Ehrenhaus a punto de tirar piedras |
La Trauritgkeit del traductor, una respuesta
De
Itziar Hernández Rodilla hay publicado un trujamán,1 y es de los más acertados que he leído. No como yo, que
llevo escritos la tira y casi todos fallidos. Como los grandes delanteros
centro, tiene una y la mete por la escuadra. En los míos se nota, en cambio,
que juego de defensa central: sé despejar balones ajenos pero en el área
contraria me embarullo y de cien, si hay suerte, entra uno y de rebote.
Yo la voy a tirar, y la segunda y la tercera, pero no porque me sienta libre de cometer y haber cometido errores a carradas, sino porque me gusta tirar piedras. Eso sí, no a las personas. Para qué, si cuando les das no hacen ruido a lata. Prefiero los faroles. Así que le voy a tirar una piedra a un farol. Por ejemplo, al farol de que no debemos hablar de los errores de la profesión, de que debemos callar cuando un texto que leemos presenta sensibles pifias de traducción, no ya lexicográficas (esos no son errores, ¡por favor!, y además casi nunca se deben al traductor) sino de concepto, de propuesta, de coherencia —incluso, para ponernos moralizantes, de desatención profesional—. Itziar dice bien cuando dice que no debemos afear al traductor palurdo en público; no obstante, los hay que de palurdos no tienen nada y que, como yo por ejemplo, se creen, nos creemos, incuestionables solo porque llevan o llevamos años cometiendo deslices que en ocasiones son tropelías y que, como el dependiente que se sorprende de que el cliente le devuelva un cacharro estropeado antes de usarlo, despachamos los reparos (profundos, insisto, o estructurales; no los de elección de un «zopenco» por un «tontainas») con la frase del siglo: pero cómo, nunca nadie había dicho nada antes, ud. es la única persona que se ha quejado.
Primera
piedra tirada. ¿Por qué no poner sobre la mesa y discutir esos posibles errores
de enfoque si hacerlo contribuirá a la puesta en juego de los temas que, por
complicados, vamos pateando hacia delante hasta que dejamos de verlos y los
olvidamos? Hablar de enfoques, erróneos o no, de traducción es hablar de
política, y hablar de política es hablar de lo real. La ideología pacata nos ha
sorbido el seso; pero lo cierto es que tememos el piedrazo ajeno, por eso
dejamos los faroles en paz. Así que la segunda piedra la voy a tirar a mi
propio tejado: ¿cómo sé yo que mi propuesta de traducción de, por ejemplo, los Sonetos de Chéspir es sensata si nadie nunca
me la ha discutido, nadie me ha señalado dudas o recelos, nadie me ha comentado
nada sobre aspectos tan esenciales como el ritmo, la coherencia estilística, la
elección del registro? A lo sumo he llegado a los puños con algún colega por el
ridículo tema de si endecasílabos o alejandrinos. Qué niños somos a veces.
Hablemos, discutamos,
señalemos. Sin miedo, sin
miedo, sin miedo, como decía el gran Mario Merlino. Si somos invisibles,
es por culpa nuestra. Nos ocultamos por miedo a que nos afeen un adverbio. Pues
muy bien, que así sea, que se empiece a hablar sin tapujos de lo Real en la
traducción. Dejémonos de metáforas banales. Colega: por qué has hecho esto y no
esto otro; dímelo, así aprendo. Uno tiene que saber defender su trabajo, pero
saber hacerlo pasa por ponerlo a consideración ajena con humildad. Creemos que
la soberbia es nuestro segundo principal escudo (el primero, ya lo dije, es la
invisibilidad), pero son corazas de cartón. Esas corazas no nos defienden de la
justa ira de los lectores; de eso solo nos defiende la solidez profesional.
Ningún premio nos libra de caer al Averno. Ningún antifaz. Además, del Averno
se sale.
A mí, cuando un colega se
equivoca, no me da Schadenfreude,
me da Traurigkeit. Como si me sucediera
a mí. Pero no por eso creo que tenga que callarme; no le hago ningún favor al
colega y, a la larga, no me hago ningún favor a mí. Sin una crítica rigurosa,
desprejuiciada y valiente, créanme pares, la traducción nunca va a ser una
profesión madura. Siempre va a depender de la indulgencia ajena. Y eso,
hablando en plata, es una ruina.
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