Andrés Hoyos es el director de El
malpensante, una de las principales revistas culturales colombianas. La
bajada de su columna del 28 de julio pasado, publicada en el diario El Espectador, de Colombia, dice: “No existe un diccionario internacional del
español, pese a que el idioma lo pide a gritos”.
Pandebono
Una notable particularidad de nuestra lengua, entre las habladas
por muchos millones de personas, es que no tiene un país predominante, como lo
hay en inglés (Estados Unidos) y mandarín (China). México alberga la mayor
comunidad hispanohablante, con algo más del 20%, seguido en su orden por
Colombia, Argentina y España (este cuarto puesto depende de que una proporción
importante de catalanes, gallegos y vascos no consideran al español su lengua
materna). El francés tiene una dispersión considerable, aunque nunca tan
marcada como la del español.
En vez de un diccionario
internacional, tenemos el DRAE, o sea
el Diccionario de la Real Academia
Española, para cuyos redactores existen palabras de primera, segunda y
tercera categoría. Aparte del sedimento colonial implícito en la supuesta
primacía del idioma peninsular sobre las vertientes americanas, el DRAE es sobre todo un diccionario malo e
incompleto. Su mejor edición fue la primera, que terminó de imprimirse en 1739.
Se llamaba entonces el Diccionario de
autoridades, pues se basaba en citas (autoridades), recurso que fue
abandonado en la segunda edición de 1780. A partir de ese momento el DRAE se volvió
un diccionario normativo antes que descriptivo.
Pongamos un ejemplo perteneciente a
la tercera categoría: el colombianísimo pandebono. La palabra aparece ya en María (1867) de Jorge Isaacs, (“durante
la comida tuve ocasión de admirar entre otras cosas, la habilidad de Salomé y
mi comadre para asar pintones y quesillos, freír buñuelos, hacer pandebono y
dar temple a la jalea”), pero el DRAE no se ha dignado incluirla y mucho menos
establecer su origen. Aunque carezco de credenciales como etimólogo y no he
realizado las comprobaciones necesarias, encuentro la siguiente cita en una
carta del general Santander, escrita en 1825: “...estoy seguro de no morir
ahorcado por ellos, y que no estén pensando que la lima es pan de horno como
dicen en la tierra”. ¿Es pandebono una deformación de pan de horno? Les dejo el
trompo a los lexicógrafos para que lo bailen, con la aclaración de que son
miles las palabras en español, sobre todo americanas, de origen desconocido.
¿De dónde vienen los colombianismos atarván (es más antiguo con v), cachaco,
cumbia, mogolla y pilatuna? Lo ignoro. ¿Y el muy mexicano mariachi? Tampoco se
sabe bien.
Los lexicógrafos, pensaría uno,
están en el mundo para explicar con rigor estos orígenes y para analizar las
connotaciones de muchos sinónimos, entre otras tareas. Su función no es
jerarquizar usos, hacer de árbitros de las elegancias o atajar extranjerismos.
El uso, y no un sanedrín de supuestos sabios, es la piedra de toque que sirve
para calibrar cualquier norma lingüística.
Quienes me conocen saben que llevo
años dando lora con este tema. Lo que ignoraba es que existe un proyecto en
curso para dotarnos del diccionario internacional que tanta falta hace. Lo
lidera Raúl Ávila, veterano lingüista investigador del Colegio de México, país
que tiene una estupenda tradición de filólogos independientes, como Antonio
Alatorre, reacios a acatar los ukases de la RAE. En el VALIDE (así bautizaron al diccionario
en proceso) participan 26 universidades de 20 países. Las colombianas son la Nacional y la Tecnológica de
Pereira. Al parecer el libro sale en noviembre de este año. Desde ya pido que
me reserven un par de copias.
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