La siguiente columna, aparecida en el suplemento cultural del diario argentino Perfil del domingo 4 de julio de este año, con firma de Maximiliano Tomas, el director de la publicación, pone el dedo en la llaga de algunos de los problemas que afectan a un mundo editorial en que el personal administrativo –vale decir, los que estudiaron administración de empresas, marketing o supermercadismo– así como los intermediarios –agentes y otros pajarracos similares–, impone sus criterios por encima del de los editores imaginando que lo que no debería dejar de ser un modo de vida pueda convertirse en un negocio.
Una industria que deberá renovarse
Conocen el cuento de las dos personas y los pollos? Seguro que sí. Es una broma, pero sirve para hablar de cifras y contextos: si una persona comió dos pollos y la otra se murió de hambre, para las estadísticas a cada uno le tocó un pollo. El jueves pasado el diario El País publicó un artículo titulado “La venta de libros sigue bajando”. Los números son del mercado editorial español, el más importante de la lengua castellana, y el autor tuvo el cuidado de consignar en la primera línea la profunda crisis económica que atraviesa su país, otorgándole a las cifras que siguen un contexto dado, un marco desde el cual interpretarlas. La industria del libro española, por su dimensión, suele marcar el paso de las que la secundan en importancia en hispanoamérica (México, Colombia, Argentina) y es por eso que este tipo de noticias se vuelven relevantes. Números, entonces: en 2009 se vendieron 4 millones de libros menos que en 2008 y 14 menos que en 2007. En 2009 se publicaron 76.200 títulos, de los cuales más de la mitad fueron novedades (alrededor de 40 mil nuevas obras que aparecieron en castellano en un solo país y en un solo año), 3.200 más que en el 2008, aunque el promedio de las tiradas de cada título haya bajado de 5 mil ejemplares a 4.200. Mientras los lectores de ficción subieron entre un 3,2 y un 4,5%, la venta de libros de texto bajó un 6% (lo que refuerza la idea de muchos de que el libro electrónico y no el impreso se quedará, en el futuro, con el mercado de los libros de estudio). Pasado en limpio: aunque nadie sabe muy bien qué va a pasar con la industria editorial, se decide continuar editando más títulos mientras todos repiten que la gente lee cada vez menos, lo que, acompañado de una tendencia alcista de los precios de venta de tapa, hace que los números sigan bajando.
En la Argentina sucede algo similar. En el 2009 se editaron 20.300 nuevos títulos, casi el doble que en 1999 y unos 300 más que en 2008. La cantidad de ejemplares producidos también muestra una leve caída: de 82 millones y medio de libros en 2008 a unos 75 en 2009, seguramente por el ajuste en las tiradas. Hace algunos años había leído que el promedio de lectura en la Argentina era de 0,5 libros por año por habitante, por lo que los números no son del todo sorprendentes. Es decir, si la cantidad de libros producidos parece crecer más rápido que la población lectora, ¿qué esperaban? Las editoriales producen más libros por necesidad: apuestan a los títulos como un jugador lo hace en la ruleta (para ver si consiguen un bestseller) y producen más ejemplares para tener mayor presencia en los puntos de venta. Nadie piensa en qué sucede con todos esos libros que días después de ser impresos quedan viejos, o peor aun: en todos los árboles que desaparecieron para producir libros que no serán leídos (ni siquiera abiertos) jamás.
La conjunción de la vanidad de los autores con la voracidad de los agentes editoriales es un problema central de la industria del libro que nadie quiere ver. Las empresas son comandadas por gerentes financieros y expertos en marketing preocupados por alcanzar sus objetivos de rentabilidad, y el puesto de editor ya casi no existe, por lo que nadie cree verdaderamente en su trabajo y los autores y lectores quedan librados a su suerte. Después, cada fin de año, vuelven a sorprenderse porque las ventas caen en picada.
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