jueves, 27 de junio de 2013

Arlt en francés por una traductora chilena

En su edición del 26.02.2011, el diario Tiempo Argentino publicó una entrevista de Edgardo Lois con la traductora chilena Antonia García Castro, quien acababa de llevar al francés las Aguafuertes porteñas de Roberto Arlt.

Las  Aguafuertes porteñas 
ahora también pueden leerse en francés

Antonia García Castro es la traductora al idioma francés de las Aguafuertes porteñas (Eaux-fortes de Buenos Aires) de Roberto Arlt. La obra acaba de ser publicada por la editorial Asphalte (París). La traducción fue hecha con el apoyo del Programa Sur (apoyo a las traducciones) de la Cancillería en el marco de la Feria del libro de Frankfurt. García Castro es autora del libro Cuarteto Cedrón. Tango y quimera (Corregidor, 2010), un ensayo/historia del cuarteto liderado por Juan Cedrón, y también de una investigación sobre memoria y poder dedicada a los desaparecidos en su país natal, publicada en Francia en el año 2002 y que será publicada en Chile durante 2011 por la editorial Cuarto Propio: La muerte lenta de los desaparecidos en Chile. Trabajó como editora en el libro de Enérico García Concha Todos los días de la vida. Recuerdos de un militante del MIR chileno (Cuarto Propio, 2010), y conserva, momentáneamente a resguardo, su obra de ficción. Se educó en París, es doctora en Sociología, diplomada en Ciencias Políticas; trabaja como redactora de la revista de sociología Cultures & Conflits donde dirige la sección de cultura y política. Es traductora independiente especializada en ciencias sociales y humanísticas, ha traducido entre otros autores a E. Morin, V. Jankélévitch, P. Leroux, P. Groussac. Antonia tiene mirada profunda, reveladora del pensamiento; al escucharla hablar uno suscribe la definición del Tata Cedrón: ella tiene el equilibrio justo entre lo académico y lo callejero. Y quizá lo callejero haya empezado a ser parte de su mundo cuando era una nena recién llegada a París. Sin proponérselo, comenzó a ser la traductora oficial de la familia exiliada, es sabido que los pibes aprenden más rápido, y es en esta acción donde aparece el germen de su oficio. No tiene formación profesional como traductora, sólo cuenta con ambas lenguas, la literatura como soporte, el bagaje del estudio, y sí, claro, la calle.
–¿Traducir a Roberto Arlt fue más que un trabajo?
–Se tradujo Los siete locos, Los lanzallamas y El criador de gorilas, pero había un vacío. Los amigos franceses que viajaban a Buenos Aires preguntaban qué podían leer, recomendaba a los que leían el idioma las Aguafuertes porteñas, y el Adán Buenosayres de Marechal, que sí estaba en francés. La no traducción de las Aguafuertes era un vacío porque es un texto referencial para muchos creadores nacionales y esencial para conocer a los argentinos, es como Víctor Hugo para los franceses. Fue placentero traducirlo, fue sentir que aportaba un granito de arena a un intercambio cultural histórico.

–¿Cómo es leer a Arlt?
–Leer las Aguafuertes fue algo muy importante. Ya había leído las novelas, soy de las que lloran la muerte del Rufián melancólico, no hago diferencia entre las personas y los personajes. Las había leído hacía años, de ellas recordaba "Atenti, nena, que el tiempo pasa", un texto notable de la literatura argentina, y "La silla en la vereda". Leerlas hoy fue redescubrirlas. Más allá de su valor literario, impresiona cómo va cambiando tu manera de mirar, es imposible mirar a Buenos Aires de la misma manera después de leer las Aguafuertes, Arlt te marca, hay un antes y un después. En el final de "Molinos de viento en Flores" él habla de un pino, un mirador, un molino, el paisaje que veía desaparece y anota una reflexión.

–Era un muchacho al que le gustaba andar pensando.

–Muchas veces Arlt hace un encadenado de reflexiones de las que casi no te das cuenta, parece que las ideas aparecían sin pedir permiso y el autor no se preocupaba por el mejor lugar para decir lo que quería decir, tan distinto a los escritores franceses donde todo debe estar ubicado a la perfección. En Arlt hay cachetadas sorpresivas, es dar vuelta en la esquina y encontrarte con alguien inesperado, las Aguafuertes están llenas de esquinas. Después de leer ese texto me encontré mirando las calles, pensando sobre aquello que ya no está, que nunca conocí. Hay otro texto sobre los adoquines, cada vez que veo alguno asomado en la calle, me acuerdo de Arlt.

–¿Algún otro hallazgo en la relectura?

–Las Aguafuertes tienen mucho humor, y ese fue un descubrimiento, no ocurre lo mismo en las novelas y esa es otra de las razones para acercarlo al público francés. Hay una sola mirada que puedo asociar a la de Arlt y es la Discépolo, esa mirada ácida, crítica, tristemente lúcida, pero a la vez no exenta de ternura, y esto es nuevo para mí, él, tan oscuro, con esta capacidad para la ternura. Duele, emociona lo que cuenta, y a la vez me duele imaginar a Arlt contemplando aquello que cuenta. Todo el tiempo sentí a un hombre con el corazón en la mano, por ejemplo en "Sobre la simpatía humana".

–¿Qué pasó con las particularidades de la escritura de Arlt?

–Arlt va de un extremo al otro, es su manera, utiliza palabras de la academia, el lunfardo, y llega a permitirse, por pura libertad, utilizar el nombre Chiclana como adjetivo:  "Engañando el aburrimiento: (...) y turbulenta, chiclana y fea como un diablo aparece La Maleva." Transforma la calle, el barrio y el tango ("Sos de Chiclana, no hay nada que hacer, / tu pedigré es del más puro arrabal") en un adjetivo, pinta así a las chicas del barrio, las costureritas que se fueron para el centro y terminaron mal. Opté por dejar la palabra en castellano, se las dejé de regalo y con una nota al pie explico el asunto, pero manteniendo cierto misterio para que el lector se sienta tentado a investigar, no me gusta servir toda la mesa.

–¿Qué es traducir? ¿Qué tan cerca se está de la creación?

–Es una lectura interpretativa, es tu lectura y eso es lo que vos restituís. En este trabajo tuve mucha suerte ya que las editoras Estelle Durand y Claire Duvivier, fundadoras de la editorial, me dieron un margen amplio. En Francia está establecido que hay que escribir bien, se respetan todas las normas de lo que significa expresarse bien, entonces surgió el problema de las repeticiones de palabras. Se repiten en el original aunque no corresponde. Yo no puedo saber si esas repeticiones se deben a un error o a una elección del autor, pero ahí están, hice mi apuesta y opté por dejarlas. Arlt había escrito como quería escribir y por ende yo debía restituir respetándolo.

–Respetar la voz.

–Hay que respetar el impulso del autor. Hay que restituir el registro. Releía Los miserables de Hugo y me encontré con una repetición, fonética en este caso, más que notable, ¿entonces?, ¿el autor lo quiso o no lo quiso? Hice algo muy feo (se ríe), mandé la línea a cinco amigas que trabajan en el tema, pregunté si era correcta, las cinco la corrigieron sin saber que era de Hugo: frase poco hábil, repetición innecesaria, después les pedí disculpas. Una de ellas reflexionó sobre el deber de escribir bien cuando sos un joven escritor y el derecho a escribir mal cuando sos uno reconocido. Quedaron las repeticiones. Hubo frases que no estaba bien escribirlas de esa manera en francés, como tampoco era correcto escribirlas así en castellano, pero que se entendían, hace años que los lectores las entienden. Se trata de la discusión de siempre: qué es escribir bien o hacerlo mal.

–¿Qué significa "restituir"?
–Restituir lo que vos creíste entender, los traductores somos como pintores impresionistas. No me importa equivocarme en una palabra, lo que no me puedo equivocar es en la emoción, en el impulso que tuvo Arlt, es una cuestión de espíritu. Yo no debía cambiar la melodía original, si Arlt, sin preámbulo, te daba tres golpes, tres cachetadas, eso debía quedar, Arlt es áspero y así debía ser en la traducción. Es relativamente fácil traducir como si el texto hubiera sido escrito en el otro idioma, no digo que esté mal, pero mucho más difícil es transmitir la extrañeza, por más que lo primero que piense el lector sea que la traducción está errada. En esto no hay receta, cada texto es un mundo.

–Es cierto, Arlt es áspero, raspa.

–Pienso en el libro como en un inmigrante. Una persona mayor que emigra va a hablar el idioma nuevo con acento. Eso tiene que ver con la identidad y en este caso había que dejarle ese "encantador pequeño acento", como dicen los franceses. No sé si el acento de Arlt será encantador, pero ahí está. Sin duda, hablamos de inmigración.

–¿Cómo conviven los mundos de la traducción y de la escritura?

–El mundo es solo uno. Todas las cosas importantes de la vida deberían estar en un libro. Ante el libro tengo la actitud del primer hombre mirando la Luna. Necesito al objeto libro, lo quiero, y lo que une todo es la emoción que siente un ser humano frente a otro en una circunstancia particular. Algo te llama la atención, algo hace que te distraigas y mires hacia otro lado, es el poder de la gente de captar tu atención. No importa que el hecho haya durado un minuto o cuarenta y cinco años como la obra del Cuarteto Cedrón, es lo que sucede cuando algo te tocó. Eso es lo que hay detrás de todos estos trabajos, uno tiene herramientas en la vida y con ellas puede hacer un trabajo de sociología, contar una historia, escribir una novela o un cuento. La forma es algo secundario, lo que importa es que hay algo que contar, importa que el disparador sean personas reales, y ante todo, importa que hablen los demás, ellos. Una vez, mi cuñado, en un asado en su casa, decidió recitar "Fundación mitológica de Buenos Aires" para lo cual se subió a un sillón destartalado, para no caerse buscó apoyo, puso su mano en mi hombro y recitó, yo no lo veía, lo escuchaba, pienso que un escritor, un traductor, es eso, el hombro donde apoyarse para decirle cosas a la gente, somos el lugar desde donde pueden hablar los demás.

–¿Qué otros autores argentinos quisieras llevar al francés?

–Por años anduve detrás de la traducción de Operación masacre de Rodolfo Walsh, traduje una parte y lo propuse a varias editoriales por considerarlo necesario para comprender el siglo XX argentino, pero no hubo suerte. El último intento es de hace dos años, pero según el director de la editorial en Francia no había público para ese libro. Después me entero de que otra editorial, con traductor incluido, había arreglado los derechos. Fue una tristeza no poder hacer el trabajo, pienso colocar en mi CV que soy la que no tradujo a Walsh (se ríe). Me interesa traducir Megafón o la guerra de Marechal, pero las traducciones tienen que ver con un contexto que las hace posibles, es importante el programa Sur de Cancillería, que se va a prolongar para difundir el libro argentino en el mundo. Y más allá del caso argentino, sería importante pensar en la región, en las obras fundamentales de los países de Latinoamérica, buscar la manera de escaparle al mercado y poder presentar lo que uno es y lo que valoriza de su cultura. Somos Megafón, somos Operación, somos Aguafuertes, Borges, Macedonio...

–Márquez, Onetti, Arguedas...

–Somos todos ellos, y está bien conocer a los nuevos, pero también a los del pasado que quedaron sin conocer y que son fundamentales, tanto como los conocidos. Estudiando ciencias políticas en Francia uno se entera de la existencia del "resplandor cultural", tiene que ver con esto, con la exportación de la cultura. Francia es cultura y ha creado sus propios mitos, se los cree y no me parece mal. En el marco de un programa cultural inteligente, la traducción debería tener un lugar destacado.



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