"Trascienden los circuitos porteños convencionales con cálidos espacios donde los vecinos reciben recomendaciones y pueden quedarse a leer o charlar durante horas. ¿Futuro de la industria o peligro de extinción?". Tal es la bajada de la nota publicada por Gabriela Mayer, en InfoBAE Cultura, el pasado 31 de enero.
Las librerías de barrio, pieza fundamental del universo secreto del libro
Las librerías de barrio se multiplicaron durante los últimos años por la Ciudad de Buenos Aires. Integradas al tejido barrial, proponen catálogos de calidad y esmeradas recomendaciones. El intercambio entre estos espacios culturales y los vecinos puede adoptar las formas más diversas, desde larguísimas conversaciones, budines de regalo y cenas compartidas.
Infobae Cultura realizó un recorrido por tres de estas librerías que abrieron sus puertas en pandemia: Eriza en Villa General Mitre, Malatesta en Parque Chas y Ramuna en Villa Pueyrredón. Y, entre otros puntos, les consultó: ¿cuánto tiempo promedio pasa el público en el local?, ¿de qué manera conforman su catálogo? y ¿cómo transcurre la vida cotidiana en estas tiendas de libros?
Al mismo tiempo, resulta insoslayable una cuestión que atraviesa actualmente el ecosistema librero. ¿Podrán sobrevivir las librerías pequeñas, como las de barrio, una derogación de la ley que establece el precio único de los libros?
Mientras responden estas y varias preguntas más, queda resonando una frase casi como una declaración de identidad de estos espacios: “El libro es una excusa, pero no cualquier excusa, para conectarse con el otro”.
Eriza: buenos libros y charla asegurada
Eriza sorprende con su frente colorido sobre la calle Juan Agustín García, a unas pocas cuadras del estadio Diego Armando Maradona. Podría pensarse que está en Paternal, pero en realidad se trata de Villa General Mitre.
Este cálido espacio libresco funciona en una típica casa de barrio de comienzos del siglo XX. Más específicamente, en un antiguo living comedor refaccionado por los dueños de la librería, que viven en esa misma propiedad. Para entrar, hay que tocar el timbre como si se visitara a un vecino.
Impulsados por su amor a las letras, Ernesto y Sabrina -diseñadores de indumentaria y estudiantes de Filosofía- decidieron cambiar de rubro. “Siempre leímos y siempre comprábamos libros”, cuenta Sabrina a Infobae Cultura. “No teníamos idea cómo era y empezamos a llamar a distribuidoras, a editoriales independientes que conocíamos y no llegaban al barrio”, comenta desde la trastienda del local.
La librería abrió sus puertas en diciembre de 2021. Con un catálogo que privilegia los sellos independientes y la literatura contemporánea, busca llevar otro tipo de literatura al barrio. Así se refleja también en su mesa de novedades y destacados, que es un tablero de dibujo reciclado.
Ernesto detalla que quisieron “acercar una propuesta que, más allá del bestseller, permitiera conocer lo que se produce acá. Antes, si querías comprar por ejemplo un libro de Romina Paula o de Incardona, tenías que ir hasta el centro, Villa Crespo o Villa Pueyrredón”.
Varias generaciones de antepasados de este librero vivieron en la casa donde actualmente funciona Eriza. De hecho, sobre las bibliotecas rojas donde se alinean los ejemplares a la venta cuelgan retratos de sus bisabuelos. Asimismo, en la entrada, una vieja fotografía familiar acompaña al mullido sofá que invita a quedarse leyendo.
La gran mayoría de los clientes habita en el mismo barrio de casas bajas. Antes de que comience el horario de atención al público, Sabrina observa que “la gente vuelve, te va conociendo y pidiendo otro tipo de libros”. Ernesto complementa que “una de las cosas más lindas es conocer a la gente que escribe dentro del barrio, que está cerca de los libros”.
Aunque al principio temieron que el timbre no sonara, hoy día están ante una realidad diametralmente distinta. Los clientes suelen pasar horas charlando en la librería y, en algunos casos, llegan a compartir una cena y cultivar una amistad con ellos.
“Es muy raro que venga alguien que entre y salga”, señala Ernesto. Sabrina sonríe al recordar que una clienta definió así a Eriza en sus redes: “Buenos libros y charla asegurada”. También puede suceder que, si un visitante desprevenido parte en medio de una lluvia torrencial y no tiene paraguas, se lleve uno prestado.
Desde la vereda, sus libros -con acento en temáticas atravesadas por las dinámicas sociales y los problemas de género- lucen detrás de una ventana devenida en simpática vidriera. El mural pintado en el frente de la casa, en colores pastel, es obra de Buen Tiempo Arte Itinerante. Y se volvió un emblema de la librería con su erizo y el lema “libros que quieren cambiar el mundo”.
Para Ernesto, una de las mayores satisfacciones es poder compartir su experiencia lectora. “Hay gente que dice ‘no sé qué leer, ya leí Borges y Cortázar y no sé por dónde seguir’”. Y ahí aparece la posibilidad de sugerir un libro “de alguien que recién empieza y que tiene una propuesta interesante... uno puede acercarle algo más contemporáneo”. Sabrina evoca casos de clientes que buscaban un libro de Florencia Bonelli y terminaron llevándose, por ejemplo, Las malas de Camila Sosa Villada.
La denominación del espacio, de unos 30 metros cuadrados, surgió de la unión de los nombres de ambos. “Nos decían ‘Er y Sa’ trabajando en indumentaria, porque trabajábamos siempre juntos”, comenta Sabrina. Y así fue que decidieron bautizar “Eriza” a su librería.
En cuanto al precio uniforme de venta al público (PVP), ambos advierten que este actualmente les permite competir a las librerías de barrio, en la medida que disponen de libros de mayor salida para mantenerse y también pueden ofrecer otros de menor tiraje, generando bibliodiversidad.
Pero, con una derogación de la ley 25.542 de defensa de la actividad librera, “se genera una lógica perversa, que es la lógica del libre mercado. Al principio las cadenas ofrecen los libros más vendidos con descuentos, ya que compran mayor volumen. Esto hace que las pequeñas librerías no puedan competir y cierren. Y, una vez que terminan con la competencia, es decir monopolizan el mercado, sacan los descuentos y vuelven a aumentar los precios. De esta forma, no solo terminan haciendo de los libros bienes de lujo, sino que imponen un único pensamiento”.
Para Sabrina y Ernesto, permitir que las grandes cadenas se pongan de acuerdo para fijar un precio por debajo del estipulado “atenta directamente contra las posibilidades de las librerías de barrio que, obviamente, no nos encontramos en igualdad de condiciones para competir”.
Eriza sigue entretanto con su cruzada libresca y planea una agenda de actividades para los vecinos. Incluso cuando les toquen labores de todo tipo, incluidas las administrativas, atender la librería “no se siente nunca como un trabajo. Eso es increíble”, agrega Ernesto, una apreciación con la que Sabrina coincide. Mientras, el paso ruidoso de un colectivo sacude, al igual que los libros, la modorra del barrio.
Malatesta: contacto cotidiano con los libros
En el corazón del laberinto de Parque Chas aparece Malatesta, con su frente luminoso sobre la calle Gándara, a metros de la esquina con Andonaegui.
Junto a la puerta, un cartel indica antes de entrar: “El libro es una conspiración para la libertad”. Y, si hay algo de lo que se enorgullece esta librería, es de ser parte de la comunidad barrial, por lo que insiste en que los vecinos se “apropien” de la tienda de libros.
“Somos la primera librería de Parque Chas, nunca hubo otra antes”, explica Carime Morales, quien inauguró este espacio rectangular atiborrado de libros en mayo de 2021. Carime llegó hace unos seis años al barrio famoso por su diseño radiocéntrico, del que se enamoró. “Siempre quería tener una librería, yo estudiaba edición”, cuenta a Infobae Cultura.
A la librera nacida en La Plata, que vivió luego con sus padres en Bolivia, le encanta que Malatesta le brinde “un contacto cotidiano a muchas personas con los libros, que es algo muy lindo de tener”. “Para mí esta es una librería que es genuinamente del barrio”, apunta Carime, mientras empieza el desfile vespertino de clientes. A todos los conoce, y algunos la saludan por ejemplo con un efusivo “¡tanto tiempo!” Mientras intercala alguna recomendación, señala que “el libro es una excusa, pero no cualquier excusa, para conectarse con el otro”.
“Cuando abrimos, el logo lo hizo un amigo, de onda; la pintura, otro; la albañilería, otro; otra amiga me pasó el contacto del alquiler. Así, realmente fue un deseo colectivo esta librería y siento que, en muchos momentos, especialmente en estos que es tan difícil todo lo de la economía, también es un deseo sostenerlo”, dice detrás del mostrador, donde exhibe títulos de Eloísa Cartonera.
El catálogo de Malatesta está conformado en gran medida por editoriales independientes. Hay libros que directamente decide no traer, “porque ponés un megabestseller en la mesa y los otros libros más desconocidos no tienen chance. Entonces, cuando sale una novedad muy importante, traemos uno y lo dejamos ahí, porque siempre va a haber alguien que lo va a pedir y tampoco queremos ser una librería excluyente”, aclara Carime.
Pero, más allá del cuidado catálogo, considera imprescindible que la librería sea parte de una comunidad. Resumiendo este espíritu, Malatesta organiza actividades culturales como proyecciones de películas, ciclos de cortos, lecturas y presentaciones, a la vez que cada año celebra su cumpleaños en la calle.
El nombre de este dinámico espacio surgió a partir de una votación del barrio. Su primer significado, afirma Carime, tiene que ver con un personaje de la Divina Comedia, aunque también se busca “que cada quien le ponga su propio sentido. Queríamos una apuesta de libros que no te confirmen el pensamiento, sino que te lleven a pensar contra vos mismo, que te modifiquen”. Además, Errico Malatesta era un anarquista italiano que “estuvo en Argentina y fue parte del sindicato de los panaderos. Y Parque Chas tiene mucha tradición anarquista”.
En cuanto a una eliminación del precio fijo de los libros, coincide en que afectaría directamente a las librerías de barrio. “Pienso que seríamos las primeras o segundas en desaparecer. Digo segundas porque al tener una estructura de costos chica, tendríamos unos meses más de supervivencia que otras librerías más grandes”. Carime no cree que “se tenga que pensar en la conveniencia o no de la derogación del PVP de acuerdo a si nos gustan las librerías independientes o grandes, o si nos gusta comprar libros por internet. El PVP organiza el ecosistema del libro argentino, que, aunque tenga el yunque del precio del papel, es un modelo en mundo”.
Este modelo permite que “en la pila de libros que hay en un velador, dos o tres sean de editoriales independientes, de autores, temáticas, traductores, que no estarían ahí de no existir esta ley. ¿Por qué? Porque que determinados títulos estén expuestos no depende hoy en día de una sola boca de expendio, que tiene una sola mirada y un solo algoritmo. Por eso es que esta derogación amenaza a la bibliodiversidad y a toda la industria argentina del libro”, argumenta.
Lo que más le gusta a Carime es recomendar libros. “Conociendo a la gente se hacen mejores recomendaciones. Hay muchas librerías en las que funciona el rol de librero como un lugar del saber, que va a instruir a su pueblo. No sería nuestro caso”, dice mientras revisa los volúmenes alineados en estantes, apilados o ubicados en cestos.
La mayoría de los clientes de Malatesta habitan este barrio laberinto. Un par de silloncitos dispuestos por los 27 metros cuadrados del local invitan a la lectura, aunque la librera aclara que los visitantes principalmente se juntan “a chismear”. “Rara gente viene a leer a la librería”, aunque a veces se llevan los libros al café de al lado, dice Carime.
En la entrada del local, se destaca “el cajón de Parque Chas”, que reúne textos de autores del barrio como Inés Fernández Moreno, Christian Kupchik y Luis Luchi. “Tiene libros que nos han ido dejando vecinos; algunos están a la venta y otros son solo de préstamo”, afirma Carime, mientras repasa y acomoda estos títulos con delicadeza.
Ramuna: buena atención y el barrio de respaldo
Por avenida Salvador María del Carril, a pasos de Helguera, asoma Ramuna en Villa Pueyrredón. Este prolijo universo libresco también abrió sus puertas en mayo de 2021. El día que descubrió el pequeño local, mientras pasaba en bicicleta durante la pandemia, Tamara supo que iba a abrir su librería exactamente ahí.
El impulso para lanzarse a este emprendimiento apareció de repente. “No es que lo había planificado, o que lo soñé. Fue algo que sentí que podía y tenía que hacer”, dice Tamara a Infobae Cultura, en una charla que comienza café de por medio en el bar de la esquina de Ramuna y termina en este espacio que los vecinos del barrio adoptaron como propio.
Para dejar en claro que esta luminosa librería lleva una marca gatuna, el logo está formado por una “R” con colita de felino y la palabra “libros”, enmarcada por dos bigotes. Ramuna nació al unir los nombres de los gatos de Tamara, Ramón y Luna. “Ramuna ya era Ramuna antes de ser Ramuna. La casa era de ellos”.
Los catorce metros cuadrados de la librería están aprovechados al milímetro. El local repleto de libros dispone también de un mínimo depósito bajo escalera, donde solamente se puede ingresar agachado. Tamara se muestra convencida de que lo que distingue a una librería es la atención, “que la persona que entra se sienta bien recibida”. Y busca refutar la eventual creencia de que este espacio es para un nicho, o para pocos, “o que si no leíste a Borges no podés leer”.
“Yo empecé a poner lo que a mí me gustaba leer, lo que conocía. Si alguien me viene a pedir algo, le voy a recomendar lo que leí, lo que conozco”, cuenta Tamara. Como Ramuna exhibe numerosos libros de autoras y feminismo, en un principio el público masculino solía rehuir la librería, fenómeno que se fue modificando de a poco.
La librera -que vive en Villa Urquiza- también opta por traer los textos que le encargan. “Si viene alguien puntual y me dice ‘quiero este libro’, yo te lo consigo”. En cuanto a la presencia de las editoriales independientes en su catálogo, indica: “Me tomo el tiempo de ir a la FED y conocer el material que hay. Tampoco es traer por traer, simplemente porque es algo independiente”.
Tamara explica que “hay libros que pagan el alquiler y otros que aumentan la dignidad de leerlos y venderlos. Hay que hacer el equilibrio entre eso. Hay libros que son caballitos de batalla”. Por eso, “si Florencia Bonelli saca un libro lo tengo que poner, porque la señora que pasa por la vidriera quiere ese libro y se tiene que enterar que está”.
Al entrar a Ramuna, se esfuma el ritmo de la avenida Salvador María del Carril. Desde el mostrador, Ramunito -el amuleto de la librería, un gatito de cerámica- controla los movimientos del local. El espacio renovó recientemente sus bibliotecas, que ahora ofrecen estantes rebatibles y mayor espacio de exhibición.
Su clientela regresa una y otra vez. “Se pueden llegar a quedar tres horas en la librería, a veces ni siquiera hablando de un libro, sino de la vida”, comenta Tamara. Y le genera enorme satisfacción que vuelvan a visitarla varios chicos del barrio que se iniciaron en la lectura con un primer libro comprado en Ramuna.
En cuanto a una derogación del PVP, Tamara señala que no compite por precio. “Hay una ley de precios, pero la mayoría de las personas realmente no lo sabía y sigue sin saberlo, porque la gente no va a la librería buscando precios. Eso lo hace con todo lo demás, con la yerba, la carne, la leche. Desde mi lugar, el día que sienta que la gente viene desde no sé dónde para buscar precio, creo que me voy a replantear muchas cosas. Espero no sentirme góndola de Farmacity”.
“Hay algo que hace que Ramuna no sea un lugar que vende libros para manotear a último momento y no es el precio. Es la atención. Y la atención no es solamente decir ‘hola, buenos días, ¿en qué te puedo ayudar?’ La atención es eso que hace que las personas siempre vuelvan, a veces solamente a saludar, a llevarme un café, a preguntarme ‘¿cómo estás?’. A que los ayude porque quieren regalar algo a un familiar que vive lejos y les gusta que ese regalo salga de acá y viaje para allá. Hablan de lo linda que es la librería, del perfume que hay, que también los libros tienen olor a Ramuna”.
Mientras, continúa acariciando nuevos proyectos. Además de tomarle el gusto a hacer actividades en la vereda, próximamente sumará otro local a la vuelta, un garaje que forma parte del mismo PH. Y tiene previsto habilitarlo también “para dar talleres, para que empiecen a pasar cosas vinculadas a los libros, la literatura, el arte”.
Tamara resume así su relación con Villa Pueyrredón: “Me quedo tranquila porque sé que tengo el barrio atrás que me respalda, les caigo bien, me quieren, me aprecian, me adoptaron”. Incluso sucede que le hacen regalos y le alcanzan comida. “Tengo la vecina de al lado que me hace budines. Y me adapté”. Mientras, la puerta de Ramuna ya se abre para dar paso a la primera clienta de la tarde.
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