En los últimos días, los diarios y los sitios webs se han ocupado de repetir la lista de las 100 personalidades distinguidas de la última década relacionadas con el mundo de las Letras argentinas.
Dicho con más propiedad, los jurados seleccionados por la Fundación Konex han realizado la tarea de establecer una lista de nombres que, en septiembre, van a tener que pasar a recoger un diploma (los Premios Konex no involucran dinero, sólo "honor", eso con lo que no se pagan las cuentas). Luego, en una instancia posterior, se va a elegir un "ganador" de cada una de las veinte categorías formuladas.
La ausencia de un premio que exceda lo simbólico nos lleva a un primer problema, porque Luis Ovsejevich, quien preside la Fundación Konex, repite una y otra vez que, si bien no hay plata, los premios de su institución ofrecen el reconocimiento de los pares.
A la traducción le tocó ser la categoría 19, y los elegidos fueron, en riguroso orden alfabético, Jorge Aulicino, Jorge Fondebrider, Silvio Mattoni, Guillermo Piro y Laura Wittner. Curiosamente, en la lista de jurados, salvo los casos de Teresa Arijón y María Rosa Lojo, los traductores brillan por su ausencia. O sea, no hay pares.
Casi todos los nombrados, además de ser traductores, son también escritores. Algunos han escrito novelas y otros ensayos. Todos son poetas. A este respecto, probablemente, Jorge Aulicino es no sólo uno de los más destacados, sino también de los más influyentes. Premio Nacional de poesía en 2015, sus méritos podrían haberlo ubicado en la lista de poesía, donde se destacan otros nombres que, por trayectoria, acaso resultan menos relevantes. Por alguna razón, quedó en la de traductores. Mérito tiene: bastaría considerar su traducción de la Divina Comedia, y sus versiones de Montale, Pavese, Pasolini y un número importantísimo de poetas italianos. Pero sería interesante contar con una justificación de por qué está en una lista y no en la otra. Así las cosas, parecería que su labor como traductor es más importante que su labor como poeta. Si eso hubieran juzgado los jurados, debería explicitarse.
Entonces, ¿en qué radica la elección de los nombrados? Pongo otro ejemplo que me parece pertinente: Inés Garland. Forma parte del grupo de escritores-traductores. Su tarea es increíblemente relevante ya que, en la última década, tradujo a destajo un número muy importante de obras del inglés. Sin embargo, se eligió ubicarla en el grupo de escritores de literatura infanto-juvenil. En esa categoría, ganó premios internacionales, pero, ¿acaso eso implica que su tarea como traductora es menos relevante? Dicho de otro modo, como Aulicino (como los otros nombres de la lista de traductores seleccionados), Garland podría haber estado en dos listas a la vez. Pero eso, aparentemente, habría arruinado el número de 100 nombres, al que se llega por suma. Lo que nos lleva otro problema.
Como todo el mundo sabe, hay traductores que además son escritores y otros que simplemente traducen. El mérito de unos y otros es el mismo, sólo que los primeros tienen la posibilidad de una mayor visibilidad en razón de su otra actividad. A la hora de juzgar, muchas veces los primeros que aparecen son los que se asocian más rápidamente con la literatura. Pero esa visibilidad no siempre tiene que ver con el mérito.
Luego, la categoría "ensayo" tiene, en el Premio Konex, tres subcategorías: ensayo literario, ensayo filosófico y ensayo sobre las artes. Hay traductores que se han especializado en esas subcategorías y que han producido versiones extraordinarias. Sin embargo, la mayoría de los traductores elegidos se destaca fundamentalmente por su trabajo sobre textos literarios. Pienso, por ejemplo, en Víctor Goldstein, traductor-traductor del francés, tanto de ficción y poesía como de ensayo, quien desde hace décadas viene desarrollando una tarea extraordinaria que pocos conocen como se debiera. Pienso también, en Griselda Mársico, en Martina Fernández Polcuch, en Mariana Dimópulos, grandes traductoras del alemán.
Pero si nos quedáramos en la traducción de literatura, no resulta claro por qué no se han considerado nombres tan relevantes como los de Alejandro González, traductor-traductor del ruso, premiado internacionalmente por haber devuelto a varios autores de esa lengua el estilo que le había sido arrebatado por las traducciones indirectas. O Marcelo Zabaloy, responsable de las traducciones de Ulises y Finnegan's Wake, de James Joyce. O Jan de Jager, quien pasó varfios años consagrado a la traducción de los Cantos de Ezra Pound. O Andrés Ehrenhaus quien tuvo la responsabilidad de traducir toda la poesía de Shakespeare. O Miguel Montesanti, autor de sendas antologías de poesía del Renaciniento inglés y de baladas anglo-escocesas. Y entre los más jóvenes, un increíblemente activo Matías Battistón, traductor del francés y del inglés, a quien, entre otras muchas cosas, le debemos la obra de Samuel Beckett y Édouard Levé. Son apenas ejemplos de una lista que podría ser muchísimo más larga y que, según entiendo, no fue considerada por los jurados del Premio Konex.
Borges solía decir que no por recibir un premio un escritor tenía que ser forzosamente malo. Lo mismo puede decirse de los traductores. Pero convengamos que para otorgarles premios convendría afinar la sintonía y justificar las elecciones. Entiendo, que en esta oportunidad, no es el caso.
Jorge Fondebrider
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