Los adoradores
del objeto libro
Todos los que se toman demasiado en serio la
discusión sobre si el libro digital será la sentencia de muerte del libro en
papel, parecen olvidarse de un grupo multitudinario de personas, habitués de
las librerías de viejo, atesoradoras de obras leídas y en lista de espera,
hurgadoras de herencias familiares con el mismo entusiasmo con que otros se
lanzan sobre los saldos bancarios. Son los adoradores del objeto libro.
Porque no se trata sólo del texto, que obviamente
se puede leer en cualquier formato, en las viejas fotocopias, en e-book o hasta
en un celular. Se trata de los otros significados del objeto libro. Si mi
abuelo italiano leía La divina
comedia, ¿habrá allí algún pasaje que me permita conocer a ese hombre que
murió antes de que yo naciera, algunas anotaciones, alguna página subrayada que
me cuente qué lo conmovía?
Cuando de adolescente fui a aprender
encuadernación, elegí un ejemplar de Las mil y una noches que nos
leían en mi casa. Alisé las puntas, descosí los cuadernillos, los emparejé y
rebané con una guillotina, les hice nuevos surcos con una sierra fina, pasé por
esas hendiduras varios hilos embadurnados en cola y forré las tapas con papel marmolado.
Después, las puntas y el lomo con una cuerina bordó.
Encuadernar ese libro, que todavía conservo, fue
una forma de acariciar sus historias, acunarlas y protegerlas. ¿De qué? ¿Del
paso del tiempo? ¿Del olvido? ¿De la edad adulta?
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