Segundo artículo de Marietta Gargatagli sobre Manuel Puig y la traducción. La columna de hoy
fue publicada en El Trujamán el 13 de marzo pasado.
Manuel Puig y
la traducción (II)
Manuel
Puig habló el castellano de Argentina, el dialecto rural de Parma-Piacenza,1 el
italiano, el inglés, el francés, algo de alemán, el portugués de Brasil. Esos
idiomas convivieron en la correspondencia familiar y se combinaron con
esplendor en las cartas a los amigos, poco conocidas todavía.
Citar
con naturalidad palabras de otros registros o jugar con otras lenguas forma
parte de las costumbres orales de algunos países, entre ellos la Argentina. Es un
juego verbal que enfatiza la complicidad del pacto comunicativo —se
sobreentiende que el interlocutor conoce también esas palabras— y que puede
trasladarse a la escritura informal de las cartas. En este sentido, Puig no fue
una excepción. La particularidad es el uso de un ideolecto creado a partir de
una lengua familiar, lo que llama el parmesano, un idioma de parientes.
Por ejemplo: «encima las pachugadas de Navidad…»; «mucho ambiente en
la purcaia de Roma»; «el plato son unas cubanas que no hacen más que esguiñazar»;
«se despachó a hablar maravillas, inmagunada»; «me insaburí al
verlo filmar».2
Posiblemente,
porque consideró que se trataba de un idioma privado no lo utilizó en la obra
literaria. Tampoco usó, salvo excepcionalmente, el lunfardo —el idioma de la
calle— y limitó las peculiaridades verbales a las formas de la clase social a
la que dio un estatuto poético: la clase media. Un ejemplo aparece arriba: el
plato son unas cubanas… La expresión en cursiva quiere decir en la lengua
general «lo divertido» y es bastante maleable: qué plato nos hicimos, fue un
plato. Ese giro, entre los muchos que reproducen sus obras, testimonia una
época (ya no se usa) y una atmósfera que el lector asocia ahora con Puig.
Con
el exilio, el no retorno y la consagración internacional que siguió a la
publicación de El beso de la mujer
araña, el programa literario fue cambiando. La supervisión minuciosa de las
traducciones a las lenguas que dominaba —y de cuya exhaustividad dan cuenta
quienes las hicieron, entre otros: Suzanne Jill Levine (inglés), Angelo Morino
(italiano), Albert Bensoussan (francés)— le permitió ver cómo funcionaba su
prosa en otros idiomas. Y sin que exista una cronología precisa, esas
correcciones fueron quizás los preliminares para escribir en otras lenguas: en
inglés, en portugués, en italiano y, con cierta ayuda, en el castellano de
México.
Desde
un punto de vista teórico, los vínculos de los dos itinerarios resultan
fascinantes. No tienen la misma relevancia los resultados. De los muchos
escritores que han cambiado de lengua, ninguno tenía como punto de partida un
mundo tan fuertemente cohesionado por la oralidad. Y esa cadencia no atravesó
las autotraducciones ni las escrituras en otros idiomas.
En
la última novela de Manuel Puig, Cae la noche tropical, se reproduce, en
cierta medida, la perfección narrativa de La traición de Rita Hayworth y de Boquitas pintadas. Sin embargo, el lector no puede dejar de
observar muchos deslices, seguramente no conscientes, que describen algo que el
escritor no pudo evitar: ser un déraciné. El arraigo y el desarraigo,
traducir, ser traducido y escribir traduciéndose son la fenomenología de lo
literario. No son, pese a su interés, la literatura.
Notas
(1) En las
cartas a su familia utilizaba palabras de este dialecto (también del italiano
general) que se incluyen como glosario al final de la edición de Graciela
Goldchluk: Manuel Puig, Querida familia. Tomo 1, Cartas europeas
(1956-1962), Buenos Aires, Editorial Entropía, 2005.
(2) Definiciones tomadas del glosario mencionado
arriba, entre paréntesis las formas italianas. Pachugadas (paciugada):
comida que se cocina con diversos alimentos, a menudo sobras del día anterior; purcaia:
porquería; esguiñazar(sghignasar): hacer guiños de complicidad; inmagunada (magunada):
entristecida hasta las lágrimas; insaburirse: antojarse, entusiasmarse.
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