Darío Jaramillo Agudelo (Santa Rosa de Osos, Antioquia, 1947) es un escritor y poeta colombiano, quien, luego de recibirse de abogado y de economista por la Universidad Javeriana de Bogotá, ha desempeñado importantes cargos culturales en organismos estatales y es miembro de los consejos de redacción de la revista Golpe de Dados y de la fundación particular "Simón y Lola Guberek". Ganador del Premio Nacional de Poesía en 1978 y finalista del Premio Rómulo Gallegos en 2003, ha publicado los libros de poesía Historias (1974), Tratado de retórica (1978), Poemas de amor (1986), Del ojo a la lengua (1995), Cantar por cantar (2001), Gatos (2003) y "Cuadernos de música" (2008). Como narrador, La muerte de Alec (1983), Guía para viajeros (1991), Cartas cruzadas (1995), Novela con fantasma (1996), Memorias de un hombre feliz (1999), El juego del alfiler (2002), Historia de una pasión (2006) y La voz interior (2006).
1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
Lo primero que le pido es que esté en buen castellano, que fluya en el idioma en que la estoy leyendo. Los poemas rimados en su lengua original prefiero leerlos sin rima en la traducción castellana. El resultado ideal sería que pudiera uno leer en castellano a autores de otras lenguas, sentirlos a ellos sin que se note la presencia de un intermediario traductor: por lo tanto, estoy prevenido contras las “NdeT” al pie de la página.
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Sí, otras especies de castellano, con respecto al lugar, como cuando se traducen localismos de otra lengua a los localismos de Barcelona, de Madrid o de Buenos Aires. También son molestas otras especies de castellano, pero con respecto al tiempo. Lo que hacen ahora mismo algunos editores, que reeditan con levísimos maquillajes traducciones viejas, cuyos derechos de autor están prescritos. Buen negocio para el dueño del aviso, pero pésimo para los lectores. Alguien dijo que todas las generaciones deben traducir a los clásicos.
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–Nicolás Suescún, Margarita Valencia, Carlos José Restrepo, María Cristina Restrepo. Para poesía destaco los sonetos de Shakespeare traducidos por William Ospina y, sobre todo, las de poetas norteamericanos debidas a José Manuel Arango.
Poeta y ensayista, Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947) publicó seis libros de poemas: De este lado del Mediterráneo (Buenos Aires, Ediciones Noé, 1973), Los No (Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1977), La casa grande (Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1986), Vida de living (Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1991), Tango Bar (Barcelona, Ed. Sudamericana, 1998), El Ghetto (Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2003) y Solos y solas (Buenos Aires, Editorial Lumen, 2005). Como ensayista publicó El texto silencioso (México, UNAM, 1983), La edad de la poesía (Rosario, Beatriz Viterbo, 1996), Historias de amor (y otros ensayos sobre poesía) (Buenos Aires, Paidós, 2000) y La boca del testimonio (Buenos Aires, Norma, 2007).
1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Antes pensaba que traducir era imposible, que la poesía era lo intraducible por excelencia, y completaba mi convicción con toda una serie de clichés alusivos (del tipo “hay poetas más traducibles que otros”). Hoy, lejos del contenidismo pero también del formalismo, tiendo a pensar que si lo que se traduce en poesía no es ni la forma ni el contenido sino, como dice Meschonnic –cuyo libro Etica y política del traducir recomiendo calurosamente- “es el acto de vida que el poema es”, todo resulta más viable. Captar lo que hay de vida en el lenguaje, lo que yo llamaría arriesgadamente lo único verdaderamente poético de la lengua, no requiere de fidelidades o traiciones a algo que estaría más allá, en una especie de esencia del lenguaje. Esta evidencia, claro, me lleva a pensar en una especie de post-traducción, algún ejercicio nuevo del tipo del que Haroldo de Campos llamó “transcreación” y que planearía por fuera de los dualismos. No sé cuántos post-traductores hay, pero añoro que aparezcan. Serían esos que no tradujeran tanto lo que dice un enunciado como “lo que hace un texto” (Meschonnic dixit) Si no aparecen esos transcreadores, igual no hay que desesperar. No hay que tenerle tanto miedo a las llamadas “traducciones malas” porque evidentemente algo igual “pasa” (en el sentido de pasaje, de trasmisión) y de eso se trata. Por ser la poesía un acto de vida –que le hace algo a la lengua- me parece que no es tan fácil matarla. Pienso en traducciones más bien maletas, como la que hace Luis Reina Palazón de la poesía de Celan que, a pesar de las deficiencias, no logra no hacer pasar la potencia celaniana. Una potencia que, por cierto, trasciende lo idiomático. En mi adolescencia leí en las peores traducciones los poemas que todavía viven en mí para siempre.
¿Una buena traducción, entonces? La del futuro.
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Me molesta la globalización, el imperialismo de la lengua digitado desde España –ese “cordón umbilical” que ya el manifiesto de los martinfierristas urgía a cortar drásticamente. Esto no me pasa con ninguna traducción que viene de México o de cualquier país de Latinamérica. Ahora bien, creo que traducir la oralidad de la lengua no supone llenarla de coloquialismos sino escuchar esa subjetividad, esa vida que late ahí negándose a ser sometida a condicionamientos supuestamente “literarios” o “poéticos”. Traducir esa lucha contra la retórica que libra un sujeto y que subjetiviza a la lengua, no supone ponerse chabacano o apelar a la oralidad entendida como el modo diferente en que la gente habla en cada país. Oralidad es eso que siempre el escritor le hace a la lengua para despertarla y sacarla de la cárcel institucional en la que agoniza sistematizada para la comunicación, y eso sí es traducible.
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–Vuelvo a Haroldo de Campos que no es de mi país pero es como si lo fuera. Cuando traduce el verso de Octavio Paz, “leona en el circo de las llamas”, como “leoa no círculo das llamas” no es que se haya equivocado sino que se niega al supuesto facilismo que habría entre dos lenguas tan próximas como el portugués y el español. Podía haber puesto “leoa no circo das llamas”, por qué no, pero como él mismo lo explica, no solo el oído le pedía las nueve sílabas sino que además entre circo y círculo, más allá de la relación etimológica, hay una relación sinecdóquica que va de lo circular del circo a lo circular de esos círculos en llamas por los que saltan los leones en el circo. En fin, una delicia de trabajo transcreativo. Este verso es del libro Blanco de Octavio Paz, cuyo título Haroldo de Campos tradujo como Transblanco. Para muestra baste un botón.
Lara Moreno (Sevilla, 1978) tiene publicados los libros de relatos Casi todas las tijeras (Quórum, 2004) y Cuatro veces fuego (Tropo, 2008), y el poemario La herida costumbre (Puerta del Mar, 2008). Ha participado en varias antologías y revistas culturales. Con Igriega Movimiento Cultural, ha sido editora del libro de microrrelatos Los vicios solitarios (2003) y la antología Aquí y ahora. Voces de poesía (2008). Tiene una columna en la revista Los Noveles (www.losnoveles.net) y lleva el blog Guarda tu amor humano (www.nairobi1976.blogspot.com). Vive en Madrid y trabaja como editora y correctora para editoriales literarias.
1) ¿En qué reconoce una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definiría una buena traducción?
–Reconozco una buena traducción cuando disfruto leyéndola. Cuando el libro fluye como suele fluir la literatura bien escrita. Cuando no encuentro expresiones retorcidas o fragmentos que parecen torpemente enigmáticos y sencillamente están mal traducidos. Cuando entiendo los chistes. Creo que una buena traducción se reconoce igual que se reconoce un buen libro. No debe existir diferencia. Incluso debería mostrar los vicios del autor original. (Parto de la base, obviamente, de que la traducción no sea mejor que el original, cosa que se me escaparía.)
2) ¿Le molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–No. Sí me molesta que se traduzcan los nombres propios de personas (lo encontré en un libro de Beauvoir traducido en Argentina pero puede pasar también en España o donde sea), los nombres de las calles, los nombres de los locales. Se pierde toda la atmósfera.
3) ¿Quiénes, en su opinión, han sido buenos traductores en su país? ¿De qué obras?
–Siempre decimos que la mayoría de las traducciones en este país son malas. Y ahora que se me hace esta pregunta encuentro muchas buenas: Al faro, Virginia Woolf, por José Luis López Muñoz; Mientras agonizo, Faulkner, por Jesús Zulaika; Ligeramente desenfocado, Robert Capa, por Miguel Marqués; Cómo el soldado repara el gramófono, de Sasa Stanisic, por Richard Gross; Poemas de amor, Anne Sexton, por Ben Clark; Sistac, Charlie Galibert, por Rebeca Le Rumeur, etcétera...
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