Alta Paja
Cuán difícil es explicar el significado de la paja que tanto usan nuestros adolescentes y nuestros jóvenes hoy. ¡Qué paja!, ¡cuánta paja!, ¡alta paja!, ¡es una paja!, ¡tengo paja! Así, cada cinco palabras aparece la paja. En mi juventud, hacerse la paja sólo era un acto masturbatorio. Hoy los significados se multiplican, demostrando nuevamente el poder del lenguaje creativo y performático de estos tiempos tan “cisdisciplinares” y transdisciplinares. Necesitaríamos un libro entero para comprender los significados multívocos y posibles acepciones.
Sin embargo, podríamos intentar sintetizar esas múltiples significaciones en una relación complicada con los objetos, con determinados objetos del deseo. La paja parece acusarlos de las acciones requeridas, de la frustrante temporalidad, cantidades de acciones que anteceden o que están después de eso deseado que no hace más que frustrarlo, entonces la decisión es postergarlo frente a tanta cantidad de obstáculos.
La adolescencia y la juventud, quizás uno de los momentos donde se descubren tantas cuestiones, además del sexo, la filosofía y el peso del sí mismo, se enfrenta a la primera gran tautología, las ganas de no tener ganas: “Si no tengo ganas, no tengo ganas”. No hay vacunas, psicofármacos u obligaciones que puedan insuflar deseo. Pero en la adolescencia, que cada vez se alarga más, también se planta la vida. Si tengo paja, tengo paja. Y no es una paja chiquita, es una alta paja. La paja de irse de sí mismo, y contagiar el mundo, tiene esa actitud picante, parece saltar de un lado a otro y reaparecer en las extremidades. (Hace muchos años investigué este tema y vuelvo a él, en la Edad Media se ataban las manos de los chicos --no existía la adolescencia aún-- para que no se tocaran, pues se consideraba que tocarse a sí mismo además de pecaminoso quitaba vida para el futuro. Eso lo pensaba entonces siguiendo a autores que me influyeron, hoy agrego que ataban sus manos para que no se escaparan con sus ganas y vaya a saber dónde las encontrarían, a ellos y a sus ganas. La paja en ese tiempo era excluyente para los hombres, las mujeres tenían prohibido su propio cuerpo y los objetos del deseo, por tanto tenían clausurada el acceso a la paja, sólo los brujas con sus escobas voladoras y sus gritos cercanos a lo orgásmico y a lo dionisíaco lo pudieron vivenciar en las clandestinidades de la noche).
¡La paja es extremista! Los jóvenes buscando lo imposible se estrellan contra las paredes de lo posible, la dureza del ladrillo como llamaba Cortázar a la realidad. En definitiva, la paja es una protesta contra la realidad, contra los objetos, contra los que dicen qué hay que hacer.
Para diferenciar una falta de ganas de otras, en la fase didáctica, Freud separó repetición de vida y repetición de muerte. Y no es muy difícil darse cuenta, en su simplicidad, de su verdad. Pero luego lo complicó. Antes que Lacan, el mismo Freud sostiene que hay pajas masoquistas, autoeróticas, testarudas, incoherentes, autistas, idiotas pero, sobre todo, hay que separar las pajas colonizadoras de las emancipadoras, las pajas seductoras de las sinsentido, no hay que confundirlas con acciones y menos con actos sino que pueden llegar a ser la preparación para otra cosa. En una prescindencia de una acción que parece insignificante se encuentra la llave para entrar a una habitación que parecía inaccesible.
La paja actual es física. Los objetos los torturan, el estómago se tensa frente a ese saber que sólo para entrar en una habitación cualquiera es necesario tal cantidad de acciones antes de sentirse a gusto. Y se presenta también esa pregunta metafísica: ¿por qué para entrar a una habitación hay que abrir una puerta, encender una luz, ubicarse en ella, saber cuáles son sus rutinas, a qué clase social pertenece y cuáles son sus usos y costumbres? Si sólo quería entrar a una habitación.
Finalmente la paja descubre una verdad: los objetos se defienden entre ellos, tienen espíritu de cuerpo. Tocar a uno no es sino motivo de celos y disputas. Por eso, lo único que puede enfrentarlos es una solución radical, prescindir de todos ellos: vivir sin picaporte, sin puerta, sin luz, sin ascensores ni escaleras, sin calefón ni agua corriente, sin papeles, sin boletas, sin casa ni ropa, sin lapiceras, y sobre todo, sin palabras.
Argentina se ensombrece con millones de pobres. ¿Qué se puede hacer? Volver política la paja, un primer acto político. Negarse a aceptar lo que hay que hacer, mostrar la tiranía de los objetos, de las acciones, y las personas. Puede ser que después retornen otras ganas, negarse a atravesar alguna de las puertas de la dura realidad, quizás se descubran esos guardianes que nos acechan y se los pueda desinflar hasta dejarlos indefensos a pesar de que tengan la misión de reprimir y torturar. El primer acto de rebelión trascendente es negar la acción que el otro nos demanda. Volver en sí, responsabilizarnos de que no queremos hacer eso. La paja tiene esa posibilidad de cambios, de pasar de una frustración frente a las miles de acciones requeridas, a un acto. No se trata de no salir a la calle sino salir todos juntos como acto de protesta y reunirnos para reírnos de lo que vamos a lograr, que la esperanza derrita a esos chantas que nos quieren atar de pies y manos.
¿Qué se creen? ¡Qué haciendo ricos al 1 por ciento de la población más rica nos quedaremos sólo quejándonos de los objetos y las acciones requeridas para liberarnos! La paja puede ser servidumbre, pasividad, consuelo quejumbroso frente a la impotencia de no tener eso a mi lado, de no poder darte un lugar a mi lado pero también puede ser un primer acto que lleve a un segundo que ya no niega la acción sino que encuentra el punto de arranque.
En definitiva, es el comienzo de un camino que nos llevará por esta aventura que es un nosotros. Nos quieren hacer creer que la paja es una relación infinita e ilimitada con la culpa. Con un castigo del no poder hacer, de la detención del movimiento, de la inhibición y puede serlo, pero propongamos otra cosas, que la repetición de la falta de ganas no sea sólo repitencia sino algo que nos deja primero desnudos y a los gritos y, luego, una afirmación de un deseo: no queremos la repetición de la historia, frente a ella el acto de la paja es rebelión y no clausura.
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