El 21 de mayo pasado, Lourdes Arencibia Rodríguez publicó el
siguiente artículo en la sección Tradutore Traditore de la revista virtual Cuba Literaria
Pablo Lafargue (1841-1911)
traductor de
El Manifiesto Comunista
y El
Capital,
primer crítico literario marxista y primer marxista cubano.
primer crítico literario marxista y primer marxista cubano.
A Alfredo Guevara, in memoriam
Por múltiples razones, algunas de
las cuales quedarán más que evidenciadas en este trabajo, nada de lo que haya
escrito Pablo Lafargue —así tenga que ver directamente con sus ideas políticas y
sus experiencias y vivencias de militante marxista, o sobre cualquiera de los
muchos temas y actividades que ocuparon su mente, su tiempo y su pluma a lo
largo de su fructífera existencia— puede dejar indiferentes a sus lectores y
mucho menos a sus compatriotas. Sin embargo, estas reflexiones —huelga
advertirlo desde los párrafos liminares— no versan directamente sobre las
luchas revolucionarias de aquel socialista consecuente, sino que se orientan a
su labor como traductor y crítico literario, una faceta de su quehacer que,
hasta hoy, ha pasado totalmente inadvertida en su país.
Nunca será tarde para el rescate
y la revalorización. Colocar a Pablo Lafargue en el lugar cimero que le
corresponde en la historia y la cultura cubanas es más que un deber y más que
una demostración de afinación para el análisis o un ejemplo de buena puntería.
Es una prueba de cordura que el estudioso de cualquier época y latitud siempre
agradecerá, independientemente de las convicciones políticas que le animen.
Pablo Lafargue era de origen
cubano; descendiente, por línea paterna, de francés girondino y de mulata
dominicana, y por línea materna, de judío francés y de india taína. Este
insólito ajiaco de razas, culturas y geografías circulaba en su sangre e incidió
de modo muy directo en su personalidad y en su respuesta ante la vida.1 Nació
el 15 de enero de 1841 en Santiago de Cuba, capital política y cultural de la
región oriental de la isla, a donde fue a parar la familia, como la de los
primos Heredia y la de muchos otros terratenientes acomodados, cultivadores de
café en Santo Domingo, que se radicaron en el oriente cubano huyendo de la
convulsa situación sociopolítica que imperaba en Haití.
Cuando Pablo tenía nueve años,
los Lafargue se trasladaron a Francia. Allí completó su instrucción hasta
terminar su carrera de Medicina y entabló amistad con personalidades que
dejarían una profunda huella en su pensamiento y sus proyecciones. Fue
discípulo y yerno de Carlos Marx, en virtud de su matrimonio —celebrado el 2 de
abril de 1868—con Laura, la segunda de las hijas de aquel y una admirable y
destacada mujer que le siguió hasta la muerte.
En consecuencia, sin discusiones
ni disensos históricos sobre el particular, se le considera el primer marxista
cubano, y además de haber sido médico clínico y cirujano, anarquista, activista
revolucionario y fotógrafo, fue traductor de El Manifiesto Comunista —de
consuno con Jenny de Westfalia, esposa de Marx— y de algunos capítulos de El
Capital, que tradujo durante su estancia en España para paliar los efectos que
las malas traducciones de las principales obras del marxismo que circulaban en
aquel país habían provocado entre la clase obrera, adulterando y entorpeciendo
la comprensión de sus esencias.
También a él se debe la
iniciativa de celebrar el Primero de Mayo como Día Internacional del Trabajo,
lo cual dio a conocer en el marco del Congreso de la Internacional Socialista
de 1889. Fue, además, fundador del Partido Obrero Francés (1880), en unión de
Jules Guesde, y comunero en París y en Burdeos.
Se destacó como periodista y
escritor. Entre sus obras, figuran varias publicadas —con o sin pseudónimo— en
la prensa de su época, las cuales permiten considerarlo el primer crítico
literario marxista que ejerció como tal en la segunda mitad del siglo XIX en
Europa.
En Cuba, empero, lamentablemente
sobran dedos para contar los estudiosos de Pablo Lafargue referenciados que
comprometieron su pluma en español en los cuarenta primeros años ulteriores a
su desaparición física acaecida el 25 de noviembre de 1911. En su mayoría, se
manifestaron en el período que antecede al decenio de los sesenta. Entre ellos,
cabe citar el artículo de Humberto Lagardelle: “Pablo Lafargue, el gran
socialista cubano”, publicado en la Revista
Bimestre Cubana (vol. X, no. 1, enero-febrero de 1915); la “Nota sobre
Pablo Lafargue”, de Carlos Rafael Rodríguez, en Dialéctica (vol. 1, mayo-junio de 1942). En 1943, Ediciones
Sociales publicó en La Habana ,
con el título de Karl Marx, recuerdos de
su vida y su obra, textos extraídos del extraordinario estudio biográfico
escrito por Lafargue sobre su suegro, titulado “Recuerdos personales de Carlos
Marx” —incluido por D. Riazanov en su antología de textos titulada Carlos Marx como hombre, pensador y
revolucionario, Buenos Aires, 1932—; la revista Cuba Socialista publica, en 1962, el extenso artículo
“Evocación a Pablo Lafargue”, de Raúl Roa García, otro cubano inolvidable. Y no
hay mucho más…
Naturalmente, no descarto la idea
de que haya algunas otras referencias cuya involuntaria omisión solo achaco a
mi desconocimiento. Es muy probable, por ejemplo, que en el Instituto Superior
Pedagógico de Lenguas Extranjeras de La Habana , que lleva su nombre, fundado en 1977 y
donde se han formado no pocos traductores y especialistas de la lengua, algunos
egresados o profesores le hayan dedicado trabajos de tesis o de homenaje a los
cuales no he tenido acceso.
Cabe señalar que a partir de
1959, en Cuba se hizo un silencio casi absoluto sobre la obra escrita de
Lafargue. Recientemente, el número 254, de enero-marzo de 2009, de la
prestigiosa revista Casa de las
Américas publicó un artículo de Carlos Fernández Liria, filósofo
español y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, titulado “Un
siglo de pereza y comunismo”, dedicado a comentar las ideas políticas de
Lafargue expuestas en el conocidísimo y medular ensayo “El derecho a la
pereza”, cuya aparición data de 1880 (edición en español de la Editorial Fundamentos ,
Madrid, 1991, traducida por Manuel Pérez Ledesma y publicada con un “Estudio
preliminar” de este último).
Sin embargo, un intelectual
cubano trabajó incansable y silenciosamente en la figura de Pablo Lafargue:
Alfredo Guevara. Cuando falleció, el pasado 19 de abril, Alfredo estaba
precisamente enfrascado en la compilación de materiales y la edición de sendas
investigaciones sobre la vida y la obra del santiaguero. Como el eslabón más
modesto y anónimo de su equipo de trabajo para esa labor, me cupo la
satisfacción de traducir, para él, cuatro de los siete ensayos de Lafargue
sobre crítica literaria y algunos otros textos. Siguiendo el orden cronológico
de su publicación, los ensayos en cuestión son:
“Safo” —Aparece, sin firma, Le
Socialiste, periódico del Partido Obrero Francés (9 de enero de 1886)—.
“Las canciones y ceremonias
populares del casamiento: estudio sobre los orígenes de la familia” —Publicado,
bajo el pseudónimo de Fergus, en la Nouvelle
Revue (noviembre-diciembre, 1886)—.
“La leyenda de Victor Hugo” —A
pesar de lo que su título permite suponer, más que un texto de crítica
literaria es un artículo político,escrito en 1885, a raíz de la muerte
del literato francés; en su momento no encontró editor. Difundido por primera
vez, en alemán, por Die Neue Zeit (1888),
reapareció tres años después, en francés, en la Revue Socialiste, de Benoit Malon, y llegó a alcanzar notable éxito
cuando se editó definitivamente como folleto (1902)—.
“El darwinismo en el teatro”
—Rubricado simplemente como Pablo, se publicó, traducido al alemán, en Die Neue Zeit (1890). El texto
original, en francés, se extravió; únicamente se cuenta con la versión del
periódico germano—.
“El dinero de Zola” —Dado a la
estampa, también en traducción al alemán, en 1891. El original corrió idéntica
suerte que la del texto antes señalado—.
“La lengua francesa antes y
después de la Revolución ”
—Dado a la estampa en la Ere
nouvelle (enero-febrero, 1894)—.
“Los orígenes del romanticismo;
estudio crítico sobre el período revolucionario” —Publicado en Le Devenir Social (junio, 1896)—.
Desde una interpretación
materialista de la historia, Lafargue profundiza en las manifestaciones
originarias del ser humano omnipresentes en la literatura. Parte de la
incontrovertible realidad —ya señalada bien atrás por el pensamiento filosófico
en varias latitudes, y repostulada por él— de que el lenguaje precedió al
pensamiento abstracto, lo mismo que los signos y los gestos a la lengua oral.
No obstante, no deja de advertir que es el factor económico lo que hace
imposible aislar la lengua de su medio social, donde se reflejan la lucha de
clases, las relaciones sociales, los modos de producción. Así lo pone de
manifiesto, tanto en el estudio sobre Darwin, como en el del romanticismo o en
el que recoge las canciones y ceremonias a través del folclor. No por azar dos
de esos ensayos llevan los subtítulos: “estudio sobre los orígenes de la
familia” y “estudio crítico sobre un período revolucionario”. En ambos, se
propone demostrar que, a través de las formas políticas, jurídicas, sociales,
folclóricas, cuando los cantores del pueblo reiteran los temas
—independientemente de su origen racial, ubicación geográfica, desarrollo
cultural, lingüístico, filosófico o literario—, no hacen sino manifestar la
dinámica de las relaciones económicas en movimiento; y si muestran rasgos
similares y atraviesan etapas idénticas, es porque su evolución histórica,
lejos de estar predeterminada, ha dependido del desarrollo de las fuerzas
productivas. Son, pues, las condiciones económicas y sociales similares las que
explican las formas y las expresiones análogas de pensamiento.
De su trabajo como traductor, Roa
nos cuenta:
A mediados del año (1867), el
primer volumen de El Capital estaba
ya listo para las prensas. La fatigosa labor de poner en limpio el manuscrito,
a cargo de Jenny de Westfalia, lindó con la proeza. Lafargue, que había
compulsado las citas, sugirió a Marx que se publicase alguna primicia en
Francia. El 12 de septiembre, Marx le comunica a Engels, con satisfacción no
exenta de orgullo, que Laura y Pablo “han pasado la velada haciendo la
traducción del prefacio para Le
Courrier Français”.2
Notas:
1- Paul Luis, en sus “Cent Cincuent Ans de Pensée Socialiste”, Paris, 1947, y el cubano Francisco Domenech, en “Tres hombres y una época”,La Habana , 1937 (por cierto,
el primero de sus compatriotas —que sepamos— que escribe sobre Lafargue), se
asombran de la confluencia de semejante mezcla de sangres —caribe, judía y
mulata-india— en una misma persona, origen genético seguramente causal de su
impetuoso temperamento.
2- Raúl Roa: art. cit., p. 14.
1- Paul Luis, en sus “Cent Cincuent Ans de Pensée Socialiste”, Paris, 1947, y el cubano Francisco Domenech, en “Tres hombres y una época”,
2- Raúl Roa: art. cit., p. 14.
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