A ningún lector de este blog escapa lo que piensan su Administrador y el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires sobre la Real Academia Española. En más de una ocasión, desde aquí, hemos criticado sus ínfulas imperiales mal disfrazadas de panhispanismo, su obsoleta y desubicada voluntad de legislar sobre toda la lengua castellana, los muchos chanchullos en los que muchos de sus miembros pasados y presentes han incurrido, etc., etc., etc. Sin embargo, fuerza es decirlo, no todos los miembros de esa vetusta institución son censurables. Algunos, son respetabilísimos intelectuales a quienes, a la distancia, imaginamos un tanto incómodos por los aspectos más políticos y torpes de la institución, Otros, queremos creer, trabajan desde el seno de la misma para intentar cambiar las cosas. A estas dos últimas categorías pertenece Miguel Sáenz, el primer traductor "puro" (vale decir, traductor que no es escritor en el sentido tradicional de la palabra) en ser admitido por la RAE y uno de los hombres más respetados en ambas márgenes del Atlántico, por su honestidad y bonhomía proverbiales. Por eso, y con los reparos que preceden, a lo largo de toda la semana se publicará en distintas partes, el discurso que leyó el día 23 de junio de este año, en recepción pública, con motivo de su ingreso a Real Academia, y que tuvo la enorme deferencia de enviarnos para darlo a conocer en este blog.
Servidumbre y
grandezade la traducción (I)
SEÑOR DIRECTOR, SEÑORAS Y SEÑORES ACADÉMICOS:
Tal vez la primera experiencia de
todo el que se incorpora a esta Real Academia Española sea el asombro, al
conocer los nombres de quienes ocuparon antes el sillón, adornado con una letra
mayúscula o minúscula, que por azar le ha correspondido. Al asombro sucede el
espanto: ¿cómo estar a la altura de los que le precedieron? Afortunadamente,
existe de antiguo la costumbre de que los nuevos miembros recuerden en su
discurso de ingreso la figura de su antecesor o sus antecesores, lo que
constituye un saludable ejercicio de humildad para el nuevo académico y una
demostración pública de la continuidad de la Institución. En mi
caso, el sillón (b) minúscula que se me ha asignado estuvo ocupado, desde 1996
hasta su fallecimiento en 2011, por el almirante D. Eliseo Álvarez-Arenas, y
cumplo con el mayor agrado y respeto el deber que me incumbe, dedicándole mis
primeras palabras.
***
Eliseo Álvarez-Arenas, como yo,
nació en el norte de África: él en Ceuta, yo en Larache. Su padre, como el mío,
fue general del Ejército de Tierra, pero ahí acaban las coincidencias. Él
ingresó muy pronto, a los dieciocho años, en la Marina e hizo una brillante
carrera que lo llevó desde el mando de la fragata “Cataluña”, de la que fue primer
comandante, hasta, con el paso de los años, el de la Flota española y, al término
de su vida militar, el alto puesto de Capitán General de la Zona Marítima del
Cantábrico. Yo conocía, a rasgos generales, su trayectoria como marino, pero,
salvo algún artículo publicado en la prensa diaria, desconocía por completo su
obra de escritor y pensador. El hecho de sucederlo en la Academia ha hecho que
remedie esa falta imperdonable y me ha permitido familiarizarme con su
elocuente prosa, en la que con frecuencia resuenan ecos de Ortega y Gasset y
que refleja en todo momento su inmensa
cultura.
Como dijo D. Pedro Laín Entralgo
en su discurso de contestación al de ingreso de D. Eliseo Álvarez-Arenas en
esta Real Academia, el tema constante del almirante fue el mar, desde dos
puntos de vista: el de marino y el de español. Entre todos sus libros, el
propio almirante valoraba especialmente su Idea
de la guerra, y con razón, porque, como él decía, es “el más profesional,
denso e importante”. Sin embargo, decía también que le gustaría que lo leyeran
“los no profesionales de las armas”, porque comprender la guerra es la mejor
manera de evitarla: “La guerra, simplemente, acontece –escribió–, y acontece
por muchos motivos y de casi infinitas formas” (Álvarez-Arenas, 1984: pág. 24).
A pesar de ello, debo confesar mi
preferencia por uno de sus primeros libros: El
español ante el mar, de 1969. En él se manifiesta ya su clara posición ante
España, se esboza la visión histórica y estratégica que desarrollará en obras
posteriores y se manifiestan su talante y talento poéticos. Así, por ejemplo,
cuando describe lo atlántico y lo mediterráneo: “Lo atlántico es bruma y viento
duro, agua frecuente y ola larga y poderosa, masa acuosa cansada de recorrer el
océano originada en remoto confín; lo mediterráneo es claridad y céfiro blando,
lluvia escasa y onda estrecha y empenachada de espuma grácil y ligera, tiempo
local de variación rápida” (Álvarez-Arenas, 1969: pág. 86).
Continuación en cierto modo de
ese libro es, ya en la época madura del almirante, Del mar en la historia de España, una obra surgida como comentario
y respuesta a la de D. Julián Marías, España inteligible (Julián Marías, 1993).
Una vez más, D. Eliseo Álvarez-Arenas se lamenta de que, al menos desde la
época de los Austrias, España haya vivido de espaldas al mar.
Hay también un Álvarez-Arenas
periodista y divulgador, muy ameno, que es el que aparece en multitud de
artículos publicados en la Revista
de Marina y, sobre todo, en el diario El
País. Su temática es variada y oportuna, al compás de los acontecimientos.
A veces se muestra claramente orteguiano. Cito: “El cuerpo y el alma de la
nación integran su yo. Pero la nación, como el ser humano en la filosofía de
Ortega y Gasset, es su yo y su circunstancia. Toda nación debe decir, para
comprenderse a sí misma, «yo, nación, soy yo y mi circunstancia», añadiendo,
como nos enseñó el mismo Ortega, «y si no la salvo a ella no me salvo yo»” (12
de julio de 2002). Otras veces es casi quevedesco: “El futuro es lo real. El
pasado fue; el presente no es sino fugacidad; el futuro es siempre. Tal vez por
eso se pueda decir con lógica que «el tiempo es futuro»” (26 de agosto de
2000). En ocasiones es tajante, como en su artículo “El mar, necesidad radical”
(8 de enero de 1985) o se muestra históricamente decepcionado: “Lo naval: en el
98... y hoy” (1.º de junio de 1998). Y también pone de relieve el acierto
profético de Ortega: “En ese legado orteguiano –dice– hay mucho de profecía.
Ésta es diversa y amplia, pero hay dos decires de Ortega que convienen ahora
con más oportunidad que otros: «Europa ha sido siempre una pluralidad de
naciones dirigida por una de ellas. Eso que ha sido Europa lo seguirá siendo
todavía un largo, muy largo rato, bien que tomando esa plural convivencia alguna
forma nueva». –Y añade el almirante–: “¿No dicen esas palabras de 1940, al
hablar de Juan Luis Vives y su mundo,
mucho de lo que está palpitando en Europa... ?” (“Ortega y Europa: ayer y hoy”,
27 de marzo de 1997).
Con todo, para conocer a D.
Eliseo Álvarez-Arenas creo que el mejor texto es su “Canto al mar”, es decir,
el discurso que leyó en esta casa el 4 de febrero de 1996. He dicho discurso pero
el texto es exactamente lo que su título indica: un auténtico canto, un
verdadero poema, no por lírico menos didáctico y profundo. En él recuerda el
almirante que “Desde hace varios [siglos] el español ha distinguido siempre
entre el mar y la mar, por más que no siempre lo haya hecho de igual forma y
con sentido idéntico o por lo menos semejante...” (pág. 39). “El mar es lo
inmenso, lo alejado, lo abstracto si se quiere, lo que verdaderamente es en lo
cósmico y en lo telúrico, en lo bíblico y creacional, en lo teórico e ideal,
[...]” (pág. 39). La mar es en cambio “lo relativamente reducido, lo
dimensionado en física, lo cercano al hombre de mar que distingue entre el mar
y la mar misma, [...]” (pág. 40). “Porque el mar es lo que es; la mar es eso en
lo que se está” (pág. 41).
El almirante Álvarez-Arenas, como buen marino, sabía cuándo
hablar del mar y cuándo de la mar. Rafael Alberti, Marinero en tierra, se dejaba guiar solo
por su instinto poético: “El mar. La mar. / El mar. ¡Sólo la mar!” (Alberti,
1956: pág. 84). Y un excelente poeta malagueño nacido en la Selva Negra alemana,
José F. A. Oliver, que escribe indistintamente en alemán, alemánico y
castellano, quiso una vez remediar lo que se le antojaba una deficiencia grave
de la lengua alemana: la falta de una palabra femenina para designar el mar.
Por ello creó la palabra Meerin
(die Meerin) que complementa al asexuado Meer (das Meer). Y recordaba lo que le contaba su abuelo pescador: cuando
los pescadores de Málaga volvían al amanecer con las redes repletas hablaban de la mar. Si volvían con las cestas vacías decían el mar. Lo cierto
es que, para complicar las cosas, habría que recordar ahora que el idioma
alemán tiene la palabra See, que es femenina cuando corresponde más o menos a la mar,
pero masculina cuando designa un simple lago... Pero aunque en otras épocas se
solía perder el tiempo discutiendo sobre el sexo de los ángeles, no creo que
deba ocuparme ahora detenidamente del sexo de los mares.
No son precisamente expertos en
términos náuticos lo que ha faltado en la Academia , que, como recordaba también Laín Entralgo,
siempre ha contado con marinos de bien probada competencia. Y habría que
mencionar asimismo a quienes, por otras razones, poseen sobrados conocimientos
en la materia (pienso por ejemplo en D. Javier Marías, que ha dicho de su
segunda traducción de El espejo del mar
de Joseph Conrad, un verdadero repertorio del más complejo vocabulario
marinero, que considera ese libro –cito– “todavía más propio que cualquiera de
mis novelas, cuentos o artículos, y además –huelga decirlo– infinitamente mejor
que todos ellos, juntos o por separado y sin excepción” (Conrad, 2005: pág.
17).
***
Curiosamente, el almirante
Álvarez-Arenas comienza su último libro Desde
el pensar al hacer (1997) con una expresión que no es náutica sino, al
menos en su primera acepción, aeronáutica y que el diccionario de la Academia recoge: “Se trata
ahora de rizar un extraño rizo”, dice D. Eliseo Álvarez-Arenas. La definición
de “rizar el rizo” que da el diccionario es imaginativa pero quizá mejorable:
“Hacer dar al avión en el aire una como vuelta de campana”. Aparece por primera
vez en la edición del diccionario de 1925. Confieso que mi primera intención,
al tratar de seleccionar un tema para este discurso, fue hablar del vocabulario
aeronáutico. Durante más de treinta años he pertenecido al cuerpo jurídico del
Ejército del Aire y mi afición a los aviones se remonta a mi infancia. En mi
primer destino como Teniente Auditor en la Zona Aérea de Baleares
aprendí a volar y también a respetar virtudes que hoy parecen extrañamente
obsoletas, como la lealtad y el compañerismo. Leía sin pausa literatura
aeronáutica y revistas de aviación, y mi vocabulario, que antes se basaba en
dudosas traducciones de libros de Salgari, el capitán Luigi Motta o, lo que era
peor, Bill Barnes, “el aventurero del aire”, se fue refinando. Parece evidente que
no existe un lenguaje del aire que tenga la inmensa riqueza del lenguaje del
mar. Sin embargo, parece evidente también que debería revisarse el diccionario de
la Academia
desde el punto de vista aeronáutico, añadiendo términos o giros habituales y
corrigiendo definiciones, pero esto es algo que no puedo hacer ahora. Por ello
quisiera emplazarme a mí mismo para realizar un examen pausado de la
terminología del vuelo, de los convenios aéreos, del transporte aeronáutico,
del aeromodelismo y de los nuevos artefactos voladores, como parapentes, alas
delta o aerodeslizadores, sin olvidar a los temibles drones, que probablemente acabarán siendo drones en español.
En cualquier caso, como mis
agradecimientos son tantos que si los dejara para el final de mi discurso se
convertirían en una retahíla insoportable, quiero desde ahora agradecer a mis compañeros
del Ejército del Aire, jurídicos o no, todo lo que en su día me enseñaron y
enviar un saludo cordial a los del actual Cuerpo Jurídico Militar de la Defensa , al que pertenecía
cuando me retiré.
***
continúa en la próxima entrada
Saludos. Gracias por compartir el discurso de Miguel Sáenz. Me gustaría leer también el discurso de Eliseo Álvarez-Arenas: “Canto al mar”. Espero puedan subir el manuscrito.
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