Damián Tabarovsky, en su columna del diario Perfil, del domingo 30 de noviembre, reflexionó sobre dos poemas e hizo el elogio de dos traductores, uno español y otro mexicano.
Dos poemas
Así comienza Un poema no escrito de W.H. Auden: “Mientras espero tu llegada mañana, me encuentro pensando Yo te amo: entonces me viene el pensamiento: Me gustaría escribir un poema que expresara exactamente lo que quiero decir cuando pienso estas palabras”. El poema es de 1960, un momento de transición en su obra. Auden ya no es el optimista militante de su primera época en Inglaterra, pero todavía no es el poeta que coquetea con cierta abstracción en su estadía en Estados Unidos, ni mucho menos el nuevamente crítico de su vuelta final a Inglaterra en su libro póstumo Gracias, niebla (“ningún sol estival logrará nunca/disipar la total oscuridad/vertida en los periódicos”). Transición es una palabra extraña, y si bien sus sinónimos son evolución, metamorfosis o conversión, para mí tiene más que ver con incerteza, incertidumbre, e incluso descubrimiento. Ese no saber se instala en el poema de Auden, poema en prosa, escrito en cincuenta párrafos, en el que en los cuarenta y nueve restantes se intenta vanamente dar respuesta a ese deseo loco de formular un pensamiento con exactitud. Pero expresar exactamente lo que se piensa es imposible. En el último párrafo Auden reconoce la derrota: “Así que ese poema quedará sin escribir”. Y luego, resignado, agrega: “Eso no tiene importancia. Mañana tu llegarás; si yo estuviera escribiendo una novela de la que ambos fuéramos personajes, sé exactamente cómo te saludaría en la estación: adoración en el ojo; en la lengua bromas y obscenidades. Pero ¿quién sabe exactamente cómo te saludaré? ¿La Dama Bondad? Vaya, es una idea. ¿No podría uno escribir un poema (algo desagradable, quizás) sobre ella?”
Cambiando de tema (¿pero venía hablando de algún tema?) la traducción del poema de Auden es de Javier Marías, publicada por la editorial española Pre-Textos. Es una traducción excelente. Un lugar común de la pavada nacional consiste en pensar que fuera de Argentina no se hacen buenas traducciones, que las traducciones hechas en España, Colombia o México son ilegibles. Pequeña vanagloria del argentino recalcitrante. Cualquiera que lea la traducción de Marías de Autorretrato en un espejo convexo, de John Asbhery, comprobará que es mucho mejor que las varias traducciones argentinas del mismo poema que circulan por ahí. Otro tanto ocurre con Briggflatts y otros poemas, de Basil Bunting, traducido por el mexicano Aurelio Major para la editorial Lumen. El libro es extraordinario, la traducción también. Habitualmente se asocia a Bunting con el objetivismo norteamericano, un poco como si fuera el único inglés de ese grupo de estadounidenses. Algo de eso es cierto, pero también es cierto que Bunting expresa una singularidad en ese grupo, una posición personal. Algo propio que podría enunciarse así: mientras que W.C. Willams piensa que “no hay ideas sino en las cosas”, Bunting vendría a expresar la inadecuación entre las ideas y las cosas. Y ese pequeño matiz es precisamente el que explora Major en su traducción. Major toma la decisión de profundizar esa inadecuación entre las cosas y el sentido de las cosas: “Construir para la mujer, los hijos,/los primos, los primos segundos/una casa para recibir invitados.//Alguien como yo no tiene sirvientes ni amigos/en el estado actual de la sociedad/¿Si no construyera para mí/para quién lo haría entonces?”