El
26 de julio pasado, Antonio Muñoz Molina
comentaba en Babelia, el modesto suplemento cultural del diario El País, de Madrid (que forma parte del
grupo Prisa) la publicación de la
Biblia traducida por Casiodoro
de Reina (c1520-1594) por parte de la editorial Alfaguara (que forma parte del grupo
Prisa, aunque todo indica que está en una transición antes de vaciarse del todo
en Penguin Random House) y nos descubre una pólvora un tanto mojada por las
inmisericordiosas aguas del tiempo. ¿Por qué? Porque el artículo no dice nunca que la Biblia oficial en
castellano durante siglos fue ésta, de Casiodoro de Reina, revisada apenas poco
después en 1602, por Cipriano de Valera (1532-1602). Esa versión se suele mencionar como
“versión Reina-Valera”. Valera no ha alterado el valor literario de De Reina y
se fijó más bien en todo lo que pudiera tener alguna ambigüedad desde el punto
de vista doctrinario. Los llamados “libros deuterocanónicos” fueron colocados
por Valera como epílogo en la primera edición. Esos libros se aceptan en la Biblia protestante, pero no
en la católica. Es claro que De Reina se había hecho protestante, y fue pastor
de la iglesia de Inglaterra, pero su herejía consistía –en cuanto a la
traducción– en haber incluido los libros vetados por los católicos. Resumiendo,
en modo alguno la traducción de De Reina constituye un libro “perdido”,
“oculto” o que no fue leído. Es más, fue leído por miles de millones de
personas a los largo de los siglos, porque es la Biblia que tradujo De Reina
“revisada” por Valera. Esta nota, entonces, antes que informar sobre
algo nuevo es más un aviso encubierto de la edición de Alfaguara. Que
conste en actas.
La obra maestra
escondida
Una
de las cimas literarias de la lengua española, la Biblia traducida en el
siglo XVI, ha sido invisible o ha permanecido en los márgenes de nuestra cultura
desde el momento mismo en que se publicó, y no ha podido ejercer ninguna
influencia vivificadora; uno de nuestros más grandes escritores, su traductor,
fue perseguido hasta el extremo de que su nombre fue borrado por completo de
nuestra memoria colectiva. Fue raído, habría escrito él mismo, Casiodoro de
Reina, con su sentido visceral del idioma, su capacidad para combinar la
inmediatez y la riqueza de la lengua popular con las tensiones máximas de la
voluntad poética, con la necesidad de enriquecer y ensanchar el idioma español
para que cupiera en él nada menos que toda la Biblia , el Antiguo Testamento y el Nuevo, desde
el Génesis al Apocalipsis. La
Biblia King
James se
publicó en Inglaterra en 1611, con pleno apoyo de la Corona , y gracias al
trabajo sostenido de un equipo de traductores (John Updike decía que era una de
las dos únicas obras maestras escritas por un comité, junto al informe oficial
sobre los atentados del 11 de septiembre). A la manera española, Casiodoro de
Reina parece que hizo él solo la mayor parte de ese trabajo ingente, y además
lo hizo no en la tranquilidad de un estudio, con tiempo y sosiego por delante y
una biblioteca a mano, sino mientras huía de un sitio a otro, por la Europa de la Reforma , la Contrarreforma y
las guerras de religión. Nuestra Biblia castellana se terminó de traducir
cuarenta años antes que la inglesa, pero se publicó en Basilea, en 1569, y los
pocos ejemplares que llegaron de contrabando a España cayeron en manos de la Inquisición y fueron
quemados por ella, igual que fue quemado el hereje que los introdujo en el
país, del que se sabe que se llamaba Juanillo y era jorobado.
Si a
Casiodoro de Reina no lo quemó la Inquisición fue porque había escapado a Ginebra
en 1559. Lo quemaron, desde luego, en efigie, en 1562, en Sevilla, en un auto
de fe en el que ardió también el cadáver sacado de la sepultura de otro
perseguido que había muerto antes de que lo atraparan. Quemaron cadáveres y
muñecos de cartón, y quemaron a personas vivas, entre ellas una mujer que había
albergado en su casa reuniones clandestinas de disidencia religiosa. Ordenaron
derribar la casa de la mujer y sembraron de sal el solar para asegurarse de que
no pudiera crecer ni la hierba. Casiodoro de Reina estuvo en Ginebra, en
Inglaterra, en Amberes, en Fráncfort, en Basilea, en Estrasburgo. Traducía la Biblia , ejercía como pastor
de comunidades de españoles refugiados y vivía del comercio de la seda. Había
sido monje jerónimo en Sevilla, muy cercano a los círculos erasmistas en los
que abundaban los judíos y moriscos conversos. De Ginebra se marchó porque lo
repugnaba que los calvinistas fueran tan aficionados como los católicos a
quemar disidentes. Menéndez Pelayo, que no tuvo más remedio que admirar su
talento literario, procura también desacreditarlo en su Historia de los heterodoxos españoles: dice que
era un morisco granadino, y que cuando se marchó de Inglaterra fue huyendo de
una acusación de sodomía.
Casiodoro
de Reina escribe en un castellano prodigioso que está en el punto intermedio
entre Fernando de Rojas y Cervantes, con una efervescencia expresiva que solo
tiene comparación con santa Teresa, san Juan de la Cruz y fray Luis de León. Es
una lengua poseída por la misma capacidad de crudeza terrenal y altos vuelos
literarios de La Celestina ;
un castellano mudéjar, empapado todavía de árabe y de hebreo, forzado en sus
límites sintácticos para adaptarse a las cadencias y las repeticiones y las
exageraciones de la lengua bíblica. Es una lengua de campesinos, de hortelanos,
de trabajadores manuales, con una precisión magnífica en los nombres de las
cosas naturales y los oficios; y también es una lengua todavía muy descarada,
muy sensual, no sometida a la monotonía sofocante de la ortodoxia, a la
esterilización dictada por el miedo, a la hipocresía de la conformidad. Es una
lengua para ser recitada, entonada, cantada en voz alta; para expresar la furia
tan desatadamente como el deseo erótico; y también las negruras de la
pesadumbre y los extremos del dolor. Traducidos por Casiodoro de Reina, el
libro de Job o el Eclesiastés son, sin la menor duda, dos de las obras máximas
de la poesía y de la sabiduría en español. Y el Cantar de los Cantares tiene
una caudalosa alegría erótica para la que no creo que exista comparación en
nuestro idioma: yo solo la he encontrado en la Bella del Señor de
Albert Cohen, no por casualidad un descendiente de judeoespañoles: “Tu estatura
es semejante a la palma, y tus tetas a los racimos. Yo dije: yo subiré a la
palma, asiré sus racimos, y tus tetas serán ahora como racimos de vid, y el
olor de tus narices como de manzanas. Y tu paladar como el buen vino, que se
entra a mi amado suavemente, y hace hablar los labios de los viejos”.
Por
cualquier página que se abra, la recompensa es deslumbradora. Las plagas con
que el vengativo Jehová castiga a los egipcios son más terribles en el
castellano de Casiodoro de Reina: “… Y a la mañana siguiente el viento oriental
trajo la langosta. Y subió la langosta sobre la tierra de Egipto y asentóse en
todos los términos de Egipto, y cubrió la haz de toda la tierra y la tierra se
oscureció, y comió toda la yerba de la tierra y todo el fruto de los árboles,
que había dejado el granizo, que no quedó cosa verde en árboles ni en la yerba
del campo por toda la tierra de Egipto”.
Esta
Biblia la publicó Alfaguara íntegra en su colección de clásicos en 2001. J. Antonio González Iglesias le
dedicó una reseña excelente en estas páginas. Modernizada y hasta cierto punto
simplificada es la misma que leen ahora mismo los protestantes de habla
española. Que sea desconocida para casi todo el mundo es una de las calamidades
de nuestra literatura, y de nuestro idioma. Como tanto de lo mejor que ha dado
nuestro país, la Biblia
de Casiodoro de Reina es un fruto de la heterodoxia y el destierro.
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