José
del Valle, gallego afincado en Nueva York, es profesor en The Graduate Center,
CUNY. En 2013 editó el volumen
A Political History of Spanish: The
Making of a Language [Cambridge University Press]). Estas
reflexiones suyas salieron publicadas el 20 de Julio pasado en el sitio de elcastellano.org
Rebeliones lingüísticas: sacarle la lengua al poder
El
régimen de gestión y control de la lengua española ha entrado en crisis. Una
crisis abierta tanto por actores lingüísticos institucionales, que activan
nuevas iniciativas en torno al idioma, como por multitudes ciudadanas que
exhiben su deseo y capacidad de imaginar nuevos significados; una crisis
propiciada por la emergencia de nuevas condiciones materiales para la
producción y difusión de lenguajes; una crisis estimulada por las obscenidades
del neoliberalismo y la desfachatez con que los beneficiarios del mercado total
ignoran sus brutales efectos.
Voces renovadas
reivindican su derecho a participar en las disputas por la denominación, en las
pugnas por la determinación de los horizontes de lo posible a través de la
palabra. Son, por ejemplo, quienes procuraban consignas de denuncia y
liberación –narrativas originales, en definitiva– que imaginaran la atrocidad
de Ayotzinapa como catalizador de una ruptura radical. O quienes en la Puerta del Sol madrileña se
resistían a dejarse bautizar con el nombre de antisistema por secuaces
lingüísticos del Estado, asumiendo ellos mismos el derecho a nombrarse y a
nombrar a la vez el agotamiento de un modelo de país al servicio de unos pocos.
Son también quienes incordian nuestros oídos acomodados a la morfología y sintaxis
patriarcal con reiteradas coordinaciones y yuxtaposiciones que sacan al género
del refugio gramatical y lo exponen al fuego cruzado de la política
(“compañeras y compañeros”). Son quienes alteran el devenir de nuestra lectura
con intrusas arrobas y equis (“compañer@s y compañexs”) alegando su
inconformidad con nuestros lenguajes y las exclusiones que perpetran, abriendo
en canal letras y grafemas en aras de nuevas posibilidades de decir y hacer. En
efecto, en todos estos casos y en muchos otros asistimos a enérgicos gestos
liberadores del lenguaje, de las formas de decir que domestican –o, más
literalmente, encierran– la sustancia de lo dicho.
No ignoremos el
extraordinario poder y, sobre todo, mérito de estas pulsiones renovadoras
hechas desde el interior de un sistema ideológico –la lengua española– sometido
a un severo régimen de normatividad (el de las academias de la lengua) que
impone, bajo la protección de retóricas de hermandad, modos mezquinos de pensar
el idioma y una institucionalidad que, aunque disfrazada de benevolencia, lo
administra con soberbia.
La española está entre
las lenguas más regimentadas del mundo, entre aquellas cuya reglamentación se
encuentra no solo altamente institucionalizada sino también meticulosamente
enhebrada en el tejido de una constelación geopolítica. El complejo entramado
de academias de la lengua española –agente principalísimo de la gestión del
idioma, de sus formas y de sus resonancias políticas– exhibe una historia y un
presente cuyo análisis revela los intereses que sirve.
Reparemos con brevedad
en este pasado reciente; no hay que hurgar mucho en los archivos para hallar
signos evidentes del valor geopolítico de la ASALE , de la comunidad panhispánica que dice
representar gracias a un elaborado consenso interacadémico y del clientelismo
base de la transatlántica entente académico-empresarial. En el Diccionario de
americanismos de 2010 (no solo la obra más emblemática de la asociación sino
también un excelso monumento a la dócil subalternidad), se lee en la “Tábula
gratulatoria”: “En primer lugar, la empresa Repsol, mecenas principal, siempre
generosa con la labor académica y, en este caso, especialmente interesada en
enaltecer los valores propios de España al otro lado del Atlántico”. Difícil
imaginar una expresión más literal del sentido del proyecto que encarnan estas
instituciones. Puede que la
Gramática sea buena (o no); puede también que la Ortografía y el tratado
que la precede sean notables (o no); puede incluso que el Diccionario sea todo
lo inclusivo que puede ser dada su planta actual (o no). Pero el hecho es que,
más allá de su valía gramatical, ortográfica y lexicográfica, estos textos
operan, en tándem con agentes económicos y políticos, como fetiches culturales
al servicio de la consolidación de un mercado.
Este es, en definitiva,
un sistema de academias de la lengua que con ahínco y determinación se ha
propuesto fijar el estatus simbólico del idioma como materialización de una
comunidad panhispánica armónica y consensuada. Es el agente lingüístico que,
con autorización de gobiernos (si bien su complicidad con las academias cambia
de país en país), reglamenta el español codificando las formas de lo correcto,
fijando la lengua legítima. Es este el régimen de gestión y control del idioma
que fija el significado de “espanglish”, “gitano” o “sudaca”, el que, desde su
plataforma gramatical y lexicográfica, pugnará por determinar qué es la
“soberanía”, el “mercado” o la “democracia”.
Y este es el régimen que
ha entrado en crisis. Porque, más allá de las múltiples manifestaciones de
creatividad y transgresión lingüística a que aludía arriba, nuevas
institucionalizaciones de la gestión del idioma están emergiendo desde espacios
que imaginan su labor gramatical y lexicográfica en relación con modelos de
comunidad otros que el armónico y consensuado mundo panhispánico.
Dentro de la propia
España, por ejemplo, aparecen desde hace algunos años guías y manuales sobre
usos no sexistas del lenguaje. Veamos algunos títulos: Guía para un uso del
lenguaje no sexista en las relaciones laborales y en el ámbito sindical. Guía
para delegadas y delegados (publicado por la Secretaría Confederal
de la Mujer de
Comisiones Obreras y por el Ministerio de Igualdad en 2010); Guía de uso no
sexista del lenguaje de la
Universidad de Murcia (publicado por la Unidad para la Igualdad entre Mujeres y
Hombres de la Universidad
de Murcia en 2011); Guía sindical del lenguaje no sexista (publicado por la Secretaría de Igualdad
de la Unión General
de Trabajadores en 2008); Igualdad, lenguaje y Administración: propuestas para
un uso sexista del lenguaje (publicado por la Conselleria de
Bienestar Social de la Generalitat Valenciana en 2009). Estas guías y
manuales son acciones lingüísticas normativas asociadas a la reivindicación de
igualdad por parte de un colectivo históricamente discriminado. Revelan, de
hecho, la emergencia de un complejo agente normativo conformado (repárese en
las instituciones que auspician su publicación) por movimientos feministas,
sindicatos de izquierdas, universidades e instituciones que operan a nivel
sub-nacional. Un agente normativo lo suficientemente inquietante como para que la Real Academia
Española sintiera la necesidad de atacarlo públicamente a través de un informe
gramatical publicado en el diario madrileño El País en una confrontación
abierta que visibilizó los límites de la estrategia del consenso y de la
representatividad de las academias.
Otro punto de fuga lo
vemos surgir en el mismo país que en 1951 se plegó al modelo neocolonial. En el
Colegio de México, bajo la dirección de Luis Fernando Lara, se viene
desarrollando desde hace décadas un diccionario integral de la lengua española
(Diccionario del Español de México) que toma como referencia un corpus de
textos representativo del modo en que se habla y se escribe en este país. Se
trata, conviene insistir, de un diccionario integral, es decir, que no pretende
recoger palabras que solo se usan en México sino elaborar un léxico de
referencia armado desde el cierre nacional. De esta manera, el equipo del
Colmex exhibe la capacidad de una institución mexicana para gestionar el idioma
de manera autónoma de acuerdo con una lógica que es irreconciliable con los
proyectos lexicográficos de la
ASALE. De hecho, no es casual ni mera cuestión de rivalidades
personales el que, tras la publicación por parte de la Academia Mexicana
de la Lengua
del Diccionario de Mexicanismos (2010) que había coordinado Concepción Company,
se desatara una agria polémica entre esta y Luis Fernando Lara en la que el
director del DEM denunció el servilismo y la lógica neocolonial que legitiman
sus compatriotas. Como en el caso español, salió a la luz, a través de la
confrontación, el límite representativo de las academias y la necesidad
permanente de defender su poder en relaciones antagónicas.
El tercer y último
desafío que mencionaré en esta oportunidad surge en Argentina y se proyecta
desde la
Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Se trata
del reciente lanzamiento del Diccionario
Latinoamericano de la
Lengua Española. Es un emprendimiento joven aún pero que desde su
nacimiento construye un lugar de enunciación original. En primer lugar, aunque
ninguna variedad del español está excluida, América Latina se sitúa (desde el
título) en el centro de la acción lexicográfica. En segundo lugar, si bien el
proyecto responde a unos principios generales y se administra desde un espacio
institucional, a los usuarios se les entrega el protagonismo en el desarrollo
del proyecto, en la inclusión de nuevas palabras y sus definiciones. Se
propone, por tanto, un modelo atrevido y arriesgado que contrasta con los
diccionarios tradicionales al proponer una lexicografía participativa y al
situar los imaginarios latinoamericanos como referente ideológico del proyecto.
En
suma, se vislumbra tras estas iniciativas la emergencia de regímenes de
normatividad e institucionalidades de la lengua completamente ajenas al
entramado de las academias y a su ideología panhispánica. Imposible es predecir
el devenir de estos proyectos. Sin embargo, es evidente su función presente
como formas de relación antagónicas con el régimen dominante de gestión de la
lengua española, como iniciativas institucionales que se suman (acaso en
incómoda compañía) a las múltiples rebeliones lingüísticas emprendidas por
ciudadanías que afirman su derecho a construir su propia voz.
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