Con firma de Carlos
Godoy, la revista Brando publicó el siguiente artículo en razón de la nueva
edición de El traductor, de Salvador Benesdra (foto), publicada por la
editorial Eterna Cadencia.
Salvador
Benesdra: una mente brillante
Salvador Benesdra nació en 1952 en Buenos Aires.
Fue el hijo menor de una familia de clase alta dedicada al comercio de zapatos.
De niño no habló hasta después de los 3 años –lo "normal" es más o
menos antes del primero– y fue toda su infancia tartamudo. Cuando descubrió la
lectura, también descubrió el insomnio prematuro: podía pasarse varias noches
sin dormir para terminar sus libros. En la preadolescencia, luego de leer las
obras completas de Lenin, inició su militancia en el Partido Obrero y a los 15
años convenció a su profesor de literatura de que se afiliara. Entre esa
época y el comienzo de su carrera universitaria fue cuando estudió y aprendió
los siete idiomas que hablaba con fluidez. Al momento de su muerte, estudiaba
el octavo: japonés. Cursó la carrera de Psicología y la terminó en dos años. Durante
la dictadura, se exilió en Francia con su pareja –Mirta Fabre–, y luego de que
le extrajeron las glándulas paratiroides en una operación de rutina, tuvo su
primer brote psicótico. En 1982 volvió a Buenos Aires y fue cuando empezó su
carrera periodística en varios medios, como analista político y económico.
Disfrutaba el periodismo y veía la redacción como un espacio para desarrollar
el pensamiento. Con la profundización del modelo neoliberal menemista y su
intensa actividad sindical, los brotes psicóticos volvieron con más frecuencia,
siempre bajo la misma idea: una inminente invasión extraterrestre que pretendía
robarse el Obelisco.
Si Salvador Benesdra les parece un tipo raro, falta
agregar que era un gran nadador, un excelente bailarín de salsa y que escribió
la novela modernista más importante de la literatura argentina, junto con el Adán
Buenosayeres, de Leopoldo Marechal. La novela se llama El traductor y es un largo texto
autobiográfico que trata de dibujar o mapear –en el contexto de la caída del
muro de Berlín– cómo es que funcionaba la mente de Salvador Benesdra ante los
eventos de su realidad intelectualizada. Ricardo Zevi, el protagonista y álter
ego de Benesdra, es una mente paranoide que lee los acontecimientos desde las
propuestas teóricas de los autores que más resuenan en su formación humanista:
filósofos, sociólogos, escritores, pedagogos. A su vez, se ve enredado en una
historia de amor patológica con una evangelista salteña a la que convence de
que abandone su religión. Así, la narración avanza sin tropiezos con una prosa
barroca y magnética a lo largo de casi 700 páginas. Si el traductor –Ricardo
Zevi- es Benesdra–, entonces se ha de suponer que Turba, la editorial para la
que trabaja, es la redacción del diario Página/12,
donde Benesdra era redactor. El clima caótico de la flexibilización
laboral y el mundillo del asambleísta asalariado es el apocalipsis generacional
del libro. Un mundo en el que rápidamente lo que hasta hace un instante se
consideraba nuevo ya es algo obsoleto, y una nueva categoría de novedad trae
consigo una nueva idea de modernidad.
El traductor fue finalista del premio Planeta de 1995 (en 1994 ni había
llegado a esas instancias). Benesdra insistió en un par de editoriales más y
finalmente, luego de que le dijeron que no era un libro para el mercado, guardó
el manuscrito en un cajón y empezó a escribir otra cosa. En 1996 su
familia y amigos decidieron hacer una edición paga de la novela en Ediciones
de la Flor ; la
tirada rápidamente se agotó y empezó el mito.
El año pasado, la editorial palermitana Eterna
Cadencia reeditó este libro junto con otro inédito de Benesdra: El camino total. Un texto de
autoayuda. Si leemos el subtítulo, que es "Técnicas no ingenuas de
autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio", podemos pensar
que está hablando, desde una zona no ficcional, de los mismos temas que El traductor. Bien, el libro es una
compilación de técnicas, reflexiones y consejos para las personas con problemas
depresivos. Movilizado por la rentabilidad de los libros de autoayuda, sus
estudios en meditación, psicoterapia, genética, y por la acumulación de
"brotes psicóticos", decidió escribir –mientras avanzaba con los
primeros capítulos de El traductor–
un libro que lo acompañara. Que hablara de sus procesos humanos más
íntimos despojados de la construcción de autor que hay detrás de cada novela. Así
es como debe leerse El camino total y así es como debe entenderse El traductor. Como un libro
autoritario que necesitó de otro pequeño e intimista para consolidar su
monstruosa autoridad. Dos libros que hablan de una personalidad dividida,
extasiada, y a la vez preocupada, que ya no puede con lo que su cabeza le
dicta.
Salvador Benesdra presentía, tal como los
epilépticos y demás enfermos neurológicos, la aproximación de una nueva crisis.
Por eso es que el 1 de enero de 1996 abandonó la playa uruguaya en donde estaba
descansando, escribiendo, para volver a su departamento de Barrio Norte. Hizo
un llamado a la clínica psiquiátrica en la que solía internarse para que le
reservaran un espacio, pero luego lo canceló. Salvador Benesdra saltó el 2 de
enero del piso décimo de su departamento en la calle Solís, unos meses antes de
que su novela fuera publicada. En una carta que dejó a su hermana decía
que no se sentía mal, que estaba muy bien, que de hecho estaba demasiado bien.
La apuesta editorial de Eterna Cadencia, al
presentarnos estos dos volúmenes que componen lo que sería la obra completa de
Benesdra, es la de mostrar no solo un libro de cualidades asombrosas, sino
también la personalidad de cualidades asombrosas que escribió el libro.
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