Con gran
alegría, publicamos la columna que la traductora española
Itziar Hernández Rodilla firmó para El Trujamán el 28 de
febrero pasado. Y dado que podemos permitirnos ese lujo, mañana tendrá su respuesta, nada menos que de la pluma de Andrés Ehrenhaus.
La Schadenfreude del traductor
Es una verdad universalmente reconocida que la
visibilidad del traductor suele producirse cuando se equivoca. Que tire la
primera piedra el colega que no haya leído una mala traducción solo por la
satisfacción de no ser el que la firma. Creo que todos hemos pecado. Los que
dialogamos con los libros a base de lápiz hemos dejado incluso marcas de ello.
El error ajeno nos indigna profundamente —y ¿a
quién no le gusta indignarse?— y lo solemos justificar, como hace la gente de
teatro, con aquello de que se aprende mucho de las buenas funciones, pero casi
más de las malas. Los yerros de otros nos educan la intuición y, sobre todo, no
nos engañemos, nos hacen sentir orgullosos de no ser ese manta —por favor,
¿quién lo ha contratado?— de traductor.
Nos llevamos las manos a la cabeza con un
«entretanto» que debería ser un «aunque». Ponemos los ojos en blanco con
expresiones como «hojas verde claras». Nos mesamos los cabellos con esos
pronombres de relativo a los que han puesto tilde. Hacemos dibujitos con las
veces que el traductor ha repetido «local» en seis líneas y se las enviamos a
los amigos traductores con comentarios del tipo: «¡Superad eso!». Y puede que
no lo superen, pero lo intentan. Ahorro los chistes de lingüistas, que seguro
que todos tenemos alguno en mente y habrá quien prefiera no leerlos.
Pero hay un límite que los profesionales no
pasamos. No afeamos al traductor palurdo en público. No colgamos esas fotos de
sus heroicidades en internet. No criticamos que la editorial no se haya
molestado siquiera en contratar a un corrector decente que lo arregle (o
entendemos que sí lo haya hecho, pero que el corrector se haya plantado y no
haya hecho más que por lo que se cree pagado; aunque, bueno, esto no podamos
compartirlo). Y no lo hacemos porque, a la postre, se trata, nos guste o no, de
un colega. Puede que accidental, pero colega al fin y al cabo. Y afearle en
público es afear la profesión. Es remachar en la mente lega la idea de que no
somos de fiar. Y, sobre todo, es correr el peligro de ser tú el afeado el lunes
malo que metas la pata que dijiste que jamás meterías.
Os oigo
pensar: «Yo soy bueno. Nunca cometeré esos errores». Pues os voy a decir algo:
os he leído a muchos y, creedme, sí lo hacéis. No voy a decir todos, porque es
una palabra fea y casi siempre falsa, pero la mayoría. Tengo pruebas. Y, como
dialogo con mis libros a golpe de lápiz, he dejado marcas de ello.
Venga,
valientes, ¿quién va a tirar la primera piedra?
Adelantándome a Andrés E. y señalando el punto de la corrección de estilo antes que el de la crítica de las versiones: suceden o sucedían hasta hace poco cosas curiosas, como publicar un libro plagado de erratas prologado por una persona que en su momento fue editora y es inevitable preguntarse: ¿pero se leyó el libro y no advirtió a la editorial que debían corregir algo más?
ResponderEliminarTambién por ahorrarse la corrección, una editorial española con más visibilidad, no pudo aprovechar el tirón cuando la novela fue adaptada al cine, ganó premios... la versión española era ilegible. ¿Nadie se dio cuenta?
Y luego sí, ¿cómo le dices a un traductor superprestigioso y brillante que te chirría que traduzca "vientre" [ventre] cuando el párrafo tiene un carácter obviamente erótico y transcurre en el siglo XXI? ¿Nadie en la editorial se percató?
Pero ¿a qué llamamos una mala traducción? Poniéndonos no sé si dramáticos o muy generosos: a la que no entiendes nada de lo traducido si no conoces el idioma original.
sobre lo último: tampoco, mª josé. imagina que traduces el finnegans, o cualquier otra obra experimental, o lo que fuera que sea incomprensible en el original. una mala traducción es una traducción que falla en el enfoque, que es incoherente en sí misma o que destruye lo que pretendía traducir más allá de lo posible. en general, cuando se da una de estas condiciones, se dan las demás. todos conocemos traducciones horribles (incluso de nuestras top stars): debemos señalarlas o callar?
ResponderEliminarel problema aquí, Andrés, es que tú partes directamente de grandes obras de la literatura. Ahí estoy segura de que tienes una opinión mucho más perfilada que yo sobre qué conviene hacer (yo, literaturizando como siempre, imagino al obre traductor -o traductora-- peleando por poner el plato en la mesa y a un editor que no sabe un comino de editar y se disipan mis ansias de sangre y denuncia--). el debate da para mucho y por lo que a mí respecta la respuesta solo puede ser: depende. Me he negado varias veces a reseñar libros para La Vanguardia porque la traducción era espantosa o estaba plagada de erratas.
EliminarNo creo que tenga sentido hablar mal de un colega por el simple hecho de hablar mal de alguien, pero sí llamar la atención cuando ese colega, por alguna razón, termina influyendo sobre algún aspecto de la profesión de manera negativa. Por caso, alguien que recibe un premio debería tener algún tipo de responsabilidad. Más cuando ese premio es nacional. Pienso en Martínez Lage, que ya muerto dejó de ser la pesadilla de la que todo el mundo se quejaba para pasar a ser un buen tipo. Cuando polemizamos en este mismo blog, le dije que él tenía una responsabilidad al elegir tal o cual palabra, sobre todo cuando sabe que va a ser leído en otras provincias de la lengua. Si da lo mismo poner "tonto" que "chiquilicuatre", a) no veo por qué un lector no español tiene que volverse chino buscando esa palabra en el diccionario cuando existen otras que pueden reemplazarla, b) no veo por qué un irlandés, como en el caso de esa traducción criticada, debería usar ese léxico en una traducción, distrayendo a un lector no español, donde el original no distrae al lector de lengua inglesa. El prestigio que Martínez Lage se había ganado como traductor lo hacía influyente sobre otros traductores más jóvenes que bien podrían pensar que sus elecciones léxicas eran buenas, cuando no lo eran. Criticar ese punto de vista me parece saludable. Los ejemplos, con nombre y apellido, podría multiplicarse. Y si bien todos nos equivocamos, que nos lo digan no equivale a que nos estén mentando a la madre. Es parte de lo que ocurre cuando uno se expone públicamente. No se puede ser un traductor visible cuando conviene y uno anónimo cuando no conviene. Esto, creo, da para mucho.
ResponderEliminares verdad, mª josé, que parecería que yo parto de grandes obras de la literatura, pero eso es solo lo que parece. para mí no hay diferencia sustancial entre un manual de uso de un torno y un soneto de whoever. esto, que parece una perogrullada conceptual, no lo es en la práctica: como dice el tao, se gobierna un imperio con el mismo cuidado que se fríe un pececillo. pongámonos, pues, a hacer deontología de las pequeñas obras, de las traducciones medianas, que es donde más hace falta. pero, a la vez, hagamos crítica seria de las grandes traducciones fallidas, que son, como dice jorge, las que marcan tendencia y encima reciben premios.
ResponderEliminartenemos las herramientas: este blog es un espacio propicio y valiente. el trujamán es un club de humanistas, y no vamos a romper su regla de oro, pero acá se puede hacer un buen trabajo y demostrar que se pueden señalar cosas sin argumentar ad personam, con criterio (un criterio, al menos) y rigor. digo.
queridos, muchas gracias por haceros eco de mi humilde columna. y, como dije ya, estoy en esencia de acuerdo con vosotros: no creo que no haya que criticar una traducción, siempre y cuando la intención sea mejorar la profesión y aprender, no herir.
ResponderEliminarlo que criticaba yo (lo que critico) es esa tendencia de algunos traductores con tremendas faltas de expresión y traducción que, sin embargo, no dudan un instante en colgar el error chapucero (quizá el único que encuentran entre 300 páginas) en las redes sociales diciendo que "¿cómo se puede contratar a alguien tan poco profesional?".
desde luego, sí estoy por el argumento con criterio y rigor, y encantada, siempre, de aprender de vosotros.
ojalá nunca me consideren una prestigiosa y brillante traductora a la que ya no se puede corregir. pero que me corrijan con respeto y, desde luego, no diciendo que no soy una profesional por haber tenido un desliz. que todos los tenemos.
dicho lo cual, me siento superhalagada de tener una respuesta directa de Andrés.
besos miles