lunes, 22 de junio de 2009

Juez y parte


El siguiente texto del poeta argentino Oliverio Girondo, publicado originalmente en el diario Noticias Gráficas del 2 de junio de 1959, fue recogido mucho después por Jorge Schwartz en Oliverio. Nuevo homenaje a Girondo, un volumen publicado por Beatriz Viterbo Editora en 2007. El autor de Veinte poemas para ser leídos en el tranvía presenta aquí una justificación –probablemente un tanto impresionista y caprichosa– de la versión de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud, que firmó, junto con su amigo Enrique Molina y que publicó por primera vez Fabril Editora en Buenos Aires.

Una temporada en el infierno
(en versión de Oliverio Girondo y Enrique Molina)

No desconocemos la responsabilidad que implica una tarea tan ardua y arriesgada. Pese a la humilde dedicación con que la hemos realizado, es posible que, con demasiada frecuencia, no hayamos encontrado la más valedera solución a los múltiples problemas que ella plantea. Además de los que ofrece cualquier traducción, se añaden en el caso de Rimbaud los provocados por la incandescencia y la extrema tensión que de continuo alcanza su poesía. Nacen otros de la riqueza polifónica de sus resonancias y modulaciones, de los relampagueos de su ritmo interior y, mucho más aún, del extraordinario poder de síntesis que logra su estilo, mediante el empleo de las más violentas contracciones y de la supresión de imprescindibles nexos sintácticos: licencias que obedecen a perentorios designios expresivos o responden a una lógica más profunda que la gramatical. Agruéguese a todo esto el uso –y el abuso– de interpretaciones, modismos y frases hechas que no siempre poseen una estricta equivalencia en nuestra lengua, y se percibirán las dificultades de trasvasar a ella, o a cualquier otra, la vertiginosa fuerza de encantamiento de una obra sobre la que puede afirmarse, sin ningún temor a exagerar, que es una de las más bellas del mundo.
Aunque ello agrave nuestra responsabilidad, advertiremos, sin embargo, que frente a todas estas dificultades, ciertas características del estilo rimbaudiano hacen que se preste particularmente, a ser vertido al español. Demasiado evolucionado, lleno de frases hechas, de lugares comunes y de modos expresivos estereotipados, es el francés un idioma esencialmente lógico y discursivo. Ningún otro, quizá, logre expresar mejor los más variados matices de una idea, las más sutiles graduaciones de un sentimiento. Pero en su afán de ceñirlo todo, como una malla, pierde consistencia, peso, densidad y, demasiado transparente –y, hasta delicado por demás–, prefiere, con excesiva frecuencia, la gracia, el "espíritu de finura", al ímpetu y al vigor.
Sin extremar las repercusiones del enorme esfuerzo que Rimbaud debió realizar, para tonificarlo e infundirle todo el calor –y el color– que requería cuanto anhelaba expresar, parece lícito suponer que esta constante insatisfacción contribuyó de alguna manera a provocar –entre otros trascendentales y cuantiosos motivos– la profunda crisis espiritual que terminaría a decidirlo a no escribir nunca más.
Insistiremos, en todo caso, en subrayar algunas particularidades del español que se adaptan según nuestra opinión y en cierto sentido, por lo menos, al espíritu y al estilo rimbaudiano. No aludimos tan sólo a su riqueza, a su poder expresivo, ni a su libérrima síntesis. Nos referimos también al ascetismo de su construcción, cuya austeridad le permite prescindir de muletillas tan inútiles como los pronombres personales antes del verbo, en que necesita apoyarse el francés, y nos referimos más que nada, a la férrea sonoridad de su fonética, en lque resuenan todavía la gutural aspereza de muchas voces de origen árabe, cualidades y defectos que permiten aproximarse y, en escasos momentos superar la violencia del latigazo de la prosa poética de Rimbaud.
Tras el empeño de que ella no pierda, por lo menos, todo su fulgor, y sin dejar de ceñirnos al texto lo ma´s escrupulosamente posible, no hemos titubeado en emplear vocablos y expresiones que, sin ser estrictamente textuales, son equivalentes, cada vez que lo ha requerido la expresividad y la cadencia de la frase o el genio de nuestro idioma, pues entenedemos que es mucho más importante traducir las íntimas resonancias del estilo de Rimbaud que la aparente exactitud de su contenido.
A la inversa de las traducciones en español anteriores a ésta, que vertieron en prosa todos los poemas que forman parte de Una temporada en el infierno –y lo que es peor aún, en una prosa donde la poesía no se ha hospedado ni un instante–, hemos recurrido al empleo del metro y de la rima, a pesar del riesgo de caer en mayores licencias que las denunciadas porque, de lo contrario, ellos dejarína de cumplir la función que les asignó Rimbaud y que desempeñan con deslumbrante plenitud. Además de conferirle al texto una variedad mayor, es evidente que figuran en él como verdaderas ilustraciones de su "alquimia del verbo", y como ejemplos característicos del originalísimo empleo de un medio de expresión cuyos recursos difieren de los de su época, aunque se sustenten en los mismos principios. La esclarecedora circunstancia de que existan versiones anteriores con numerosas variantes de todas estas poesías, nos ha permitido, por lo demás, si no vencer, al menos soslayar dificultades que, sin ellas, hubiera resultado insuperables. Aunque la particularísima puntuación de Rimbaud suele contrari las normas que rigen la de nuestro idioma, hemos decidido respetarla porque, además de que ella suele violar también las del francés, constituye uno de los tantos recursos de que se vale para el logro de sus más íntimos propósitos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario