preguntó a The Roald Dahl Story Company, propietaria de los derechos de la obra, sobre los motivos de esta decisión, y de la anterior. “Los últimos días han demostrado cuán importantes son las historias de Roald Dahl para los fanáticos de todo el mundo, y nos ha conmovido profundamente la fuerza del sentimiento. Lo más importante para nosotros es que las historias sigan siendo disfrutadas por todos. El plan de Puffin Gran Bretaña de imprimir dos ediciones del libro les dará a los lectores, ya sea que tengan 7 o 77 años, la opción de explorar las historias de la forma que deseen”, explicó ante a consulta un vocero de la compañía, que desde 2021 es, a su vez, propiedad de Netflix.
Para dimensionar el revuelo y la fuerza del “clásico” –que se convirtió en tal en estos cuarenta años, justamente y entre otras cosas, por su incorrección: Los representantes de The Roald Dahl Story Company tuvieron que también salir a aclarar en estos días que no fue Netflix la que les pidió el cambio a los textos, eximiendo de responsabilidad al servicio de streaming, sobre el que también se elevaron las quejas de los lectores “clásicos”. Juran que, aunque se anunció ahora, la decisión se tomó en 2020, antes de que Netflix adquiriese la empresa. La popular plataforma ya tiene listos, mientras tanto, lanzamientos como Matilda de Roald Dahl, el musical.
“Hemos escuchado el debate de la semana pasada, que ha reafirmado el extraordinario poder de los libros de Roald Dahl y las preguntas muy reales sobre cómo las historias de otra era pueden mantenerse relevantes para cada nueva generación”, amplió Francesca Dow, directora de Penguin Random House Children's Gran Bretaña.
“Como editorial infantil, nuestro papel es compartir la magia de las historias con los niños con el mayor pensamiento y cuidado. Los libros fantásticos de Roald Dahl son a menudo las primeras historias que los niños pequeños leerán de forma independiente, y cuidar la imaginación y las mentes en rápido desarrollo de los lectores jóvenes es tanto un privilegio como una responsabilidad”, agregó.
“También reconocemos la importancia de mantener impresos los textos clásicos de Dahl. Al hacer que las versiones de Puffin y Penguin estén disponibles, estamos ofreciendo a los lectores la opción de decidir cómo experimentan las historias mágicas y maravillosas de Roald Dahl”.
En la Argentina
La editorial Santillana, que publica las obras de Dahl en castellano, sacó un comunicado tras el revuelo: “Siempre hemos defendido la literatura infantil y juvenil, y publicado libros, sin atender ningún tipo de censura, con independencia de las modas y circunstancias del momento”, expresaron. “Editamos libros sin complejos, atemporales, que no subestiman al lector. Nos enorgullecemos de ello porque el oficio de editor solo se puede entender desde el respeto a los lectores y autores, y desde la honradez con las historias que nos confían y decidimos publicar”. Y aclararon: “Ya hemos transmitido, por lo tanto, a sus agentes que no vamos a adaptar los libros de Roald Dahl”.
Dahl es uno de los autores internacionales más importantes de la LIJ. Sus obras son clásicos en todo el mundo. En la Argentina es uno de los diez autores más vendidos dentro de Loqueleo, el sello local de Santillana que los edita. Libros como Matilda o Charlie y la fábrica de chocolate superan los 150 mil ejempleares vendidos a nivel local.
“Desde Loqueleo no veo la necesidad de adaptar nada. Hace décadas que publicamos LIJ y somos respetuosos de las obras y de sus autores. Pienso que las obras literarias deben leerse siempre en el marco de su contexto de producción. Es absurdo pedirle a un texto de una época determinada que obedezca al pensamiento, los ideales o los sueños de otra. Incluso si ciertas palabras resuenan de una manera distinta en un momento u otro, no veo por qué haya que cambiarlas o adecuarlas. Excepto que el propio autor o autora quiera reescribir y corregir sus textos, que está en todo su derecho”, dice a Página/12 María Fernanda Maquieira, editora del sello y también escritora.
Y concluye: “Me parece que todo este asunto ofrece una buena oportunidad para discutir en las escuelas, en vez de ponerse en el lugar de guardianes de la ultracorrección: ¿por qué el o la autora habrá escrito eso? ¿qué pasaba en esos años? ¿cómo era esa sociedad? ¿qué significa esa palabra hoy y por qué nos molesta? ¿qué batallas hubo que atravesar? Y, por último, como adultos mediadores: ¿qué le estamos pidiendo a la literatura? ¿Por qué les tenemos tanto miedo a las palabras?”.
Lo cierto es que el anuncio de los editores británicos de Roald Dahl, que a juzgar por el amplio rechazo global que cosechó, se comprobó, cuanto menos, “exagerado”, habla de cierto estado de cosas en la literatura en general, y en la infantil en particular. Una necesidad de “volver correctos” los libros para las infancias, “transmitir valores”, “subrayar emociones”, “marcar roles”, con la corrección como faro.
Como en División Palermo –la serie de Netflix– buscar lo diverso y lo inclusivo como único objetivo se puede volver grotesco. Y el camino del infierno está plagado de buenas intenciones.
Cuestión de mercado
Más allá del extremo al que llegaron “metiéndose” con Roald Dahl, lo cierto es que, coinciden los especialistas, lejos de ser una excepción o una decisión trasnochada, lo que ocurrió da cuenta de algo que está pasando en la literatura. De cierto estado de cosas. Para la escritora, especialista y librera de Donde Viven los Libros Carola Martínez Arroyo, lo positivo de todo esto es que “al ser tan grotesco, muestra lo que está pasando, y crea una reacción”.
Habla de lo que pasa cuando “todo se reduce a una cuestión de mercado”: “La industria editorial va detrás de lo que pide ese mercado: más conservador, más moderno, más inclusivo... Eso habla también de algo que está pasando en la sociedad”, reflexiona.
“Que se plantee la posibilidad de 'leer el libro que prefieras', cubriendo toda la demanda para no perder ningun mercado, también me parece terrible”, agrega. “Aniquila la idea de obra artística, la idea misma de literatura”. Cita un ejemplo: “Así podemos pedir una versión de Caperucita con el final que quiere cada uno, y a Caperucita le pasa lo que el lector quiere. Puede ser más sumisa, puede estar empoderada, puede crear un sindicato de Caperucitas. El lobo puede ser vegano”, enumera. Y revela: “Todo esto ya pasa, ya hay cada una de estas versiones, y más. Cada una responde a una necesidad del mercado, no de los lectores. Todo se subvierte”, concluye.
Retoma el caso de las muy vendedoras Antiprincesas: “Algo que nació para responder a los estereotipos, termina siendo otro estereotipo, y un objeto de mercado. Las mujeres empoderadas terminando siendo marketing. Todo esto responde a la vieda idea de que los niños y niñas son como una suerte de vasijas vacías, que se llenan con lo que leen. Siguiendo ese razonamiento, si leen Harry Potter, tendrían que salir volando”, se ríe. Y termina citando a María Teresa Andruetto, y su ensayo Los valores y el valor se muerden la cola: “Todo es circular: empezamos con las buenas intenciones y terminamos con esa misma cuestión aleeccionadora, pero más por izquierda”.
Censura y más allá
“En los últimos tiempos y en nombre de las sensibilidades que pueden herirse, aparece un nuevo listado de “malas palabras”: gordo, enano, discapacitado, como si de ese modo se garantizara un mejor trato social a quienes no cumplen con los requisitos que esa misma sociedad propone como ideales”, describe la escritora Silvia Schujer. “Pero después duermen veinte personas en la vereda o adentro de una cabina de Banelco y la sensibilidad... bien, gracias”.
“También en los últimos tiempos, si tu historia es de tinte realista y ocurre en un ámbito doméstico, los personajes femeninos en lo posible deberían jugar fútbol y los masculinos cambiarle los pañales al peluche. Aclaro: no me parece mal que se sugiera un cambio de roles y que socialmente se esté promoviendo la inclusión y la igualdad en la diversidad de géneros. Pero el riesgo de caer en un maniqueísmo “progre” es tan peligroso para la ficción como cualquier otro (maniqueísmo)”.
Schujer suma otro actor a la cuestión además de los que suelen citarse (la escuela y su exigencia “pedagogizante”; la necesidad editorial de adaptaciones del habla local para llegar a mercados regionales). En su caso, habla de los medios de comunicación.
“La mayor 'censura' –por llamarla de algún modo– que yo viví, provino de los medios de comunicación. Cuando salió mi novela Las visitas, en La Gaceta de Tucumán me dedicaron dos columnas donde lo más suave que me dijeron fue que era una amoral y que no tenía ningún plan ético para transmitir a los niños . Algo más o menos así. La novela trata de las visitas que hace un chico a la cárcel porque su papá está preso. Al crítico del diario, una de las cosas que le parecía terrible, era que yo tratara 'con cierta humanidad' (sic) a ese padre preso”,recuerda.
Y suma: “En el diario La Prensa recibí mi castigo por escribir Historias de un primer fin de semana, que es la vida de dos chicas cuyos padres se separan. Les molestó que en mi historia, la vida de esas niñas no fuera tortuosa. Que no apareciera allí una madrastra horrible, es decir: que hubiera un final feliz sin que para ello los padres tuvieran que volver a juntarse”.
“En la tele, Eduardo Feinman tiró mi libro Puro huesos por el aire diciendo que era una basura. En una escuela, una madre se había quejado porque a su hijo se lo habían dado para leer (contiene un par de cuentos con humor negro, ponele) y el notable quiso hacer de eso una noticia denostando el texto, a la maestra que lo dio, y a mí ni te cuento. La cosa terminó muy bien con la docente y los chicos”.
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