Esto publicó Alicia Martorell (Madrid, 1957), traductora española de Baudrillard, Braudel, Samir Amin, la marquesa de Châtelet, Barthes, Beauvoir y Kristeva, entre muchos otros, en El Trujamán del 27 de junio pasado. Cámbiense algunas palabras, reemplázence algunos objetos y cualquier traductor que se haya puesto a hacer una limpieza o que haya debido mudarse sabrá de qué habla la colega.
Arqueología
A través de la selección natural,
las cosas que usamos más a menudo van quedando en estratos superiores y las que
usamos menos se hunden sin remedio en las profundidades, de donde no salen
hasta que un terremoto las devuelve a la superficie.
La excavación de los sucesivos
estratos da una idea bastante precisa de la evolución de un oficio que ha
cambiado bastante de cara en los treinta años que llevamos conviviendo él y yo.
Por razones que no vienen al
caso, estoy desmontando mi despacho y quiero compartir con ustedes un
inventario de lo que he encontrado en los niveles más profundos:
Un archivador con normas AENOR fotocopiadas
(de valor incalculable, pero que hace siglos que no miro porque ya no hago
técnica).
El despiece de un Renault 5. Me
tuve que tomar un montón de asquerosos cafés con mi mecánico para obtenerlo,
pero siempre me pareció que valía la pena.
Un vademécum de 1999. Un amigo
médico me iba pasando los viejos cuando le enviaban los nuevos.
El catálogo 1990 de una conocida
firma de lentes. Nunca lo llegué a utilizar (no hago óptica), pero lo guardé
porque nunca se sabe y porque tanta terminología junta me llenaba de éxtasis.
Pesa dos kilos.
Veinticuatro ejemplares de una
revista especializada de logística y transportes. La suscripción me costó un
ojo de la cara. Me ayudó a descubrir que tenía que decir «manutención» en lugar
de «manipulación», pero nunca me lo creí del todo.
Una caja de folletos de productos
financieros variados, recogidos en los mostradores de diversos bancos que ya no
existen.
Unos cuatrocientos disquetes.
Supongo que su contenido está ya en mi disco duro, pero si no fuera así tampoco
tengo forma de remediarlo.
Una agenda carrusel con un número
incalculable de fichas de personas que no sé si siguen vivas y de empresas que
seguramente habrán cerrado.
Un archivador lleno de cedés con
todos los controladores de todos los ordenadores y periféricos que he tenido
alguna vez.
Dos cajas (sin abrir) de papel
verjurado color crema para imprimir las facturas.
Cinco enciclopedias y seis
diccionarios en cedé incompatibles con mi sistema operativo actual.
Una carpeta con recortes de
desfiles de moda en los que está subrayada toda la terminología: nombres de
prendas, colores, estilos, telas…
Unas fotocopias del Libro de estilo de El País, añada 1977, procedentes de un amigo de un amigo de un
amigo que trabajaba en la redacción. Están encuadernadas con canutillo negro.
Un glosario de plantas de la FAO,
también en fotocopias pegajosas encuadernadas con canutillo (blanco), que
cambié a otro traductor por el antedicho Libro de estilo. Este traductor lo obtuvo de manos de su
primo, que trabajaba en el Ministerio de Agricultura. Supongo que será un
antepasado lejano de FAOTERM. No tiene índice.
Dos rollos de papel térmico para
fax.
Visto así, es como si estuviera
haciendo un inventario de la inutilidad, pero estas cosas alguna vez fueron un
tesoro. Todas y cada una de ellas. El mundo avanza demasiado deprisa.
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