El español José Antonio Millan (Madrid, 1954) es lingüista, editor (tanto en papel como en formato digital), traductor, articulista y escritor. Es autor de los relatos contenidos en Sobre las brasas (1988) y La memoria (y otras extremidades) (1991) y de las novelas El día intermitente (1990) y Nueva Lisboa (1995). Ha publicado los libros infantiles El pequeño libro que aún no tenía nombre (1993), ilustrado por Perico Pastor, El árbol de narices (2002), ilustrado por Perico Pastor, Base y el Generador misterioso (2002), ilustrado por Arnal Ballester y Quasibolo (2007), ilustrado por su autor. A ellos se suman sus ensayos sobre lengua Perdón imposible. Guía para una puntuación más rica y consciente (2005), El candidato melancólico. De dónde vienen las palabras, cómo viajan, por qué cambian y qué historias cuentan, (2006) y Me como esa coma. (¡Glups! Parece que la puntuación es importante... (2007), ilustrado por Emilio Urberuaga, así como sus textos sobre Internet y edición electrónica, entre los que se menciona Edición electrónica y multimedia (1996), De redes y saberes. Cultura y educación en las nuevas tecnologías (1998), Internet y el español (2001), Telecomunicaciones, sociedad y cultura (compilación) (2002) y Manual de urbanidad y buenas maneras en la Red (2008). Como editor tradicional trabajó entre otros, para los sellos Cátedra y SGEL. Fue Director Editorial de Taurus Ediciones. A partir de 1992 es profesional free-lance. Ha sido director del Centro Virtual Cervantes y dirigió la creación del primer diccionario en CD-ROM de la Real Academia Española, entre otros proyectos.Su sitio web jamillan.com ((http://jamillan.com/) existe desde 1995, y contiene, entre otras cosas, una sección sobre diccionarios y otra sobre sobre edición electrónica, Libros y Bitios.
1) ¿En qué reconocé una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–A esta pregunta han debido contestar personas mucho más dotadas que yo, desde hace mucho tiempo, pero en fin: para mí, una buena traducción es la que te permite un acceso transparente a una obra lejana, pero sin dejarte olvidar que lo es. Tal vez como un cristal sutilmente esmerilado, que te permite seguir lo que ocurre en la calle y que al tiempo te impide creer que estás contemplando la escena al aire libre: algo que te recuerde que estás cómodamente resguardado tras tu ventana.
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–No me molesta, salvo en el caso de que contenga vulgarismos o localismos excesivos, que además suelen ser opacos para el lector de otros lugares. La traducción de obras con argots muy marcados respecto a un lugar y una época suelen apelar a soluciones similares en la lengua objeto, a veces con resultados demenciales: pero es que es un problema lingüistico prácticamente insoluble. Este tipo de obras resultan ilegibles desde las otras variantes (y, lo que es peor, desde la misma variante apenas transcurridos cincuenta años).
En los demás casos (que por fortuna, son la mayoría), el lector de traducciones a variantes de castellano que no son la suya debe practicar una más de las muchas "suspensiones" a que está obligado. Uno lee la traducción de una obra en la que un autor que escribió originalmente en inglés narra una historia que ocurre en un aldea china. Tiene que aceptar que los habitantes del pueblito hablen castellano (los lectores originales aceptan que hablen inglés, al fin y al cabo), ¡pero es que también acepta que el narrador omnisciente conozca los pensamientos que pasan por la cabeza de Xiuxiu! Y, eventualmente, aceptará que la joven remonte el vuelo en premio a su virtud, o venza ella sola a un ejército de cien mil soldados. Los lectores aceptamos tantas cosas... Pues bien, ¿por qué no aceptar --si vivo en España-- que además todos (Xiuxiu, su madre, y el comandante del ejército) hablen en la versión rioplatense del castellano? Además, ocurre otra cosa: a los cinco minutos de empezar a leer, y si el libro es bueno, se te han olvidado todos esos enojosos detalles...
Tengo que recordar además una cuestión histórica: en España, quienes leímos los primeros veinte años (que son los que de verdad se lee) bajo el franquismo, accedimos a gran parte de la mejor literatura y ensayo en traducciones argentinas o mexicanas, porque eran obras que no se podían editar en nuesto país. Para mí las variantes lingüísticas americanas se unieron inextricablemente al placer de muchos textos.
3) ¿Quiénes, en tu opinión, han sido buenos traductores en tu país? ¿De qué obras?
–El juicio de que alguien es un "buen traductor" debe partir del conocimiento de la obra en la lengua original y del de la lengua de llegada. Como lector, acudo a traducciones sólo cuando no puedo leer una obra, o cuando puedo hacerlo sólo con demasiado esfuerzo, de modo que mis juicios inmediatos son sólo como lector español y que no ha conocido las obras en su lengua original.
Hay un aspecto que me interesa mucho en una obra literaria, y es el ritmo de la prosa. En la obra de Thomas Bernhardt, traducida por Miguel Sáenz, y en El puerto de Toledo de Anna María Ortese, traducida por Esther Benítez he podido descubrir páginas bellas y asombrosas dotadas de un ritmo excepcional. Tiene que estar ya en el original, parece claro, pero es un privilegio poderlo alcanzar en otra lengua.
María Teresa Andruetto (Arroyo Cabral, Pcia. de Córdoba, Argentina, 1954) es poeta, narradora, ensayista y autora de libros para niños. Como poeta publicó Réquiem (Ediciones Argos. Córdoba,1993), , Palabras al rescoldo (Ediciones Argos. Córdoba, 1993 y 1999), Pavese y otros poemas (Ediciones Argos. Córdoba, 1997), Kodak (Ediciones Argos. Córdoba, 2001), Beatriz (Ediciones Argos. Córdoba, 2006) y Pavese-Kodak (Ediciones del Dock, Buenos Aires 2008); como narradora, Stefano (Sudamericana, Buenos Aires, 1997), Todo Movimiento es Cacería (Alción, Córdoba, 2002), La Mujer en Cuestión (Alción, Córdoba 2003 y Sudamericana, Buenos Aires, 2009), Tama (Alción, Córdoba, 2003), Veladuras (Norma Grupo Editor, Buenos Aires, 2005) y Lengua Madre (Mondadori, Buenos Aires, 2009). Su obra ensayística incluye Fragmentaciones – Poesía y Poética de Alejandro Schmidt (Ferreyra editor. Córdoba, 2003) y La Construcción del Taller de Escritura (en colaboración con Lilia Lardone, Homo sapiens ediciones. Rosario, 2003), entre otros títulos. Su obra destinada al público infanto-juvenil abarca Agua Cero, Benjamino Dale Campeón!, El Anillo Encantado, El Arbol de Lilas, El Caballo De Chuang Tzu, El Incendio, El País de Juan, Fefa es así, Huellas en la Arena, La Durmiente, La Mujer Vampiro, Misterio en la Patagonia, Solgo, Stefano, Trenes y Veladuras, títulos publicados entre 1993 y la actualidad. Administra además una página dedicada a narradoras (http://www.teresaandruetto.com.ar/narradoras.htm)
1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Aquella en la cual el texto traducido puede leerse como si se tratara del texto original, esa en la que no se transparenta/evidencia la lengua traducida, de modo que uno logra olvidar que se trata de una traducción, porque la lengua de origen se disuelve en la lengua de acogida, o la lengua de llegada no se impone/superpone sobre el original, ostentosa, hasta desnaturalizarlo…
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Depende de qué tipo de textos se trata. Si se trata de ciertos relatos, cuentos, novelas que en la lengua original responden a un uso más clásico del lenguaje, tal vez textos con un narrador en tercera persona, con cierta distancia, o poemas de factura más bien clásica, puede que no me moleste. Depende de la obra, del autor, de los resultados. Pero si se trata de obras en las que la búsqueda del autor pasa por lo conversacional, por los matices del habla o están narradas en primera persona (o desde ese punto de vista), o abundan en ella los diálogos, es decir si se trata de obras en las que los rasgos de oralidad – para mí lo más vivo, lo más particular, íntimo e inestable de una lengua- constituyen la médula de esa escritura, entonces prefiero traducciones al español argentino, porque se puede hacer una conversión más fuerte y más completa a los matices de mi propia lengua oral.
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–Muchas de las obras traducidas que me gustan, me gustan porque cierta calidad y cualidad de las traducciones ha facilitado que me gustaran. Una de las últimas delicias ha sido para mí el descubrimiento de Claire Keegan. Sin duda que esa traducción ha contribuido en la recepción de los maravillosos cuentos de la irlandesa. En la poesía, en ediciones pequeñas, de circulación nacional casi siempre los traductores son poetas, traductores “no profesionales”, que se enamoran de una obra y por eso la traducen, de modo que la traducción es una tarea refinada, un acto de amor hecho con tiempo, sutileza y paciencia y hecha de ese modo es probable que alcance altos resultados. En el caso de la narrativa casi siempre es diferente, me parece, interviene la industria, no siempre el traductor puede elegir a quién traducir, no siempre tiene el tiempo que necesita ni el que la obra merece para hacerlo, no siempre tiene la paga correspondiente. En tal sentido creo que se debiera avanzar, como sucede en el campo de la ilustración o el diseño en el libro álbum, hacia la percepción de parte de los derechos de autor para el traductor. En cuanto a qué traducciones me han gustado, por poner algunos ejemplos, Yourcenar por Cortázar, Italo Calvino en las traducciones de Esther Calvino y en las de Aurora Bernárdez. Las de Ana María Moix de Marguerite Duras, Pavese por Mattoni. Sebald por Miguel Sáenz, o la traducción del Kaspar de Peter Handke por Gustavo Böhm, la traducción de los cuentos completos de John Mc Gahern por Gerardo Gambolini, entre otras que ahora recuerdo o se me ocurren, más allá de que ciertas lenguas sean más próximas entre sí que otras, y que en algún caso yo sea capaz de intentar un cotejo con el original y en otros no, son obras que he leído y disfrutado como si hubieran nacido en mi lengua.
4) –Algo que quisiera agregar y que excede a la traducción: en los libros destinados a “jóvenes lectores”, una zona tan atravesada por la demanda y las ediciones masivas, se da no sólo una fuerte búsqueda del español neutro en las traducciones, de modo de hacer una traducción que “le sirva a todo el mundo”, sino que más aun, hay escritores que modifican su escritura, lo que es decir que se “auto traducen desde el español argentino al español de España”, respondiendo a la demanda editorial y con miras a poder circular mejor, en ediciones más frondosas.
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