Espejitos de colores
Hace
ya algunos años, el gobierno español asoció la “Marca España” –política de
Estado, cuyo objetivo es mejorar la imagen del país, tanto en el interior como
en el exterior, a lo que, no sin cierta falta de elegancia, llaman “español”
(como si lo que hablan vascos, catalanes, gallegos y andaluces no fueran
lenguas españolas). Esa asociación vino acompañada de una serie de acciones que
dejan bien en claro quién quiere mandar en esa lengua –a la que, para abreviar,
llamaremos “castellano”–, hablada por 400 millones de personas, de las cuales
sólo 46 millones son españoles. Así, la Real Academia
Española, el Instituto Cervantes y la Fundéu BBVA (“fundación para el español urgente”,
cuyos esfuerzos, financiados por un banco español, se dirigen a corregir los
“errores” de los periodistas latinoamericanos) han sido hasta ahora las
principales caras visibles de esta arremetida que tiene al menos dos
vertientes. Una es política: el avance de la hegemonía española sobre la
soberanía lingüística de los países latinoamericanos. La otra, comercial:
sistemas de aprendizaje y evaluación de la lengua vendidos a través del
Instituto Cervantes y diccionarios y gramáticas impuestos por la Real Academia
Española. Otro tipo de instituciones ibéricas “acompañan”, financian y
recaudan. Tal es el caso de Telefónica y, en los últimos años, la Editorial Planeta.
A estas fealdades se ha opuesto sistemáticamente la Argentina , que, hace ya
más de una década, con la participación de la UBA entre otras universidades nacionales, produjo
su propio método de evaluación del castellano. Unas semanas atrás, los
especialistas de planificación y políticas lingüísticas de esa casa de estudios
se enteraron de que su universidad, la mayor de la Argentina , firmó un
acuerdo con el Instituto Cervantes, la Universidad de Salamanca y la UNAM de México para
privilegiar el sistema de evaluación español, dejando así de ser un obstáculo
para los objetivos peninsulares. Todo esto se aprobó con el acuerdo de médicos,
ingenieros, veterinarios, farmacéuticos y odontólogos, y el voto en contra de los
representantes de las Facultades de Filosofía y Letras (especializada en la
temática en cuestión), Exactas y Naturales, y Sociales en una sesión del
Consejo Superior de la UBA ,
realizada en el Rectorado el 30 de marzo pasado, a la que ni siquiera se
permitió el ingreso –no ya la consulta–, de los especialistas. De todos modos,
el anuncio de la firma tuvo lugar en el VII Congreso Internacional de la Lengua , que se desarrolló
en Puerto Rico entre el 15 y el 17 de marzo, días antes de que se aprobara en la UBA. Todo esto abre las
puertas a un sinnúmero de opciones: por ejemplo, los filólogos y latinistas
podrían crear un nuevo protocolo para los tratamientos de conducto; los
lingüistas, en cambio, podrían intervenir en las decisiones sobre la inseminación
artificial de vaquillonas, y así sucesivamente, mientras las instituciones
españolas –severamente criticadas en origen por los propios españoles– nos
siguen vendiendo espejitos de colores y avanzando sobre nuestros intereses y
soberanía.
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