La siguiente columna de opinión,
firmada por el periodista Maximiliano Tomas, apareció
el jueves 15 de mayo pasado, en el diario La Nación ,
de la Argentina. En
sintonía con los últimas entradas de este blog, plantea el papel de las
pequeñas editoriales en la formación del gusto de los nuevos lectores, así como
el lugar que les corresponde a estos sellos respecto de las grandes multinacionales
del libro. Más allá de la columna en sí, se recomienda seguir el link (http://www.lanacion.com.ar/1582481-cuantos-lectores-tiene-la-literatura-argentina-actual)
y leer lo comentarios de los lectores.
¿Cuántos lectores tiene
la literatura argentina actual?
Terminó una nueva Feria del Libro de
Buenos Aires y, como siempre, los números suenan abrumadores: más de un millón
cien mil visitantes y un aumento en las ventas de entre un diez y un treinta
por ciento, de acuerdo a la información recogida en algunos stands. Pero si uno
no quiere pasar por ingenuo o pecar de un exceso de optimismo (y sobre todo si
intenta sacar algunas conclusiones sobre las preferencias del público en
materia literaria), hay que mirar un poco más en detalle. Por ejemplo: ¿cuáles
fueron los cinco títulos más consultados por el público? Hush hush, de Becca Fitzpatrick; Los juegos del hambre, de Suzanne Collins; Ciudad de cristal - Cazadores de
sombras, de Cassandra Clare; Juego de tronos, de George Martin; y Caballo de fuego, de Florencia Bonelli. Es decir,
fenómenos de venta que poca o ninguna relación tienen con la literatura. Nada
de qué quejarse, ya que el mismo nombre lo está señalando: se trata de la Feria del Libro y no de un
festival literario. Lo que la
Feria viene a demostrar, en todo caso, es que los caminos de
la industria editorial de masas y la producción y el consumo de literatura
argentina contemporánea (de la literatura "de verdad", es decir, de
la "ficción literaria" o la llamada "literatura alta") se
han distanciado para siempre.
No hay ejemplo más concreto de esta fractura entre los gustos del
consumidor esporádico o recreativo y los lectores habituales de literatura que
los resultados de los dos galardones que se entregan durante la Feria : mientras el Premio de
la Crítica fue
para la obra poética de Tamara Kamenszain, el Premio del Público (en el que
votaron unas diez mil personas) se lo llevó la nueva novela de Alejandro
Dolina. "Las lógicas del canon y la lógica del mercado muchas veces se
contraponen. Y un suceso de mercado y un suceso de crítica son muchas veces
enemigos", escribió el crítico Daniel Link en su libro Cómo se lee. En el mismo sentido, la ensayista
Beatriz Sarlo decía en Escenas
de la vida posmoderna: "Inevitablemente,
el mercado introduce criterios cuantitativos de valoración que contradicen con
frecuencia el arbitraje estético de los críticos y las opiniones de los
artistas. La idea misma de popularidad no podía ser sino examinada con
desconfianza ya que sobre ella se erige la contradicción que está instalada en
el corazón mismo de la democracia". Si no se puede decir que esta
situación sea novedosa (los gustos del público masivo por un lado, los de los
lectores especializados por el otro), hasta hace algunos años parecían existir
vasos comunicantes entre ambos grupos. Lazos que parecen haber estallado sin
posibilidad de reconstrucción.
Este alejamiento está directamente relacionado
con las políticas que las grandes empresas editoras desarrollaron a partir de
la década del 90. En 2003 y en el mismo libro, Link narra cómo fue que la
adquisición de la mayoría de los sellos argentinos por parte de los grandes
grupos transnacionales produjo una transferencia de bienes simbólicos que
afectó tanto al mapa editorial como al campo literario: "Los catálogos
editoriales ya no están armados de acuerdo con una ideología de la lectura y de
la escritura, sino de acuerdo con los criterios de los expertos en
mercadotecnia, los publicistas y otras plagas del siglo pasado, lo que condena
a la caducidad todo lo que se publicó ayer". Pero al mismo tiempo que Link
escribía (y él no podía saberlo), es decir hace ya diez años, surgía en la Argentina de la
poscrisis (y en buena medida por
ella) un heterogéneo conjunto
de editoriales independientes. Fueron esos sellos los que terminaron marcando
el pulso de la producción literaria local, y editaron lo mejor que pudo leerse
en materia de ficción y ensayo durante la última década.
Lo que se dio entonces fue una atomización del mercado editorial. Y
mientras los grupos se dedicaron a la búsqueda de una mayor rentabilidad con
títulos de rápido consumo y corta vida, las apuestas literarias quedaron casi
exclusivamente en manos de estos nuevos sellos. A la existencia de catálogos
como los de Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo y Paradiso se sumó una larga lista
de editoriales pequeñas como Interzona, Entropía, Caja Negra, Eterna Cadencia,
Santiago Arcos, La
Bestia Equilátera , Mardulce, Tamarisco y Pánico el Pánico
(entre muchas otras) que durante diez años descubrieron y difundieron a casi
todos los nuevos escritores argentinos. La jugada no salió mal, y hoy pueden
agregar a sus catálogos a algunos nombres consagrados, e incluso exportar
libros al mercado europeo. Por arriesgar una hipótesis: si en los 80 y 90 un
lector habitual de literatura entraba a una librería buscando las tapas
amarillas y grises de la colección Anagrama, hoy ese tipo de lector se guía por
los diseños de tapa de cualquiera de estos pequeños sellos argentinos.
La pregunta fundamental, después de una década larga,
es si todo este trabajo puede haber servido para crear un nuevo mercado de
lectores. Se trata de un interrogante que todavía no tiene respuesta y frente
al cual nadie logra ponerse de acuerdo. Algunos editores son escépticos y
aseguran que los lectores de literatura argentina contemporánea son siempre los
mismos: no más de tres mil. Otros, que tal vez lleguen a unos diez mil. Si hay
que guiarse por las cifras de producción y ventas, no estarían tan equivocados.
Por lo general los títulos de estos sellos venden entre doscientos y mil
ejemplares. Si alguno llega a los dos mil, se puede hablar de un éxito. La
novela El viento que arrasa, de Selva Almada, editada hace un
año por Mardulce y protagonista de un fenómeno de circulación boca a boca
extraordinario, está por alcanzar la inusual cifra de cinco mil ejemplares
vendidos. Tal vez el caso de Almada esté diciendo algo acerca de la dimensión
de esta probable nueva comunidad de lectores, formados a lo largo de una década
en los catálogos de editoriales independientes. Quizá sean ellos (¿son muchos,
son pocos?) los que estén manteniendo viva la literatura argentina actual.
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