También
el 4 de junio pasado, la editora y traductora Ana Ojeda publicó en el blog de Eterna Cadencia la siguiente
columna de opinión.
La lengua: espacio de resistencia
Si,
como dijo Barthes, mi lenguaje es mi piel, quiero libertad para frotarla
cuando, cómo y con quien yo quiera.
Las
políticas de la lengua son políticas antes que nada, es decir, no-inocentes,
pletóricas de “agenda”. En La máquina de despedazar historias,
Antonio Jiménez Morato se sorprende de que «en Argentina se critican
despiadadamente las traducciones al español que hace una editorial catalana
pensando que ése es el idioma que se habla en España, sin tener muy en cuenta
que en muchos casos a los peninsulares nos suenan tan marcianas como a
cualquier otro lector hispanohablante». Su asombro convoca el mío: discutamos
primero porqué una editorial catalana adquiere derechos de traducción para todo
el territorio hispanoamericano, en lugar de adquirirlos únicamente para la Península Ibérica ,
liberando el resto de los territorios hispanohablantes a sus propios editores,
y traductores, y versiones de castellano.
En el caso planteado por Jiménez Morato, se trata de
traducciones (catalanas) que llegan a América latina; pero existe también otra
realidad (aún peor): la de los sellos que adquieren derechos para todo el
territorio hispanoparlante a sabiendas de que sólo distribuirán su traducción
en territorio español. Es decir: los libros no llegan a esta parte del mundo
pero de todas maneras se nos obtura la posibilidad de adquirir derechos para
traducir y producir desde aquí. A través de un mecanismo económico (euros vs.
pesos), quedamos relegados a –rehenes de– las decisiones editoriales de un
lugar muy ajeno, muy lejano.
¿Se
trata entonces, como sostiene Jiménez Morato, del «modo en que se lee a los
autores foráneos»? Se trata de una cuestión de dinero, es decir: de política
comercial, es decir: de dominación.
Jiménez
Morato continúa: «Tampoco parecen darse cuenta muchos de los que critican las
traducciones que llegan a cuentagotas gracias a la política de protección
lingüística de los Kirchner, que la mayoría de las traducciones que se exportan
desde las editoriales porteñas suenan tan localistas que logran, otro ejemplo,
convertir a un autor brasileño de Porto Alegre que escribe en un portugués tan
neutro como correcto en un guapo venido a menos en las tabernas de Almagro que
teme que lo “agarre la cana”». En una
charla reciente con Inés Garland, traductora —entre otros— de Ni quiero ni puedo, de Lydia Davis (Eterna
Cadencia, 2014), ella sostenía que a su entender “las palabras tienen
temperatura”. Traducir, entonces, consiste en identificar, distinguir, cuál es
la temperatura —el tono— de la obra en su lengua original y encontrar una
equivalente en la lengua propia. Por esta razón, estoy convencida, distintas
traducciones de un mismo libro generan distintos libros. Un ejemplo exquisito:
la traducción española que Paul B. Preciado (ex Beatriz) compuso para Melusina
y la que Marlène Bondil entramó para Hekht Libros de Teoría King Kong, de la autora francesa (y
pareja de Preciado) Virginie Despentes.
La
traducción es un proceso alquímico altamente subjetivo. Convertir la lengua de
un autor brasileño de Porto Alegre en la de un guapo de Almagro es una decisión
posible, que ubica la cercanía del texto con el lector local en un primer
plano, de importancia e interés. Es como traducir el francés martiniqueño de
Aimé Césaire en su
Una tempestad a un rioplatense explícito, sin concesiones: es
entender el mundo desde nuestra manera de hablar, que moldea nuestro mundo.
Es ser consciente y, por lo tanto, político. Es ser resistente.
Tras
comentar algunas declinaciones de la traducción al castellano, el ansia de la
colaboración de Jiménez Morato es, en realidad, recomendar la lectura de Felipe
Benítez Reyes, autor español poco conocido del lado de acá. Pero: su texto me
basta para comprender que incluso las buenas intenciones reproducen una lógica
(imperialista) del lenguaje, que borra las decisiones político-económicas que
fundamentan las políticas de traducción, difusión y comercialización de los
libros españoles en sus ex colonias: Buenos Aires. Quejarse porque las
traducciones argentinas hacen hablar a todo el mundo en rioplatense es no
comprender que el lenguaje modela el mundo en que vivimos, no querer ver que la
dominación lingüística es, primero y antes que nada, dominación. Del lenguaje.
Que es mi piel. Que es política.
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