La edición de Tajamar |
Daniela Acosta firma el siguiente artículo publicado en La
Tercera , de Chile, el 12 de junio pasado. En la bajada se
lee: “El sello Tajamar publica El gran
Gatsby en una nueva traducción chilena. Un grupo de escritores y editores
apuesta por versiones locales de obras en lengua extranjera”.
El silencioso arte de los traductores en Chile
La gloria y fama de los años 20
se había esfumado. Francis Scott Fitzgerald vivía días poco felices a mediados
de los 30. Entonces la
Modern Library decidió relanzar El gran Gatsby y le pidió un prólogo: “Y ahora que este libro está
por reeditarse, al autor le gustaría decir que nunca antes trató nadie de
mantener su conciencia artística tan pura como durante los diez meses que
empleó en escribirlo”, anotó.
El prólogo es de 1934 y acaba de publicarse por primera vez en castellano en una nueva edición del sello Tajamar. El texto y la novela son traducciones chilenas, realizadas por Oscar Luis Molina.
Aunque la traducción literaria no es una práctica sistemática en el país, algunas editoriales tienen colecciones propias o apuestan por hacer alguna en particular. Hay numerosos escritores traductores en ejercicio, como Leonardo Sanhueza, Armando Roa y Macarena Urzúa.
Oscar Luis Molina lleva 50 años en el oficio y ha traducido más de 100 obras de autores como Norman Mailer, Joseph Conrad, George Duby y J. C. Guillebaud. El año pasado publicó por Tajamar El niño perdido y otros relatos, de Thomas Wolfe.
“Para ser buen traductor no sólo hay que escribir muy bien, sino que también hay que ser un camaleón, ser capaz de escribir de muchas maneras distintas”, dice Molina. Y recalca que “no se puede traducir todo igual, que es lo que les pasa a los malos traductores”.
Ex editor de Andrés Bello y premiado por su trabajo, Molina dice que es necesario que al traducir “se mantenga cierta extrañeza. Ese es el juego, además de mantener la peculiaridad del autor. Ese es el efecto de cualquier traducción en serio, una ambigüedad que permita que no se reduzcan los sentidos”. Conseguir esa extrañeza es lo más difícil. “Todo el tiempo es intentar buscar el tono, estar ajustando el texto”.
Que se enganchó con el caballo, que no soporta a los modernillos, que fue a por unos bollos. No es difícil de entender los españolismos de las traducciones, pero generan distancia. Rodrigo Olavarría, formado en literatura inglesa de
Poeta también, Olavarría cuenta que no hay una fórmula concreta para aprender a traducir, sino que se hace “leyendo, escribiendo, estudiando traducciones de otros; en fin, en la práctica”. De todos modos, para él “la literatura es mucho más que una suma de significados, me interesa aún más recrear el tono y la prosodia original de un autor”.
Kurt Folch, poeta y máster de
La traducción es un proceso lento y bien lo saben quienes trabajan en ello. “Traducir, si uno está trabajando con algo que le gusta, demanda decidir algunas cosas sobre aquello que nos importa”, comenta Folch.
A su vez, Olavarría cuenta que traduce autores que siente próximos. “Autores
cuya respiración, cuyo tono me son conocidos”. Pero también están aquellas
obras que quiere dar a conocer, como fue el caso de Amor salvaje de Shepard y
de Abejas de Sylvia Plath.
Oscar Luis Molina asegura que es necesario refrescar a los clásicos, pues las versiones que circulan están desactualizadas. “Así pasa con Balzac, por ejemplo, que lo siguen publicando en traducciones de hace 100 años y no funciona”, afirma. Próximamente, Tajamar editará su traducción de Vidas sujetas a escrutinio, de Sócrates a Nietzsche de James Miller. En tanto, Folch se ocupa de una parte de 100 poemas japoneses de Rexroth. Y Olavarría espera publicar con Das Kapital
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