“Tardé siete años en publicar a Cortázar en Alemania porque no había traductores”
“El primer libro que contraté fue Rayuela, de Julio Cortázar. Y tardamos siete años en publicarlo porque no había quien lo tradujera”. Michi Strausfeld está sentada en un bar en Buenos Aires y cuenta esto sin énfasis, como si nada, en buen castellano y con un fuerte acento alemán. Es que esta señora de pelo corto y palabras precisas es parte de la historia de la literatura latinoamericana: en los 70 la vida la puso de narices frente a lo que todavía era para ella un Nuevo Mundo y ella, en vez de golpearse la nariz, se metió en ese mundo y se lo llevó al suyo, del otro lado del océano. “Me dije: ‘¿Para qué voy a seguir estudiando literatura inglesa o francesa si aquí hay todo un continente nuevo?’”
Strausfeld (1945) es una de las responsables, tal vez LA responsable de que la gran literatura latinoamericana del siglo XX haya llegado a Alemania. Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Soriano, Isabel Allende son, simplemente, parte de su vida.
Un poco de eso, de ese camino, se trata Mariposas amarillas y los señores dictadores, el libro que poco a poco va saliendo en América latina. Y aunque hay episodios personales, allí Strausfeld va desarrollando los temas, los problemas, las marcas que atravesaron a esa generación de grandes autores que quisieron contar la historia de este continente. No es menor eso: ellos quisieron relatar de nuevo, pensar desde el siglo XX y desde sus convicciones políticas, qué pasó con estas tierras. Y Strausfeld –para todo el mundo, Michi–retoma estas ideas para buscar, de alguna manera, la respuesta a la vieja pregunta: ¿Cuándo fue que se jodió América latina?
La intención está clara desde el título: las mariposas aluden a Cien años de soledad, esa gran novela de Gabriel García Márquez, que Michi entiende en clave política. Y los dictadores, bueno, se entiende.
–Me pareció que la idea de arranque de Mariposas... fue buscar “cuándo se jodió América Latina”. ¿Cómo aparece esa idea?
–Bueno, yo quería más bien entender la Historia. Porque la historia de América Latina que nos enseñan en Europa es pobre, tenemos unos hitos y nada más. Entonces tengo mis informes de 40 años de lecturas... Nadie se acuerda de todas las novelas pero hay tres que hablan de Colón, por ejemplo. Y luego los conquistadores, la época colonial, las independencias y así para llegar a hoy. Y si me preguntas cuando se jodió América latina, yo creo que las raíces hay que buscarlas en la época colonial, porque ahí se desarrollan las estructuras que crearon los españoles y que han segmentado la desigualdad.
–¿Diferentes a las que crearon los ingleses, por ejemplo?
–Nunca los he comparado, pero los ingleses eran creyentes protestantes, con lo cual tú tienes que trabajar toda la vida duramente para ir al cielo. Los católicos lo llevamos un poquito más suave, así que hacemos lo menos que podemos, luego nos arrepentimos y vamos igual al cielo. Entonces hay otra ética del trabajo. Aquí llegaron españoles analfabetos -como Pizarro, analfabeto- que de repente eran dueños de un imperio. Entonces crearon una clase dominante y los de abajo eran los indígenas. Las desigualdades las crearon los españoles. Y la Iglesia, con su control. Piensa que durante tres siglos no se podían escribir libros en América Latina.
–¿No?
–Porque las imprentas estaban en Perú y México y estaban para imprimir la Biblia. La primera novela mexicana se publicó en mil ochocientos sesenta y pico. Los jesuitas escribían otro tipo de textos, pero no novelas. A Bogotá y a Perú, por ejemplo, llegaban libros de contrabando. Mario Vargas Llosa cuenta que El Quijote llegó en un barril de vino al Callao, al puerto de Lima.
–Pero acá hubo una clase que fue a la Universidad, en el Alto Perú o en Córdoba, con algo estudiaban...
–Sí, con la Biblia. En el fondo falta mucha información sobre el período colonial y pocos novelistas se han metido con esta época. Es como un hueco negro hace tres siglos ya. Y claro, luego vinieron las independencias, cambió todo. Pero que haces con un pueblo que no ha sabido, que no ha podido estudiar, que no ha podido hacer nada y de repente son independientes. Los criollos eran lo mismo que los españoles solamente nacidos en América Latina, pero hacían lo mismo.
–Me interesó mucho cuando decís algo que puede ser polémico, que había elementos en la propia religión de los indígenas americanos que hizo que fuera posible que unos pocos soldados conquistaran imperios.
–¡Eso fue la tragedia de México! El mito hablaba de un dios que se había ido, Quetzalcoatl. Es terrible, se había ido después de haber llevado a su pueblo a cierto bienestar. Se decía que iba a regresar desde el este y esta gente, los conquistadores, llegaba del este y además venía con caballos, o sea que ellos eran seres mitológicos. Y entonces Moctezuma les dijo “Dios, tú has vuelto a tu pueblo” Fue un malentendido, horrible. Y lo que hizo Francisco Pizarro con Atahualpa tampoco tiene nombre. Ya llevaban muchos años de guerra. La gente estaba cansada. Entonces Pizarro le pone la Biblia en la mano y Atahualpa dice “No me habla”, porque no sabía leer. Y entonces lo declaran hereje y lo mandan a morir, después de haber llenado una habitación de oro. Increíbles historias.
–Sí, eso es una conquista.
–Una conquista brutal. Porque, claro, eran los más pobres, venían de Extremadura, donde no tenían qué comer. Y de repente... Imagina a Hernán Cortés en el mercado de México. Pensaba que no veía bien, que estaba en un país de fábula.
–También sostenés que la literatura latinoamericana estaba imbricada de política. ¿Más que otras literaturas?
–Muchos autores de la segunda mitad del siglo XX verdaderamente querían contar sus historias porque sabían que nadie las conocía. Como Augusto Roa Bastos con Yo el supremo [NdelaR: Donde habla del dictador José Gaspar Rodríguez de Francia] ¿Quién había sabido algo de este señor? Bueno, las novelas de los dictadores, que son alucinantes a más no poder, pero también la cosa de esta naturaleza exuberante que no conocemos en Europa. El trópico. Saber que la lluvia de las mariposas amarillas es real. Es real. Y eso no lo cree nadie. Esto coincidía con la muerte de la novela, que había declarado la generación del 68 en Europa, que derivó en libros que eran el aburrimiento puro y duro. Y entonces de repente venía otra gente que contaba historias y las contaba con una naturalidad y una riqueza diferentes. Claro, conquistaron a los lectores. En Alemania tardamos un poquito más. Fuimos los últimos descubridores de América latina en cuanto a su literatura, cuando en Italia y Francia ya sabían mucho más. Pero no teníamos traductores suficientes. El continente nos quedaba un poquito más lejos y su literatura también.
–¿Vos tuviste que ver con eso?
–Mucho.
–¿Y cómo llegaste a interesarte en América latina?
–Había visto un documental sobre la Panamericana. La primera parte llegaba hasta Panamá y me tenía alucinada. Cinco años después venía la segunda parte. Cuando vi las imágenes de Machu Picchu dije “ahí quiero ir”. Así que no llegué por la literatura latinoamericana –que en Alemania no había– sino por piedras.
–Entonces fuiste a Machu Picchu, fuiste a Perú y....
–Conseguí una beca de tres meses con un grupo de estudiantes. Viajábamos por el país- Era el año 67. Había salido Cien años de soledad y todo el mundo hablaba de Cien años de soledad. En Perú leí a Borges, a César Vallejo. Lo básico porque yo no sabía nada. Y leí Cien años de soledad con un diccionario; no entendía ni la mitad. Y entonces me dije: “¿Para qué voy a seguir estudiando literatura inglesa o francesa si aquí hay todo un continente nuevo?” Y me metí. Después conseguí otra beca, para hacer un doctorado, y me fui a Colombia; viví dos años allí. Ahí empecé a entender mejor Cien años de soledad, que cuenta, en clave, la historia de Colombia. Tiempo después le presenté un plan de publicación a la editorial Suhrkamp y empecé a trabajar con ellos.
–¿Y cómo era ese plan?
–El primer libro que contraté fue Rayuela, de Julio Cortázar. Tardamos siete años en publicarlo porque no había traductor.
–Es increíble porque tanto el español como el alemán son dos idiomas centrales...
–Todavía no había forma. De todos modos, contraté los primeros títulos, que eran todos clásicos y recuperaba en el mercado lo que había sido publicado y ya estaba fuera de catálogo, como la obra de Juan Rulfo. Que no estaba libre pero no se publicaba más.
–¿Te fue bien?
–No, la colección no fue exitosa enseguida, exitosa fue después de Isabel Allende. Pero yo decía “eso es lo básico, los nombres que tienen que estar”. Roa Bastos, Carpentier... De Cortázar sólo había unos pocos cuentos mal traducidos y nada más. A (Juan Carlos) Onetti nadie lo conocía. Entonces empecé a a recuperar los clásicos que nadie conocía en Alemania e incorporé nombres como el de Manuel Puig, por ejemplo. Fue una labor muy lenta.
–Me hablaste de Isabel Allende, a quien le dedicás un capítulo. Allende es una autora muy popular pero no canónica.
–Yo no quería solamente publicar a los sacrosantos, quería tener al menos una novela de autor desconocido, joven, al año. Y entonces Isabel Allende fue mi descubrimiento de autora joven desconocida. El éxito de La casa de los espíritus en Alemania fue algo increíble. Salió en el 84 y se vendieron 500.000 ejemplares en tapa dura en seis meses. Y la gente me decía: “Ahora entendemos lo que es la dictadura de Pinochet”, porque también hay una lectura política de ese libro.
–También publicaste a Osvaldo Soriano, otro autor muy popular.
–Para mí siempre ha sido “me gusta” o “no me gusta”. Y Osvaldo Soriano me ha gustado mucho. Triste solitario y final es una bella primera novela y fue la apuesta por alguien joven, desconocido. A veces te equivocás, pero a veces das en la diana.
–Y ahí ya tenías traductores.
–Ya tenía traducción, y ya había salido toda una generación nueva de traductores. Ahora no hay libro que no se pueda traducir al alemán de manera extraordinaria. Pero costó diez años.
–Y también conociste a los autores. ¿Cómo te llevaste con ellos?
–Bueno, eso es un poco el regalo, tuve su amistad, su conocimiento, su cariño.
–Hablame de alguno.
–Rulfo leía muchísimo y era tan tímido... entonces soltaba recomendaciones. Y era un buen lector, excelente lector. Leía las traducciones al revés: detrás de una mala traducción, él veía el buen original, sobre todo con la literatura brasileña, sabía mucho de eso.
–¿Otro?
–Tomás Eloy Martínez,. Pasamos horas en el tren, viajando de lectura en lectura en Alemania, con Santa Evita. Era un contador nato y un chismógrafo nato, se deleitaba en ponerme al día de los últimos chismes. Cada cual me ayudaba un poco a su manera. García Márquez se daba cuenta de que yo no tenía idea de política y me daba clases de política. A Vargas Llosa lo he acompañado durante 40 años. Con Julio Cortázar estuve diez años, hasta que se murió. Y Octavio Paz, en fin, otro de los gigantes. No he tenido problema con ninguno de los grandes, ninguno.
–Así que no se portaron como divos.
–Nada, nada, nada. Vargas Llosa siempre muy cortés, muy amable, muy disciplinado. Y cuando comenzaba a contar... también era tremendo.
–¿Estás siguiendo la literatura contemporánea latinoamericana?
–Lo intento, pero ya no puedo leer todo. Y ahora se publica muy poco de América latina en Alemania. No sé si llegamos a diez libros entre todas las editoriales al año.
Entonces Michi Strausfeld habla de los cronistas –”la escuela formada por García Márquez y por Tomás Eloy Martínez”– y habla del policial. Gustan, dice, “pero el interés ha caído mucho”.
Y sonríe y acaricia la tapa de su libro. “Y así he tenido la profesión más linda del mundo”, concluye.
Claro que sí.
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