Probablemente uno de los mayores especialistas en Joyce de Latinoamérica, el narrador, ensayista y crítico argentino Carlos Gamerro le ha dedicado muchos años de estudio y no pocos artículos. El que se reproduce a continuación fue incluido en El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos (Buenos Aires, Norma, 2006).
El Ulises en español
El siglo XX no quiso despedirse sin una nueva traducción al español de su novela más representativa, el Ulises de Joyce. Esta versión, realizada por Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas tras siete años de trabajo (“tantos como empleó el autor en escribir el libro” anuncian no sin patetismo en el prólogo), viene a sumarse a las dos ya existentes, la argentina de J. Salas Subirat (1945) y la también española de J.M. Valverde (1976, corregida en 1989).
Cuando de una obra como el Ulises se trata, la traducción forma parte de la historia de la literatura y la lengua de un país, tanto como su literatura en lengua original. En la literatura argentina del siglo pasado la huella del Ulises puede rastrearse en las lecturas y traducciones parciales de Borges, en la rabia de Arlt que no podía leerlo, en el primer Ulises porteño (el Adán Buenosayres de Marechal), en marcas diversas sobre los textos de Puig, Rodolfo Walsh, Ricardo Piglia, Luis Gusmán, etc. La literatura argentina siempre fue buena lectora del Ulises, así como la brasileña lo es del Finnegans Wake (que entre nosotros poca huella ha dejado). La versión de Salas Subirat es entonces parte de nuestra historia literaria, y de las tres ahora existentes sigue siendo mi favorita, a pesar de la por momentos apabullante profusión de errores y erratas que desfigura cada una de sus páginas. ¿Cómo justificar preferencia tan perversa? ¿Será, simplemente, un prejuicio a favor del español rioplatense hacia el cual se inclina nuestro traductor? Posiblemente. Es un lugar común hablar de la fealdad de la mayoría de las traducciones hechas en España, especialmente cuando el argot asoma. Siempre me he preguntado por qué me deleita encontrar, en una obra literaria, modismos mejicanos, peruanos, colombianos y me ponen los pelos de punta los españoles. ¿Un caso de inconsciente, atávica hermandad latinoamericana? No. Más bien, una cuestión de respeto. El argot español es guarango, no por procaz, sino por prepotente. Para los traductores españoles eso que arrojan sobre la página no es su dialecto, es la lengua, así sin más - dialecto es lo que hablan los otros, nosotros. (Ocho siglos de historia, una serie de conquistas imperiales y el inquisitorial Diccionario de la Real Academia respaldan ese permanente hábito de descortesía). España no sabe de hermandad, sino de maternidad; el traductor latinoamericano en cambio es consciente de estar traduciendo para una comunidad de hablantes heterogénea, y es más cauto a la hora de endilgarle sus formas locales a los lectores extranjeros. Un argentino no traduce a vos, sino a tú, y no satura de lunfardo portuario el habla de japoneses, egipcios o irlandeses. Todo esto por supuesto no se aplica a la literatura en lengua original, donde cada región lingüística tiene el derecho (algunos dirían, el deber) de prodigar las formas locales, pero en la traducción es un signo de descortesía que va de la mano con una política de mercado que impone los textos propios e ignora los ajenos. La delusión imperial, inevitablemente, resulta en una lengua provinciana.
Esa es, quizás, la principal molestia que surge de la lectura del nuevo Ulises: García Tortosa insiste con el argot propio más aun que su predecesor y compatriota, y aun lo justifica, inocentemente, en el prólogo: “la informalidad del lenguaje y las expresiones deslenguadas de los clientes han de ser las de un grupo de amigotes españoles en idénticas circunstancias.” ‘¿Y por qué no?’ dirá el lector de esta nota. ‘Si los ecuatorianos quieren su Ulises, nadie les impide traducirlo’. Quizás a esta altura haga falta aclarar que el Ulises original está escrito, no en una lengua o dialecto, sino en la tensión entre una variante desprestigiada (el inglés de Irlanda) y otra dominante (el inglés británico imperial) – relación que puede compararse, aunque no homologarse, a la que existe entre el español de España y el de los demás países de habla hispana. Una traducción española, entonces, necesariamente invertirá esta tensión, o, como sucede en las dos versiones existentes, la ignorará. En teoría, una traducción latinoamericana del Ulises deberá ser más fiel al original que una española. Lo cual puede comprobarse en la versión de Salas Subirat, que reproduce en todas sus imperfecciones el tironeo del original: se pasa de formas dialectales argentinas, o latinoamericanas, a formas reconociblemente peninsulares: vacilante, políglota, revuelta: esa es la fricción que enciende el inglés del Ulises, y que hace que el español de nuestro Ulises criollo (no en el sentido de argentino, sino de creole) posea algo de la misma vitalidad.
La traducción de Valverde tiene menos errores que la de Salas Subirat, sin duda, pero también menos aciertos, y la nueva profundiza esta distinción. A favor del Ulises de García Tortosa se puede decir que no hay, casi, errores de interpretación o lectura de la obra de Joyce – lo cual, dada la profusión de obras críticas, y libros de notas como Allusions in Ulysses de Thornton Weldon y Ulysses Annotated de Gifford, serían imperdonables. Un rasgo clave del Ulises es lo que García Tortosa llama referencias cruzadas, las mismas palabras que aparecen repetidas en contextos diferentes, y que como los leitmotive dependen, para surtir efecto, del reconocimiento del lector. Salas Subirat y Valverde frecuentemente olvidan que una frase ha aparecido antes, y la traducen con palabras diferentes, anulando así para el lector toda posibilidad de reconocimiento. Gran parte de los errores cometidos por Salas Subirat se deben al estado todavía precario de la exégesis joyceana en los años ’40 (los cometidos por Valverde, quien entre otras cosas insiste en situar a ‘Bloomsday’ un 4 de junio, no tienen, por lo mismo, excusa alguna). G. Tortosa, además, por primera vez traduce realmente el capítulo 14. Este fue escrito por Joyce imitando los principales estilos de prosa inglesa, desde los anónimos anglosajones hasta Dickens y Carlyle. La nueva traducción nos ofrece un recorrido parejo y excitante por la historia de la prosa española “desde el rey Alfonso X el Sabio hasta Pequeñeces del Padre Luis Coloma”. La elección puede ser discutible (¿Hablar de la conquista de Irlanda en el inglés de Swift, da igual que hacerlo en el español de Quevedo?) pero es osada, mucho más que el español inespecíficamente arcaico intentado en las versiones anteriores. Otras elecciones de la nueva (traducir apodos, que nos dan a Boylan Botero y Napias Flynn, o topónimos, dando ‘promontorio del Rebuzno’ por ‘Bray Head’), pueden ser discutibles, pero entran en el terreno de las opciones válidas, más que de los errores flagrantes. Lo mismo puede decirse de la decisión de traducir las palabras dobles como tales: a pesar de resultados dudosos como diosespeces, blanquiamontonado, colorcortezacacao, degomaplenas, los traductores se juegan a hacerlo sistemáticamente, y recuperar, para la traducción, algo del coraje experimental del original.
¿Condena entonces la nueva versión a nuestro querido y pionero Ulises criollo a la extinción? Sí, salvo que alguna editorial local asuma la tarea de hacer corregir los errores evidentes, y de paso incluir las mínimas notas necesarias. Otra opción, para terminar de una vez por todas con polémicas como ésta, implicaría hacer real, en la traducción, lo que el original exhibe de manera virtual: en el Ulises cada capítulo es tan distinto de los otros que parece escrito por un nuevo autor, y cuando se dice de un escritor que ha sido influido por el Ulises, se está diciendo en realidad que ha sido afectado por alguno de sus capítulos. ¿Por qué no encarar entonces un meta-Ulises donde cada capítulo sea traducido por el autor cuyos efectos mejor asimiló? Como la propuesta es por ahora utópica, didácticamente y a título de ejemplo propongo un dream-team de vivos y muertos, con J.C. Onetti para la amargura del capítulo 1, Julián Ríos para el babélico 3, Borges para el ultraliterario 9, Rodolfo Walsh para la política irlandesa del 12, Manuel Puig para el folletín del 13, Guillermo Cabrera Infante para el ya mencionado 14 (anticipado en la sección ‘La muerte de Trotsky’ de su novela Tres Tristes Tigres), Ortega y Gasset para el rimbombante y engolado 16... Esta promiscua e incestuosa mezcla, esta Caín y Babel de textos hermanados nos daría, seguramente, la versión más apartada del texto original, y probablemente la más cercana al sueño de su primer autor.
Estoy en todo de acuerdo con Gamerro, yo leí la traducción de J. Salas Subirat, Santiago Rueda Editor, y opino, como escritor, que la literatura mundial del siglo 20 está influenciada por Joyce; la inacabable cantidad de recursos narrativos de este autor, sumado al odio Irlandés por la cultura Inglesa, lo vuelven entrañable para individuos de estos pagos. Sé que la traducción es una reescritura, pero en el caso del Ulises, todo lo que ronde la realidad, lo que quiso decir el autor, ya es importante. Me atrevo a decir que hasta una mala traducción puede serlo. Gracias. Un saludo al amigo Gamerro.
ResponderEliminarSergio Fombona
De forma totalmente fortuita he venido a caer en este comentario sobre la traducción del Ulises de Joyce. Aunque tiene parte de razón en el excesivo uso del argot español en la última traducción, me ha parecido ver en su crítica una obvia defensa de la misma debilidad -sólo que en SU propio argot- en las otras traducciones, sobre todo en la de Salas Subirat. ¿No estará pecando de un patriotismo rayano en la más burda subjetividad? Porque no veo la razón, por mucho que usted se empeñe en defender su supuesta exaltación del criollismo por encima de la actitud maternal de los españolitos, para condenar una traducción y en cambio elevar otra sabiendo que las dos cometen la misma falta. Yo he leido las tres traducciones, por supuesto no soy objetiva porque García Tortosa es mi amigo, mi maestro, y a él le debo haber caido en el laberinto de Joyce. García Tortosa nunca habló mal de las otras traducciones, pero si algo me consta es que la suya (que es también la de Maria Luisa Venegas)aporta algo de lo que las otras dos carecían: la musicalidad y la experimentación con la lengua. No olvidemos que Joyce era un gran aficionado a la música y menos aún, que su producción literaria se distingue precisamente por ser difícil de leer y por ser atrevida, repleta de neologismos y excentricidades lingüísticas. "¿Hablar de la conquista de Irlanda en el inglés de Swift, da igual que hacerlo en el español de Quevedo?)" pues sí, ¿por qué no? ¿O es menos válido que la opción que propone al final usted de incluir el estilo de un autor para cada episodio?
ResponderEliminarPermítame, no obstante, una corrección. El autor al que se refiere es Weldon Thornton, no al revés, mientras que el término correcto es leitmotif, no leitmotive.
Aparte de estas minucias, sé por experiencia que es mucho más fácil atacar una traducción que embarcarse en hacerla. Le desafío, por tanto, a ofrecer su propia traducción del Ulises. Aunque sinceramente, no creo que a ninguno de los autores que ha citado antes les hiciera ilusión quedar recordados como meros episodios de la novela de otro escritor, ni tampoco que la calidad de sus estilos venga determinada por un traductor que decide, al tuntún, que Borges es ultraliterario, Ortega y Gasset rimbombante, y demás. Aparte se me hace absolutamente imposible limitar a dieciocho (tantos como episodios) los escritores en lengua española influidos por Joyce.
Un saludo.
A la lectora que tan enfáticamente ha defendido a García Tortosa e intentado refutar a Gamerro:
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Los mismos saludos que anónimamente nos envió.
leer el ulises en el palinuro para así leerlo si como siempre en cervantes ya no sólo en el sartor resartus sino sólo en la biblia y en jacques el fatalista y en el gargantúa y en sterne y en el rodaballo y en chaucer
ResponderEliminarconstantino mpolás andreadis
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