Gustavo Valle mira como desconfiando |
“Asfixiadas por un entorno editorial donde las
trasnacionales imponen sus reglas de uso y abuso, perviven casas editoras que
continúan una prestigiosa tradición: la edición independiente”: tal es la
bajada del artículo que el escritor y periodista venezolano Gustavo Valle
publicó en el diario Perfil el 18 de agosto pasado.
Vigencia de la editorial independiente
No es un secreto que los grandes
sellos editoriales transnacionales se encuentran en una coyuntura compleja,
asediados por múltiples variables que han impactado en sus negocios. La crisis
financiera de 2008, la actual crisis en España y la particular crisis del libro
como producto cultural colocan a los grandes grupos editoriales ante la
necesidad de rever sus objetivos, achicar o eliminar áreas de interés,
disminuir sus producciones y tirajes y, en algunos casos, como el del Grupo
Editorial Norma, prescindir de sus colecciones de ficción y no ficción para
adultos, de modo de concentrar esfuerzos en producciones más rentables como las
de los libros de texto o de literatura infantil y juvenil. Para sobrevivir,
muchos sellos han sido vendidos o negociados a grandes grupos que han dejado de
ser exclusivamente empresas editoriales para convertirse en multimedios. La
actual alianza entre Penguin y Random House es el último eslabón de este
negocio en su etapa de cambios y desafíos.
Más allá de estas circunstancias,
que inciden más en la reingeniería que en la literatura, los tiempos de los best sellers literarios y los
millonarios tirajes, salvo escasas excepciones, parecen haber pasado. “Los
grandes grupos transnacionales –opina Juan Casamayor, editor español del sello
independiente Páginas de Espuma– están sufriendo la crisis económica coyuntural
y, de telón de fondo, la crisis del paradigma del libro que viene rompiéndose
desde hace una década”. En efecto, a la ya devaluada economía mundial se agrega
la crisis del objeto libro como producto cultural en un mercado que no ha
parado de diversificar sus opciones de entretenimiento. El libro está librando
una gran batalla, en la que se incluyen mutaciones constantes o reacomodos para
sobrevivir como propuesta cultural ante la avalancha de otros soportes
tecnológicos o masivos. Adicionalmente, los grandes sellos, al ser grandes
empresas, están sujetos a macroestructuras, exigencias organizativas o
compromisos laborales que los hacen más pesados (quizá también más sólidos) y
por tanto menos flexibles.
Ante el espacio inevitablemente
cedido por estos grandes sellos, las pequeñas editoriales o editoriales
autogestionadas o independientes o alternativas, o simplemente nuevas
editoriales, han visto una gran oportunidad y en poco menos de una década
vienen ocupando un espacio que años atrás era impensable. La editora argentina
Viviana Paletta, radicada en España, piensa que “siempre es oportuno el ámbito
editorial para proyectos alternativos a la edición generalizada, por abrir el
campo, lograr la divulgación de otras voces y otras líneas estéticas, de
reflexión, de búsqueda, quizá no masivas pero necesarias, incluso
imprescindibles, para un mundo cultural que goce de buena salud”.
En Argentina es muy notorio el
crecimiento de estos emprendimientos. Desde las más consolidadas, como Adriana
Hidalgo, Eterna Cadencia, Entropía, Interzona, El Cuenco de Plata, Mansalva,
Mardulce o Milena Caserola. U otras más chicas: Excursiones, Conejos, Fiordo,
WuWei o El 8vo Loco. O incluso artesanales, como La Funesiana , La Vaca Mariposa y la
pionera y de proyección continental Eloísa Cartonera. Las hay, pues, medianas,
chicas, diminutas y artesanales. La diversidad es enorme y el número también.
Sólo en el registro de 2012 de editoriales independientes del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
aparecen 138 sellos independientes.
Pero algo muy similar está
ocurriendo en España, en México, en Uruguay o en Venezuela. Cuando los grandes
sellos tenían por principio acotar la distribución de sus libros según la
región y cada sucursal operaba como un mercado completamente aislado, hoy no es
raro ver en las mesas de novedades de Buenos Aires títulos del sello Hum de
Montevideo, Sexto Piso y Almadía de México, Páginas de Espuma, Periférica, 451
Editores y Candaya de España o Puntocero de Venezuela. Lo mismo ocurre en
ciudades como Madrid o Barcelona, donde muchos de estos sellos latinoamericanos
viajan (como productos de exportación o en valijas de amigos), se distribuyen
(a mediana y pequeña escala) y venden en las librerías de la península.
El lamentable desconocimiento de
nuestras propias literaturas regionales está siendo poco a poco cubierto desde
la periferia (también desde la web, cierto) a puro pulmón, por estos sellos
emergentes. Por supuesto, no es un camino fácil y la oportunidad está
acompañada de enormes dificultades. Julián Rodríguez, editor de la española
Periférica, cree que “una editorial independiente puede sostenerse, aunque no
sea del todo cierto, con el apoyo de unos pocos y fieles lectores. ¿Su
debilidad? La falta (no en todos los casos) de un emporio financiero detrás”. A
falta de esa solidez financiera, estos sellos se ven obligados a reducidos
recursos humanos, que en muchos casos deben convertirse en auténticos pulpos
para asumir los numerosos aspectos relativos a la producción. Pero “la
principal debilidad –aporta Felipe Rosete, de la mexicana Sexto Piso– es el
ensimismamiento de algunos proyectos en el discurso de que ‘no hay dinero’, de
que ‘todo es muy difícil’. Vivir en ese discurso mata todo proyecto
independiente. En enfrentar esas dificultades y saber sortearlas radica la gran
valía de un proyecto editorial independiente. Y esa valía indudablemente es
reconocida y retribuida por los lectores”.
La estrecha relación con los
lectores quizá sea producto de la estrecha relación entre editor y autor. Por
supuesto, hay excepciones, pero la editorial pequeña o independiente hace del
vínculo con el autor uno de sus motores de trabajo. Esto no sólo se reduce a la
relación personal sino al tratamiento del libro, y por tanto al producto
literario que se ofrece al público. La editorial pequeña cuenta con el autor
como un miembro activo de la producción editorial y no es infrecuente que éste
acompañe de cerca, opine o incluso ofrezca soluciones a cada una de las etapas
de producción.
Las nuevas tecnologías también
han sido fundamentales para llevar a cabo las tareas de sustentación de los
proyectos independientes; el trabajo de promoción a través de las redes
sociales, las páginas web y blogs de apoyo, y la búsqueda de financiamiento
colectivo a través de herramientas como crowfounding o crowsourcing. Esto, sin
mencionar las políticas de coedición y cofinanciamiento para las que estas
editoriales siempre están dispuestas. No es raro ver en los créditos de muchos
de estos sellos el logo de alguna institución pública y también el testimonio
de alianzas con programas de traducción o divulgación de la literatura de otros
países.
Adicionalmente, se advierte un
trato distinto de parte de los suplementos culturales de los diarios de mayor
circulación. Hasta hace poco, era casi imposible que una editorial chica
consiguiera ser reseñada en los grandes medios; sus desplazamientos parecían
restringidos sólo a circuitos de su propia área de influencia. Todavía falta
mucho, es cierto, pero cada vez es más frecuente que críticos y reseñistas se ocupen
de libros cuyo tiraje y distribución aún son precarios. Esto prueba la
inocultable presencia y prestigio ganado de parte de estos sellos en la
conformación del universo cultural actual. En lo relativo a la literatura de
ficción, pareciera que los sellos independientes atienden propuestas estéticas
que corren al margen de los “tanques” literarios que suelen elevarse en las
torres que coronan las entradas de las grandes librerías. Autores como los
uruguayos Gustavo Espinosa o Ercole Lissardi y los mexicanos Yuri Herrera o
Juan Villoro publican, si no toda, buena parte de su obra en sellos
independientes.
Sería absurdo eludir que muchas
grandes firmas publican sus libros en editoriales transnacionales. De otra
forma, no llegarían a nuestras manos Vila-Matas, Doris Lessing, Pedro Lemebel o
J.M. Coetzee. Además, algunos grandes sellos han comenzado a publicar autores
emergentes. Al respecto, Felipe Rosete, advierte: “Creo que es infructuoso caer
en discursos maniqueos que sacralizan lo independiente y demonizan todo lo que
hacen los grandes grupos. Estos, a través de sus distintos sellos, siguen
conservando a grandísimos escritores. El problema es que la buena literatura no
es su prioridad y que se pierde entre todo lo demás. Quizá lo que pasa es que
al publicar menos, al ser más cuidadosas y selectivas con su trabajo y con su
catálogo, las independientes (algunas, no todas) tienen hoy más ‘prestigio’ que
las otras. Es decir, hay más ‘respeto’ y ‘simpatía’ hacia ellas porque se sabe
que las cosas se hacen asumiendo riesgos, con un criterio literario y en
condiciones adversas. Pero eso no exime al editor independiente de resbalar y
cometer errores”.
El respeto que se han ganado no
es poco y quizás esté asociado con la creación de nuevos lectores y nuevas
formas de lectura y no sólo de nuevos libros para lectores ya ganados. La
apuesta de muchas pequeñas editoriales latinoamericanas tiene que ver con los
modos de lectura y la manera en que se interviene, en definitiva, en la
conformación (y modificación) de un canon. Hasta hace poco, era casi impensable
que una editorial chica se llevase, por ejemplo, el premio al mejor libro del
año, u ocupara importantes lugares en la preferencia de los lectores y sitios
de legitimación. Sus trofeos eran, como mucho, el de publicar un libro de
culto, esa especie de objeto que resiste al mercado y también lo trasciende.
Ahora, el libro de culto ha ganado en visibilidad, y las editoriales pequeñas
construyen sus propias redes de circulación y sus particulares maneras de
participar en el mercado. Por supuesto, los enemigos económicos están a la
orden del día: controles de cambio, políticas proteccionistas y trabas a la
importación ralentizan su desarrollo.
Editoriales mexicanas independientes
Si bien el mundo editorial
contemporáneo atraviesa cambios profundos potenciados por la crisis económica y
el impacto de nuevas tecnologías, la realidad editorial es mucho menos
catastrófica de lo que vociferan los publicistas y otros agoreros. El caso
mexicano, con sus altas y bajas, demuestra que cuando hay imaginación,
constancia y propuesta, la empresa editorial puede ser una aventura creativa de
sensibilidad e inteligencia. PERFIL dialogó con cuatro editores que han
levantado catálogos muy diversos cuya única constante es la calidad. Se trata
de Rodrigo Fernández de Gortari (Vanilla Planifolia), Vivian Abenshushan
(Tumbona Ediciones), Pablo Rojas (Surplus Ediciones) y Diego Rabasa (Sexto
Piso).
Al respecto de su experiencia
como editor de Vanilla Planifolia, una flamante editorial que viene construyendo
una cámara de maravillas con literatura de Africa, Medio Oriente y Europa del
Este, así como una vocación decidida por difundir libros de arte que tengan
vínculos con México, Fenández de Gortari sostuvo que su “apuesta es diseminar
de distintas maneras el total de ejemplares de cada título, con base en un
algoritmo o una ecuación esóterica más bien borgeana”. Para Rabasa, cuyo
proyecto impactó el rostro de la edición mexicana, ha sido “el
electrocardiograma de un tipo con arritmia severa. Momentos increíbles y zonas
oscuras; un crecimiento a base de golpes en la cara”. Para Abenshushan, que
dirige un catálogo con lo más destacado de la literatura de vanguardia, ha sido
un proceso “lleno de exaltación y entusiasmo intelectual, pero también otro de
desgaste, difícil, siempre a contracorriente. Publicar lo que se nos viene en
gana lo considero un triunfo, aunque económicamente sea un fracaso”. Para Pablo
Rojas, con un catálogo de evidente sofisticación, ha sido “un aprendizaje
constante y una experiencia colectiva” que se destaca por su heterogeneidad.
Por otro lado, sabiendo que la
independencia por sí misma no es un criterio de calidad, se les preguntó su
parecer al respecto del término “editorial independiente”, a lo que Abenshushan
contestó que “¿la calidad no es acaso un valor del mercado? Me gusta pensar más
en términos de heterodoxia, de irreverencia, de riesgo y radicalidad. Ponemos
en circulación lo que el mercado niega o trata de volver invisible: lo que
censura”, mientras que para Fernández de Gortari se trata de un término
“impreciso, cuando no cínico y arrogante. Las editoriales que se autodenominan
o son encasilladas bajo esta categoría por lo general no son independientes de
los fondos del Estado ni de los recursos de la industria privada, y tampoco lo
son, paradójicamente, de las tendencias y o corrientes literarias, filosóficas
o artísticas”. Rojas sostiene que “es necesario trabajo y profesionalidad”;
empero, la apuesta principal de la independencia está en su capacidad de
apostar por nuevos valores y “no publicar a los consagrados”.
A la pregunta expresa sobre cuál
es su criterio con respecto a las coediciones, Rabasa expresó que “buscan
proponer libros de los que el Estado mexicano se pueda sentir orgulloso. Se
trata de libros que nosotros haríamos de otra forma pero aprovechamos los
subsidios que existen en el sector tratando que sean libros de calidad
intachable y de aceptable circulación comercial”. Para De Gortari, “lo primero
es invertir en la incubación de cada proyecto; luego, al buscar apoyos,
patrocinios, créditos, intercambios y alianzas, mi criterio es recurrir a
distintos sectores que tengan alguna cercanía conceptual. La idea es que los
costos de producción recaigan en el mayor número posible de actores, lo cual
permita blindar los contenidos”. En el caso de Tumbona, “publicamos algunas
coediciones no sólo con el Estado sino también con universidades, fundaciones
privadas y galerías. Por otro lado, ciertos libros de nuestro catálogo no
soportarían, por su naturaleza iconoclasta o subversiva, la coedición con el
Estado, como Literatura de izquierda, de Damián Tabarovsky,
o Desobediencia civil, de Thoreau”.
Al respecto de lo que pueden
esperar los lectores de sus catálogos, Rabasa responde: “Consistencia,
homogeneidad, vocación de riesgo, expansión de nuestros límites de acción
lectora: una resonancia si tienes un gusto afín al nuestro”. En Tumbona se
encontrará, “no la literatura con sus convenciones, sus rituales, su
conservadurismo, su sentido de propiedad intelectual intocable, sino una
escritura otra, dialéctica, inconforme, sublevante”. Por su parte,
Fenández de Gortari espera que sus propuestas “sean un ida y vuelta, simulando
el lanzamiento de un boomerang o el golpeteo de una carambola”.
Entre los editores que admiran,
se cuentan Díaz-Canedo y City Lights (Surplus Ediciones); Julián Rodríguez,
Luis Solano, Diego Moreno y Matías Soja (Sexto piso); Jonathan Cape, Ramón
Akal, Siegfried Unsel, Enrique Díaz Canedo y Franco Maria Ricci (Vanilla
Planifolia); Sylvia Bleach, Ferlinghetti, Herralde, Adriana Hidalgo, Mardulce e
Interzona (Tumbona Ediciones).
*Rafael
Toriz.
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