En su número de agosto pasado, la revista Letras libres publicó una reseña de la poeta y traductora
mexicana Teddy López Mills sobre la edición en inglés de una antología de su
compatriota Gabriel Zaid, recientemente publicada en Filadelfia por
Paul Dry Books, bajo el título The
selected poetry of Gabriel Zaid. A bilingual Collection.
Atando cabos
1
“Estas aguas son tan
transparentes que hay que asomarse largamente en ellas para comprender su
profundidad.” Y la frase es tan buena que merece ser anónima. Gide la empleó
para describir la prosa de La
Bruyère. Yo , por mi parte, se la voy a aplicar a la poesía de
Gabriel Zaid, en cuya limpidez se esconde algo, no un secreto, no una
revelación, sino un problema: quién o qué está a cargo de esa superficie. En
“Alabando su manera de hacerlo” Zaid establece una especie de poética en los
dos últimos versos: “Y ni creo en la poesía autobiográfica / ni me conviene
hacerte propaganda.” Sin embargo, la primera persona es una presencia constante
en su poesía y nunca se percibe como un subterfugio, una máscara que escriba en
nombre de ese “yo” para negarlo tan pronto se atreve a operar como brújula en
los poemas. Al contrario, parece ocupar un sitio preciso que, en el poema
“Desperté”, por ejemplo, adquiere exactamente el tono que le corresponde: el de
una pregunta que se persigue la cola, pues, según el precepto irrompible del
juego, el “yo” que la formula carece del privilegio de la expresión: “¿Soy / el
autor de estos actos? ¿Soy el editor, / que los deja fluir o los corrige? /
¿Soy ese fluir de un manantial desconocido?” Nadie responde porque no hay
nadie. La perplejidad no es una simulación o una retórica, ni tampoco una
puerta de salida, sino el único lugar donde se vale esperar lo que viene
después de las palabras. No sé qué o quién es, pero sospecho que Zaid sí. Por
fortuna para el misterio, no se aventura a definirlo; quizás apenas lo esboce,
como en el poema “Sol en la mesa”: “Se movió la ventana, / y el Espíritu Santo
/ bailó en un vaso de agua.”
La suma de estos atributos no
desemboca en la modestia; adjudicarle tal cosa a la obra poética de Zaid
equivaldría a una intromisión moral donde esa categoría no se plantea. El
asunto atañe más bien a una atmósfera ceñida a formas y sonidos que nunca se
esfuman. En ese espacio que tiene su muy particular pentagrama numerológico se
despliegan los poemas de Zaid, al margen de conflictos, altercados con la
tradición que, por vía del experimento, la coloquen en el punto central de una
batalla ganada de antemano porque no es entre dos, sino entre un autor
examinándose al espejo y su imagen distorsionada fugazmente por un gesto. En
ese sentido los poemas de Zaid son anómalos, como si no pertenecieran a este
tiempo o no tomaran en cuenta sus múltiples o su única vanguardia. Lo extraño
es que no suscitan añoranza de rupturas. Quizá por su dosis perfecta de mundo,
de puro presente, de corporalidad, de coches, taxis, secretarias, playas,
baños, vejigas, despertadores. Quizá también porque Zaid ya conoce el desenlace
de esta serie de visiones y revisiones que es la poesía y prefiere no sacarla
de quicio introduciendo los dictados de una estética. A fin de cuentas, de
todos modos va a caducar.
2.
Estas
características de la poesía de Zaid me han vuelto a sorprender en la lectura
del libro bilingüe The selected poetry of Gabriel Zaid (que incluye una introducción de Paz
escrita en 1976), ahora resaltadas, incluso, por el hecho de que los poemas ya
tienen un doble en inglés, lo cual siempre es una prueba de fuego, pues puede
suceder que aquello que funciona a la perfección en un idioma se deba a las
facultades del idioma mismo y se desmorone cuando se traslada al otro. Pero con
Zaid no ocurre así: su doble en inglés posee la misma armonía inquietante que
en español. Por obediencia, hurgo en los detalles; si no la “translation
police” (según denominativo ya canónico de Eliot Weinberger, uno de los
traductores que participan en este volumen) se quedará con hambre. El placer es
perverso, muchas veces pedante; uno (al menos yo, lo reconozco) espera con
ansias el error, la imprecisión. Y si los hay se siente al mando en esa cámara
de transmisiones en la que conviven los dos idiomas. Sin embargo, este libro
específico no ofrece ninguna oportunidad.
Son once los
traductores: Daniel Hoffman, Margaret Randall, el ya mentado Weinberger, George
McWhirter, Andrew Rosing, Leticia Damm de Gorostieta, Guillermo Bleichmar,
Sergio Mondragón, Sandra Smith, Deirdre Lockwood y Carlos Altschul. Y la
selección incluye 42 poemas, lo cual constituiría mi única crítica objetiva:
¿por qué no se tradujeron los ochenta poemas que el propio Zaid definió en la
edición de sus Obras del Colegio Nacional como su “poesía
completa” (las comillas las puso él)? La metodología que empleó para determinar
estas Obras es ejemplar: a través de un
cuestionario que le envió a un grupo de lectores, donde pidió “indicar sus
preferencias en una tarjeta que iba con el libro (cuáles poemas incluirían o
excluirían, de cuáles no tenían opinión); proponer la ordenación más
satisfactoria para su propia lectura; modificar poemas o escribir otros que se
integraran bien”. La idea es recomendable; aligera, temporalmente, el peso de
la autoría. Las Obras son
obra de varios y hasta cierto punto culpa de nadie. Y se impone de nuevo la
anonimia de la excelencia.
Pero tal
“crítica objetiva” sería injusta. The selected poetry of Gabriel Zaid es lo que es: una selección impecable
de los poemas de Zaid. El hecho de que colaboren varios traductores le da al
libro una movilidad especial, en la que se advierten sus tenues diferencias o
costumbres. Hay sin duda decisiones con las que uno tal vez no esté de acuerdo:
“Un huracán de sol desmantela las casas” y el traductor pone “floods” –inunda–
cuando podría haber puesto “dismantles”; “Humea una taza negra de café” y la
traductora reorganiza el verso y hasta le añade un final que no tiene el poema
en español: “Smoke, black coffee. Nevermore”; “Tienen nombre: lo olvidan” y el
traductor simplifica el verso, a mi parecer, poniendo “They have a name which
they forget”. Son muy poca cosa, meros comentarios o pretextos subjetivos para
seguir atando cabos en las aguas transparentes.
Supongo que
uno se va adscribiendo a ciertas teorías o escuelas de la traducción. A mí me
gusta la que Nabokov propuso en una entrevista: “El único objetivo y
justificación de la traducción es transmitir la información más exacta posible
y esto solo se puede conseguir con una traducción literal...” Aunque la
literalidad también puede ser un espejismo, otra solución transitoria a la
certeza de que en cada idioma hay una esencia absolutamente intraducible. El
traductor tiene que resignarse a elaborar puras versiones aproximativas. La
literalidad es solo el procedimiento más confiable; no interpreta, no
parafrasea, no reconvierte, no maquilla y elimina entonces el riesgo de no dar
en el blanco. Algo semejante a la apuesta de Pascal: si existe la esencia es
mejor no ponerla en peligro. En el blanco traslucen los sedimentos del original
e incluso lo que viene detrás de las palabras. Así lee uno desde siempre a los
clásicos. Así se leen en este libro los poemas traducidos de Gabriel Zaid. ~
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