jueves, 21 de noviembre de 2024

¡Me cago en la leche! Éstas son las reflexiones de un tío cojonudo.

Traductor de fuste y cinéfilo empedernido, el poeta Jorge Aulicino reflexiona en el siguiente texto sobre el subtitulado de películas que se realiza en España y lo penoso que resulta padecerlo cuando se lo ve en Latinoamérica. 

"El problema sigue siendo un problema"

No sé si los españoles piensan que el español de España es el único que se habla en el mundo o si no se enteraron de que Carlos V ha muerto. Su imperio ya no es aquel en el que no se ponía nunca el sol. Ya no hay imperio. Los subtituleros de series y películas posiblemente oscilan entre estas dos formas de ignorancia. Y, lo que es peor, nunca se han planteado la cuestión acerca del modo de traducir un nivel de lengua familiar desde otra lengua a la lengua propia. Que implica la cuestión de las "marcas" locales.

Hay otra explicación a esta situación de ver a Bruce Willis diciendo "¡joder!", y es que quizá para los subtituleros –que me los imagino jóvenes y mal pagados– no "mola" mucho el trabajo agotador de poner en letras castellanas lo que unos personajes dicen en otro idioma durante hora y media, dos horas. También es posible que en un acto de revancha produzcan textos que no solo muestran la galanura de los personajes estadounidenses para hablar el castellano de España, sino en el castellano vulgar de España. O, para no ofender: nada de "vulgar": digamos popular y juvenil.

Ahora bien, el problema sigue siendo un problema, lo resuelvan ellos o nosotros a la manera de cada uno. Primero: a mexicanos, argentinos, peruanos o chilenos –por nombrar unos pocos países en los que seguramente el streaming propala series y películas subtituladas en España– les causa gracia ver a villanos y héroes de Nueva York o Tennessee diciendo ya no solo "gilipollas", la marca local más difundida de España, sino "capullo" (entiendo que por tonto o fastidioso), "tirar" por ir ("tira p'allá"), "venga" por vamos, "cutre" por vulgar o de mala calidad, "curro" por trabajo"; y "chulo", "follón", estar "de coña", "flipar", "me la suda", "cotillear", "cagarse en la puta", "a toda leche", estar "sin blanca", "tienes un morro que te lo pisas", no ver "tres en un burro", "tía" y "tío", "maja" y "majo", etc. Etc. Segundo, el problema se agudiza porque al parecer los subtituleros, y probablemente los españoles en general, piensan que su jerga es el único castellano. Es decir: que el español que usan es el español.

Bien, en la Argentina existe también cierta difuminación de los límites entre lenguajes, antiguamente llamados “niveles de lengua”. Se dice boludo cada cinco minutos así en la calle como en una reunión familiar o social. Hablan argentino vulgar diputados, senadores, presidentes, como si fuera ese el único lenguaje argentino. Sin embargo, si pusiéramos a personajes de películas estadounidenses a hablar en argentino, nos plantearíamos, con seguridad, el problema -teórico al menos- de si es creíble un neoyorquino diciendo "chupame un huevo" o "andate a la concha de tu hermana", o –más suavemente– "se colgó", "embole", "laburo", "morfar", "ni en pedo", "le faltan algunos jugadores", "pochoclo", "pancho", "se dio una piña", "atorrante", "bardear", "flashear", "me recabe", "¡joya!", "zarpado", "chorro", "al palo", estar"en el horno", etc.

Probablemente solo pueda plantearse este problema un país con un gran complejo de inferioridad, o para decirlo en otras palabras, un país relativamente joven que nunca supo qué es gobernar medio mundo. En la traducción literaria es una cuestión que nos planteamos a menudo. Y le damos solución paso a paso, manteniendo la temperatura media o popular de la lengua de partida pero sin entrar en el mundo de los infinitos e inverosímiles localismos. Esto quiere decir que un estadounidense hablando como un adolescente en una cervecería no nos acercaría el personaje: nos lo haría ridículo. Menos mal que en las películas se oye al menos el sonido de la lengua original. Cuando no están dobladas en España...

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