"Como las leyes, los diccionarios también cambian"
«Acento»: el humo de la pronunciación (Le Carnaval du dictionaire, Pierre Véron). «Golf»: juego para ratones que se han vuelto ricos, (Gregerías, de Ramón Gómez de la Serna.) «Amirante»: parte de un buque de guerra que se encarga de hablar, mientras el mascarón de proa se encarga de pensar. (Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce)
Estas tres definiciones corresponden a lo que Eduardo Berti llama diccionarios alternativos, personales y también antidiccionarios. A estos diccionarios sui generis está dedicado su último libro: Otras palabras. Jugar y crear con diccionarios (Adriana Hidalgo)
En él Berti muestra una apabullante erudición que no está puesta al servicio de la rigidez académica, sino del juego y la diversión. Es muy poco probable, por no decir imposible, que exista otro libro como este, verdadero gabinete de curiosidades del lenguaje.
Si no fuera el enorme escritor que es, seguramente Berti sería mago, inventor de objetos imposibles o creador de juguetes que jamás se le ocurrieron a nadie. También podría dedicarse a hacer tutoriales que enseñaran a realizar objetos de origami plegando palabras, a convertir todos los acentos de un libro en un aguacero y a transformar los paréntesis en sonrisas.
Consejo para el lector: si llega a sus manos un ejemplar de Otras palabras, no lo preste porque no se lo van a devolver. El consejo puede parecer egoísta pero está dictado por el sentido práctico. El libro de Berti se lee de un tirón, pero la lectura no se agota allí. Como las enciclopedias y los diccionarios, es un libro de consulta, de esos que uno saca de la biblioteca y lee nuevamente cuando se quedó con una inquietud sobre un tema específico o, sencillamente, cuando siente deseos de deslumbrarse otra vez.
Diccionarios según Berti
–Me cuesta entender cómo hiciste un libro que tiene un trabajo enorme, que pone en evidencia una gran erudición y que, a la vez, tiene una escritura tan atrapante.
–Para mí esto último era un propósito, que resultara entretenido de leer, de modo que me alegra que lo digas.
–A la vez, Otras palabras me obligó a cuestionarme conceptos. Por ejemplo que el diccionario no es un libro objetivo, sino que tiene una carga de subjetividad y que los conceptos que aparecen en él están profundamente ligados con la época. Vos das el ejemplo de un diccionario que le otorga a la palabra ocio apenas unas líneas y muchas a la palabra trabajo. Eso ya te dice algo.
–El diccionario no es objetivo porque es una creación humana que está vinculada a una cultura, a una época. Hay un grupo que decide qué palabras son las que van y cómo se definen. Es inevitable que los diccionarios tengan un componente subjetivo, pese a que el propósito es que sean lo menos arbitrarios posible. Además, las lenguas cambian, entonces resulta imposible fijarlas. Si las sociedades cambian, cómo no van a cambiar los diccionarios. Sería algo contradictorio, sería casi utópico pensar que los diccionarios no cambian. Esto no implica que sean inútiles, sino que, como las leyes, también cambian.
–¿Los antidiccionarios cuestionan la supuesta objetividad de los diccionarios?
–Creo que sí. El origen de Otras palabras fue mi pasión y mi gusto por los antidiccionarios, como yo los llamo para generalizar, o por los “otros” diccionarios. El libro se llama Otras palabras, pero se podría llamar "Otros diccionarios" u "Otras formas de hacer y usar los diccionarios". El libro comenzó por mi pasión por esta otra tradición de los diccionarios. Interesarme por esto me llevó inevitablemente a preguntarme si estos otros diccionarios son una alternativa a los diccionarios con D mayúscula. Imposible no preguntarse por los diccionarios oficiales, si uno se va a interesar por los otros. Creo que los antidiccionarios, si bien son muy distintos entre sí, todos desconfían de ciertas ideas que uno puede tener alrededor de los diccionarios. Desconfían de ciertas virtudes que se les asignan a los diccionarios oficiales: no se equivocan nunca, son neutros. Los antidiccionarios sacuden los cimientos de estos conceptos de diversas maneras, muchos de ellos con humor, otros con definiciones más poéticas, con una mirada más absurda, con comentarios al pie. En algunos casos se trata de inventar otras definiciones y, en otros casos se hace de cuenta que se toman las definiciones al pie de la letra pero los que hacen temblar las convicciones son los ejemplos. También se inventan neologismos para mostrar lo arbitrario de una lengua: por qué en algunas culturas hay una palabra para un caballo de tal color, por qué no hay una palabra para una determinada acción. Las variantes son muchas.
–Recordé un fragmento de José Pedroni que dice: “me interesaba el diccionario en tres o cuatro palabras”. Se refería a palabras relacionadas con lo sexual. Quizá ya no sea así, pero hace mucho los chicos buscaban en el diccionario un saber sexual. Aunque la solemnidad de los diccionarios parezca lo menos relacionado con el sexo.
–Sí, hay un montón de lecturas “subversivas” que se pueden hacer con los diccionarios, desde buscar palabras sexuales o guarangas, como decíamos cuando éramos chicos, hasta buscar malentendidos o contrasentidos. Además, como cuento en el primer capítulo, hay muchos juegos que se hacen a partir del diccionario. Esto, pese al gran trabajo que hacen las academias con los diccionarios, siempre hay un momento en que muestran sus pies de barro, sus aporías y contradicciones. Hay construcciones imperfectas en todas las obras humanas, entre ellas, la lengua.
–Además, una cosa es el diccionario y otra muy distinta el uso de la lengua.
–Exactamente. El uso es otra cosa. Y ahí entramos en el uso poético literario, en todos los usos que no son el uso práctico de la comunicación.
–En el libro decís que el siglo XIX es el siglo del diccionario y, en consecuencia, de los antidiccionarios porque hay una crisis del lenguaje. ¿Cuál sería esa crisis?
–En que se empieza a dar la conciencia cada vez mayor de lo que luego los lingüistas van a formalizar como la arbitrariedad del signo lingüístico y la arbitrariedad de las lenguas, pero sobre todo la idea de que las palabras no son tanto la imagen de las cosas, sino la imagen nuestra de las cosas, el carácter subjetivo del lenguaje. Esto se da en un momento en que en la Viena de fin de siglo aparecen una serie de escritores y de textos, desde ensayistas como Karl Kraus hasta la Carta de Lord Chandos que reflexionan sobre esto y que incluso instalan esa crisis. A partir de esta crisis se instala de una manera más amplia la desconfianza hacia la palabra.
–Como vos mencionaste antes, los antidiccionarios subvierten la palabra instituida. Me encantó una de las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna que dice que un tornillo es un clavo peinado con raya al medio. Se trata de una desautomatización de la percepción que era el ideal del arte de los formalistas rusos.
–Exactamente, el extrañamiento. No creo que Gómez de la Serna quisiera hacer un diccionario con su suma de Greguerías, pero sí que gran parte de ellas responden de manera muy lúdica a la forma de la definición. Lo que creo que hace y en eso es un maestro, es mirar el mundo como si viera por primera vez, con un gran extrañamiento. Además, tiene un don para las analogías y comparaciones que es increíble. En él se conjugan muchas cosas: el humor surrealista, el extrañamiento de los rusos, la herencia de la poesía española… Y no me extraña encontrar ecos de él en escritores como Cortázar, por ejemplo cuando da consejos para subir una escalera. Ahí hay un extrañamiento pero puesto de una manera más narrativa, menos poética. Lo que tiene Gómez de la Serna es una síntesis increíble. Adoro las Greguerías y siempre vuelvo a ellas. Las llamo «Ramonerías» y me he animado humildemente a escribir algunas. En la reedición que se hizo en España de La vida imposible le agregué al final unas cuantas Ramonerias como si hubiera un mono imitando a Ramón (risas).
–Los diccionarios tienen algo lúdico que en algunas estéticas o movimientos se vuelve sustancial, por ejemplo, en la OULIPO (Talleres de Literatura Potencial, por su sigla en francés). Vos decís en el libro que para escribir una novela como La desaparición de George Perec, en que prescinde de la “e”, que es la letra más frecuente en francés, el diccionario es una herramienta muy útil precisamente porque tiene un potencial.
–Sí, de hecho la primera idea formal inventada por el grupo está íntimamente ligada con un diccionario. Es S+7 que en su versión original S era sustantivo y se trataba de remplazar cada sustantivo de un poema conocido porque esa era la gracia. Se trataba de subrayar todos los sustantivos y de reemplazarlos por el séptimo consecutivo de un diccionario. Es decir que el diccionario estuvo desde el arranque de OULIPO como herramienta, pero usado de una manera que no es la que estaba prevista cuando se hizo el diccionario. El uso de ese diccionario está ligado más bien a la idea de desvío. Lo que me resulta muy interesante es que un diccionario, que supuestamente sirve para fijar. El método está en franco retroceso porque ya casi no hay diccionarios en papel, por lo cual ya no es tan fácil saber cuál es la séptima palabra que viene.
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