martes, 20 de agosto de 2013

La lengua no fue creada por las academias ni por los gramáticos

Tulio Castro (Culiacán, 1983) dirige la Revista Diez4 de periodismo narrativo contra toda circunstancia. Allí, el 28 de febrero de 2012, publicó la siguiente entrevista con Ricardo Socafundador de elcastellano.org  (http://www.elcastellano.org/)

El hombre que desafía al diccionario

Se llama Ricardo Soca, y es el hombre que desafía a la Real Academia Española. Empeñado durante años a analizar el castellano y a mostrar definiciones parciales del máximo diccionario, hoy acusa a España de querer colonizar Latinoamérica a través del lenguaje: «La Academia es una pequeña ruedita del engranaje geopolítico de España».

Soca dice que la RAE obedece a intereses económicos y no al cultivo de la lengua española. Y así comienza su diferencia con la Academia, que termina con lo que él llama, «mensajes amenazadores». El asunto no es sencillo. Debemos saber que Soca, editor de elcastellano.org, escribió el año pasado un artículo en el que publicó adelantos de la edición 23 del diccionario (que en aquel momento ya aparecían en el sitio de la RAE) donde comparaba prácticamente todo los cambios en las definiciones.

Cuando Soca hizo lo suyo, pensó que la definición de palabras castellanas que utilizan más de 450 millones de personas en el mundo debía ser compartida por sus hablantes.

Error. «Yo recibí mensajes amenazadores de la editorial Planeta, tal como está documentado mediante mensajes y grabaciones telefónicas, ‘en nombre de la Real Academia’, que nunca lo negó. Amigos vinculados con el director de la Academia, José María Blecua, me aseguraron que si yo pidiera autorización para usar los contenidos, sería concedida. El problema es que mi posición es, precisamente, que no debería ser necesario pedir autorización para usar, sin fines de lucro, los contenidos de la Academia».

—Usted ha dicho en entrevistas que si la Academia es financiada con el erario, debe poner sus contenidos con acceso para todos (al menos en su sitio de Internet), ¿a qué cree que obedezca este retaceo de contenidos? ¿Algo más allá de los intereses económicos de las editoriales con las que trabajan?
—No sé si habrá algo más que los intereses económicos de las editoriales. Basta recordar el tiempo que demoraron en poner en línea el Diccionario panhispánico de dudas, dando tiempo a que la versión en papel se vendiera. O el hecho vergonzoso de que una multinacional del ramo editorial (Grupo Planeta) pretenda dar órdenes a las colonias en nombre de la docta casa.

«Espero que no me acusen por difundir errores». Las ganas de España de dominar el lenguaje no son poca cosa cuando el periodista uruguayo señala que en «documentos del Estado español, que están disponibles en línea, según los cuales España debe promover la venta de sus productos apoyándose en el carácter globalizador de la lengua española. La Academia es una pequeña ruedita del engranaje geopolítico de España, para poner sus empresas en primera línea en el lucrativo mercado hispanoamericano». «Existe un mito cuidadosamente cultivado, según el cual las academias serían necesarias para preservar la unidad de la lengua».

—He notado en su cuenta de Twitter que hace observaciones muy puntuales sobre los yerros de la RAE. Recuerdo, por ejemplo, uno donde cuestiona la definición de franquismo y además pregunta «¿miedo de la palabra dictadura?». Eso es adentrarse en terrenos pantanosos con la academia y con el propio gobierno derechista español, (ya ve usted cómo sentaron en el banquillo al juez Garzón). ¿A dónde piensa que puede llegar con esto y, sobretodo, cual es su objetivo?
—Bueno, espero que no me sienten en ningún banquillo por difundir los errores de la RAE, sobre todo cuando en mi país (Uruguay) no rigen las leyes del Reino. Simplemente no entiendo cómo un diccionario que pretende ser un modelo de lexicografía, que es casi lo mismo que decir de imparcialidad, se abstenga de definir el franquismo como una dictadura. Hasta hace unos años, definía el marxismo como «la doctrina de Carlos Marx y sus secuaces». Hace poco tiempo publiqué un artículo en el que analizo el empleo de definiciones vergonzosamente parciales, como la que califica como «pérfido» «el que falta a la fe [católica] que debe» o se define el «temor de Dios» como el «miedo reverencial y respetuoso que se debe tener a Dios». No es que no puedan decirlo, puesto que mucha lo cree así, pero en Lexicografía se exige que en esos casos se diga algo como «según la Iglesia católica» para que el diccionario no se comprometa con una creencia que no es de todos. Al final, hay hablantes de español que son ateos, agnósticos, judíos, musulmanes; no hay por qué imponer el catolicismo como inherente a la lengua castellana (…) Lo único que pretendo es desenmascarar para la mayor cantidad de gente posible la farsa que representa el hecho de que la Academia se presente como «mero notario de los hablantes», cuando se prevén para el próximo diccionario vocablos inventados, que no aparecen siquiera en su propio corpus. La Academia inventa, manipula, distorsiona. Es una entidad formada por una pequeña minoría de lingüistas y una gran mayoría de españoles (escritores, actores, músicos, médicos, economistas) que están allí para dar brillo a sus nombres, sin poder contribuir con nada, porque nada saben de lingüística, como reconoció en su discurso de ingreso la académica escritora Soledad Puértolas.

No es la primera vez que alguien mete en aprietos a la Academia ni la llama falsa. Padres de niños con autismo sostienen un pleito lingüístico contra el diccionario, por la definición actual de autismo pues la consideran ofensiva y falsa: «Síndrome infantil caracterizado por la incapacidad congénita de establecer contacto verbal y afectivo con las personas y por la necesidad de mantener absolutamente estable su entorno». La Academia ha salido a informar que se compromete a incluir una nueva definición del síntoma para el 2014, para quedar así: «trastorno del desarrollo que afecta a la comunicación y a la interacción social, caracterizado por patrones de comportamiento restringidos, repetitivos y estereotipados».

—Por último, ¿qué requiere la academia o cuál es su recomendación para la mejorar del lenguaje y su difusión?
—La lengua es un producto de una capacidad del cerebro humano que se llama «función del lenguaje». No la crearon las academias ni los gramáticos, que solo tratan de apropiarse de ella. El niño que a los tres o cuatro años ya domina la lengua no estudió ninguna gramática, pero ya conoce y aplica intuitivamente sus normas, sin necesidad de ninguna academia. Podemos decir que la lingüística es una ciencia natural, puesto que estudia un objeto que surge en la naturaleza, en la biología humana y en el hombre en sociedad. Existe un mito cuidadosamente cultivado, según el cual las academias serían necesarias para preservar la unidad de la lengua. Sin embargo, observemos la lengua inglesa, que jamás tuvo academias ni ningún instituto normativo y es la misma en Estados Unidos, el Reino Unido, la India, Sudáfrica o Australia, más allá de variantes que pueden compararse con las del castellano. La necesidad de una institución para mantener la unidad de la lengua es una mentira divulgada para ganar dinero. Lingüistas como José María Blecua o Víctor García de la Concha deberían avergonzarse de prestarse a esas patrañas. Marco

El original de este artículo y las grabaciones aludidas pueden verse y escucharse en
http://diez4.com/diez4/?p=6846

No hay comentarios:

Publicar un comentario