miércoles, 18 de septiembre de 2024

D.P. Snyder reflexiona sobre la traducción

D.P. Snyder (foto), escritora estadunidense, es autora del ensayo La historia de mi lengua (2023) donde cuenta cómo descubrió y se entusiasmó por la literatura latinoamericana. Ha traducido obras de ficción y crítica de autores de México, Puerto Rico, Cuba, Colombia y España, y colabora periódicamente en las revistas Reading in Translation, y Luvina. Snyder define así su pasión por la traducción: 'Me guía el amor por la gran literatura y el deseo de compartir historias importantes más allá de las fronteras'.” Tal es la bajada del artículo publicado por la autora, en La Razón, de México, el pasado 13 de septiembre.

La traducción en búsqueda de una nueva palabra

Cuando una palabra deja de describir lo que se propone significar o impide la comprensión, debemos reemplazarla. Traducción es semejante palabra.

Soy traductora literaria y escritora, es decir, invento mis propias narrativas además de volver a escribir los textos de otros. Traduzco al inglés obras de escritores mexicanos como Mónica Lavín, Alberto Chimal, Jaime Mesa y Angelina Muñiz-Huberman. De vez en cuando, y con tremenda humildad, traduzco un texto del inglés al español. Incluso me atrevo a escribir en español. El lector tiene la evidencia entre sus manos.

Mi trabajo implica décadas de formación y práctica, un amplio rango de habilidades y un estudio de los procesos lingüísticos y cognitivos, las culturas hispanas y la filosofía del lenguaje. Es un oficio que sólo quien se dedica a la traducción comprende plenamente. Por supuesto, el trabajo de los físicos también es comprendido sólo por otros físicos; sin embargo, no hay ningún científico cuyo trabajo esté tan infravalorado, incomprendido, mal pagado o poco respetado como el del traductor porque, a pesar de la magia transformadora y la humanidad que nuestro oficio exige, para muchos, la palabra traductor evoca poco más que la imagen de un mecanógrafo multilingüe. Por eso, de acuerdo con el mandato del poeta Ezra Pound de "hacerlo nuevo", propongo actualizar la palabra traducción. Inventar palabras es un asunto serio, no lo emprendo a la ligera.

¿Qué es una traductora? Por un lado, es una persona que soporta la inestabilidad económica o depende de otro empleo para satisfacer sus necesidades básicas. En muchos casos, posee el instinto cosmopolita de compartir ideas y realidades a través de las fronteras y suele enfrentarse a la resistencia institucional que ejercen los poderes políticos y económicos.

Estados Unidos tiene el porcentaje de libros traducidos de otros idiomas más bajo al nivel mundial, únicamente 3% (México tiene el 14.5%). Esta escasez es el precio que pagamos, los que vivimos en este país, por vivir en una economía dominante, históricamente xenófoba y más interesada en exportar que importar, ya se trate de un automóvil, un libro o una idea. El monolingüismo y una ignorancia cuidadosamente orquestada de las historias y culturas del resto del mundo es el ingrediente básico en la perpetuación del mito de la excepción nacional. Esta postura es un anatema para los traductores e impide que nuestro trabajo sea valorado. Así pues, el traductor es por naturaleza inconformista y el acto de traducir, como escribe la traductora estadunidense Corine Tachtiris, es “necesariamente una forma de resistencia pacífica”.

Me enamoré del español en México. A los 29 años dejé mi trabajo corporativo y empecé a trabajar por la mitad del sueldo como administradora de un centro cultural hispano en la ciudad de Nueva York. Autodidacta por naturaleza, aprendí el español de la literatura, de la vida callejera, de las canciones. El idioma me abrió horizontes, un lugar en el que estar y por el cual luchar.

Una vez que me sentí capaz de hacerlo, empecé a traducir en serio, pero mi entusiasmo no fue correspondido por las editoriales estadunidenses. Los libros traducidos no se venden, me decían bruscamente, como si me enseñaran un principio básico, como si la literatura traducida fuera un género en sí (como el terror, el romance o la ciencia ficción). Por suerte, en los últimos años ha aparecido un creciente séquito de editoriales independientes que desafía esa supuesta sabiduría. Sin embargo, si un libro tiene la suerte de ganarse el favor de una editorial, surgen obstáculos de marketing: Sólo 5% de los artículos del New York Times Book Review son sobre libros traducidos; esto es, aunque consigamos colocar una traducción en 3% de todos los libros traducidos que se publican anualmente en mi país, las posibilidades de que nuestras obras sean reseñadas en los principales medios y de que los lectores se fijen en ellos son mínimas. Esta realidad se refleja en menores ventas, perpetuando la queja de que los libros traducidos no se venden.

La palabra inglesa translation tiene sus raíces en la idea de la transferencia, la conversión o la reformulación de un texto en una lengua meta. El verbo español traducir me gusta más por sus componentes léxicos trans (de un lado a otro) y ducere (guiar). Me considero guía: escolto las palabras a través de las fronteras. Además, soy erudita, antropóloga cultural y la mejor lectora posible, capaz de escribir una prosa que se pone a la altura de la de mis autores. Soy buscatalentos, a menudo tanto la persona que “descubre” una gran obra como la que sirve de agente de último recurso, solicitando subvenciones para apoyar el proyecto de traducción, redactando propuestas que narran la importancia de quien escribe en el contexto de la literatura contemporánea, presentando la obra a las editoriales, y, a veces, negociando contratos tanto para mí como para el autor. Un texto no se transfiere a un nuevo recipiente así de fácil como se traslada el arroz, grano a grano, de una vasija a otra: hay que luchar por ello.

Según el Oxford English Dictionary, la palabra translation apareció impresa por primera vez en 1382 como translacioun en una traducción afrancesada del latín de la Biblia. La filosofía del lenguaje ha cambiado mucho desde la Edad Media. Filósofos del siglo XX como Foucault, Derrida y mi querido Chomsky a veces no armonizan; sin embargo, coinciden en que las lenguas no son sólo para describir el mundo sino para dar forma. Los seres humanos nacemos predispuestos a adquirir lo que Chomsky llama una gramática universal, una estructura comunicativa biológicamente preinstalada —como los riñones o el corazón— que permite que la traducción sea posible del todo. Chomsky afirma que el contenido (una silla es a chair, una mesa es a table) es sólo una faceta del lenguaje; la otra es la expresión, esa “estructura profunda” donde encontramos capas de signos, símbolos y expresiones culturalmente dependientes que pueden carecer de equivalentes en la lengua meta. El arte de traducir reside en resolver lo irresoluble y encontrar la manera, donde no la hay, de contar la historia del otro. Si queremos un mundo más justo, tenemos que darle vida palabra por palabra.

La idea errónea de que la traducción es neutra (nunca lo es) y de que todos los textos y todas las palabras son traducibles (no lo son) se perpetúa mediante la invisibilidad forzada de los traductores y la idea correspondiente de que, como las mujeres y los niños, estamos en nuestro mejor momento cuando no se nos ve y guardamos silencio. Un amigo en España, filósofo y experto en la informática insiste en que la I.A. pronto va a traducir los libros más rápido y mejor que los traductores; no comprende que, mientras las máquinas son buenas para el contenido, son pésimas para el contexto. El canto de sirena de la tecnología es un espejismo y, con la complicidad de tal pensamiento falso, la palabra traducción se ha abaratado.

Mientras inventamos la nueva palabra que nos hace falta, debemos contemplar también lo que la traducción no es. Un traductor no es un intérprete y, aunque admiro profundamente el súper poder casi esquizofrénico de alguna gente de oír en una lengua y hablar en otra, a veces simultáneamente, el planteamiento de los intérpretes sobre el significado es distinto del mío. Apuestan la carrera en la quimera de la precisión en circunstancias donde un vocablo puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte, la guerra y la paz. Para ellos, la ficción de que el significado fluye sin cambios de una lengua a otra es una necesaria premisa. Incluso así, el intérprete, al igual que el traductor, transmite su ADN cultural en cada frase. El significado evoluciona en la boca del mensajero.

Hablemos pues de lo que es la traducción. Es una actividad platonista, no nominalista: los traductores creemos que las ideas abstractas tienen una realidad fuera del tiempo, la geografía y el sonido. Si no lo creyéremos, no nos atreveríamos a traducir. Al mismo tiempo, nos fascina que los textos nos obliguen a enfrentarnos a los límites de nuestra comprensión y de nuestra capacidad para transmitir imágenes a la mente del lector. De esta manera, la traducción tiene características místicas y míticas.

La traducción es intimidad. Me instalo en la cabeza del autor y presto máxima atención a lo que veo en esa bóveda. Una vez que me siento en casa, miro a través de sus ojos y llego a conocer su perspectiva y su voz a fondo. Elijo un estilo y una voz narrativa que le queda bien a la obra, igual que una modista diseña el vestido que mejor favorece a su clienta. Bailo con el autor o la autora, pero estoy al servicio del texto; durante un periodo, la obra y yo nos convertimos en una cosa, tan unidas como un ave y el viento.

La palabra traducción se queda corta para describir esta forma meta-forma de ser.

Escribir y traducir son gemelos, aunque no idénticos, dos partes de mi santísima trinidad que también incluye la lectura. Las técnicas, ideas y poéticas de “mis” autores se cuelan en mi escritura original, incluso cuando mi voz da una segunda vida a la suya. Desconfío de los traductores que no tengan una práctica propia de escritura, aunque sea poco reconocida, porque quienes traducimos somos sencillamente escritores que creamos versiones originales al estilo borgesiano. Si no conociera la experiencia de enfrentarme a una página en blanco armada tan sólo con una idea y una pluma, no comprendería el peso de cada palabra. Sólo hay otra versión de otra versión de otra versión que seduce al lector. Los traductores sabemos que más versiones que las nuestras son posibles. Incluso probables.

¿Transversión es la palabra que busco? ¿Soy una transversionista?

La traducción es la generosidad, dedicarse a la obra de otro. Sin embargo, como escribió el brasileño Oswald de Andrade, es también hacerse antropófago, desear devorar al otro, con lengua y todo. La traductora, impulsada por el deseo de compartir la literatura que ama, anhela convertirse en una lente para que otros vean, iluminar lo desconocido, conmover al lector y hacer que se cuestione las suposiciones.

La traducción es por defecto la humildad porque se desconfía de quienes la practican, como el dicho traduttore, traditore ampliamente ilustra. Por supuesto, hay traductores que han traicionado los textos, a menudo por ignorancia. Sin embargo, en el último medio siglo, la traducción se ha profesionalizado cada vez más. Los nuevos programas universitarios de traducción desarrollan normas y formación. De estos centros educativos surgen el activismo, asociaciones profesionales, nuevas revistas y editoriales independientes cuyos catálogos promueven las traducciones. Esta actividad refleja cambios tectónicos en la conciencia social. Ya comprendemos que la violencia en contra de los cuerpos humanos siempre se acompaña por la violencia lingüística. La lengua y la pluma del colonizador y el esclavizador se apropian de las narraciones de los colonizados y esclavizados, las palabras son encarceladas y asesinadas, las historias se mueren. Esta tendencia imperial hace todavía más complejo el trabajo de quienes traducimos: nos obliga a resistir las ganas del editor anglófono de “normalizar” la puntuación, la gramática y la sintaxis, a oponer su deseo de simplificar el texto. Defendemos las narrativas no lineales de nuestros autores y proclamamos su valor ante “esos espíritus flojos que aman la estabilidad de las fórmulas convencionales”, como escribió el gran poeta brasileño Haroldo de Campos, traductor de la Commedia de Dante.

Este activismo nos lleva mucho más allá de la traducción.

La traducción es autocontrol. A veces, tenemos que ejercer el valor de no traducir y dejar palabras y frases en la lengua original. Saber cuándo no traducir es una manera de boicotear el borrado cultural, de reconocer la particularidad de otras realidades. No traducir también tiene como objetivo una experiencia más fecunda para los lectores; les exigimos más a ellos, a la vez que confiamos en que ellos también pueden buscar y aprender. Si escribir es el amor llamándonos a las cosas de este mundo, por parafrasear al poeta Richard Wilbur, entonces la traducción es el amor llamándonos a las cosas del mundo ajeno. La traducción es empatía.

¿Transempatía? ¿Soy una transempática? Empiezo a temer que ninguna palabra pueda contener tantos significados.

Traducir es ser fielmente infiel. Quiero decir que la fidelidad a un texto puede requerir que traduzcamos el mensaje escrito por alguien, dejando sus palabras atrás. Por ejemplo, el título del primer capítulo de Arritmias de Angelina Muñiz-Huberman es "Despropósito", palabra que

la maestra emplea con su típica seriedad juguetona: Aquí no quiere decir "locura", la definición principal, sino un antiprólogo que define el antipropósito del libro. El título en inglés que inventamos juntas, "This is not a prologue" ("Esto no es un prólogo") juega con la obra surrealista de René Magritte, "Ceci n'est pas une pipe" y habla elocuentemente de la perfidia de las palabras. Sin embargo, no es una traducción precisa de la palabra despropósito. Llegamos a esta solución a través de un proceso que el escritor cubano Cabrera Infante y su traductora estadunidense Suzanne Jill Levine denominaron closelaboration, la elaboración de una traducción con la íntima complicidad de autor y traductor. Cuando los traductores nos desprendemos de la obsesión por lo literal de esta manera, hacemos lo que el maestro indio Purushottama Lal pretendía cuando acuñó el término transcreación: “El traductor debe redactar, reconciliar y transmutar... [S]u trabajo, en muchos sentidos, se convierte en gran medida en una cuestión de transcreación”.

Transcreación no es una nueva palabra, pero es bonita, ¿no? Lástima que los empresarios globales ya la hayan usado para describir la adaptación de los videojuegos y otros productos de entretenimiento. Con pesar, la dejamos atrás.

Nuestra búsqueda presente tiene amplios antecedentes, porque, como la misma Tierra, el lenguaje se somete a la erosión y la renovación constante. Las palabras mueren cuando las culturas que las emplean son aniquiladas y los lugares donde brotaron son arrasados por la guerra. Se las retira de los diccionarios para que se vuelvan portátiles y para servir a los prejuicios de los editores, cuyos gustos lingüísticos y exigencias económicas traicionan los objetivos de la poesía. Las palabras también nacen a una velocidad vertiginosa: Según el Global Language Monitor, "cada 90 minutos se crea una nueva palabra, aproximadamente 14.7 palabras al día o 5 mil 400 palabras al año". O sea, la inestabilidad tectónica es el alma del lenguaje. Las palabras influyen en nuestras perspectivas filosóficas, metafísicas y espirituales; pueden ayudarnos a ver lo que antes era invisible, cambiándolo todo. La ciencia toma neologismos prestados de la literatura tan encantadores como quark, adoptado en los años sesenta por el físico teórico Murray Gell-Mann de la novela Finnegans Wake de James Joyce, lo que demuestra la porosidad de las fronteras entre disciplinas. Inventamos nuevas palabras y aplicamos las ya viejas a nuevos usos. En el lenguaje, este fenómeno se llama desplazamiento lingüístico; en la biología, se llama evolución.

¿Soy una transevolucionista textual? ¿Una transfluccionista literaria? ¿Me estoy pasando de la raya?

La traducción es generativa, creativa, lúdica. Una diversión seria. Y su carácter lúdico es fundamental para el oficio. Cada texto que traduzco me regala nuevas técnicas, estéticas y palabras; desafía mis ideas fijas sobre la gramática y la sintaxis; me hace caminar sobre la cuerda floja en áreas grises entre el español y el inglés, a veces saltando en éxtasis al vacío, dando volteretas. El verbo del latín ludere, que se encuentra en el adjetivo lúdico, tal vez pueda ayudarnos. ¿Una transludicadora podría realizar una transludicación? No, el ámbito es demasiado limitado.

¿Translentación? No, recuerda demasiado a las legumbres.

En 2011, Tedi López Mills dio el título Traslaciones a su hermosa recopilación de poetas-traductores, palabra que describe cómo un poema se desliza de un idioma al otro. Es una palabra lírica que evoca imágenes no sólo del movimiento y la inestabilidad, sino también de las revoluciones y del paso de los cometas por el espacio. Cada traducción es una estrella fugaz, prendiendo fuego al cielo durante un instante luminoso, un mensaje del espacio exterior, la oportunidad de pedir un deseo. En latín, luceat quiere decir brillar.

Nuevas palabras están sonando en mi lengua: traslucir, trasluxión, traslucente. Ya estamos avanzando.

Si traducir es escribir y la traducción es un acto creativo, original, y generativo; si la traducción es un acto íntimo y amoroso; si la traducción es un proceso alquímico y transformativo; si rechazamos la idea de intraducibilidad y a la misma vez la aceptamos; si la traducción es un acto de paz, y si la traducción es una lente para ver y una luz para revelar, entonces, se resuelve: acuño el verbo traslucir y sus sustantivos asociados. ¡Que las trasluxiones y los traslucentes florezcan y prosperen! Que haya luz.





martes, 17 de septiembre de 2024

Alejandro Pareja: no aclares que oscurece

El pasado 30 de agosto, la página de El Castellano.org, de Uruguay, reprodujo una nota originalmente publicada en El Cronista España, con firma de Lucía Sánchez, donde se habla de una por lo menos curiosa conducta de un multifacético Alejandro Pareja (foto), traductor español, quien, desde 1989, afirma haber traducido 299 obras de todos los géneros.

No fue la IA: la respuesta del traductor español ante la polémica sobre libros que todos quieren en la Argentina.

El mundo de la traducción vive una crisis sin precedentes, muchas personas creen que, por tener conocimientos en idiomas, cuentan con algún tipo de autoridad para traducir. A eso se le suma que hay múltiples páginas que potencian esta creencia mediante una nueva forma de precarizar el trabajo.

Con esto en mente, el mes pasado surgió una polémica en la red social X. Una usuaria de Argentina señaló al grupo español RBA por una reciente publicación editorial que hizo en el país latinoamericano.

Este grupo, conocido por la edición de libros, revistas y coleccionables, lanzó en dicho país su colección “Novelas Eternas”. Está rinde homenaje a las grandes mujeres que, a lo largo de la historia literaria, han dejado huella a pluma y tinta. La edición es de tapa dura y buscan parecerse a las versiones originales de dichas historias.

El foco de esta discusión es Orgullo y prejuicio, la novela más conocida y popular de Jane Austen. Se estima que, a lo largo de la historia, se han vendido más de 20 millones de copias, repartidas entre 1480 ediciones y todos los años se imprimen alrededor de 50.000 ejemplares.

Si bien esta popularidad suele acreditarse a las adaptaciones cinematográficas que se realizaron en 1940 y 2005, la realidad es que, en los últimos 100 años, este título nunca ha estado fuera del catálogo literario en habla hispana.

Después de un siglo de reimpresión constante, se debate cuál es la traducción “correcta” de esta obra. Como explica la traductora mexicana Cinthia García Soria en su blog dedicado íntegramente a la novela de Jane Austen, “una traducción puede imprimirse y reimprimirse en diferentes ediciones para distintas editoriales. También aparecen traducciones digamos refritas, basadas en traducciones previas y no en el texto original en inglés”.

La polémica no es sobre que se han agotado en todos los canillitas y puestos de revistas del país sudamericano, o que el precio es irrisorio a comparación de otros libros (3000 pesos, equivalente a 2,84 euros). Para muchos usuarios de la red antes conocida como Twitter, la traducción de la historia estaba mal hecha. Incluso, apuntaron a que había sido realizada por inteligencia artificial.

Esto escaló hasta llegar a quien realizó la traducción de dicha obra literaria: Alejandro Pareja.

El traductor de Orgullo y Prejuicio aclara la polémica sobre el uso de IA.

Pareja vive en Valdemoro, y es traductor literario profesional desde 1989. Si bien se especializa en traspasar textos del inglés al castellano, también ha trabajado con obras francesas.

Ha estado involucrado en las adaptaciones de 299 libros donde destacan obras de Frank McCourt (Las cenizas de Ángela, Lo es, El profesor), Mitch Albom (Martes con mi viejo profesor), Deepak Chopra, Carlos Castañeda, William Peter Blatty y otros autores modernos; y de las de obras clásicas de la literatura inglesa como Jane Eyre, Cumbres borrascosas, Frankenstein, Lord Jim, Drácula, varios volúmenes de Sherlock Holmes, además de obras de Mark Twain, R. L. Stevenson, Jack London y William Faulkner.

El Cronista España se contactó con Alejandro Pareja, quien defendió su trabajo: “La traducción de Orgullo y prejuicio la realicé en el verano de 2001. No intervino más inteligencia que la mía, y tampoco se había inventado la artificial” explicó.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Fernando Vallejo traducido, candidato a un prestigioso premio en Estados Unidos


Leonardo Bautista Romero publicó en El Colombiano, del pasado 11 de septiembre, que una novela traducida al inglés del escritor Fernando Vallejo es candidata a uno de los más prestigios premios estadounidenses.

Fernando Vallejo, finalista del National Book Award, con la traducción de El desbarrancadero

El escritor colombo-mexicano Fernando Vallejo, nacido en Medellín, fue anunciado este martes como uno de los 10 finalistas del National Book Award 2024 en la categoría de Literatura Traducida, uno de los premios más importantes del mercado literario estadounidense.

Su célebre obra El desbarrancadero (The Abyss en inglés), traducida por Yvette Siegert y publicada en el mercado anglosajón en junio pasado por la editorial New Directions Publishing, lo posiciona como el único colombiano en la prestigiosa lista.

A través del libro, el autor ofrece una mirada profundamente personal y conmovedora sobre la muerte de un hermano, quien sucumbe lentamente al sida. El relato está cargado de una crudeza emocional, no solo al detallar el sufrimiento físico que atraviesa su ser querido, sino también al mostrar cómo, incluso en sus últimos días, Darío, quien padece la enfermedad, mantuvo su carácter tosco y vulgar, un reflejo de la complejidad de la relación entre los hermanos.

La novela, que aborda temas como la mortalidad, el dolor y la memoria, fue seleccionada junto a otras obras traducidas de seis idiomas, entre ellos árabe, danés y francés.

Vallejo comparte la lista con autores de renombre como Fernanda Trías, con Pink Slime, y Fiston Mwanza Mujila, con The Villain’s Dance.

The National Book Foundation anunció que los ganadores se conocerán el 20 de noviembre durante una ceremonia en Nueva York.

En el texto que publicó la fundación se resalta que la nominación al National Book Award no solo celebra la calidad literaria de Vallejo, sino también el impecable trabajo de Yvette Siegert en la traducción, lo que permitió que la poderosa narrativa de Vallejo cruce fronteras y llegue a nuevas audiencias.

El desbarrancadero se presenta como una profunda exploración de la memoria, la enfermedad y las relaciones familiares en el contexto de una Colombia convulsa, reflejando la visión crítica y despiadada del autor sobre la sociedad. Hoy, a más de dos décadas de su publicación original, la obra por sí sola demuestra que es imprescindible en el panorama literario colombiano e internacional.


viernes, 13 de septiembre de 2024

La pesadilla que ya llega

Detrás del optimismo pedorro de los defensores de la Inteligencia Artificial, se esconde un monstruo al que, mediante un eufemismo, se denomina "desplazamiento de labores profesionales". Es lo que se infiere de esta charla entre Daniel Benchimol y Jorge Carrión, que tuvo lugar en el marco de la Feria Internacional del Libro de las Universitarias y los Universitarios, actividad realizada organizada por Cultura UNAM, en México. El resumen fue publicado por Ricardo Quiroga, el pasado 3 de septiembre, en El Economista.

Las IA’s revolucionarán la industria editorial

“La industria editorial siempre fue pionera en innovación. Muchas de las revoluciones que generó terminaron sumándose a otras áreas. Sin embargo, también es cierto que en los últimos años la industria editorial se ha ido rezagando, la hemos visto mucho más reticente (a los saltos tecnológicos). Las empresas tecnológicas han impuesto la hoja de ruta y el sector editorial ha enfrentado los dilemas de adaptación. Y ahora nos encontramos con la irrupción de las inteligencias artificiales”.

Son palabras de Daniel Benchimol, consultor y especialista en medios digitales y transformación en la industria editorial, director de la consultora Proyecto451, dedicada a coadyuvar con editoriales, librerías y autores en la transición al mundo digital e implementación de soluciones tecnológicas.

El Economista conversó con el especialista argentino en el marco de la Feria Internacional del Libro de las Universitarias y los Universitarios (FILUNI), organizado por Cultura UNAM, donde participó en la mesa “Inteligencias artificiales, conversaciones reales. La lectura en tiempos de deep learning”, junto con el escritor Jorge Carrión, y también impartió la conferencia “Imaginar y editorializar con IA para el comercio del libro”.

¿Abrazar o no las IA’s en el proceso editorial?
Primero, lo evidente: este brinco tecnológico, responde, “claramente va a afectar en todos los procesos de producción de los contenidos editoriales, en cada una de sus etapas y eslabones, empezando por la concepción de un producto editorial, esto es: el trabajo del autor y de los profesionales involucrados en la edición (editoras, correctores, ilustradoras, traductores, diseñadoras, etcétera). Se quiera o no se quiera, con mayor o menor resistencia, esto va suceder”.

Comenta que estas innovaciones tecnológicas prometen a la cadena del libro un remedio frente a muchos de los desafíos históricos, “porque es un sector que, en general, produce libros de una manera bastante ineficiente, con sobrecostos, y creo que las inteligencias artificiales proponen una solución. Y sí, también suponen problemas e inconvenientes, pero definitivamente anticipan un cambio rotundo”.

Los beneficios y las preocupaciones
El gremio editorial en lo general está interesado en la implementación de estas tecnologías, asegura el especialista, sobre todo en términos de optimización de los procesos, el abaratamiento de la producción de libros y en la sectorización más acertada del mercado según los contenidos y temas, puesto que, menciona, “históricamente, la producción del libro ha sido en cierta medida azarosa”.

Otro aspecto positivo es la facilidad para adaptar los contenidos editoriales a cualquier idioma o bien al formato de audio. “Ambos son procesos en los que el sector se había movido muy lento por los altos costos que representaban. Y en ambos aspectos, las IA’s tienen mucho que decir. Tengo la percepción de que no en mucho tiempo vamos a poder leer los libros en la lengua que queramos con una fidelidad muy similar a las producciones tradicionales, lo mismo que la adaptación al formato de audio”.

Otro aspecto muy positivo, subraya, tiene que ver con la accesibilidad, “es decir, por ejemplo, que cualquier persona que tenga alguna discapacidad podrá tener acceso a todos los contenidos gracias a la habilidad de las IA’s sin mayores barreras”.

En contraparte, comenta, los profesionales del libro, como editores, traductores, ilustradores, correctores, entre otros, tienen una profunda preocupación dada la factibilidad de que las IA’s desplacen sus tareas.

“También hay una limitante muy concreta en el impacto sobre la propiedad intelectual. Ese es uno de los temas más relevantes, aunque ahora mismo, por contrato, muchos sellos editoriales no pueden usar las IA’s”. Y preocupa que la implementación de lleno de estas tecnologías podría derivar en una sobreproducción de contenidos

La implementación es inminente, pero debe regularse
Benchimol explica que la transformación más evidente de este paradigma será en la lectura, en “cómo el público pueda acceder a los contenidos e incluso la facilidad de producir el contenido que quiera leer, porque no sólo se trata de que un autor escriba una obra usando una IA, sino que un lector pueda crear el libro que quiere leer. Ése, me parece, es el momento más potente que pueden ofrecernos las IA’s: que un niño pueda leer una historia creada en tiempo real con base en los personajes y las ideas que tiene, que un adulto pueda leer un texto más preciso que lo ayude a desarrollarse profesionalmente o para para resolver un problema sentimental, por ejemplo”.

Sin embargo, puntualiza, esta revolución no supone el desplazamiento de la creación literaria desde la irremplazable sensibilidad humana. En todo caso habría una convivencia de ambos procesos creativos.

“No tiene demasiado sentido oponerse a estos cambios”, advierte. “Pero sí hay que señalar las preocupaciones del caso, buscar las regulaciones necesarias, señalar los sesgos, por ejemplo, en el aprendizaje de las IA’s a partir de los contenidos sesgados de la humanidad. También sabemos lo que puede implicar en términos de desinformación, que no tengamos la capacidad de discernir entre lo que es fehaciente y lo que no. Por todo esto, se requiere un nuevo pacto social. Sucede que es todavía un escenario tan inestable y abrupto que genera incertidumbre. No va a ser fácil, pero, sin duda, reitero, se requiere una suerte de nuevo pacto social. Y es un tema global”.

Por otro lado, en materia regulatoria, una evolución tecnológica de tal magnitud confirma que “siempre iremos detrás de los avances”.

jueves, 12 de septiembre de 2024

"No usaría jamás 'medialuna' en lugar de 'cruasán' en una de mis traducciones, por más que 'cruasán' sea un galicismo adaptado al castellano"

El pasado 30 de agosto, en la revista mexicana La Tempestad, Eduardo Suárez Fernández Miranda publicó una entrevista con el traductor español Jordi Fibla. Es lo que se lee a continuación.

Lectura, tenaciad, intuición: traductor

J ordi Fibla (Barcelona, 1946) es uno de los traductores españoles más prestigiosos. Tras realizar estudios en filosofía y letras, se inició en el mundo de la edición como corrector de estilo y redactor en las editoriales Noguer y Plaza & Janés. En 2015 obtuvo el Premio Nacional a la Obra de un Traductor por “su larga trayectoria como traductor profesional, su versatilidad y la calidad de su obra”. Son destacadas sus versiones del japonés junto a Keiko Takahashi. Entre los autores que ha traducido del inglés figuran Saul Bellow, Lawrence Durrell, Vladimir Nabokov y gran parte de la obra de Philip Roth, autor del que se acaba de publicar Las némesis (Literatura Random House).

Decía Don Quijote, sobre el ejercicio del traductor, que “en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen”. ¿Qué le impulsó a ejercer esta profesión?
Tenía una vocación latente que descubrí al comienzo de la juventud. Desde muy niño me apasionaba la lectura, y a menudo me preguntaba cómo sería lo que estaba leyendo traducido en su lengua original. Era un estudiante bastante irregular, pero sacaba las mejores notas en las asignaturas relacionadas con el lenguaje. Muy pronto me disgustó que las películas extranjeras estuvieran dobladas. Tenía necesidad de saber cómo sonaba la lengua verdadera de Burlan Caster (así llamábamos los chicos de la Barceloneta a Burt Lancaster), y en aquel entonces satisfacer esa necesidad era imposible. A los dieciocho años, cuando empecé a trabajar en una editorial, soñaba con llegar a ser escritor, pero tropezaba con una capacidad creativa demasiado limitada. En la editorial conocí a Andrés Bosch, un novelista que también traducía, o más bien un traductor que también escribía, y me pareció que esa forma de enfocar la vida era la ideal: escribes un libro y luego te dedicas a traducir hasta que has concebido una nueva idea para ponerte a escribir el siguiente. Bosch no me dio ningún consejo sobre la escritura, pero sí que me aleccionó acerca de la traducción. Transcurrió una década, durante la que compatibilicé trabajo y estudio, hasta que intenté llevar a la práctica ese ideal, cuya realización ha resultado cojitranca: he sido traductor profesional durante 35 años, pero no he escrito nada creativo digno de publicación.

¿Cuáles son las principales virtudes de un buen traductor?
Pasión por la lectura, curiosidad por las lenguas en general, lo cual no significa que uno trate de ser políglota, sino que el hecho de que los seres humanos hablemos de maneras tan distintas siempre le intriga, y cuando lee una novela de Márkaris, por ejemplo, se dice: “Cuánto me gustaría poder leer esto en griego moderno. A lo mejor, si llego a los cien años…”. El estoicismo es una virtud importante para el traductor, puesto que la suya sigue siendo una profesión muy mal pagada y en la que se plantean muchas exigencias únicamente a cambio de seguir teniendo trabajo eternamente mal pagado. El reconocimiento a su labor por parte de la crítica y el público, que ha sido inexistente durante siglos, actualmente empieza a ser una realidad. Pero, aunque ahora esté más reconocido, el traductor debe ser humilde, y ésa es otra virtud necesaria. La traducción perfecta es imposible, tanto como la corrección de estilo perfecta, y el traductor ha de ser consciente de que el valor de su trasvase de un texto escrito en otra lengua a la suya propia estribará en el grado de aproximación al original. Su texto, aunque a primera vista parezca indiscernible del original, siempre será aproximado. La paciencia, la tenacidad y la disciplina completan, a mi juicio, la serie de virtudes que ha de tener un traductor literario.

Joaquim Mallafrè recuerda en su ensayo Llengua de tribu i llengua de polis. Bases d’una traducció literaria que “un altre traductor que prescindirà de la literalitat per refiar-se de la intuïció és Ezra Pound. ‘More sense and less syntax’ eren les seves paraules”. ¿Es importante para usted la intuición de la que habla Mallafré?
Creo que Mallafrè debería haber profundizado más en esta cuestión en su excelente ensayo. Nos dice que hay lectores chinos que subrayan la fidelidad de Pound a la lengua china, aunque el gran poeta la desconocía. A pesar de que el asunto es extraordinario y merecedor de un estudio a fondo, Mallafrè se limita a decir que “el caso no deja de ser curioso”, que es un “caso singular”. A mi modo de ver, es absolutamente imposible hacer una traducción directa sin conocer la lengua de partida. Es evidente que la intuición no puede bastar para adivinar sin error las relaciones, los matices, los modismos, las alusiones, las referencias que se establecen entre millares de ideogramas. Una cosa es aprender el significado y la pronunciación de unos cuantos ideogramas para incrustarlos en un poema propio y otra tener el don mágico de traducir fielmente el gran poema "El templo", de Po Chü-i, sin haber estudiado en serio el chino clásico. Esa tarea la realizó Arthur Waley, que fue autodidacta y tradujo del japonés y el chino clásicos sin haber estado jamás en Japón y en China ni haberse ocupado de las lenguas modernas de esos países. No voy a negarle el beneficio de la duda pero, aunque la prosa y la poesía inglesas de Waley son deliciosas, me temo que los chinos que se maravillan de su fidelidad a la lengua china son buenos conocedores del inglés que en realidad se maravillan de la belleza que es capaz de crear un británico en su idioma partiendo de la lengua china. Hay una intuición que actúa automáticamente y que te hace saber que la elección que tomas es la correcta. En esto mi opinión coincide con la de Conrad. Aniela Zagórska, sobrina de Conrad, tradujo sus obras. Un caso curioso: la sobrina polaca traduce al polaco las novelas que su tío polaco ha escrito en inglés. Pues bien, Conrad le dijo que la traducción, al igual que otras artes, requiere elegir, y elegir supone interpretar. Le aconsejó: “No te empeñes en ser demasiado escrupulosa. En mi opinión es mejor interpretar que traducir. Se trata de encontrar las expresiones equivalentes, y para ello te ruego que te dejes guiar más por tu temperamento que por una conciencia estricta”. No ser demasiado escrupulosa significa no ser literal. Es mejor interpretar que traducir significa que el sentido prevalece por encima de las palabras con que se exprese una idea. Dejarte guiar por tu temperamento significa dejarte llevar por tu intuición automática, que te indica por qué dirección has de buscar las equivalencias. Además de esa intuición automática, existe una intuición más honda, lo que coloquialmente llamamos “estrujarte los sesos”, que uno pone a trabajar conscientemente cuando se encuentra ante una dificultad de tal envergadura que no ve la manera de conservar el sentido, aunque utilice unas palabras totalmente distintas a las del original. Es el hábito de estrujarte los sesos lo que posibilita que, casi siempre, acabes por encontrar una solución de la dificultad más o menos satisfactoria. El sentido es lo que en ningún caso puede alterarse, pues si se hace el resultado no es una traducción sino un texto creativo paralelo al del original.

Por su parte, Feliu Formosa señala en su libro El gest i la paraula que Thomas Bernhard “demana literalitat, al marge de la reordenació que la sintaxi alemanya fa inevitable”. ¿Se ha encontrado, en su labor como traductor, con autores donde esa literalidad sea la mejor opción a la hora de abordar la traducción?
Creo que Bernhard está pidiendo que si él fuerza, por razones creativas, la sintaxis alemana, los traductores hagan lo mismo en sus lenguas respectivas. En principio el traductor debe plegarse a los deseos del autor, siempre que no exija algo que no puede o no debe hacerse en la lengua de llegada. Puede darse el caso de que la capacidad de los lectores del original para asumir las libertades que se tome el autor con la gramática y el léxico no se correspondan con las de quienes leen la obra en su propia lengua. Finnegans Wake debe de tener muy pocos lectores en inglés, pero con toda seguridad son muchísimos más que los lectores de la traducción española de la obra. Y los libros se editan para ser vendidos. El medio en el que surge la traducción es una realidad que no se puede perder de vista. Nunca me he encontrado con autores cuyos textos requieran una traducción literal. La verdad es que entiendo por “traducción literal” un primer borrador, porque en cada lengua las cosas se expresan de distinto modo y traducir no consiste en sacar garbanzos del saco A para meterlos en el saco B, sino en decir en tu lengua lo dicho en otra sin que, en la medida de lo posible, se note que ha sido dicho en otra lengua, lo cual excluye la literalidad. Cierto agente literario nos dijo a los traductores de uno de sus autores estrella que teníamos que traducir exactamente lo que el autor había escrito o atenernos a las consecuencias. Esto no pasaba de ser una confesión de que la única lengua que conocía el agente era la suya, el inglés, y no tenía ni zorra idea de lo que se hace al traducir.

A propósito de Thomas Bernhard, fue un escritor que se mantuvo al margen de la traducción de su obra. ¿Qué relación ha mantenido con los autores que ha traducido? ¿Han colaborado con usted?
He traducido demasiado para haber podido relacionarme siquiera con una parte de los autores. Tengo dos currículums, el presentable y el otro. Para este último usé tres seudónimos. Mi interés por relacionarme con los autores de los libros de ese segundo currículum fue nulo. En cuanto al primero, algunos a los que hubiera querido conocer personalmente habían muerto o estaban a punto de desaparecer, como es el caso del incomparable Patrick Leigh Fermor, con quien apenas tuve tiempo de intercambiar un par de cartas antes de que falleciera. La relación que tuve con alguno de los vivos fue breve, en general agradable y, en los casos en los que me he dirigido a ellos planteándoles mis dudas sobre alguna frase, de escasa utilidad. No es conveniente tratar de resolver dificultades abordando a los autores. Si son anglosajones, por lo menos en mi experiencia, no tienen ni idea de español, y a algunos la traducción les parece una empresa quijotesca. No recuerdo qué me dijo exactamente William Kennedy cuando le planteé mis dudas sobre ciertas frases sin aparente sentido en una de sus novelas, pero creo que una traducción libre que conservara intacto el sentido sería: “Ni aunque me amenazaran con atarme a la cola de un caballo desbocado que me arrastrara por una llanura cubierta de espinos en Nuevo México me dedicaría a un trabajo como el tuyo”. 

En el discurso para la Real Academia Española titulado Servidumbe y grandeza de la traducción, Miguel Sáenz se preguntaba: “¿Por qué son incapaces de aceptar que una traducción tenga el acento de algún país de América? Y a la inversa: ¿por qué a veces, en América Latina, se califica a una traducción de mala, simplemente por ser española, sin atender más razones?”.
Tal vez nosotros tengamos cierto complejo de superioridad porque el español nació aquí y ello bastaría para que el castellano peninsular fuese el normativo. Por otro lado, los latinoamericanos argumentan que ellos constituyen el 90% de los hablantes de la lengua, así que menos humos. Naturalmente, ellos preferirían leer traducciones escritas con las particularidades lingüísticas de sus respectivos países, pero la industria editorial peninsular es demasiado potente e inunda sus librerías de traducciones llenas de “gilipollas”, “coger” y otros términos que les producen dentera. Yo sólo leo traducciones de los idiomas que desconozco, es decir, todos los que no forman parte de la familia romance, exceptuando el rumano, y el inglés. Acabo de leer La guarida, de Norman Manea, novela editada en España. Me he encontrado con un par de americanismos y me han parecido bien, de la misma manera que me gusta llamarle al cruasán “medialuna”. En el remoto pasado no fue así. Apenas salido de la adolescencia, cuando me apasioné por Henry Miller, no podía leer en inglés y, como aquí sufríamos una dictadura que impedía publicar determinados libros, tenía que leer sus obras en traducciones latinoamericanas. La “lapicera fuente”, la “pollera”, la “frazada” y tantos otros términos me sacaban de quicio. Por eso cuando un lector mexicano se mostró indignado en un blog por ciertas palabras en una de mis traducciones, me pareció justo. Donde las dan las toman. Dicho esto, no usaría jamás “medialuna” en lugar de “cruasán” en una de mis traducciones, por más que “cruasán” sea un galicismo adaptado al castellano. Soy europeo y hablo y escribo en el español de Europa, aunque apenas seamos el 10% de la lengua de los 600 millones.

Alianza ha publicado el libro de relatos Mi marido es de otra especie, de Yukiko Motoya, y la novela Si los gatos desaparecieran del mundo, de Genki Kawamura. Son libros traducidos por usted y por Keiko Takahashi. ¿Cómo se plantea la colaboración con otro traductor?
En el apartado de mis traducciones del japonés no puedo hablar simplemente de “colaboración con otro traductor”. Digamos que he tenido la ayuda generosa y paciente, porque a veces me ponía muy pesado al no aceptar sin más las soluciones que ella me proponía, de mi mujer, Keiko Takahashi. Como nos conocimos hace medio siglo, como ella habló a nuestros hijos en japonés desde el primer momento y esa lengua sigue siendo la segunda en nuestro hogar, como hemos visitado Japón una infinidad de veces a lo largo de ese medio siglo y he tenido una buena relación con su familia, que sólo habla japonés pero es condescendiente conmigo cuando les hablo como Tarzán hablaba el inglés, como he pasado por épocas en las que he hincado los codos tratando de aprender a fondo la lengua, pero me ha faltado constancia, tengo un conocimiento que me permite ver un texto y saber de qué va, leer perfectamente los silabarios hiragana y katakana, entender un número de kanjis notable pero insuficiente, de modo que, si bien sigo expresándome en japonés como un principiante, tengo una clara habilidad para descifrar un texto, todo lo que acabo de decir más la imprescindible ayuda de Keiko me ha permitido traducir unas cuantas obras en su lengua.

El último libro de Yukiko Motoya, Selección automática, ha sido traducido por Emilio Masiá. ¿Qué motivó el cambio? ¿Es preferible, para el lector, que el mismo traductor se ocupe de toda la obra de un escritor?
Tampoco he traducido lo último de Colum McCann ni de Richard Powers ni de J.M. Coetzee, etc. Tuve que jubilarme debido a que mi estado físico era incompatible con las obligaciones que comporta la traducción por encargo. Problemas vertebrales y un trastorno importante de la vista. No he dejado de traducir, con el placer de elegir los textos y la tranquilidad de no estar sometido a las fechas de entrega, porque me gusta y porque es una manera extraordinaria de mantener las neuronas en ebullición, pero en el aspecto material es como si no estuviera haciendo nada, porque soy reacio a embarcarme en penosos peregrinajes por las editoriales tratando de vender mi “producto”. No es imprescindible que a un autor lo traduzca siempre el mismo traductor, pero lo cierto es que pueden crearse profundas simpatías que dificultan la aceptación de un nuevo traductor. Así me sucedió, por ejemplo, con La montaña mágica. Hace años que tengo sobre la mesa de los libros pendientes de lectura la nueva traducción de Isabel García Adánez, pero, a pesar de que, cuatro años antes de que apareciera, había leído en una revista literaria que “la versión muy antigua de Mario Verdaguer se reedita constantemente y pide a gritos un pase a la licencia”, ésa fue la versión que leí en mi adolescencia, una traducción de la que tengo un recuerdo imborrable y, aunque le pido disculpas a Isabel, todavía no he podido licenciarla.

En 2005 Atalanta editó su traducción de La historia de Genji, de Murasaki Shikibu, uno de los grandes clásicos de la literatura universal. ¿Cómo afrontó una labor de tanta magnitud?
Quien afrontó realmente la traducción de una obra gigantesca, escrita antes del Cantar de Mío Cid, para situarnos en el tiempo, y en un lenguaje que los japoneses, excepto los eruditos, no pueden entender desde hace siglos, por lo que requieren una traducción al japonés moderno, fue Royall Tyler, experto en la lengua de la era Heian (siglo XI). Yo me limité a traducir su texto en inglés. No es que esto fuese coser y cantar, puesto que es necesario mantener el tono apropiado y utilizar un lenguaje lo más intemporal posible, que en ningún momento parezca demasiado actual ni demasiado anacrónico. Tyler lo consigue, en contraste con los traductores de la obra que le precedieron, Arthur Waley, que con una prosa encantadora describe aquel mundo remoto en un tono que podría usar para describir la aristocracia de la época victoriana, y Edward Seidensticker, cuya versión, un tanto pedestre, carece del tono poético que tiene la de Tyler. Royall Tyler incluso tradujo los poemas waka de manera que las sílabas en inglés coincidieran con las del japonés. Al igual que el haiku, el waka carece de rima, pero el número de sílabas, 5-7-5-7-7, ha de ser exacto. Aunque los poemas están colocados en dos líneas porque de lo contrario el volumen sería todavía más grueso de lo que es, si cualquiera de ellos se divide en segmentos con el número de sílabas que he indicado tenemos un auténtico waka en inglés. No sucede lo mismo con mi versión. La obra contiene ochocientos poemas, y obtener auténticos waka en castellano traduciendo los ingleses era imposible de por sí, aparte de que disponía de poco más de un año para entregar el trabajo en la fecha asignada. Así pues, prescindí de esa exquisita minuciosidad de Tyler y me concentré en transmitir el tono poético de los waka, dejando de lado la métrica.

¿Por qué se decidió a traducir La historia de Genji de la versión inglesa de Tyler y no directamente del japonés?
En primer lugar, la decisión de traducir la obra del inglés la tomó el editor. En segundo lugar, ninguna editorial española podría costear la traducción de la obra directamente del japonés original de la era Heian. En todo caso podría utilizar una de las varias versiones existentes al japonés moderno, probablemente la de la novelista y monja budista Jakuchō Setouchi, quien hizo una versión que, parafraseando al No-Do del franquismo, ponía el relato de Genji al alcance de todos los japoneses. Su idea era que gran número de éstos llevaran encima la obra, editada en varios volúmenes pequeños, para leerla en los largos trayectos en tren de casa al trabajo. Eso sería para el editor mucho más costoso que la traducción del inglés, aunque asumible para algunos, pero seguiría siendo una trampa, una traducción indirecta. Hoy existe una versión directa del Genji al español, obra de Hiroko Izumi e Iván Pinto Román, publicada por el Fondo Editorial de la Asociación Peruano Japonesa. No se trata de una editorial comercial. Es una versión realizada en el ámbito académico y, por lo tanto, la cuestión económica no representa un problema. La señora Izumi es doctora en literatura japonesa y el señor Pinto es un abogado y diplomático estudioso de la historia cultural japonesa, que enseña en una universidad peruana. Todo esto no permite saber si el original que han usado es el de la era Heian o una de las versiones modernas no tan populares como la de Setouchi, las de Akiko Yosano, Fumiko Enchi o Tanizaki. Cuando tenga la seguridad de que se trata de una traducción del japonés antiguo, procuraré hacerme con ella y la leeré, aunque sea con lupa. Lo prometo.

Ha traducido gran parte de la narrativa de Philip Roth. ¿Qué nos puede contar del escritor estadounidense? ¿Qué novelas destacaría?
Con Philip Roth me sucede como con Thomas Mann, André Gide, Henry Miller, Patrick Modiano, Julio Cortázar o Enrique Vila-Matas: me interesa su obra en bloque. Sé que con todos los autores sucede que unos libros son obras maestras, otros no están tan logrados y algunos son prescindibles, pero eso no me importa en el caso de los citados. Hagan lo que hagan (o hayan hecho) voy a leerlos y disfrutarlos sea cual sea la calidad objetiva, si es que en arte se puede hablar de calidad objetiva. Podría decir que la obra que el mismo Roth prefiere entre las suyas, El teatro de Sabbath, es también mi preferida. Por lo menos es la novela que traduje con un regocijo, a pesar de que en realidad se trata de una narración trágica, sólo comparable al que me produjo otra obra no traducida por mí, El profesor del deseo. Pero si he de destacar una de sus obras, me inclino por otra que no tuve la suerte de traducir, Mi vida como hombre, por una cuestión personal, una coincidencia peculiar. A medida que leía observé que no sólo había leído todos los libros mencionados en la novela, y no son pocos, sino que en mis ejemplares, desde Retrato de mí mismo, de Mann, hasta Psicoanálisis del arte y del artista, de Ernst Kris, había subrayado a lápiz cuando los leí, mucho antes de que leyera la obra de Roth, exactamente las mismas citas que aparecen en ésta. Yo diría que esto es una coincidencia como las que sólo ocurren en las novelas de Vila-Matas.

¿Hay algún escritor o alguna obra que le gustaría traducir especialmente?
Me habría gustado traducir todo lo que se ha publicado de y sobre Roth después de su muerte. Acabo de leer Baumgartner, de Paul Auster, y lamento profundamente no tener la oportunidad de traducirla (sin prisas, pero sin pausas). Me habría encantado traducir El banquete anual de la cofradía de los sepultureros, de Mathias Enard. Hay una infinidad de libros que me habría gustado traducir. Leo mucho en inglés y francés (aunque no tanto como quisiera porque me flaquea la vista), y con cada obra que me satisface experimento el deseo de traducirla. Pero, de hecho, la lectura en la lengua original de una obra extranjera es ya la primera fase de una traducción.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Ediciones en francés de José Eustasio Rivera y Arnoldo Palacios, clásicos colombianos


"Por el centenario de publicación de La Vorágine, de José  Eustasio Rivera y del nacimiento de Arnoldo Palacios, autor de Las Estrellas son negras, ambas obras serán traducidas al francés." Es lo que dice la bajada de la nota publicada por Luisa Piñeros en el sitio web de la Radio Nacional de Colombia, el pasado 6 de septiembre.

Dos clásicos de la literatura colombiana serán traducidos al francés

Colombia conmemora 100 años de la publicación de La Vorágine y es también el año de Arnoldo Palacios, a propósito del centenario de su natalicio. Dos obras cumbre que transformaron la manera de leer la realidad de nuestro país y que tuvieron una gran repercusión internacional, serán traducidas al francés.

Es así como Francia se alista para recibir en su idioma estas emblemáticas obras de la literatura colombiana Las estrellas son negras, de Arnoldo Palacios, y La Vorágine, de José Eustasio Rivera.

Con una minuciosa traducción elaborada por Adrienne Orssaud y la coordinación editorial de El Circulo, las obras se encuentran listas para ser socializadas en un taller, dentro de Casa Colombia, durante la realización de los Juegos Paralímpicos.

Recordemos que Casa Colombia es una iniciativa del Comité Olímpico Colombiano, con el apoyo de entidades como el Ministerio de Relaciones Exteriores y su Embajada de Colombia en Francia, el Ministerio del Deporte, el Ministerio de las Culturas, el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y ProColombia.

Un amplio espacio que ya fue punto de encuentro durante las justas olímpicas y que sigue con sus puertas abiertas durante los Juegos Paralímpicos, donde nuestros deportistas han tenido una actuación muy destacada.

Detrás de está titánica labor, que por primera vez se hace de manera oficial, están dos caleñas radicadas en Europa: Natalia y Juliana Vélez Loaiza, hermanas gemelas que junto a un grupo de amigos crearon Ediciones el Circulo , editorial a la que pertenece la prestigiosa revista de arte y cultura Ojo Vulgar, que se ha convertido desde su creación en 2018, en un puente entre Latinoamérica y Europa, resaltando a nuevos artistas y a los que ya están consolidados, en temas como el cine, la literatura, las artes plásticas, la poesía, la fotografía, entre otros.

Con una gran pregunta que rondaba inicialmente en sus cabezas, Natalia y Juliana indagaban desde lo estético por lo que están haciendo los latinoamericanos en Paris, especialmente la diáspora colombiana que ha creado una población que se sigue sintiendo parte del país, a pesar de vivir a tanta distancia.

Ojo Vulgar llegó como una respuesta contracultural para darle voz y conocimiento a una comunidad que alberga en su haber un amplio intelecto y saber popular.

“Tenemos ediciones el Circulo y Ojo Vulgar, que es una plataforma cultural de intercambio. La revista congrega diferentes eventos: Cafés literarios para exhibir a los nuevos escritores, cine foros, tenemos un proyecto cultural como una campaña para estar de vuelta al papel en este mundo digital. Somos un equipo pequeño pero muy comprometido”, afirma esta caleña que hace más de 20 años dejó su ciudad natal para dedicarse al estudio.

Entre la academia y el arte, Natalia ha construido una carrera muy singular. Es licenciada en Psicología Clínica de la Universidad de Massachusetts con un postgrado en Neuropsicología Clínica, Psicopatología y Psicoanálisis. Así mismo, Tiene un doctorado en Literatura y Psicoanálisis. A Europa llegó en 2011, pasó una temporada en Inglaterra y en 2014 aterrizó en Francia. En la actualidad está radicada en Bélgica y desde allí, junto a su equipo, le dan vida cada tres meses a una nueva edición de Ojo Vulgar.

Por su parte, la fundación Ediciones el Circulo fue creada en Colombia y tiene una sede en Francia. Fue pensada para promover las expresiones y manifestaciones culturales y artísticas de colombianos en Europa. Fomentan la escritura, la lectura a través de la revista, hacen festivales literarios y sin duda, incrementan el impacto social y el valor de las creaciones colombianas en el exterior.

“Lo que buscamos es preservar, transmitir y conservar. Queremos hacer un paso por la memoria y dejar un registro de ese patrimonio cultural latinoamericano en Europa. Ojo Vulgar nació como una cuestión contracultural a la era digital”, reitera una vez más Vélez, en su empeño por sacar adelante una idea que nació por el amor a las artes y como una respuesta a esa quimera de vivir en Europa.

Su “caballito de batalla” es y seguirá siendo creer en las capacidades intelectuales que hay en Latinoamérica y el aporte que este continente puede hacerle al arte, especialmente en Paris.

“Hay algo que es originario, algo que como colombianos nos llama, por eso parte del trabajo que hacemos en Francia da cuenta de esto, que aún hay algo que decir de cómo tramitamos la violencia, el conflicto armado, todo lo que hemos logrado salvaguardar culturalmente. La riqueza que tiene Colombia como país, específicamente desde la cultura, esa es nuestra razón por la que continuamos”, concluye la directora.

Oro para Colombia
El país de la belleza tiene mucho por contar, es así como publicar obras de alta calidad se ha convertido en uno de los mayores retos de ediciones El Círculo. Hacer que esas historias contadas por colombianos o más globalmente, por latinoamericanos, tengan un alcance en los lectores franceses, es el gran logro.

Una primera gran apuesta es el llamado a traducir Las estrellas son negras, de Arnoldo Palacios, que en Colombia fue declarado su año, a propósito del centenario de su natalicio en Certeguí, Chocó.

De esta manera, se salda en parte una deuda histórica con una de las primeras novelas que relatan la violencia contra la población afro del departamento. Las Estrellas son negras se publicó por primera vez en 1949 y Palacios estuvo radicado una temporada en Francia, estudiando lenguas en la Universidad La Soborna de París, becado por el gobierno de ese entonces.

Pasó dificultades económicas y fue un perseguido político en Europa por sus ideas. Aun así, hoy se le recuerda por haber plasmado una de las obras de la literatura afro más relevantes del siglo XX.

Por otra parte, este también es el año para una obra que se publicó hace un siglo. Se trata de La Vorágine de José Eustasio Rivera, un huilense que nos entregó una novela sobre las denuncias, los abusos y la explotación del caucho en la Amazonía colombiana.

Considerada como la primera novela moderna del país, relata una historia de amor enclavada en la selva que a la luz de nuestro tiempo, toca temas actuales relacionados con las malas prácticas medioambientales.

Ambos libros son oro en las manos de los lectores, y por fortuna, traducirlas al francés, hará que el mensaje de un Arnoldo y la voz de un José Eustasio tenga más eco en el viejo continente.

Les Etoiles Sont Noires y La Vorágine, con sus nombres traducidos, serán explicadas al público parisino durante el taller de literatura de Casa Colombia entre el 3 y el 7 de septiembre.

Así lo expresa Natalia Vélez: “La dinámica es interesante porque vamos a hablar del recorrido de algunos de los estilos, no solamente de los autores de estas obras. Por ejemplo, en las Estrellas, nos vamos a enfocar en una cosa más al estilo de James Joyce, una cuestión más visceral, sensorial. Después con La Vorágine vamos a hablar más de la literatura tradicional y de los diálogos, los diálogos están muy bien construidos”.

Agrega que: “Y luego, vamos a pasar a hablar del surrealismo y de poesía y de escritura surrealista sobre todo en mujeres y de paso hacerle un homenaje al surrealismo que este año es su centenario. Finalmente, dándole los elementos claves a los asistentes, vamos a repartir unas agenditas que mandamos a hacer y vamos a proponerles a cada uno que con esos elementos trate de escribir un par de párrafos, ya sea de poesía o de narrativa”.

Ojo Vulgar
Hacer una revista en castellano y francés, impresa en papel en una era digital, es una respuesta contracultural al vertiginoso mundo en que vivimos, ya que todo está en las pantallas y poco se lee o al menos eso creemos.

Volver al papel tiene una mensaje romántico y artístico, porque es volver al tacto, a la textura, al olor y sobre todo a la lectura.

“Tan fisgón, tan insolente, es el lema de la revista. Busca dar esa visibilidad, ser fisgones. Tiene todo un enganche en lo surrealista y jugamos con eso. Es un ojo bonito, que impacta de muchas maneras, pero es vulgar. Es decir, expone por crear y por mostrar otro lado”, de esta manera la psicoanalista de profesión define un nombre particular que ya se ha colado en la alta cultura de la ciudad luz.

La revista nació en medio una conversación en un típico café parisino y hoy en día goza de influencia y gran reputación. Cada edición contiene alrededor de 120 páginas impresas en alta calidad, con contenidos producidos por reputados nombres del arte. Sin duda, es un trampolín para los nuevos artistas y aporta un toque más de prestigio a los grandes maestros.

Una fundación, una editorial y una revista pensada y diseñada por colombianas, una vez más nos habla de los viajes de intercambio cultural, hoy en día, por fortuna de ida y vuelta. De Francia nos han llegado grandes obras de la literatura como Madame Bovary, En busca del tiempo perdido, Los miserables, El conde de Montecristo, y ahora, es momento de nuestro relato que huele a ríos, a selvas, a caucho y que suena a la voz de un pueblo que se resiste a ser olvidado.

Ambos libros estarán disponibles en Colombia durante la Feria del Libro de Cali en el mes de octubre

martes, 10 de septiembre de 2024

¿Internet Archive, una biblioteca digital de emergencia?

"Cuatro importantes editoriales (Hachette Book Group, HarperCollins Publishers, John Wiley & Sons y Penguin Random House) demandaron a la biblioteca digital y un tribunal de apelaciones confirmó el fallo." Tal es la bajada de la nota publicada por InfoBAE, el pasado 6 de septiembre, con firma de Hillel Italie, levantada de Asociated Press.

La justicia de Estados Unidos determinó que Internet Archive violó la ley al escanear y compartir libros digitales sin permiso

Un tribunal de apelaciones confirmó un fallo anterior: Internet Archive violó la ley de derechos de autor al escanear y compartir libros digitales sin el permiso de los editores.

Cuatro importantes editoriales (Hachette Book Group, HarperCollins Publishers, John Wiley & Sons y Penguin Random House) demandaron al Internet Archive en 2020, alegando que había ofrecido ilegalmente copias gratuitas de más de 100 libros, entre ellas obras de ficción de Toni Morrison y JD Salinger. Internet Archive respondió que estaba protegido por la ley de uso legítimo.

En 2023, un juez del Tribunal de Distrito de Estados Unidos en Manhattan falló a favor de los editores y les concedió una orden judicial permanente. El miércoles, el Tribunal de Apelaciones de Estados Unidos para el Segundo Circuito coincidió y planteó la pregunta: ¿fue el programa de préstamos de Internet Archive, una “Biblioteca Nacional de Emergencia” lanzada a principios de la pandemia, un ejemplo de uso justo?

“Aplicando las disposiciones pertinentes de la Ley de Derechos de Autor, así como los precedentes vinculantes de la Corte Suprema y del Segundo Circuito, concluimos que la respuesta es no”, dictaminó el tribunal de apelaciones.

En una declaración del miércoles, la presidenta y directora ejecutiva de la Asociación de Editores Estadounidenses, Maria Pallante, calificó la decisión como una victoria para la comunidad editorial. “La decisión de apelación de hoy confirma los derechos de los autores y editores a obtener licencias y compensación por sus libros y otras obras creativas y nos recuerda en términos inequívocos que la infracción es costosa y antitética al interés público”, dijo.

El director de servicios bibliotecarios del Archivo, Chris Freeland, calificó el fallo de decepción. “Estamos revisando la opinión del tribunal y continuaremos defendiendo los derechos de las bibliotecas a poseer, prestar y preservar libros”, dijo en un comunicado.