martes, 21 de marzo de 2023

Supongamos que se llaman Aulicino y Hax

La siguiente reflexión de Jorge Aulicino hace a la esencia de la traducción. Su continua presencia en discusiones pone en juego justamente lo más difícil e importante de traducir de una lengua a otra: no las palabras, sino la cultura.

En una tarde de invierno

En un bar de Corrientes y Billinghurst que de noche era tanguería, Andrés Hax o yo mencionamos la primera línea de Moby Dick, de Herman Melville, y las delicias del enmascaramiento.

Hax fue uno de los mejores redactores de la revista Ñ, suplemento de Cultura del diario Clarín, de Buenos Aires. Cuando me fui de allí, primó un criterio al parecer opuesto al que expongo y sostengo, y lo echaron. Hax nació en Boston, es hijo de expatriados chilenos. Se educó bilingüe y tiene una gran formación literaria y también tecnológica.

Era una tarde de invierno y lo único que faltaba a aquella agradable reunión era tabaco. Pero hacía frío como para salir a fumar. Estábamos hablando de la zona gris de la sociedad en que se refugian los literatos de verdad, la comparamos con la de los contrabandistas o los espías que parecen vivir como hombres comunes, y recordamos que Ted Hughes se había preguntado si era más raro el poeta Wyndham Lewis, que posaba de vanguardista, o T.S. Eliot, a quien definió como "un chamán disfrazado de banquero". En ese contexto surgió el recuerdo de la primera frase de Moby Dick, que se menciona siempre como uno de "los mejores comienzos de novela", por razones seguramente distintas a las que pensamos con Hax. Yo le dije que el argentino Enrique Pezzoni había traducido el famoso "Call me Ishmael" como "Supongamos que me llamo Ismael" y que para mí esa era la mejor traducción. Recordaba mal: en las dos versiones que leí de la novela, el que usa "Supongamos que..." es Julio Acerete (Bruguera, 1967). Pezzoni tradujo de modo parecido pero no logró en mí el mismo efecto: "Pueden ustedes llamarme Ismael" (Sudamericana, 1970). El resto de las traducciones españolas que vi por ahí opta por la literalidad: "Llamadme Ismael". Convengamos que la simple omisión del modo natural en que se presentan las personas -"Soy Fulano de Tal" o bien "Me llamo Fulano de Tal"- crea ambigüedad en quien escucha la frase en imperativo. Hax me explicó: "En los Estados Unidos si estás a la noche en la barra de un bar y un tipo que te pregunta cómo te llamás, respondés 'decime Tal', significando: 'No quiero tener intimidad con vos, pero te voy a contar mi vida entera'. Es una mezcla entre distancia e intimidad que se da entre los gringos al beber de noche en el bar, aunque no es el contexto de la novela." De esta manera, Acerete hizo evidente lo que estaba sugerido, y Pezzoni mantiene la ambigüedad con su "pueden ustedes", que significa tanto "les doy esa confianza" cuanto, precisamente, "llámenme así" –call me-.

Todo esto viene a cuento de que leo recién ahora una nota de Magí Camps publicada en La Vanguardia el 21 de diciembre de 2020 en la que, después de afirmar que "los traductores no se acaban de poner de acuerdo" sobre este tema, y de recordar en qué consiste la frase y cuál es su intriga, escribe el siguiente párrafo:

Hace unos años saltó la polémica cuando el escritor argentino César Aira afirmó que había que traducir esa frase por “Podéis tutearme”. Lo recordaba el traductor y escritor Javier Calvo, autor del ensayo El fantasma en el libro: la vida en un mundo de traducciones (Seix Barral, 2016). Aira, también traductor, defiende esa opción porque, efectivamente, mientras que en nuestra lengua pedimos que nos traten de tú, en inglés, que no tiene el tuteo, lo resuelven pidiendo que los llamen por su nombre de pila, y no por el apellido precedido del tratamiento de señora o señor.

En mi opinión, Aira debería probar que eso forma parte de una convención sancionada entre gente de habla inglesa. No es así, supongo. Si alguien quiere que lo llamen por su nombre dice: "Soy Maggie", "Soy Julie", "Soy Peggy". No hace falta el "call me". Dicho esto sin conocer las cavernas del inglés, me atengo a que el sentido del comienzo de Moby Dick puede haberse aggiornado en los bares de Manhattan y de Boston, incluso de Oklahoma, en el sentido que me señaló Hax. Y que, aunque le pese a Aira, ese sabor a antiguo a prólogo de una historia personal contada a un desconocido seguirá primando. Incluso en las versiones literales.

Y no entramos en el debate acerca de si un traductor debe interpretar o no, ser “fiel” o pretender ir más allá cuando se encuentra en apuros, porque tanto Acerete cuanto Pezzoni y los diversos traductores que se atuvieron a la letra obtienen los mismos resultados en este caso. Quizá un poco más acentuado en la versión de Acerete que me sigue fascinando. Porque es la de mi juventud, qué joder.

4 comentarios:

  1. muy interesante, como siempre. hay una canción de paul simon, you can call me al, que pone en danza la escena de la barra de bar e ilustra lo que dice hax. mientras leía el artículo se me ocurrió, así, a vuelo de moscardón, una variante que no descarto de entrada: me dicen Ishmael. me gustaría saber qué opina aulicino de ella, aunque de entrada se ve que el interlocutor imaginario queda inmediatamente ampliado por el pronombre elidido (ellos, o sea, todos los que me conocen). pero es otra opción, no?

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  2. Me parece una buena opción, pero la cuota de incerteza es menor. En "supongamos que me llamo Ismael" hay ambigüedad total, a mi modo de ver: puede que me llame así, puede que no. El simple "call me" traducido literalmente también deja esa oscilación en el aire: "llámenme", lo cual no garantiza que el nombre que les diré sea el verdadero. Creo que el espíritu de la frase es eso, no importa cómo me llamo, importa la historia que voy a contar, principio y fin del estilo narrativo yanqui. Tanto en la literatura cuanto en los bares nocturnos, que parecen ser para nuestros hermanos de Norte el escenario más propicio para ponerse a contar historias y confesiones.

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  3. Creo que el "llámenme" es la mejor opción justamente porque instala de entrada la ambigüedad. La ambigüedad que campea en toda la obra, desde cómo es Ahab hasta la ballena albina, que te pone ante el color del mal absoluto, el blanco, que aterroriza y frustra.

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